El cuco en la aldea
Sucede que a veces hay una confusión y el alma reencarnada entra en un útero que ya está ocupado. Entonces hay dos almas en la misma criatura, y se desata una pelea. Las madres pueden sentirlo cuando llevan dentro esta clase de niño, bebés que se agitan dentro violentamente, luchando consigo mismos. Luego nacen y el impacto de esa expulsión los inmoviliza durante un tiempo, están totalmente ocupados aprendiendo a respirar y por lo demás enfrentando al mundo que los rodea. Después de eso, la pelea de las dos almas para poseer el único cuerpo vuelve a empezar. Eso es un cólico.
Un bebé que padece cólicos llora como si lo golpearan, arquea la espalda de dolor, incluso se retuerce en agonía, durante muchas de sus horas de vigilia. Esto no debería sorprender, dos almas están luchando dentro de él; entonces, durante semanas el bebé llora sin cesar, con las tripas retorcidas por el conflicto. Nada puede aliviar su dolor. No es una situación que puede durar mucho tiempo, es demasiado insoportable para cualquier cuerpo pequeño. En muchos casos el alma cuco consigue sacar al alma original, y por fin el cuerpo se tranquiliza. O a veces la primera alma saca exitosamente al cuco y vuelve a ocupar su lugar. De lo contrario, muy excepcionalmente, ninguna de las dos es tan fuerte como para expulsar a la otra, y el cólico finalmente se apaga pero el bebé crece y se convierte en una persona dividida, confundida, caprichosa, poco confiable, propensa a la demencia.
Kokila nació a medianoche, y la dai la sacó y dijo:
—Es una niña, pobrecilla.
La madre Zaneeta abrazó a la pequeña criatura contra su pecho.
—Te querremos de todas maneras —le dijo.
Cuando el cólico comenzó, la niña tenía una semana. Escupía la leche materna y lloraba inconsolablemente todas las noches. Muy rápidamente Zaneeta olvidó cómo había sido el nuevo y alegre bebé, una especie de tranquilo gusano que chupaba de su pecho y gorjeaba asombrado al ver el mundo. Atacada por el cólico, la niña gritaba, lloraba, gemía, se retorcía. Era doloroso verla. Zaneeta no podía hacer otra cosa que alzarla con las manos debajo del estómago lleno de músculos acalambrados y dejarla colgar boca abajo desde la falda. Había algo en esta postura, tal vez fuera sólo el esfuerzo que tenía que hacer para mantener la cabeza erguida, que callaba a Kokila. Pero no siempre funcionaba, y nunca durante mucho tiempo. Entonces comenzaban otra vez los retortijones y los gritos, hasta que Zaneeta empezaba a distraerse. Ella tenía que dar de comer a su esposo Rajit, también a las dos hijas mayores; puesto que había dado a luz a tres hijas seguidas ya no le interesaba a Rajit, y el bebé era inaguantable. Zaneeta intentó dormir con ella afuera en la zona de las mujeres, pero a aquellas que tenían la menstruación, aunque eran comprensivas, no les gustaba el ruido. Disfrutaban del hecho de salir de la casa y reunirse con las muchachas; ése no era un sitio para bebés. Por lo que Zaneeta tuvo que ir a dormir con Kokila junto a una de las paredes de la casa familiar; allí ambas dormitaban irregularmente entre ataques de llanto.
Esto duró un par de meses, y luego se acabó. Después de aquello, la niña tenía una mirada diferente. La dai que la había traído al mundo, Insef, le controló el pulso, los iris y la orina, y declaró que sin duda una alma diferente se había apoderado del cuerpo, pero que en realidad esto no era importante; les sucedía a muchos bebés, e incluso podía significar una mejoría, ya que generalmente en las batallas cólicas solía ganar el alma más fuerte.
