7

Nueva capital, nuevo emperador, las conspiraciones llegan a su fin. Un muchacho contra China; podéis imaginar quién gana.

Pekín era cruda en todos los sentidos, el viento era frío y húmedo, la madera de las construcciones aún estaba blanca y húmeda por la savia, el olor a tierra revuelta y a cemento fresco estaba por todas partes. También estaba atestada de gente, aunque no como Hangzhou o Nankín, de manera que Bold y Kyu se sentían cosmopolitas y sofisticados, como si aquélla inmensa obra en construcción estuviera de alguna manera por debajo de ellos. Allí, mucha gente tenía la misma actitud.

Se las arreglaron para llegar a la clínica eunuca que aparecía en el memorial de Zheng He, un poco al sur de la Puerta Meridiana, la entrada sur de la Ciudad Prohibida. Kyu entregó su carta de presentación, y él y Bold fueron llevados rápidamente hacia adentro para ver al director eunuco de la clínica.

—Una referencia de Zheng He os llevará lejos en el palacio —les dijo este eunuco—, aunque el propio Zheng tenga problemas con los oficiales imperiales. Conozco muy bien al Director de Ceremonias del palacio, Wu Han; os lo presentaré. Es un viejo amigo de Zheng, y necesita eunucos en el Pabellón de Profundidad Literaria para los nuevos escritos. Pero un momento, tú no estás alfabetizado, ¿verdad? Aunque Wu también trata con los sacerdotes eunucos mantenidos para que se ocupen del bienestar espiritual de las concubinas.

—Mi amo es un lama —dijo Kyu, señalando a Bold—. Me ha enseñado todos los misterios del Bardo.

El eunuco observó a Bold con escepticismo.

—Está bien; de una manera u otra el memorial de Zheng os hará entrar. Os ha recomendado muy especialmente. Pero vosotros necesitaréis vuestro pao, por supuesto.

—¿Pao? —dijo Kyu—. ¿Mi preciado?

—Ya sabes. —El eunuco hizo un gesto señalando la ingle de Kyu—. Es necesario demostrar tu condición, incluso después de haberte inspeccionado y certificado personalmente. Otra cosa, y tal vez más importante aún, es que cuando mueras serás enterrado con ello sobre tu pecho, para engañar a los dioses. No querrás regresar como una mula hembra, después de todo. —Le echó una mirada curiosa a Kyu—. ¿Tú no tienes el tuyo?

Kyu negó con la cabeza.

—Bueno, aquí tenemos muchos de los que puedes elegir, dejados por pacientes que murieron. ¡Dudo que puedas diferenciar negro de chino después de la maceración! —Se rio y les hizo atravesar una sala.

Su nombre era Jiang, les dijo, era un ex marinero de Fujián; le desconcertaba que alguien joven y en forma dejara la costa para venir a un lugar como Pekín.

—Pero siendo negro como eres, serás como el quillin que trajo la flota la última vez para el emperador, el unicornio moteado con el cuello largo. Creo que también era de Zanj. ¿Lo conoces?

—Era una gran flota —dijo Kyu.

—Ya veo. Bueno, Wu y los otros eunucos del palacio adoran las cosas exóticas como tú y el quillin, y el emperador también, así que estarás bien. Manténte callado y no te mezcles en conspiraciones, y te irá bien.

En un frío almacén, entraron en una habitación llena de porcelanas cerradas y tarros de cristal; allí encontraron un pene negro para que Kyu se lo llevara. Luego el director eunuco lo inspeccionó personalmente, para asegurarse de que Kyu fuera lo que decía que era, luego puso su certificado con la presentación de Zheng y la marcó con tinta roja.

—Algunas personas intentan falsificarlo, por supuesto, pero si los descubren se lo entregan en mano, y entonces ya no están falsificando nada, verdad. Sabes, he notado que a ti no te pusieron una espita cuando te castraron. Deberías tener una espita para mantenerlo abierto; entonces, el tapón va en la espita. De esa manera es mucho más cómodo. Deberían haberte hecho eso cuando te cortaron.

—Me parece que estoy bien sin ella —dijo Kyu.

Sostuvo el tarro de cristal contra la luz, mirando bien de cerca su nuevo pao. Bold se estremeció y se apresuró a salir de aquella espeluznante habitación.

