Vigésima regla del fútbol americano:
Touchdown: es la forma básica de anotación en el fútbol americano y se produce cuando el jugador que lleva el balón cruza la línea de la zona de anotación.
Mac abrió los ojos muy despacio y notó dos cosas: la primera, tenía un impresionante dolor de cabeza; y la segunda, Susan estaba dormida a su lado hecha un ovillo.
Parpadeó dos veces e intentó moverse, y un horrible dolor le cruzó la parte posterior del cráneo y le llegó hasta el brazo derecho, que tenía inmovilizado.
Intentó contener la reacción de su cuerpo, pero no lo consiguió y Susan se despertó y se apartó de su lado como se si estuviese quemando.
Mac entrecerró los ojos y apretó los dientes para ver si así aminoraba el dolor y cuando volvió a abrirlos vio que Susan estaba sentada en una silla que había al lado de la cama completamente sonrojada.
—¿Dónde estoy? —farfulló.
—En el hospital —contestó ella mirándolo preocupada y mordiéndose el labio inferior como hacía siempre que estaba nerviosa—. ¿Quieres que llame a un médico?
—No, de momento no —dijo él apoyando la cabeza en la almohada y cerrando los ojos de nuevo.
Mac tomó aire y notó que ella le acariciaba el pelo. El gesto tan cariñoso lo llevó a mirarla y la emoción que vio reflejada en el rostro de Susan le cerró la garganta. Ella lo vio tragar y le ofreció agua.
—Sí, gracias —aceptó Mac, y lo lamentó al instante porque Susan se apartó para ir a buscarle un vaso.
Por suerte cuando volvió lo ayudó a incorporarse y volvió a tocarlo.
Mac suspiró.
Sólo sentía cuando ella lo tocaba.
—Ahora lo entiendo —le dijo Susana adivinando milagrosamente lo que significaba el suspiro de Mac—. Tú también eres el único que me hace sentir. —Le resbaló una lágrima por la mejilla y se la secó sin hacerle caso—. Incluso antes de… cuando estaba con Tim, siempre que me tocabas se me quedaba grabado en la memoria, en la piel; me rozaste la mano al pasar por mi lado en la boda de Quin, me tocaste la espalda para apartarme en uno de los pasillos del estadio en el quinto partido de la temporada pasada, tu pierna izquierda estuvo al lado de mi muslo derecho cuando le entregaron a Tim el premio al mejor jugador de la liga.
Mac carraspeó. El dolor de cabeza había ido cediendo espacio a los recuerdos de lo que había sucedido la última vez que Susan y él se vieron. Ella estaba allí ahora, y era más que evidente que estaba preocupada por él, pero Mac no se veía con fuerzas para volver a oír como ella le decía que él acabaría dejándola.
—¿Cómo acabó el partido?
—Lo anularon. Hace dos días.
—¿Dos días?
Susana se sentó en la cama y le cogió la mano para entrelazar los dedos con los suyos. Parecía fascinarle ver sus manos entrelazadas. Tenía la mirada fija en sus dedos, en como encajaban los unos con los otros, los de él fuertes y magullados, los de ella delicados y menudos.
Y entonces Mac se dio cuenta.
Ella nunca le había cogido la mano antes.
Dios mío. Había besado a esa mujer hasta quedarse sin aliento. Le había hecho el amor como un poseso de pie contra la puerta de su casa. La había desnudado en la cocina y la había poseído durante horas. Y ella había hecho exactamente lo mismo con él… Y aunque jamás olvidaría ninguno de esos momentos, de esas caricias, o de esos besos, ninguno había significado tanto ni le había hecho tanto daño como que ahora le diese la mano.
—No deberías hacer esto —dijo Mac rompiéndose el corazón—, puede entrar una enfermera en cualquier momento y seguro que se lo contará a alguien. Por no hablar de los periodistas que…
Susana levantó las manos entrelazadas y Mac se quedó en silencio al ver que ella le besaba los nudillos y después apoyaba la mejilla en el dorso de la mano.
Dios, no podía respirar. Menos mal que ya estaba en un hospital.
Susana lo miró y sin decirle nada inclinó la cabeza hacia él y lo besó suavemente en los labios. Después, se puso en pie y le soltó la mano. Mac se dijo que no importaba, que ya sabía que lo suyo iba a terminar así. Él mismo le había dicho en ese ascensor que tenían que seguir cada uno su camino, y si ella se iba ahora al menos tendría para siempre aquel recuerdo. Cogió aire y se obligó a ser fuerte y no decir nada más.