Pero después de tanta violencia interior, Zaneeta miró a Kokila con cierta preocupación; por su parte, Kokila, durante toda su infancia, miró a su madre y al resto del mundo con una especie de mirada negra y salvaje, como si no estuviera segura de dónde estaba o qué estaba haciendo allí. De hecho era una niña confundida y casi siempre enfadada, aunque inteligente a la hora de manipular a otros, rápida tanto para acariciar como para vociferar, y muy hermosa. También era fuerte y rápida; a los cinco años era más una ayuda que una molestia en la casa. Para entonces Zaneeta había tenido dos hijos más, el más pequeño era un varón, un sol en la vida de sus padres, todo gracias a Ganesha y a Kartic; con tanto trabajo que tenía, ella agradecía la independencia y la desenvoltura de Kokila.
Naturalmente, el nuevo hijo, Jahan, era el centro del hogar, y Kokila sólo la más capaz de las hijas, absorta en los asuntos de su niñez y de su juventud, no especialmente conocida para Zaneeta en comparación con Rajit y Jahan, a quienes Zaneeta por supuesto tenía que estudiar en profundidad.
Así que Kokila tuvo libertad para andar a su aire durante algunos años. Insef solía decir que la infancia era el mejor momento en la vida de una mujer, porque mientras fuera una niña de alguna manera se encontraría libre de los hombres; generalmente era un trabajador más en la casa y en el campo. Pero la dai era vieja y cínica a la hora de hablar de amor y de matrimonio, después de haber visto sus malos resultados, tanto para ella como para otras. Kokila no solía escucharla más que a los demás. A decir verdad, no parecía escuchar demasiado a nadie. Observaba a todos con esa mirada asustada y recelosa que llevan los animales con los que uno se encuentra de repente en el bosque, y hablaba poco. Parecía disfrutar cuando salía a realizar el trabajo de cada día. Permanecía callada y observadora junto a su padre y no le interesaban los otros niños de la aldea, salvo una niña que había sido abandonada cuando era bebé y encontrada una mañana en la zona de las mujeres. Insef estaba criando a aquella niña expósita para que fuera dai cuando ella muriera. Insef la había llamado Bihari; a menudo Kokila iba a la choza de la dai y se llevaba a Bihari en su recorrido matutino. No le hablaban más que a cualquier otro, pero le señalaban las cosas; sobre todo y en primer lugar, se tomaba la molestia de llevarla consigo, algo que sorprendía a Zaneeta. Después de todo, la niña expósita no era nada del otro mundo, simplemente una niña como todas las demás. Ése era otro de los misterios de Kokila.
En los meses anteriores a las lluvias monzónicas, el trabajo que tenían que realizar Kokila y el resto de la gente se hacía cada vez más arduo semana tras semana. Levantarse por la mañana y alimentar el fuego. Atravesar la fresca aldea, el aire aún sin polvo. Recoger a Bihari en la pequeña choza de la dai en el bosque. Ir río abajo hasta la zona reservada para defecar, luego lavarse, volver a atravesar la aldea para recoger los jarros del agua y emprender el camino río arriba. Pasar por los estanques donde se lavaba la ropa y las mujeres ya estaban congregándose, y seguir hasta la fuente. Llenar y cargar con los grandes y pesados jarros de regreso a casa, deteniéndose varias veces para descansar. Luego partir hacia el bosque para recoger leña. Esto podía llevarles casi toda la mañana. Luego regresar a los campos que estaban al oeste de la aldea, donde su padre y sus hermanos tenían algo de tierra para sembrar trigo y cebada. Dedicaban a esta labor unas pocas semanas, de manera que maduraran durante el largo mes de cosecha. Kokila hacía su trabajo, en la tierra arada sin pensar, luego en el calor del día se sentaba con el resto de las mujeres y las niñas, mezclaba harina con agua para hacer una masa pastosa, lanzaba chapatis y cocinaba algunos. Después de eso, iba hasta donde estaba su vaca. Unos cuantos tirones rítmicos hacia abajo con el dedo en el recto hacían que derramara el excremento caliente que ella recibía con las manos, lo aplastaba con algo de paja hasta convertirlo en una especie de pan que dejaba sobre la pared de hierba y piedra que bordeaba el terreno de su padre para que se secara. Después de eso, llevaba algunos pasteles de excremento ya secos junto a la casa, ponía uno en el fuego, salía al arroyo para lavarse las manos y la ropa sucia: cuatro saris, dhotis, pañuelos. Luego regresaba a la casa bajo la pálida luz del día, el calor y el polvo teñían todo de dorado en la brisa, iba al hogar en la parte central de la casa, para cocinar chapatis y daal bhat sobre el pequeño horno de arcilla junto al fuego.