Mientras se hacían más preparativos en el palacio, le asignaron a Kyu una cama en el dormitorio, y a Bold le ofrecieron una habitación en el edificio de los hombres de la clínica.

—Es temporal, como comprenderéis. A menos que queráis acompañarnos en el edificio principal. Hay muchas oportunidades si os unís a nosotros…

—No gracias —dijo Bold cortésmente.

Pero vio que muchos hombres entraban para solicitar la operación, desesperados por encontrar trabajo. Cuando había hambruna en el campo no faltaban solicitantes, hasta tenían que rechazar a algunos. Como con todo en China, aquí había toda una burocracia en el trabajo, ya que el palacio necesitaba varios miles de eunucos para su funcionamiento. Esta clínica era apenas una pequeña parte del todo.

Así que se lanzaron a Pekín. Realmente las cosas habían salido tan bien que Bold se preguntaba si Kyu, ahora que ya no necesitaba de Bold como había sido durante el viaje hacia el norte, lo abandonaría; entraría en la Ciudad Prohibida y desaparecería de su vida. La idea lo entristecía, a pesar de todo.

Pero Kyu, después de ser asignado a las concubinas de Zhu Gaozhi, hijo legítimo mayor del emperador y Heredero Designado, le pidió a Bold que fuera con él y presentara una solicitud para trabajar en el establo del Heredero.

—Todavía necesito tu ayuda —dijo simplemente.

Entonces, Bold recordó al muchacho que había conocido en el barco tesoro hacía ya tanto tiempo.

—Lo intentaré —dijo Bold.

Kyu pudo pedir el favor de una entrevista a través del encargado del establo de Zhu Gaozhi, Bold fue y demostró sus aptitudes con algunos grandes y hermosos caballos y le dieron un trabajo. Los mongoles tenían las mismas ventajas en los establos que las que tenían los eunucos en el palacio.

Bold descubrió que se trataba de un trabajo fácil; el Heredero Designado era un hombre indolente, rara vez montaba sus caballos, de modo que los que trabajaban en el establo tenían que ejercitarlos en una pista y en los nuevos parques de las inmediaciones del palacio. Todos los caballos eran muy grandes y blancos, pero lentos y poco resistentes; ahora Bold entendía por qué los chinos no podían ir más allá de su Gran Muralla y atacar con buenos resultados a los mongoles que vivían en el norte, a pesar de que contaban con muchos hombres. Los mongoles vivían sobre sus caballos, y a costa de ellos también: aprovechaban la piel y el pelo de los caballos para vestirse y hacer sus tiendas, bebían la leche y la sangre de sus yeguas, incluso se los comían cuando tenían que hacerlo. Los caballos mongoles eran la vida de la gente; mientras que los enormes y torpes animales chinos sólo servían para arrastrar muelas en círculo con anteojeras, dada la fuerza y el espíritu que tenían.

Resultó ser que Zhu Gaozhi pasaba mucho tiempo en Nankín, donde había sido criado, visitando a su madre, la emperatriz Xu. Así que a lo largo de los meses, Bold y Kyu hicieron varias veces el viaje entre las dos capitales, utilizando las barcazas por el Gran Canal, o yendo a caballo junto a él. Zhu Gaozhi prefería Nankín a Pekín, por obvias razones de clima y cultura; tarde por la noche, después de beber grandes cantidades de vino de arroz, podía oírsele declarándoles a sus íntimos que mudaría la capital otra vez a Nankín el mismo día de la muerte de su padre. Esto hacía que la ingente labor de construcción en Pekín pareciera algo que no tenía sentido.

Sin embargo, Bold y Kyu pasaban cada vez más y más tiempo en Nankín. Kyu ayudaba a organizar el harén del Heredero y casi no salía de ese recinto. Nunca hablaba con Bold acerca de lo que hacía allí dentro, excepto una vez, cuando llegó a los establos tarde por la noche, un poco borracho. Ésta fue casi la única vez que Bold volvió a verlo; él esperaba aquellas visitas nocturnas, a pesar de que le ponían nervioso.

En esta ocasión, Kyu comentó que su tarea principal durante aquellos días era encontrar esposos para aquellas concubinas del emperador que habían alcanzado la edad de treinta años sin haber tenido nunca relaciones con el emperador. Zhu Di se las enviaba a su hijo, con instrucciones de que las casara.

