Capítulo 18

Decimoctava regla del fútbol americano:

Si un jugador cae sin que algún jugador contrario lo haya derribado o por lo menos tocado, puede levantarse y continuar con la jugada.

SUSANA

Tendría que haberlo llamado, no puedo dejar de repetirme que tendría que haberlo llamado. Si hubiese ido tras él esa noche ahora no sentiría que me falta el aire, que no puedo ni quiero pasar un día más sin besarlo, sin oír su voz cuando me llama «Susana».

Tendría que haberme plantado delante de la puerta de su casa y esperar a que volviese. Tendría que haber perseguido a Mike, a Quin, a quién fuera y averiguar dónde estaba e ir tras él. Tendría que haber hecho muchas cosas que no he hecho. Tendría que haberle dicho que le amo.

Mi única excusa es que estar con él me ha cambiado tanto que he tardado unos días en aprender a funcionar de nuevo. Y no verlo durante todos estos días me ha resultado muy difícil. No he dejado de pensar en él ni un segundo. Me he pasado las noches imaginándolo a mi lado, sintiendo su calor a mi lado.

Arrepintiéndome de mi cobardía.

Lo que hice en el restaurante la noche que coincidimos con Quin y Patricia no tiene explicación. Sólo se justifica con el miedo, pero echar a Kev de mi lado para evitar que él me dejase más adelante es estúpido e imperdonable.

Pero es la verdad.

Recuerdo ese día perfectamente, recuerdo que me desperté con los labios de Kev pegados a mi espalda. Me besó los omoplatos y me apartó el pelo de la nuca para besarme el cuello. Deslizó una mano por mi cintura y me susurró al oído. Recuerdo que me acercó a su torso y me hizo el amor con nuestros cuerpos perfectamente pegados.

Y recuerdo que al terminar él se quedó abrazado a mí y yo susurré «Te amo» contra la almohada.

Kev no me oyó, pero yo no pude pensar en otra cosa durante el resto del día.

Amaba a Kev.

Le amo.

Amo a Kev y sólo hemos pasado unas semanas juntos. A Tim no le amaba a pesar de llevar más de un año con él.

Pensé que me equivocaba, que era imposible amar tanto a alguien en tan poco tiempo, que era imposible amar así, que estaba confusa, que él y yo no nos habíamos convertido en «nosotros». Y pensé que se me pasaría.

No se me ha pasado ni se me pasará jamás. Estos días que he estado sin verlo, aunque han sido muy duros, me han servido para demostrarme a mí misma que le amo. Lo que siento por él no es el resultado de una fuerte química sexual ni una rebuscada estratagema para superar el abandono de Tim.

Pero la noche que nos encontramos con Quin no lo sabía. Cuando entré en el restaurante lo primero, lo único, que vi fue a Kev allí, sentado en la barra.

Estaba tan guapo. Me quedé sin aliento y pensé que quería pasarme la vida entera con él. Y entonces Quin y Patricia se acercaron a él. Quin, otro de los jugadores de los Patriots, y Patricia su espectacular esposa que solía ocupar la cubierta del Sports Illustrated. Y pensé que yo no encajaba en esa imagen.

Kev no se merecía mi rechazo. Esa noche tendría que haberlo besado delante de nuestros amigos o, como mínimo, tendría que haberle dado la mano. Y tendría que haberle dejado claro a Patricia que entre Parker y yo no había y no hay nada.

Parker.

Cuando esta noche me ha apartado el mechón de pelo me ha cogido por sorpresa, pero Parker y yo nos hemos hecho amigos desde que le dejé claro que no pasaría de ahí. Él está encantado de tener una amiga en el bando enemigo, así fue como me definió, aunque supongo que sigue siendo un seductor.

Me he puesto furiosa con Kev cuando ha dado por hecho que Parker y yo estábamos juntos. ¿Cómo diablos puede pensar que estoy con otro después de estar con él? Le habría gritado allí mismo a pleno pulmón, después de besarlo.

Kev me ha dicho adiós y en sus ojos he visto que lo decía en serio.

Suspiro.

Espero que él haya visto en los míos que no voy a permitirle que se aleje de mí.