Un rato después de la puesta de sol, Rajit llegaba a la casa, y Zaneeta y las muchachas lo rodeaban para cuidarlo; después de haber comido los daal bhat y los chapatis, descansaba y le contaban a Zaneeta algo acerca del día que había pasado, siempre y cuando no hubiera sido demasiado malo. Si el día no había sido bueno, no hablaría de él. Pero generalmente les contaba algo acerca de las tierras y las transacciones con el ganado. Las familias de la aldea utilizaban pastoreo marginal para asegurar la cría de nuevos animales. Rajit vendía vacas y terneros y derechos de pastoreo, principalmente entre Yelapur y Sivapur. También estaba siempre tratando de acordar la boda de alguna de sus hijas, un mal negocio puesto que tenía demasiadas, pero cuando podía preparaba dotes; no dudaba en absoluto que las casaría a todas. En realidad no tenía otra opción.
Y así acababa la velada y todos dormían sobre colchones de junco que cada noche desenrollaban sobre el suelo, junto al fuego; en busca de calor si hacía frío, para protegerse de los mosquitos con el humo si hacía calor. Así pasaría una noche más.
Una noche después de la cena, unos días antes de que el Durga Puja marcara el final de la cosecha, Rajit le dijo a su mujer que había arreglado una posible boda para Kokila, cuyo turno había llegado, con un hombre de Dharwar, la aldea mercado justo al otro lado de Sivapur. El posible esposo era un Lingayat, como la familia de Rajit y muchas de Yelapur; el tercer hijo del jefe de los Dharwar. Sin embargo, él se había peleado con su padre, y esto no le permitía pedir a Rajit una dote demasiado generosa. Probablemente le resultara imposible casarse en Dharwar, se imaginó Kokila, pero de todas maneras estaba entusiasmada. Zaneeta parecía conforme; dijo que observaría bien al candidato durante el Durga Puja.
La vida cotidiana se acomodaba de acuerdo a la festividad que se aproximaba; todas ellas eran diferentes y le daban color a la atmósfera de los días precedentes. De esta manera, el festival de carrozas de Krishna tiene lugar durante las lluvias monzónicas, y su colorido y alegría contrastan con el oscuro gris del cielo; los muchachos soplan sus trompetas de hoja de palmera como si quisieran alejar a la lluvia con la fuerza de su aliento; todos se volverían locos a causa del ruido si no fuera porque el propio aliento convierte rápidamente otra vez las trompetas en hojas de palmera. Luego el Festival de los Placeres Mundanos de Krishna tiene lugar cuando terminan las lluvias monzónicas, y la feria asociada con este festival está llena de casetas en las que se venden cosas superficiales como sitares y tambores, o sedas, o sombreros bordados, o sillas, mesas y armarios. La época del Id cambia durante el año, haciendo que, de alguna manera, parezca un acontecimiento muy humano, libre de la tierra y sus dioses; mientras dura, todos los musulmanes llegan a Sivapur para ver el desfile de elefantes.
Luego, el Durga Puja marca la cosecha, el grandioso clímax del año, que honra a la diosa madre y todas sus obras.
Entonces, las mujeres se reunían el primer día y mezclaban cierta cantidad de pasta bindi bermellón mientras bebían un poco del chang picante de la dai; después de eso se dispersaban, pintadas y riendo tontamente, siguiendo a los tambores musulmanes en el desfile, gritando:
—¡Por la victoria de la Madre Durga!