Susan no se fue. Se acercó una mesa que había en una esquina, y que Mac veía por primera vez, y cogió el montón de periódicos y revistas que había encima. Se los llevó a la cama y los dejó con cuidado encima del regazo de Mac.
Él tardó unos segundos en reaccionar, en comprender qué era lo que se suponía que tenía que hacer, hasta que cogió el primero y se lo acercó a los ojos para leerlo. Echó de menos sus gafas, pero consiguió descifrar el titular.
¡¡Huracán Mac y la comentarista económica Susan Lobato juntos!! Bajo el titular había una foto de Susana entrando consternada en el hospital detrás de Tim.
Mac tragó saliva y dejó el periódico para coger otro.
MacMurray y Lobato llevaban meses viéndose en secreto. ¿Es un amor de temporada? ¿Acaso la presentadora pretende olvidar a su ex prometido con el capitán de los Patriots?
La foto que acompañaba ese artículo era de la cena en L’Escalier cuando perdieron la Super Bowl. No se había dado cuenta de que los habían fotografiado juntos en el pasillo del restaurante. Malditos móviles. La foto era justo del momento en que Susana le tocó la frente cuando Mac salió alterado del baño.
Mac lo soltó ofendido y cogió otro. Le molestaba horriblemente que le hubiesen arrebatado la intimidad de esa caricia.
Susan Lobato no ha abandonado el hospital desde que MacMurray fue ingresado inconsciente. ¿Qué sucederá cuando se despierte el capitán de los Patriots?
En este caso la fotografía estaba muy pixelada porque era del interior de la habitación del hospital y podía adivinarse a Susana sentada en la misma silla en la que se encontraba en ese momento. Mac desvió furioso la mirada hacia la ventana y adivinó que la habían obtenido con un superobjetivo a distancia.
Dejó ese periódico y cogió otro.
—Ése es mi preferido —susurró Susana que hasta entonces había estado en silencio.
Mac lo leyó:
—«Susan Lobato siempre estuvo enamorada de MacMurray: las fotos que lo demuestran».
Bajo el titular (que pertenecía a una revista sensacionalista) había varias fotos de Susana tomadas a lo largo de su noviazgo con Tim en la que se la veía mirando a Mac. Y, aunque la edición era de lo más hortera, las fotografías en cuestión no estaban trucadas y bastaba con mirarlas para ver que la mujer que aparecía en ellas estaba enamorada del hombre que estaba observando.
Mac dejó la revista sobre su regazo.
Susan tomó aire y devolvió las revistas y los periódicos a la mesa. Se detuvo un segundo, Mac la observó y vio que temblaba. Él no quería hacerse ilusiones, tal vez Susana estaba furiosa por lo de esas revistas e iba a echarle la culpa, así que no dijo nada y esperó.
E intentó contener el amor que sentía.
Susana se dio media vuelta y se acercó a la cama. No volvió a sentarse, sino que se detuvo al lado de él.
Tomó aire y clavó los ojos que le brillaban por las lágrimas en los de él.
—Te amo, Kev. Esa noche, cuando volví a mi casa después de cenar con Quin y Patricia, supe que jamás conseguiría llenar el vacío que habías dejado. Llevo más de un año enamorada de ti —se secó una lágrima—, y me siento como una estúpida por no haberme dado cuenta. Y… y lamento mucho haberte dicho todas esas estupideces sobre mi carrera profesional… —otra lágrima—. Lo siento. No sé por qué me ha costado tanto ver que tú no eres capaz de hacerme daño, que eres el único que encaja en mi alma y en mi cuerpo, y que sin ti, sin ti nunca más volveré a sentir. —Lo miró y él siguió en silencio y Susana sintió un opresión en el pecho pero se obligó a seguir—. Cuando llegué a los Estados Unidos con mi padre tuve la horrible sensación de que jamás encontraría mi lugar, de que nunca, por mucho que lo intentase, me sentiría como en casa. Llamarme Susan en vez de Susana, comprometerme con Tim, intentar controlar hasta el más pequeño detalle de mi vida, no me ha servido de nada. —Lo miró a los ojos—. Te parecerá estúpido y supongo que tienes derecho a reírte de mí y a pedirme que me vaya, pero cuando me besaste esa madrugada en tu casa sentí que todo encajaba de repente. Y me asusté. Por fin había encontrado mi hogar, y ese hogar eres tú, Kev. —Las lágrimas le resbalaron libremente por las mejillas—. Me asusté y lo siento. Dios, cómo lo siento. Tú eres el hogar que siempre he estado buscando, la parte que falta dentro de mí. Cuando estoy contigo puedo respirar y al mismo tiempo siento que el corazón no me cabe en el pecho. Tengo ganas de besarte y de suplicarte que entres dentro de mí, quiero que me abraces, quiero abrazarte y saber que yo también soy tu hogar, que sin mí no podrás ser feliz. Porque yo sé que sin ti nunca más volveré a serlo. Te amo, Kev.
