Capítulo 19

Decimonovena regla del fútbol americano:

El fin de una jugada está condicionada a diferentes circunstancias, siendo una de las más comunes cuando el jugador que lleva el balón es derribado por un contrario dentro del terreno de juego.

El médico de urgencia que estaba siempre en el banquillo saltó a la zona de juego y corrió hacia el capitán de los Patriots que seguía sin moverse. Los jugadores de su equipo estaban a su alrededor, excepto Tim que estaba arrodillado a su lado. Los jugadores de los Cowboys estaban consternados y los dos que habían bloqueado a Mac no podían apartar la mirada del casco que había en medio de la hierba.

—Dejadme espacio, chicos —les ordenó el médico con voz firme.

Los Patriots se apartaron, pero no demasiado. Ninguno quería estar lejos de Mac.

El estadio entero estaba en silencio y pendiente de los movimientos del hombre de pelo blanco que auscultaba a Huracán Mac. Sus movimientos lentos desprendían cierta calma, hasta que sacó un móvil y en cuestión de segundos apareció una camilla en el campo. Unos minutos más tarde se abría también una de las puertas de acceso al campo para dejar paso a una ambulancia.

Dos fornidos camilleros subieron a Mac al vehículo después de inmovilizarle el cuello y el médico volvió a sacar el móvil para dar instrucciones al hospital al que iban a dirigirse.

El servicio de megafonía del estadio anunció una pausa de media hora y a la grada entera se le encogió el corazón.

Tim se levantó de la hierba y corrió hacia donde se encontraban los cámaras televisivos.

—¡Pam! ¡Pam! —gritó a pleno pulmón abriéndose paso.

La joven salió de detrás de una cámara y lo miró atónita.

—¿Dónde está Susan?

Pam tardó medio segundo en comprender a qué se debía la pregunta del exprometido de su amiga y cuando lo hizo se le iluminó el rostro.

—En una de las garitas.

—Acompáñame a buscarla —le ordenó Tim tirando de ella.

Corrieron por uno de los pasillos del estadio y cuando giraron por el último recodo que conducía a las garitas, Tim chocó con Susan.

Igual que el día que la conoció, tuvo que sujetarla por la cintura para que no se cayera al suelo.

Pero esta vez ella se soltó de inmediato y lo miró furiosa.

—¡Has dejado a Kev solo! —Tenía lágrimas en los ojos y le temblaba la mandíbula del esfuerzo que estaba haciendo para contenerse.

Tim la miró y se preguntó cómo era posible que no se hubiese dado cuenta desde el principio de que esa mujer tenía el nombre de Mac escrito en el rostro.

—No me han dejado subir a la ambulancia. —La cogió de la mano y tiró de ella sin darle otra explicación excepto—: Tengo que llevarte al hospital.

Corrieron por otro pasillo hasta llegar al palco reservado para los familiares de los jugadores frente al a puerta del cual los estaba esperando Amanda con las llaves del coche.

Tim las cogió al vuelo.

—Nos vemos allí —le dijo Amanda en voz alta—, Margaret nos llevará. No te preocupes.

—Gracias, cielo. Te quiero —le gritó Tim sin detenerse.

—Estás muy enamorado —señaló Susan casi para sí misma, pero Tim la oyó.

—Mucho —afirmó este sonriéndole—, probablemente tanto como tú de Mac.

Le guiñó un ojo y Susan supo que siempre había estado destinada a ser una muy buena amiga de ese hombre.

Pero nada más.

—No —se burló ella a pesar del miedo atroz que sentía en el corazón por Mac—, yo estoy más enamorada.

—Eso tendremos que verlo.

Tim abrió el coche y prácticamente la metió en el asiento del acompañante.

—Abróchate el cinturón.

Tim condujo como un poseso, pero siempre que podía le cogía la mano a Susan y le decía que Mac iba a ponerse bien. Ella intentó creerlo a pesar de que era evidente que Tim también estaba muy preocupado y que estaba haciendo un esfuerzo por ocultárselo.

Llegaron a urgencias y descubrieron consternados que ya había algunos periodistas esperándolos. Evidentemente saltaron los flashes pero ni Tim ni Susan se detuvieron a contestar ninguna de las estúpidas preguntas que les hicieron.

En cuanto el ascensor los dejó en la planta donde una enfermera les había dicho que encontrarían a Mac, vieron al médico de los Patriots sentado en una silla blanca con la cabeza entre ambas manos.

—Doctor Corbin —lo llamó Tim.

El hombre levantó la cabeza y se puso en pie.

—Sigue inconsciente, se lo han llevado a hacer un escáner, y me temo que se ha roto la clavícula —les explicó sombrío.

Tim le dio una palmada en el hombro mientras que con la otra mano estrechaba las manos de Susan que no dejaban de temblar.

—¿Cuándo sabremos algo más? —preguntó Tim.

—Nos avisarán lo más rápido posible, pero de momento sólo podemos esperar.

El doctor Corbin volvió a sentarse y Tim, que todavía iba vestido con el uniforme de los Patriots, hizo lo mismo y tiró de Susan para que ocupase la silla de al lado.