La estatua de la diosa de mirada sesgada, hecha de arcilla y vestida con esencias y oropeles de colores, parecía ligeramente tibetana. A su alrededor había estatuas de Laksmi, de Saraswati y de sus hijos Ganesha y Kartik todas vestidas de la misma manera. Se ataron dos cabras, una tras otra, a un poste de sacrificio ante estas estatuas, y se decapitaron; sus cabezas ensangrentadas miraban fijamente desde el suelo.
El sacrificio del búfalo era un asunto aún más impresionante; un sacerdote especial llegaba desde Bhadrapur con una gran cimitarra afilada para la ocasión. Esto era importante, ya que si la hoja no lograba atravesar por completo el grueso cuello del búfalo, significaba que la diosa estaba disgustada y que rechazaba la ofrenda. Los niños se pasaban la mañana frotando la piel de la parte superior del cuello con manteca purificada de leche de búfala, para suavizarla.
Esta vez el duro golpe del sacerdote cumplió su cometido, y todos los festejantes gritaron y se abalanzaron sobre el cuerpo para hacer pequeñas bolas de sangre y polvo, y se las arrojaron unos a otros, chillando.
Una o dos horas más tarde, el estado de ánimo era totalmente diferente. Uno de los ancianos comenzó a cantar: «El mundo es dolor, su carga insoportable»; le siguieron las mujeres, puesto que era peligroso que los hombres cuestionaran a la Gran Madre; incluso las mujeres tenían que simular ser demonios heridos en la canción: «¿Quién es ella que camina por los campos como la Muerte. Ella, que pelea y ataca como la Muerte? Una madre no destruirá a su niño, a su propia sangre, la alegría de la creación, sin embargo vemos al Asesino mirando aquí y allí…».
Más tarde, cuando cayó la noche, las mujeres se fueron a sus casas y se vistieron con sus mejores saris, y volvieron a salir y se colocaron en dos hileras, y los niños y los hombres gritaban: «¡Victoria a la Gran Diosa!», y comenzó la música, salvaje y despreocupada; toda la multitud bailaba y hablaba alrededor del fuego, hermosa y peligrosa con sus galas encendidas.
Luego llegó la gente de Dharwar, y el baile se volvió cada vez más frenético. El padre de Kokila la cogió de la mano y la presentó a los padres de su pretendiente. Aparentemente, a duras penas se había logrado una reconciliación por el bien de aquella formalidad. Ella había visto antes al padre, siendo como era un jefe de Dharwar, llamado Shastri; a la madre no la había visto nunca, puesto que el padre tenía pretensiones de purdah, aunque en realidad no era rico.
La madre observó a Kokila con una mirada aguda, aunque poco amistosa; un poco de pasta bindi perdiéndose entre las cejas, el rostro sudado en aquella noche calurosa. Probablemente una suegra decente. Entonces apareció el hijo; Gopal, tercer hijo de Shastri. Kokila asintió con la cabeza rígida, mirándolo de reojo, sin saber qué sentía. Era un joven de rostro delgado y mirada resuelta, tal vez algo nervioso; ella no estaba segura. Kokila era más alta que él. Pero eso podía cambiar.
Ambos fueron arrastrados nuevamente hasta sus respectivos grupos sin que llegaran a intercambiar una palabra. Nada aparte de aquella única y nerviosa mirada, y ella no volvió a verlo durante tres años. Sin embargo, mientras tanto, ella sabía que estaban destinados a casarse, y eso era algo bueno, puesto que de esa manera sus asuntos estaban resueltos, y su padre podía dejar de preocuparse por ella y tratarla sin irritación.