—¿Quieres una esposa? —preguntó furtivamente Kyu a Bold—. ¿Una virgen de treinta años entrenada por mujeres expertas?

—No gracias —dijo Bold algo incómodo.

Él ya tenía un arreglo con una sirvienta del complejo de Nankín; aunque supuso que Kyu le estaba haciendo una broma, tuvo una extraña sensación.

Generalmente cuando Kyu hacía estas visitas nocturnas a los establos, traía algo que le rondaba la cabeza. No escuchaba las cosas que Bold le decía, o le contestaba extrañamente, como si respondiera a otra pregunta. Bold había oído decir que el joven eunuco era apreciado, que conocía a mucha gente en el palacio y que era uno de los favoritos de Wu, el director de ceremonias. Pero no tenía idea de qué hacían todos ellos en la residencia de las concubinas durante las largas noches de invierno en Pekín. Normalmente Kyu salía a los establos apestando a vino y perfume, a veces a orina, y una vez hasta a vómito. «Apestar como un eunuco»; Bold recordaba con desagrado aquella expresión tan común. Veía cómo la gente se burlaba de la manera de caminar de los eunucos, los pequeños pasos encorvados con las puntas de los pies hacia afuera, algo que era o bien una necesidad física o un estilo del grupo; Bold no lo sabía. Los llamaban cuervos por sus voces en falsete, entre otros nombres; pero siempre a sus espaldas; todos estaban de acuerdo en que a medida que engordaban y se marchitaban de aquella manera tan característica, llegaban a parecerse a una vieja encorvada.

Sin embargo, Kyu aún era joven y hermoso, y borracho y desaliñado como estaba en las visitas nocturnas que le hacía a Bold, parecía muy contento consigo mismo.

—Si alguna vez quieres una mujer, házmelo saber —decía—. Allí dentro hay más de las que necesitamos.

Durante una de las visitas del príncipe heredero a Pekín, Bold pudo observar un rato al emperador y a su hijo, mientras llevaba unos caballos perfectamente cepillados hasta la Puerta de la Pureza Celestial, para que los dos pudiesen cabalgar en el jardín imperial. Sin embargo, resultó aparente que el emperador quería abandonar el recinto y cabalgar hacia el norte de la ciudad, y dormir en tiendas. Este deseo no entusiasmaba al Heredero Designado, tampoco a los oficiales que acompañaban al emperador. Finalmente, aquél desistió y aceptó hacer una cabalgata de un solo día, pero fuera de la ciudad imperial, junto al río.

Mientras estaban montando los caballos, le dijo a su hijo:

—¡Tienes que aprender a encontrar el castigo adecuado para cada crimen! ¡La gente necesita sentir la justicia de tu decisión! Cuando la Junta de Castigos recomendó que Xu Pei-yi fuera sometido a una muerte lenta y que también se matara a todos sus familiares masculinos de más de dieciséis años y que se esclavizara a todas sus familiares mujeres y a los niños, ¡yo fui compasivo! Reduje la sentencia a la decapitación del reo y perdoné a todos los parientes. Por eso dicen: «El emperador tiene sentido de la medida, entiende las cosas».

—Por supuesto que sí —reconoció insulso el heredero.

El emperador le lanzó una mirada severa, y se marcharon.

Cuando regresaron, ya tarde aquel día, todavía estaba echando sermones a su hijo; su tono era aún más disgustado de lo que había sido por la mañana.

—¡Si todo lo que conoces se reduce a la corte, nunca serás capaz de gobernar! ¡La gente espera que el emperador los entienda, que sea tanto un hombre que cabalga y dispara como también el Enviado Celestial! ¿Por qué crees que tus gobernadores harán lo que tú digas si piensan que eres afeminado? Sólo obedecerán cuando estén delante de ti; a tus espaldas se burlarán y harán lo que quieran.

—Por supuesto que sí —dijo el heredero, mirando para otro lado.

—Baja del caballo —dijo el emperador mirándolo con furia.

El heredero suspiró y desmontó. Bold cogió las riendas y calmó al caballo con una mano rápida mientras lo conducía hacia el del emperador.

—¡Obedece! —rugió éste a su hijo.

El heredero se puso de rodillas y bajó la cabeza.

—Crees que les importas a los burócratas —gritó el emperador—. ¡Pues no es así! ¡Tu madre se equivoca con respecto a eso, como con todo lo demás! Tienen sus propias ideas; ellos no te apoyarán cuando haya el menor problema. Necesitas tener tus propios hombres.