Se quedaron en silencio, como si creyeran que así los médicos que estaban atendiendo a Mac prestarían más atención, y esa improvisada sala de espera fue llenándose de gente. El primero en llegar fue Mike, el entrenador, y unos cuantos jugadores. Al final se había decidido suspender el partido. Después lo hicieron Margaret, Amanda y Jeremy. Y después Pam y algunos directivos del club. En principio la prensa no estaba autorizada a llegar hasta allí, pero todos sabían perfectamente que estaban al corriente de lo que estaba sucediendo.

Se abrió la puerta que conducía hacia los quirófanos y las salas de rayos X y apareció un médico vestido de verde pálido.

—Soy el doctor Denton —se presentó acercándose al doctor Corbin para estrecharle la mano—, hizo un gran trabajo en el campo.

—Gracias —asintió Corbin.

—¿Con quién puedo hablar sobre el estado del señor MacMurray?

El doctor Corbin miró a Tim pero antes de que alguno de los dos pudiese decir algo, Susan se puso en pie y contestó con voz firme y decidida.

—Conmigo.

—¿Y usted es? —le preguntó Denton.

—Susana Lobato, Kev y yo somos pareja.

El doctor, ajeno a todo lo que había tenido que pasar Susan para llegar hasta allí, se acercó a ella, le estrechó la mano y se dispuso a contarle cómo estaba Mac:

—El señor MacMurray sigue inconsciente. Ha sufrido un grave golpe en la cabeza que le ha producido un hematoma interno. Por suerte, el doctor Corbin le administró un anticoagulante a tiempo evitando así la formación de un coágulo permanente. Es probable que cuando el señor MacMurray se despierte sufra un importante dolor de cabeza durante un tiempo. Puede que ni siquiera recuerde el partido o haber recibido ese placaje, pero se recuperará.

—¿Cuándo se despertará?

—No lo sabemos, todavía le estamos realizando algunas pruebas. En cuanto a lo demás, se ha dislocado la clavícula derecha. Se la hemos vuelto a colocar pero mi consejo es que se lo tome con calma a partir de ahora. ¿De acuerdo?

—Sí, de acuerdo. —Susana tragó saliva—. Gracias, doctor.

El hombre asintió y en ese preciso instante una enfermera se acercó hacia ellos para comunicarles que Mac ya estaba en una habitación.

—El señor MacMurray tiene que descansar, pero puede recibir la visita de una persona.

Nadie dudó que esa persona iba a ser Susan.

—Iré yo.

—Por supuesto —aceptó el doctor—. La enfermera la acompañará y yo pasaré más tarde.

El doctor Corbin, mucho más aliviado que cuando había llegado, se acercó a hablar con Mike y con la esposa de éste. Los jugadores de los Patriots se abrazaron entre ellos de lo contentos que estaban porque Mac fuese a recuperarse. Y Tim se acercó a Susan.

—Vendré mañana por la mañana —le dijo sin más.

—Gracias, Tim.

Se miraron y Tim le sonrió con las manos en los bolsillos (se había cambiado con la ropa que le había llevado Amanda).

—De nada.

—Eh, Tinman —lo detuvo Pam—, no ha estado mal lo que has hecho en el campo. Deja que me despida de Sue y os acompaño para darte una bolsa para que se la traigas mañana. Me temo que ahora que está enamorada no piensa apartarse de Mac ni un segundo.

—Ni un segundo —afirmó ella.

«Aunque Kev tal vez intentará echarme».

Hubo abrazos y palabras de ánimo y a Susan lo que más le sorprendió fue que a nadie le pareció raro que Mac y ella estuviesen juntos.

Qué tonta había sido.

Cuando se quedó sola, la enfermera la acompañó a la habitación donde Mac descansaba en medio de una cama blanca. Encima de una silla estaba doblado su uniforme manchado de hierba y un poco de sangre.

Susana oyó que la enfermera cerraba la puerta y se acercó a la cama ansiosa por tocarlo y asegurarse de que estaba bien. Le acarició el pómulo donde empezaba a aparecerle un morado y soltó despacio el aire que había contenido en los pulmones. Mac también tenía una herida en el labio, probablemente la culpable de las manchas de sangre, y tampoco pudo evitar tocársela. Deslizó la palma de la mano por su torso y la detuvo justo encima del corazón.

Latía con fuerza.

Le resbaló una lágrima por la mejilla y apartó la mano para seguir recorriendo su torso. Jamás iba a poder vivir sin él.

El recorrido de Susana terminó encima de la mano que Mac tenía sobre el estómago. Entrelazó los dedos con los de él y se la acercó para depositarle un beso en los nudillos.

—Ahora entiendo eso que dijiste sobre que sólo sentías si yo te tocaba. A mí me sucede igual, Kev. Sólo siento si tú me tocas. La otra gente me toca y es sólo presión, pero tú, tú puedes rozarme un dedo cuando me acercas una taza y mi cuerpo entero sabe que eres tú. Cuando me besas —siguió— siento como si todo tú te estuvieras metiendo dentro de mí y es una sensación maravillosa. Pero da miedo. Tengo miedo de no volver a sentirla, Kev. No me obligues a ello, por favor. —Le dio otro beso en los nudillos—. No me obligues a estar sin ti.