A partir del cotilleo de las mujeres, con el tiempo ella se enteró de algunas cosas más acerca de la familia a la que iba a unirse. Shastri era un jefe poco popular. Su última ofensa había sido haber desterrado a un herrero de Dharwar, por haber visitado a un hermano en las colinas sin pedirle permiso. No había convocado al panchayat para que se reuniera a discutir y aprobar su decisión. De hecho, nunca había convocado al panchayat para que se reuniera, desde que heredara el puesto de jefe de su fallecido padre hacía unos años. ¿Por qué, murmuraba la gente, él y su hijo mayor gobernaban Dharwar como si fuesen los terratenientes del lugar?
Kokila asimiló todo aquello sin demasiada preocupación; pasaba todo el tiempo que podía con Bihari, que estaba aprendiendo las hierbas medicinales que utilizaba la dai. Así que cuando estaban afuera recogiendo leña, Bihari estaba también examinando el suelo del bosque y encontraba plantas para llevar de regreso: dulcamara en las zonas soleadas, raíz blanca en la sombra húmeda, ricino debajo de los árboles saal, entre las raíces, etcétera, etcétera. De vuelta en la choza, Kokila ayudaba a moler las plantas secas, o si no a prepararlas, utilizando aceites o licores, para que Insef las empleara en sus trabajos de comadrona; en su mayoría, para estimular las contracciones, relajar el útero, reducir el dolor, abrir el cuello del útero, disminuir el sangrado y cosas por el estilo. Había muchísimas plantas y partes de animales que la dai quería que ellas aprendieran.
—Soy vieja —solía decir—. Tengo treinta y seis años; mi madre murió a los treinta. Su madre le había enseñado el conocimiento popular, y la dai que le enseñó a mi abuela era de una aldea dravidiana del sur, donde los nombres y hasta las propiedades de las plantas eran conservados por las mujeres, y ella le enseñó a mi abuela todo lo que saben los dravidianos; eso se remonta a las dais de todos los tiempos hasta Saraswati, la mismísima diosa del aprendizaje, así que no podemos dejar que se olvide, vosotras debéis aprenderlo y enseñárselo a vuestras hijas, para que el parto sea lo más fácil posible, pobrecillas, y para mantener con vida a todos los seres que se pueda.
La gente decía que Insef tenía un ciempiés en la cabeza (ésta era una expresión que se utilizaba normalmente para referirse a los excéntricos, aunque en realidad las madres te inspeccionaban las orejas buscándolos si habías recostado la cabeza sobre la hierba, y a veces te limpiaban las orejas con aceite, porque los ciempiés odian el aceite), y a menudo hablaba más rápido de lo que nunca habéis escuchado hablar a nadie, divagando sin parar, sobre todo con ella misma, pero a Kokila le gustaba escucharla.
A Insef le costó muy poco convencer a Bihari de la importancia de aquellas cosas. Era una niña dulce y animada, con un buen ojo para el bosque, una buena memoria para las plantas, y siempre una sonrisa alegre y una palabra amable para la gente. Quizá fuera demasiado alegre y atractiva, porque el año en que Kokila tenía que casarse con Gopal, Shardul, su hermano mayor, quien pronto se convertiría en el cuñado de Kokila —una de esas personas en la familia de su esposo que tendría derecho a decirle qué debía hacer— comenzó a mirar a Bihari con interés; después de eso, no importaba qué hiciera ella, él la observaba. De aquello no podía resultar nada bueno, puesto que Bihari era intocable y por lo tanto no podía casarse; Insef hacía todo lo posible por recluirla. Pero los festivales juntaban a las mujeres y a los hombres solteros, y la vida cotidiana de la aldea daba lugar también a muchas miradas y encuentros. Y Bihari estaba interesada, de todas maneras, a pesar de que sabía que no podía casarse. Le gustaba la idea de ser alguien normal y no le importaba la vehemencia con que la dai la previniera contra ello.
