Capítulo 17

Decimoséptima regla del fútbol americano:

Piña: reunión que realiza el equipo ofensivo sobre el terreno de juego en donde uno de los jugadores (normalmente el quarterback) le explica a sus compañeros la jugada que el entrenador ha decidido poner en práctica.

El primer día del entrenamiento fue muy duro. Mike les hizo pagar a todos las semanas de vacaciones y no paró de provocarlos durante las cuatro horas que estuvo torturándolos. Cuando se apiadó de ellos y les dijo que podían ir a ducharse, Mac dio gracias a Dios de seguir vivo y cruzó el campo hacia el vestuario.

Varios de sus compañeros de equipo se reían y charlaban como si no se hubiesen pasado las últimas horas corriendo, y Tim se estaba quitando las protecciones a toda velocidad para poder ducharse y salir de allí cuanto antes. Estaba impaciente por ver a Amanda y a su hijo, se lo había confesado durante en el entrenamiento varias veces y era más que evidente. Mac envidiaba esa clase de felicidad; ahora que la veía reflejada en el rostro de su amigo no tenía ninguna duda de que Tim jamás había sentido esa clase de anticipación, de necesidad, con Susana.

Y él sí.

Incluso la noche que perdieron la Super Bowl, Mac pensó en Susan antes de ir a cenar a L’Escalier. Pensó en ella mientras se duchaba y mientras se vestía. Y mientras conducía hacia el restaurante.

Que estúpido había sido.

No había vuelto a verla, pero no dejaba de pensar en ella. Ir al rancho y hablar con su hermano Harrison le había ayudado a comprender que no podía alejarse de ella sin intentar hablar una última vez. Sí, ella no lo había llamado ni había ido a suplicarle que lo perdonase, pero él tampoco. Los dos habían reaccionado impulsivamente, por lo que decidió que era mejor darse un poco de tiempo, a ambos. Iba a esperar en la retaguardia igual que haría en un partido. La prensa ya había perdido cualquier interés en ella. Ahora, por desgracia para Tim y Amanda, estaban obsesionados con la historia de amor interrumpido de ellos dos.

Así que Mac decidió esperar. No se había convertido en el mejor capitán de la historia de los Patriots por ser un cabeza hueca, y Susan le importaba mucho más que cualquier partido. Esperó hasta que no pudo más.

No fue demasiado, aunque teniendo en cuenta que habría ido a buscarla el primer día que volvió a Boston podría afirmarse que había demostrado tener muchísima fuerza de voluntad.

Pero ya no podía más.

Iría a verla. La esperaría en la emisora y le pediría una cita. Esta vez lo haría bien. Aunque Mac nunca renegaría de lo ocurrido en el pasado con Susan, esta vez seguiría las reglas y le demostraría que podía confiar en ellos y que su relación se merecía una oportunidad. Ellos dos lo habían hecho todo completamente al revés; habían empezado odiándose y después se habían convertido en amantes, pero los sentimientos de ambos eran tan intensos y los tenían tan a flor de piel que no habían podido controlarlos.

Y se habían olvidado de hacerse amigos, de enamorarse despacio.

Él ya estaba completamente enamorado, así que iba a esperar a que ella lo alcanzase. La llevaría a cenar y al cine. A pasar un fin de semana en el rancho de su abuelo. La cortejaría, y ella no tendría más remedio que dejarlo entrar en su corazón. Y cuando lo lograse, se encerraría allí a cal y canto, y no saldría jamás.

Ése era el día. Iba a volver a ver a Susan y arreglarían las cosas. Empezó a desnudarse a toda velocidad, impaciente por tocar a Susan, y se olvidó de todo excepto de ella. Se duchó y vistió en cuestión de minutos y se dirigió hacia la salida del vestuario, aunque antes se detuvo un segundo al lado de Tim.

—Deséame suerte —le dijo a su amigo.

Tim le sonrió al adivinar a quién iba a ver.

—Suerte.

Mac tardó media hora en llegar al edificio donde se encontraban los platós de la CBT, la cadena donde trabajaba Susan, y subió directamente a la planta en cuestión.