—O eunucos —dijo el heredero con el rostro en la gravilla.

El emperador Yongle lo miró fijamente.

—Sí. Mis eunucos saben que sobre todo dependen de mi buena voluntad. Nadie más los protegerá. Sabes que ésa es la única gente en el mundo que te respaldará.

No hubo respuesta alguna de parte del hijo mayor postrado. Bold, agudizó el oído todo lo que pudo y se arriesgó a mirar hacia atrás. El emperador, meneando pesadamente la cabeza, se alejaba de allí, mientras su hijo seguía arrodillado en el suelo.

—Quizás estés apostando al caballo equivocado —le dijo Bold a Kyu cuando volvieron a verse, en una de las cada vez más raras visitas nocturnas de Kyu a los establos—. Ahora el emperador sale con su segundo hijo. Cabalgan, cazan, ríen. Un día mataron a trescientos ciervos que habíamos encerrado. Mientras que con el Heredero Designado, el emperador tiene que arrastrarlo para que salga, no puede sacarlo de los jardines del palacio, y se pasa todo el tiempo gritándole. Y el heredero se burla de él en su propia cara. Se acerca tanto como se atreve. Y el emperador también lo sabe. No me sorprendería que cambiase al Heredero Designado.

—No puede —dijo Kyu—. Querría hacerlo, pero no puede.

—¿Por qué no?

—Al hijo mayor lo tuvo con la emperatriz. El segundo es hijo de una cortesana. Una cortesana de baja alcurnia.

—Pero el emperador puede hacer lo que le plazca, ¿verdad?

—No. Sólo es así cuando todos siguen las leyes. Si alguien viola las leyes, puede haber una guerra civil y acabar la dinastía.

Bold había visto aquello en las guerras de sucesión de Ching-gurid, que habían durado generaciones y generaciones. De hecho ahora se decía que los hijos de Temur habían estado luchando desde que éste muriera, con el imperio del kan dividido en cuatro territorios y sin indicio alguno de que volvieran a unirse alguna vez.

Pero Bold también sabía que un soberano poderoso podía salirse con la suya.

—Estás repitiendo como un loro lo que has oído decir a la emperatriz, al heredero y a sus oficiales. Pero no es tan sencillo. La gente crea las leyes, y a veces las cambia. O las ignora. Y si tiene las espadas, puede hacer lo que quiera.

Kyu meditó aquello en silencio. Luego dijo:

—Se comenta que el campo está sufriendo. Hay hambre en Hunán, piratería en la costa, enfermedades en el sur. A los oficiales no les gusta nada. Piensan que la gran flota tesoro trajo consigo enfermedades en vez de tesoros, y que además gastó enormes cantidades de dinero. No entienden los beneficios del comercio, no creen en él. No creen en la nueva capital. Les dicen a la emperatriz y al heredero que deberían ayudar a la gente, que China debería regresar a la agricultura y dejar de gastar tanto dinero en proyectos extravagantes.

Bold asintió con la cabeza.

—Estoy seguro de que eso es lo que dicen.

—Pero el emperador insiste en lo suyo. Hace lo que quiere, y tiene al ejército detrás de él y también a sus eunucos. A los eunucos les gusta el comercio con el extranjero; según ellos lo ven, los enriquece. Y les gusta la nueva capital, y todo el resto. ¿Verdad?

Bold asintió otra vez con la cabeza.

—Eso parece.

—Los oficiales regulares odian a los eunucos.

Bold le lanzó una mirada.

—¿Tú también ves eso?

—Sí. Aunque a los que realmente odian es a los eunucos del emperador.

—No me cabe duda. Quienquiera que esté cerca del poder, es temido por el resto de la gente.

Una vez más, Kyu meditó estas cosas. A Bold le parecia que su amigo estaba contento aquellos días; pero lo mismo había pensado Bold en Hangzhou. Así que Bold siempre se ponía nervioso al ver aquella pequeña sonrisa de Kyu.

Poco después de aquella conversación, cuando estaban todos en Pekín, vino una gran tormenta.

El polvo amarillo embarra las primeras gotas de lluvia;

los relámpagos atraviesan el bronce,

uniendo así la tierra y el cielo,

que pueden verse con los ojos cerrados.