Llegó el día en que Kokila se casó con Gopal y se mudó a Dharwar. Su nueva suegra resultó ser reservada e irritable; tampoco Gopal era una maravilla. Un hombre ansioso y de pocas palabras, dominado por sus padres, nunca reconciliado con su padre. Al principio intentó tratar despóticamente a Kokila de la misma manera en que él era tratado, pero sin demasiada convicción, especialmente después de que ella le contestara de mala manera unas cuantas veces. Estaba acostumbrado a eso, y no pasó mucho tiempo antes de que ella tuviera la mano más dura. Él no le gustaba mucho a ella, y esperaba ansiosa el momento de pasarse por el bosque para ver a Bihari y a la dai. La verdad es que únicamente el segundo hijo, Prithvi, le parecía digno de alguna admiración en la familia del jefe; él se marchaba temprano cada día y se alejaba todo lo posible de su familia, estaba siempre callado y con aire distante.
Había mucho tráfico entre las dos aldeas, más de lo que Kokila jamás hubiera notado antes de que se convirtiera en algo tan importante para ella; se las arreglaba, tomando secretamente un preparado que la dai había hecho para no quedar embarazada. Apenas tenía catorce años y quería esperar.
Pronto las cosas comenzaron a salir mal. La dai se fue inmovilizando tanto a causa de sus articulaciones hinchadas que Bihari tuvo que ocuparse de todo su trabajo, y se la veía mucho más frecuentemente en Dharwar. Mientras tanto, Shastri y Shardul estaban conspirando para ganar dinero traicionando a su aldea, cambiando los cálculos de impuestos con el agente del terrateniente en su beneficio; Shastri se quedaba con una parte. Básicamente, estaban conspirando para que Dharwar adoptara la forma musulmana de percibir impuestos de granja en detrimento de la ley hindú. La ley hindú, que era un mandamiento religioso y sagrado, permitía un impuesto de no más de una sexta parte de lo producido, mientras que la musulmana reclamaba todo, con lo cual los granjeros seguían siendo esclavos de los terratenientes. En la práctica, esto generalmente denotaba una pequeña diferencia, pero las desgravaciones musulmanas variaban según las cosechas y las circunstancias; ahí era donde Shastri y Shardul ayudaban al terrateniente, calculando todo lo que podían quedarse sin dejar hambrientos a los aldeanos. Kokila yacía allí por las noches junto a Gopal, y a través de la puerta abierta, mientras él dormía, escuchaba a Shastri y a Shardul repasando las posibilidades.
—Trigo y cebada, dos quintas partes cuando son regados naturalmente, tres décimas partes cuando son regados con el molino.
—Suena bien. Luego dátiles, vino, cosechas verdes y la huerta, una tercera parte.
—Pero las cosechas de verano una cuarta parte.
Finalmente, para ayudar en este trabajo, el terrateniente nombró a Shardul en el puesto de qanungo, asesor de la aldea; así se transformó en un hombre espantoso. Y aún tenía ojos para Bihari. La noche del festival de las carrozas la llevó al bosque. Por lo que contó ella más tarde, estaba claro para Kokila que Bihari no se preocupaba lo suficiente, disfrutaba contándole los detalles:
—Yo estaba recostada sobre el barro, la lluvia me caía sobre el rostro y él bebía las gotas y decía «te amo, te amo».
—Pero no se casará contigo —señaló Kokila, preocupada—. Y a sus hermanos no les gustará nada si se enteran de esto.
—No se enterarán. Era tan apasionado, Kokila; no tienes idea. —Ella sabía que Kokila no admiraba a Gopal.
—Sí, sí. Pero podría causar problemas. ¿Acaso una pasión de unos minutos vale eso?
—Sí lo vale, lo vale. Créeme.
Durante un tiempo, Bihari fue feliz; cantaba todas las viejas canciones de amor, en especial una que las amigas solían cantar juntas, una muy antigua.
Me gusta dormir con alguien diferente,
a menudo.
Lo mejor es cuando mi esposo está en un país lejano,
muy lejos.
Y por la noche en las calles hay lluvia y viento,
y todos están en su casa.