«Voy a ver a Susana. Voy a besarla».

Salió del ascensor silbando y con las manos en los bolsillos.

Se quedó petrificado en medio del pasillo.

Susan estaba de pie a unos metros de distancia. Tenía la espalda apoyada en la pared y frente a ella estaba el imbécil que la había acompañado a la ópera. Parker. Susan estaba sonriendo y saludó a una chica que se acercó a enseñarle un papel. Le cayó un mechón de pelo por la frente y Parker se lo apartó.

Susan siguió hablando con la otra chica como si nada. Ese hombre, Parker, la había tocado de esa manera tan íntima allí delante de todos y a ella no le había importado.

Mac murió un poco y se sintió como un imbécil por haberse pasado todos esos días pensando en ella, en cómo arreglar las cosas entre los dos.

Susan ni siquiera había sido capaz de darle la mano delante de Quin y de Patricia, pero no tenía ningún problema en que Parker la tocase delante de sus compañeros de trabajo.

¿Cuántas veces más tenía que pisotearle el corazón esa mujer para que él se diese por vencido?

Se abrió un ascensor detrás de él y el sonido de la campanilla captó la atención de Susan.

Sus miradas se encontraron y él creyó que la de ella se llenaba de lágrimas. Mac giró sobre sus talones y entró en el ascensor.

—¡Kev, espera! —gritó Susan poniéndose a correr.

Las puertas de acero empezaron a cerrarse y Mac aguantó la respiración. Justo un segundo antes de que los paneles encajaran el uno con el otro, Susan se lanzó dentro del ascensor y aterrizó encima del torso de él.

Y entonces pudo respirar.

Ella le rodeó la cintura con fuerza y él tuvo que recordarse de que acababa de verla con otro hombre para obligarse a soltarla.

—Te he echado tanto de menos, Kev —susurró ella.

—Nadie lo diría —dijo él furioso—. Parker parece tenerte muy ocupada.

Susan retrocedió y lo miró a los ojos.

—¿Parker?

—Oh, vamos, Susana. Acabo de verte. No te preocupes, lo entiendo. Con Parker sí que pueden verte, él sí que no va a dejarte ni va a convertirte en un hazmerreír. Ah —levantó las manos—, y él tampoco será perjudicial para tu carrera.

—Entre Parker y yo no hay nada.

—Pues cuando lo haya qué vas a hacer, ¿dejar que te eche un polvo en medio del pasillo? Porque ese tipo te acompañó a la ópera cuando a mí ni siquiera te dignaste a darme la mano en un restaurante.

Vio que Susan levantaba una mano para abofetearlo.

—Oh, sí —la retó—, pégame. Eso sí que no tienes ningún problema en hacerlo. —Susan dobló los dedos—. Igual que tampoco tienes ningún problema en desearme, ¿no es así, Susana?

Se acercó a ella como un animal salvaje y la atrapó contra la pared del ascensor. Con la mano derecha bloqueó los botones para asegurarse de que nadie los interrumpía.

—Puedo oír cómo te late el corazón desde aquí —le dijo él pegándose a ella—. Y tienes las pupilas dilatadas. Y ahora mismo vas a humedecerte el labio inferior de las ganas que tienes de besarme. Pero ya estoy harto de que me utilices.

Intentó apartarse, pero Susana le sujetó por el cuello y tiró de él para besarlo. Mac se permitió sentir el aliento y el sabor de ella durante un segundo y después se apartó furioso.

—No.

—Sé qué cometí un error, Kev. Y lo siento.

—No te creo. —Se pasó las manos por el pelo y después le dio al botón para que el ascensor reanudara la marcha—. Si hoy no hubiese venido aquí como un estúpido, tú jamás habrías vuelto a ponerte en contacto conmigo.

—No es cierto. —Se apartó de la pared y se acercó a él, pero éste la esquivó—. Fui a tu casa hace unos días y no estabas.

—Mentira.

—Es verdad. Necesitaba —tragó saliva y se secó una lágrima de la mejilla—, necesito hablar contigo.

—¡Ja! Y por eso me has estado cosiendo a llamadas.

El ascensor se detuvo.