KEV MACMURRAY

Tendría que haberla llamado. Tendría que haberla llamado y así me habría ahorrado esa humillación… y que volviese a patearme el corazón.

Es mejor así, así lo he visto con mis propios ojos y mi cerebro no tendrá más remedio que hacerse a la idea de que Susana está con Parker.

Aprieto los dedos alrededor del volante y piso el acelerador.

Ha habido un segundo, cuando Susana me ha sujetado el rostro entre las manos y me ha besado, que he vuelto a sentir.

Sólo siento algo cuando ella me toca.

Mierda.

Tendré que acostumbrarme a no sentir. Puedo hacerlo.

Voy a hacerlo.

Odio que Susana esté tan pendiente del resto del mundo. Odio que no sea capaz de elegirme a mí por delante de los demás. Odio que haya utilizado mi cuerpo y se haya negado a darle una oportunidad al resto de mi persona.

Odio que esté dispuesta a conformarse con un Parker o con un Tim cuando los dos juntos podríamos vivir una historia de amor de esas que hacen de verdad que la vida tenga sentido. Quién iba a decir que al final iba a ser yo el que terminaría con el corazón destrozado.

Joder.

Quién iba a decir que yo tenía un corazón tan desesperado por amar y que elegiría a la peor mujer del mundo.

Me suena el móvil y salta el manos libres del coche.

—¿Sí?

—Te has ido sin dejarme hablar.

La voz de Susana invade el interior del todoterreno. Mierda, ahora voy a tener que deshacerme de este coche.

Le cuelgo.

El aparato vuelve a sonar y de inmediato salta el manos libres. ¿Cómo diablos se desconecta esta cosa?

—No quiero hablar contigo.

—Pues escucha —me ordena ella—. No estoy con Parker. Jamás he estado con Parker y jamás estaré con Parker.

—Eso no es lo que he visto.

—Ya hemos cometido una vez el error de juzgar al otro por las apariencias, Kev. ¿No crees que no deberíamos volver a hacerlo?

Aprieto los dientes.

—No aprietes los dientes, te harás daño.

Odio que sea capaz de adivinar mis reacciones sin verme.

—Necesito hablar contigo, Kev. ¿Puedo ir a tu casa?

—No.

—Te he echado mucho de menos, por favor, deja que te vea.

Va a matarme.

—No. Ese día en ese restaurante me dejaste ir sin más. Lo único que tenías que hacer era cogerme de la mano y me dejaste ir.

—Lo siento, Kev. Cometí un error, un estúpido error. Pero me asusté.

—¿Acaso crees que yo no teng… —me muerdo la lengua— tenía miedo?

—Deja que venga a tu casa —vuelve a pedirme—. Necesito verte y los dos nos merecemos tener esta conversación.

—Una conversación, Susana —le digo—. Nada más. No puedo seguir haciéndome esto.

—Una conversación, Kev —accede.

—Pero hoy no —añado de repente—, tengo que preparar una reunión de la fundación. —Es mentira.

—¿Cuándo?

—Dentro de dos días, después del primer partido de la temporada.

—¿Dos días? —Noto que no le ha gustado demasiado la idea y mi estúpido corazón se siente optimista.

—¿Qué tal dentro de una semana?

No debería disfrutar torturándola, pero no puedo contenerme.

—Dos días —acepta Susana—. Iré a buscarte al estadio.

—No, no te preocupes. Alguien podría verte.

Le cuelgo porque no sé si estoy preparado para oír la respuesta a esa última provocación.

Dos días más tarde, estadio de los New England Patriots, primer partido de la temporada.

El campo se puso en pie para escuchar el himno nacional. Los jugadores ocuparon solemnes sus posiciones y esperaron a que la cantante, una niña de un coro escolar, terminara de cantar las últimas notas.

Los aplausos eran ensordecedores.

Los capitanes se acercaron para saludarse formalmente y después volvieron con el resto de sus hombres. Los altavoces recordaron a los asistentes los resultados de los últimos enfrentamientos entre los Patriots y los Dallas Cowboys. La balanza se decantaba a favor de los primeros, aunque los segundos también acumulaban un número importante de victorias.