Pero Bihari quedó embarazada, a pesar de los brebajes de Insef. Intentó no contárselo a nadie, pero con la dai inmovilizada había nacimientos que ella debía atender, entonces iba y se notaba su estado, y la gente unía lo que había visto u oído, y todos decían que Shardul la había dejado embarazada. Entonces la esposa de Prithvi estaba dando a luz y Bihari fue a ayudar, y el bebé, un niño, murió unos minutos después de haber nacido; fuera de la casa, Shastri golpeó a Bihari en el rostro y la llamó bruja y zorra.
Kokila se enteró de todo esto cuando fue de visita a casa de Prithvi, por la esposa de Prithvi, quien dijo que el nacimiento había sucedido más rápido de lo esperado y que no creía que Bihari hubiera hecho nada malo. Kokila salió corriendo para la choza de la dai, y encontró a la nudosa y vieja mujer jadeando con esfuerzo entre las piernas de Bihari, intentando sacar al bebé.
—Está abortando naturalmente —le dijo a Kokila.
Así que Kokila se hizo cargo de la situación e hizo lo que la dai le había dicho, olvidándose de su propia familia hasta que cayó la noche; entonces recordó.
—¡Tengo que irme! —exclamó.
—Vete. Estaré bien —susurró Bihari.
Kokila corrió hasta su casa atravesando el bosque hasta Dharwar; cuando llegó, su suegra le dio una bofetada, pero tal vez simplemente para adelantarse a Gopal, quien le pegó con fuerza en el brazo y le prohibió regresar nunca más al bosque o a Sigapur, una orden absurda dada la realidad de su vida; ella estuvo a punto de decir: «¿Y entonces cómo buscaré tu agua?», pero se mordió los labios y se frotó el brazo, los miró echando chispas, hasta que juzgó que ambos estaban tan asustados como podían estarlo y sin golpearla, después de lo cual miró el suelo con furia, como Kali, y limpió todo acabada la improvisada cena, que había sido suspendida por su ausencia. Ni siquiera podían comer sin ella. Esta rabia sería algo que ella recordaría siempre.
A la mañana siguiente, antes del amanecer, salió sigilosamente con las jarras de agua y se apresuró para atravesar el húmedo bosque gris cubierto de hojas; llegó asustada y agitada a la choza de la dai.
Bihari estaba muerta. El bebé estaba muerto, Bihari estaba muerta, hasta la anciana yacía tendida sobre su jergón, jadeando por el dolor de sus esfuerzos; parecía que ella también podía expirar y dejar este mundo en cualquier momento.
—Se fueron hace una hora —dijo—. El bebé debería haber vivido, no sé qué sucedió. Bihari sangró demasiado. Traté de detener la hemorragia pero no lo conseguí.
—Enséñame un veneno.
—¿Qué?
—Enséñame a utilizar un buen veneno. Sé que los conoces. Enséñame el más fuerte que conozcas, ahora mismo.
La anciana volvió el rostro contra la pared, llorando. Kokila le dio la vuelta bruscamente y gritó:
—¡Enséñame!
La anciana echó un vistazo sobre los dos cuerpos que estaban debajo de un sari extendido, pero no había nadie más allí que pudiera asustarse. Kokila comenzó a levantar una mano para amenazarla, y luego se detuvo.
—Por favor —le suplicó—, tengo que saberlo.
—Es demasiado peligroso.
—No tan peligroso como clavarle un cuchillo a Shastri.
—No.
—Lo apuñalaré si no me enseñas, y a mí me quemarán en una hoguera.
—Eso es lo que harán si lo envenenas.
—Nadie lo sabrá.
—Pensarán que lo hice yo.
—Todos saben que no puedes moverte.
—Eso no les importará. O pensarán que lo hiciste tú.
—Lo haré con inteligencia, créeme. Estaré en casa de mis padres.
—No les importará. De todas maneras nos culparán. Y Shardul es tan malvado como Shastri, o peor.
—Dímelo a mí.
La anciana la miró a la cara durante un buen rato. Luego se volvió y abrió su costurero. Le mostró a Kokila una pequeña planta seca, y luego algunas bayas.