Mac no podía hablar, el corazón le latía tan rápido que no conseguía calmarse lo suficiente como para formular una frase, así que levantó la mano, cogió la de Susan que tenía más cerca y tiró de ella con todas sus fuerzas.
Susan aterrizó sorprendida a su lado en la cama y antes de que pudiera decir ni una sola palabra más y terminase por quedarse con la poca cordura que le quedaba, Mac la besó.
La besó, la besó y la besó.
Deslizó la lengua por el interior de su boca y no dejó que se le escapara ni un suspiro. Le besó el labio inferior porque necesitaba recordarle que entre ellos dos, además de amor, había pasión y dejó que ella lo sintiese temblar para que supiese que él también estaba muy asustado.
Mac habría podido seguir besándola horas, días, pero alguien carraspeó y los interrumpió.
—Buenos días, señor MacMurray, me alegro de verlo despierto —lo saludó el doctor Denton.
Mac no apartó la mirada de la de Susan, y cuando ésta se sonrojó e intentó salir de la cama, él la retuvo con una sonrisa y la sujetó por la cintura.
—Buenos días, doctor —lo saludó Mac girando despacio la cabeza.
—Me temo que va a tener que dejar que la señorita Lobato salga de la cama, señor MacMurray. Todo parece indicar que se ha recuperado, pero me gustaría hacerle unas pruebas antes de darle el alta.
—De acuerdo doctor, sólo un segundo. Antes tengo que hacer algo muy importante —le contestó Mac.
Entonces, volvió a girarse despacio hacia Susan y le dio un beso, delante del doctor y de cualquiera que quisiera entrar en esa habitación. Y cuando se apartó le susurró:
—Te amo.
Le dieron el alta dos días más tarde, y Susan y él abandonaron el hospital cogidos de la mano. Gracias a un escándalo relacionado con un famoso cantante no tuvieron que vérselas con ningún periodista y pudieron llegar a casa de Mac sin ninguna dificultad. Tim y Amanda habían ido a visitar a su amigo el día anterior, y aunque los primeros minutos fueron algo incómodos con los cuatro metidos en esa habitación tan pequeña, enseguida se rieron.
En realidad, fue Amanda la que se encargó de aflojar la tensión y establecer las bases de su futura amistad.
—Bueno, Susan, es un placer conocerte —le dijo acercándose a la otra mujer para darle un abrazo.
—Lo mismo digo —contestó esta sincera y confusa.
—No te preocupes, sé que no somos competencia, basta con mirarte un segundo para saber que estás loca por Mac. Y basta con mirarlo a él para saber que arrancará la cabeza a cualquiera que intente apartarte de su lado.
—Gracias —farfulló Susana.
—Lo que no comprendo —dijo Amanda mirando a Tim primero y después a Mac en la cama— es como estos dos idiotas no se dieron cuenta antes.
Mac no lo dijo entonces, pero estaba convencido de que si Tim no hubiese dejado a Susan para irse a París a recuperar a Amanda, él habría impedido la boda. En sus entrañas sabía que jamás habría permitido que Susan se casase con Tim. Jamás.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Susan ahora de camino a su casa. Conducía ella y estaban saliendo de la ciudad rumbo a la casa de Mac.
—En que si Tim no te hubiese dejado habría impedido que te casaras con él.
Susan apartó una mano del volante y buscó la de Mac para tocarlo. No podía decir una frase así sin tocarla.
—Gracias —susurró emocionada.
—¿Por?
—Por decir eso.
—Es la verdad. Esa noche en L’Escalier quería besarte, cuando me tocaste en ese pasillo tuve que contenerme para no arrancarte la ropa y poseerte allí mismo. Habría perdido el control, tarde o temprano. No sé cuándo ni cómo, pero te aseguro que habría impedido que te casaras con él.
—Yo… —se humedeció el labio—, cuando viniste a la emisora y me trajiste la caja de bombones, pensé que me moriría si no me besabas. Te eché porque me dolían las manos de lo fuerte que tuve que apretarlas para no tocarte.
Mac se limitó a asentir y a estrecharle los dedos. No podía hablar, no podía respirar, necesitaba concentrarse en mantener la calma y no besarla allí mismo mientras conducía.
Por suerte llegaron a casa en menos de cinco minutos y Susan detuvo el todoterreno en la entrada con movimientos algo bruscos, pero eficaces. Mac se giró y cuando vio como ella lo estaba mirando se le detuvo de nuevo el corazón.