Kev MacMurray, el capitán de los Patriots, daba las últimas instrucciones a los miembros de su equipo. Iba a ser un año muy importante para Huracán Mac, el último de su carrera; ya había anunciado que se retiraría después de la temporada y, a pesar de la insistencia de la directiva, abandonaría por completo el mundo del fútbol americano.

Se rumoreaba que quiere empezar de nuevo.

La grada reservada para la prensa estaba a rebosar, los periodistas deportivos ocupaban los mejores lugares, pero habían tenido que pelearse con los corresponsales y los fotógrafos de la prensa del corazón. Ese partido era la primera ocasión que tenían de fotografiar juntos a Tim Delany, Tinman, con su esposa y su hijo secreto.

La historia de la pareja había generado mucha expectación y varias cadenas de televisión habían intentado comprar la exclusiva. Les habían hecho ofertas incluso para escribir un libro. Ellos las habían rechazado todas.

Amanda Delany y Jeremy estaban sentados en el palco reservado para familiares e invitados directos de los jugadores. Allí también se encontraba Patricia, la exmodelo casada con Quin Thompson, y Margaret, la esposa del entrenador del equipo. Junto a ellos estaban las esposas, novias, amigos y hermanos de los demás hombres que estaban en el campo de juego.

Pero no había nadie de parte de Mac.

Su hermano Harrison iba a ir. Desde que coincidieron en el rancho tenían una relación más estrecha, pero Mac había recibido el día antes un mensaje de lo más extraño en el que le decía que le resultaría imposible asistir, que lo que tenía que «arreglar» se había «estropeado más».

El estadio estaba hasta los topes, no quedaba ni un asiento libre. Por eso mismo, Susan estaba sentada en una de las garitas reservadas para los técnicos de imagen y sonido del campo. Su amiga Pam la había llevado hasta allí. Era una garita que disponía de unas vistas privilegiadas del campo de juego y que estaba rodeada de cristal, pero desde fuera nadie podía ver lo que sucedía dentro.

Pam era la única que conocía la historia de Susan y Kev, aunque de eso sólo hacía unas horas. Sucedió cuando Susan le pidió a su mejor amiga que la ayudase a entrar en el campo sin ser vista y ésta le preguntó si era por Mac.

Bastó con eso.

Bastó con una sencilla pregunta con el nombre de Mac en medio para que Susan se pusiera a llorar y le explicase a Pam que se había enamorado del hombre más maravilloso del mundo y lo había echado de su lado.

Pam consoló a Susan y la felicitó por entender por fin en qué consistía el amor de verdad, y la ayudó a entrar en el campo como si de una misión de James Bond se tratase.

Y allí es donde se encontraba Susan en ese momento, con las manos apoyadas en el cristal y pendiente de todos y cada una de los movimientos de Mac.

Los Patriots eligieron la posición de ataque. Mac se colocó detrás del centro para recibir el balón y poder hacer el pase. Empezó la primera jugada, que no era tan violenta como creería cualquiera que viera las manos de Susan.

Ésta flexionó los dedos y cerró los ojos al ver que varios jugadores de los Cowboys se lanzaban sobre Mac.

Fin de la jugada.

Mac se puso en pie y Tim se le acercó para gritarle algo. Los dos se quitaron los cascos y Tim fue el primero en alejarse después de señalar a Mac con un dedo.

El capitán estaba distraído, pero sacudió la cabeza y volvió a ponerse el casco. Los jugadores se reunieron para hablar de la siguiente jugada. Éstos asintieron y tras un grito de guerra se colocaron de nuevo en posición.

Los Cowboys hicieron lo mismo y los estaban esperando.

Mac cogió el balón y lo pasó a uno de los corredores. Iniciaron la carrera por el campo, una yarda, dos.

Mac volvió para recibir el balón y echó el brazo derecho hacia atrás para lanzarlo con todas sus fuerzas.

Dos jugadores de los Cowboys lo golpearon por ambos lados.

Nadie oyó el grito de Susana.

El casco de Huracán Mac cayó al suelo junto a su cuerpo inconsciente.