Una hora después llegan los rumores:

los nuevos palacios están en llamas.

Todo el centro de la Ciudad Prohibida

arde como si estuviera empapado en alquitrán.

Las llamas lamen las húmedas nubes,

un pilar de humo se funde con la tormenta,

la lluvia vuela con el viento y es reemplazada por cenizas.

Corriendo de un lado a otro con los aterrorizados caballos, luego con los cubos de agua, Bold estuvo atento; finalmente, al amanecer, cuando ya habían dejado de luchar inútilmente contra el incendio, vio a Kyu entre las concubinas imperiales evacuadas. Toda la gente del Heredero Designado tenía un aspecto muy agitado, pero a Bold le parecía que Kyu en particular estaba eufórico, podía vérsele todo el blanco de los ojos. Parecía un chamán después de un viaje exitoso por el mundo de los espíritus. Bold pensó que había sido él quien había comenzado el incendio, al igual que en Hangzhou, esta vez utilizando los relámpagos como tapadera.

Cuando Kyu realizó otra de sus visitas nocturnas a los establos, Bold casi tenía miedo de hablar con él.

—¿Fuiste tú quien provocó el incendio? —le preguntó sin embargo, susurrando en árabe, a pesar de que estaban solos, afuera de los establos, sin posibilidad alguna de ser escuchados.

Kyu sólo lo miró en silencio. La mirada decía que sí, pero no explicó nada más.

Finalmente dijo con calma:

—Una noche excitante, ¿no es cierto? Salvé uno de los armarios del Pabellón de las Escrituras, y también a algunas de las concubinas. Los chaquetas rojas estaban muy agradecidos por sus documentos.

Después siguió hablando de la belleza del fuego, y del pánico de las concubinas, y de la rabia, y después del miedo, del emperador, quien tomó al fuego como una señal de desaprobación celestial, el peor de los presagios con el que jamás había sido castigado. Pero Bold no podía seguir lo que decía el muchacho, tenía la mente llena de imágenes de las varias formas de muerte lenta. Incendiar a un comerciante en Hangzhou era una cosa, ¡pero al emperador de China! ¡El Trono del Dragón! Vislumbró una vez más aquella cosa que vivía dentro del muchacho, el nafs negro que agitaba sus alas ahí dentro, y sintió crecer la distancia entre ellos, enorme e infranqueable.

—¡Cállate! —dijo repentinamente en árabe—. Eres un tonto. Conseguirás que te maten, y a mí también.

Kyu sonrió lúgubremente.

—Hacia una vida mejor, ¿no es cierto? ¿No es eso lo que me dijiste? ¿Por qué debo tener miedo a la muerte?

Bold no tenía una respuesta.

Después de aquello, se vieron menos que nunca. Pasaron los días, las fiestas, las estaciones. Kyu creció. Cuando Bold volvió a verlo, era un eunuco negro, alto, hermoso y perfumado, que daba pasitos cortos de aquí para allá con un brillo en los ojos. También vio en él, una vez, aquella mirada de predador que tenía a veces cuando miraba a la gente que lo rodeaba. Adornado con joyas, regordete, perfumado, vistiendo trabajadas sedas: un favorito de la emperatriz y del heredero, a pesar de que ambos odiaban a los eunucos del emperador. Kyu era su mascota; tal vez incluso un espía en el harén del emperador. Bold temía por él al mismo tiempo que le temía. El muchacho hacía estragos entre las concubinas tanto del emperador como del heredero, decían muchos, incluso gente que trabajaba en los establos que no tenía manera de saberlo directamente. La forma en que se movía entre ellos era demasiado atrevida; seguramente estaba creándose enemigos. Las camarillas debían estar conspirando para derribarlo. Él lo sabría, incluso estaría exponiéndose a eso; él se reía en la cara, de manera que llegaran a odiarlo aún más. Parecía disfrutar con todo aquello. Pero la venganza imperial era de largo alcance. Si alguien caía, todos sus conocidos caían con él.

Así que cuando corrió la noticia de que dos de las concubinas del emperador se habían ahorcado, el emperador furioso exigió una explicación, y el nido de corrupción comenzó a desenmarañarse ante todos, y el miedo se expandió por la corte como la peste, las mentiras propagaron cada vez más y más la culpa, hasta que unos tres mil eunucos y concubinas resultaron implicados en el escándalo. Bold esperaba saber en cualquier momento algo sobre la tortura y la muerte lenta de su joven amigo, tal vez de boca de los guardias que vinieran a ejecutarlo a él también.