—Esto es cicuta de agua. Éstas son semillas de ricino. Muele las hojas de cicuta hasta hacer una pasta, agrega semillas a esta pasta justo antes de usarla. Es amarga, pero no necesitas mucha. Una pizca en una comida picante matará sin dejar sabor. Pero después se nota que es envenenamiento, te lo advierto. No es como caer enfermo.
Así que Kokila observó todo y creó su plan. Shastri y Shardul seguían con su trabajo para el terrateniente, ganándose nuevos enemigos cada mes. Y se rumoreaba que Shardul había violado a otra muchacha en el bosque, la noche de Gauri Hunnime, el festival de las mujeres, en el que se adoraban unas imágenes de lodo de Siva y de Parvati.
Mientras tanto Kokila había aprendido todos los detalles de los hábitos de Shastri y Shardul: tomaban un lento desayuno, después Shastri escuchaba algunos casos en el pabellón que estaba entre su casa y el pozo, mientras Shardul llevaba la contabilidad junto a la casa. En el calor del mediodía dormían una siesta y recibían visitas en la galería que daba al norte frente al bosque. Muchas veces, por la tarde, comían una modesta comida recostados sobre unos sofás, como pequeños terratenientes, luego caminaban con Gopal o con uno o dos socios hasta el mercado de ese día, en donde «hacían negocios» hasta que se ponía el sol. Regresaban a la aldea borrachos o bebiendo, tropezando alegremente y atravesando el polvo hasta llegar a la casa y cenar. Era una rutina tan constante como la de cualquiera en la aldea.
Así que Kokila pensaba en sus planes mientras caminaba para recoger leña y buscaba cicuta y semillas de ricino. Aquélla crecía en los sitios más húmedos del bosque, allí donde la sombra formaba ciénagas y escondía toda clase de criaturas peligrosas, desde mosquitos hasta tigres. Pero al mediodía todos estos animales estaban descansando; de hecho, durante los meses de calor todo lo que vivía parecía estar durmiendo al mediodía, hasta las plantas marchitas. Los insectos zumbaban pesadamente en el soñoliento silencio, y las dos plantas venenosas brillaban en la tenue luz como pequeños faroles verdes. Kokila rezó una oración para Kali y las arrancó, mientras sangraba, y desmontó una vaina de habichuela para las semillas, y las metió en la cinta de su sari, y las escondió durante la noche en el bosque que estaba cerca de la zona para defecar, el día antes del Durga Puja. Aquella noche no durmió nada, salvo breves lapsos, en los que Bihari acudía a ella y le decía que no estuviese triste.
—Las cosas malas pasan en todas las vidas —decía Bihari—. No sientas rabia.
Hubo más, pero al despertar todo se desvaneció, y Kokila fue hasta su escondrijo y recogió las partes de la planta y molió furiosamente las hojas de cicuta con una piedra en una calabaza, después arrojó la piedra y la calabaza entre unos helechos. Con la pasta en una hoja en sus manos fue hasta la casa de Shastri, y esperó hasta la hora de la siesta vespertina, un día que parecía durar eternamente; luego puso las pequeñas semillas en la pasta, y puso una pizca de ella dentro de las bolas de pasta del aperitivo vespertino de Shastri y Shardul. Luego salió corriendo de la casa y atravesó el bosque, su corazón huyendo como un ciervo, delante de ella; demasiado parecida a un ciervo, en cuanto a que corría salvajemente con la emoción de lo que había hecho. Fue así que cayó en una trampa para ciervos, que había sido escondida en el bosque por un hombre de Bhadrapur. Cuando la encontró, estaba aturdida y apenas había comenzado a luchar entre las cuerdas; todavía tenía algo de pasta venenosa entre los dedos. El hombre la llevó a Dharwar, pero Shastri y Shardul ya estaban muertos y Prithvi era el nuevo jefe de la aldea; Kokila fue declarada bruja y envenenadora; fue ejecutada en el acto.