¿Cómo diablos había podido estar más de un año tan cerca de ella sin saber quién era, lo que significaba para él?
«Lo sabías».
Salió del vehículo sin decir nada y fue a buscarla. Abrió la puerta del conductor y la tomó en sus brazos para besarla. Caminó hasta la casa sin separar los labios de los ella y sin dejarla en el suelo. Al llegar, apoyó a Susana levemente en la entrada para buscar las llaves con la mano derecha y cuando las encontró, abrió y volvió a besarla con todas sus fuerzas.
Cerró la puerta de una patada y durante un segundo pensó en llevar a Susan al dormitorio y hacerle el amor con la desesperación que le ardía en las venas. Pero cambió de opinión.
La depositó un segundo en el suelo y la miró a los ojos.
—Te amo, Susana. Eres mi vida, ahora y siempre. Empecé a sentir el día que me tocaste por primera vez y moriré el día que dejes de hacerlo. Jamás habría dejado que le pertenecieses a otro.
—Kev…
Ella se puso de puntillas y lo besó. Los labios de él se rindieron a su paso y Susan volvió a sentir, igual que siempre que lo besaba, que había encontrado su hogar. Recorrió el interior de la boca de él con la lengua y le acarició la nuca y el pelo. Mac se estremeció y la sujetó por la cintura para pegarla a él. Susan entonces aflojó los dedos y los deslizó por la musculosa espalda de él con intención de quitarle el jersey.
Mac la sorprendió dando un paso hacia delante y luego otro y otro, hasta que la espalda de Susan chocó con la puerta de madera. Entonces ella abrió los ojos y vio que él le sonreía.
—De todas las cosas que han sucedido entre los dos…
—¿Sí? —lo animó a seguir ella cuando él se quedó en silencio y empezó a desabrocharle la cremallera lateral del vestido.
—Hay dos de las que me he arrepentido siempre.
—¿Cuáles? —Se quedó sin aliento al notar que él deslizaba la mano dentro del vestido y la colocaba encima de su piel.
—De no haberte desnudado el primer día que hicimos el amor.
Susana volvió a respirar.
—¿Ah, sí?
—Sí —contestó Kev antes de besarla.
—¿Y la segunda? —preguntó ella casi sin aliento.
—Hacerte el amor con ese collar de perlas que te caía por la espalda la noche de L’Escalier —confesó él recorriéndole precisamente esa parte del cuerpo con los dedos.
—El collar lo tengo en mi apartamento —suspiró Susana—, podemos ir a buscarlo.
Kev le besó el cuello muy despacio.
—No, no creo que pueda esperar tanto —susurró.
Susana le pasó los dedos por el pelo y lo notó temblar.
—Creo que voy a desnudarte y a hacer realidad todo lo que soñé aquella madrugada —le dijo pegado a los labios
—¿Qué soñaste con hacerme?
Kev se apartó y la miró a los ojos. Con la mano que tenía ilesa le acarició el rostro y susurró:
—Esto.
Y declaró su amor con un beso.
Tras aquel beso, sincero, desnudo, de entrega absoluta, Mac se apartó sólo para desnudarlos a ambos. Y cuando estuvieron piel con piel le hizo el amor del mismo modo que se lo había hecho aquel primer día, contra la puerta de su casa, como si su vida dependiera de ello… porque así era. Pero al terminar ella no cogió la ropa y se fue asustada, sino que lo abrazó, lo besó, entrelazó los dedos con los de él y le dijo que lo amaba. Y se acostaron juntos con las manos entrelazadas.
Restaurante L’Escalier, unos meses más tarde.
La cena de celebración iba a tener lugar en el restaurante más exclusivo de Boston. La directiva del club había reservado todo el local para agasajar a sus jugadores, a sus familias y a todo el equipo técnico de los Patriots tras una de las mejores temporadas de la historia. Sin embargo, el personal de L’Escalier había tenido el acierto de no decorar el establecimiento hasta conocer el resultado del partido. La cena se llevaría a cabo tanto si el equipo ganaba o no la codiciada Super Bowl, pero el ambiente sería distinto, así como las pancartas y el resto de sorpresas previstas para esa noche. El menú sería el mismo.
Ganaron.
Fue un gran partido. Lucharon por la victoria hasta el final y lo consiguieron.
Los New England Patriots habían ganado la Super Bowl.
Pero la cena de esa noche iba a contar con una gran ausencia, bueno, dos en realidad: el capitán de los Patriots, Kev MacMurray, no iba a asistir porque su esposa decidió dar a luz esa misma noche.