Pero eso no sucedió. La vida de Kyu parecía estar protegida por una especie de mágico hechizo, aquello era tan obvio que todos podían verlo. El emperador ejecutó a cuarenta de sus concubinas con sus propias manos, manejando la espada frenéticamente, abriéndolas en canal, o decapitándolas de un solo golpe, o atravesándolas una y otra vez, hasta que los escalones de la reconstruida Sala de la Gran Armonía se llenaron de sangre; pero Kyu no fue tocado. Una de las concubinas hasta gritó hacia donde estaba Kyu mientras estaba allí de pie, desnuda frente a todos, un chillido sin palabras; luego maldijo al emperador en su cara:

—¡Tuya es la culpa, eres demasiado viejo, tu yang se ha ido, los eunucos lo hacen mejor que tú!

Después un corte, su cabeza cayó en el charco de sangre como la de un cordero sacrificado. Tanta belleza desperdiciada. Sin embargo nadie tocó a Kyu; el emperador no se atrevía a mirarlo, y el joven negro lo observaba todo con un destello en los ojos, disfrutando con la matanza y con el odio de los burócratas. La corte estaba literalmente patas arriba, ahora se alimentaban unos de otros; aun así ninguno de ellos tenía el coraje de desafiar al extraño eunuco negro.

El último encuentro que Bold tuvo con él sucedió justo antes de que aquél tuviera que acompañar al emperador en una expedición a tierras del oeste que había sido organizada para destruir a los tártaros dirigidos por Arughtai. Era una causa imposible; los tártaros eran demasiado rápidos, el emperador no estaba bien. No lograrían nada. Estarían de regreso cuando llegara el invierno, en unos pocos meses. Así que Bold se sorprendió cuando Kyu se acercó a los establos para despedirse.

Ahora era como hablar con un extraño. Pero de repente el joven cogió el brazo de Bold, con afecto y seriedad, como un príncipe que le habla a un viejo criado de confianza.

—¿Nunca tienes deseos de ir a casa? —preguntó.

—A casa —dijo Bold.

—¿No está allí tu familia?

—No lo sé. Han pasado muchos años. Estoy seguro de que ellos piensan que yo he muerto. Podrían estar en cualquier parte.

—Tampoco en cualquier parte. Podrías encontrarlos.

—Tal vez. —Miró a Kyu con curiosidad—. ¿Por qué me lo preguntas?

Al principio Kyu no respondió. Aún tenía cogido el brazo de Bold. Finalmente dijo:

—¿Conoces la historia del eunuco Chao Kao, el que provocó la caída de la dinastía Chin?

—No. Me imagino que ya no estás hablando de eso.

Kyu sonrió.

—No. —Sacó una pequeña talla de la manga; la mitad de un tigre, tallada en tamarindo negro, las rayas marcadas en la lisa superficie. El corte que atravesaba la talla tenía una marca hecha con un escoplo; era una contraseña, como las que utilizaban los oficiales para autentificar sus comunicados con la capital cuando estaban en provincias—. Lleva esto contigo cuando te marches. Yo tendré la otra mitad. Te ayudará. Volveremos a encontrarnos.

Bold la cogió asustado. Le parecía como el nafs de Kyu, pero por supuesto eso era algo que no podía regalarse.

—Volveremos a encontrarnos. Al menos en nuestras vidas venideras, como siempre solías decirme. Tus oraciones a los muertos les dan instrucciones sobre cómo proceder en el Bardo, ¿verdad?

—Así es.

—Debo irme.

Y con un beso en la mejilla, Kyu se alejó en medio de la noche.

Como era de esperar, la expedición para conquistar a los tártaros fue un miserable fracaso; una noche lluviosa, el emperador Yongle murió. Bold pasó toda aquella noche en vela, dándole al fuelle para mantener el fuego en el que los oficiales fundirían todos los jarros de estaño que tenían para hacer un ataúd en el que llevarían el cuerpo imperial de regreso a Pekín. Llovió durante todo el viaje, los cielos lloraban. Sólo cuando llegaron a la capital, los oficiales difundieron la noticia.

El cuerpo del emperador fue objeto de gran ceremonia, en un ataúd de verdad, durante cien días. La música, las bodas y todas las ceremonias religiosas estuvieron prohibidas durante este intervalo, y se pidió a todos los templos del lugar que hicieran sonar treinta mil veces sus campanas.

Cuando llegó el funeral, Bold se unió a los diez mil miembros de la escolta.

Una marcha de sesenta lis hasta la tumba imperial,

al noroeste de Pekín. Tres días zigzagueando

para fastidiar a los malos espíritus, que sólo viajan en línea recta.

El complejo funerario en lo profundo de la tierra,

lleno con las mejores ropas y pertenencias del emperador muerto,

al final de un túnel de tres lis de longitud,

alineado con sirvientes de piedra esperando su próxima orden.

¿Cuántas vidas esperarán allí?

Dieciséis de sus concubinas están colgadas,

sus cuerpos enterrados alrededor del ataúd.

El día en que el sucesor ascendió al Trono del Dragón, su primer edicto fue leído en voz alta para todos los que estaban en el Gran Adentro y el Gran Afuera. Casi al final del edicto, el lector del palacio proclamó a todos los allí reunidos ante la Sala de la Gran Armonía:

«Deben detenerse todos los viajes de la flota tesoro. Todos los barcos amarrados en Hangzhou tienen la orden de regresar a Nankín, y todos los bienes que se encuentran en los barcos deben ser entregados y guardados en el Ministerio de Asuntos Internos. Los oficiales que se encuentren en el exterior por cuestiones de negocios deben regresar inmediatamente a la capital y a todos los que han sido llamados para realizar futuros viajes, se les ordena que regresen a su casa. La construcción y reparación de todos los barcos tesoro debe cesar ahora mismo. Toda solicitud oficial para viajar al exterior también debe ser detenida, y todos aquellos que se dedican a comprar deben regresar a la capital».

Cuando el lector terminó, el nuevo emperador, que acababa de autoproclamarse emperador Hongxi, habló en persona:

—Hemos gastado demasiado en extravagancias. La capital regresará a Nankín, y Pekín será nombrada capital auxiliar. Ya no se derrocharán los recursos imperiales. La gente está sufriendo. Hay que aliviar la pobreza de la gente como si estuviéramos rescatándola del fuego o salvándola para que no se ahoguen. No podemos dudar.

Bold vio el rostro de Kyu en el otro extremo del gran patio, un pequeño figurín negro con los ojos encendidos. El nuevo emperador giró para mirar al séquito de su padre muerto, muchos de ellos eunucos.

—Durante años, vosotros los eunucos habéis estado pensando solamente en vosotros mismos y a expensas de China. El emperador Yongle pensaba que estabais de su lado. Pero no era así. Habéis traicionado a toda China.

Kyu habló antes de que sus compañeros pudieran detenerlo:

—¡Su Alteza, son los oficiales los que están traicionando a China! ¡Están intentando ser tan regente como vos y haceros un emperador niño para siempre!

Con un rugido, un grupo de oficiales atacó repentinamente a Kyu y a algunos de los otros eunucos, sacando cuchillos de la manga mientras se abalanzaban sobre ellos. Los eunucos lucharon o escaparon, pero muchos fueron asesinados en el acto. Kyu fue apuñalado mil veces.

El emperador Hongxi se quedó inmóvil observando. Cuando todo acabó dijo:

—Llevaos los cuerpos y colgadlos fuera de la Puerta Meridiana. Que se cuiden todos los eunucos.

Más tarde, en los establos, Bold estaba sentado con la mitad del tigre entre sus manos. Había pensado que también lo matarían a él, y se avergonzó al pensar hasta qué punto aquel pensamiento lo había dominado durante la matanza de los eunucos; pero a él nadie le había prestado la menor atención. Lo más probable era que nadie se acordara de su relación con Kyu.

Sabía que debía marcharse, pero no sabía adónde ir. Si iba a Nankín y ayudaba a quemar la flota tesoro y todos los muelles y almacenes, estaría desde luego continuando el proyecto de su joven amigo. Pero todo aquello sería hecho de todos modos.

Bold recordó la última conversación que habían tenido. Tal vez era hora de ir a casa, de empezar una nueva vida.

Pero unos guardias aparecieron en la puerta. Nosotros sabemos lo que sucedió después; y vosotros también; así que pasemos al próximo capítulo.