—No te vayas, Kev.

—Vuelve con Parker, Susana.

La campanilla del ascensor anunció que iba a abrir sus puertas.

—¡No estoy con Parker! Maldita sea, Kev, ¿por qué no me escuchas?

La puerta se abrió y Mac salió al vestíbulo.

—No me has dicho nada que valga la pena escuchar.

Ella apretó los labios y respiró hondo y miró nerviosa el reloj que llevaba en la muñeca. Mac se percató del gesto y se puso más furioso. Si tanta prisa tenía por irse, él no iba a entretenerla más.

—Kev, ahora no tenemos tiempo, tienes que…

—Yo no tengo que hacer nada, Susana.

—Por favor —repitió ella—. Entra en el ascensor y sube conmigo.

—¿Tan estúpido crees que soy? —Se pasó las manos por la cara—. Mira, olvídate de todo esto, achácalo a una crisis de la edad o a lo que quieras.

Volvió a mirar el reloj.

—Kev, por favor, sube conmigo.

Un par de ejecutivos pasaron el control de la entrada y se dirigieron hacia el ascensor. Mac tenía que entrar o salir. No podía quedarse allí todo el día, y tampoco serviría de nada.

—Vuelve con Parker, Susana. Es lo mejor para los dos.

—Sí, tendría que haber ido detrás de ti, tendría que haberte llamado. En cuanto saliste del restaurante supe que había cometido un error.

—Entonces, ¿por qué no lo hiciste?

Susana se mordió el labio inferior para que él viese que no le temblaba.

—Yo… —¿Por qué diablos no podía contarle la verdad? ¿Por qué no podía decirle que no había ido detrás de él porque tenía miedo de que la rechazase? ¿O que se había pasado todos esos días pensando en él y buscando el modo de arreglar las cosas, de demostrarle todo lo que sentía por él? Susana estaba convencida de que si, sencillamente, le decía a Mac que lo amaba —y lo amaba como nunca habría creído ser capaz de amar— él no la creería y por eso necesitaba que subiera arriba, para enseñarle lo que había hecho por él.

—Déjalo, Susana —suspiró cansado—. Mira, en realidad sólo venía a verte para decirte que estaba de vuelta en la ciudad y que, aunque ya no estemos juntos, le he contado a Tim lo que sucedió.

Susana no pudo respirar.

—¿Por qué?

Mac malinterpretó su pregunta. El porqué de Susana se refería a «por qué dices que no estamos juntos», que se lo hubiese contado a Tim no le importaba lo más mínimo.

—Porque es mi mejor amigo —contestó Kev distante—. Tranquila, él no dirá nada a nadie, así que no te preocupes por tu carrera ni por nada.

Susana tuvo que tragar varias veces para poder encontrar la voz.

—¿De verdad sólo has venido para decirme eso?

—De verdad. —Se metió las manos en los bolsillos, soltando así el botón que mantenía bloqueado el ascensor y que él había apretado antes—. Es como si lo nuestro, fuera lo que fuese, no hubiese existido nunca.

—¿Y si yo quiero que exista? —consiguió preguntarle ella.

Mac salió del ascensor y la miró.

—¿Para qué?

«Sal del ascensor y ven detrás de mí. No dejes que me vaya. Impídemelo».

Una parte de él quería decirle que él también quería que existiera, quería incluso decirle podían volver a estar juntos como antes, pero no podía dejar de verla apoyada en esa maldita pared sonriéndole a Parker mientras éste le apartaba el pelo de la cara. ¿Qué habría sucedido si él no hubiese aparecido en aquel preciso instante? ¿Habría pasado lo mismo que con Tim? Al parecer para Susana existían dos clases de hombres: los que salían con ella oficialmente y podían darle la mano en público, y él, que no podía tocarla fuera de la cama a pesar de que era más que evidente que ella quería volver a meterse en una con él.

Mac estaba harto de ser el único que ocupaba la segunda categoría. No le bastaba con eso.

Sacudió la cabeza.

Si el destino estaba tan empeñado en demostrarle que Susan no era para él, tal vez había llegado el momento de hacerle caso.

—No —dijo casi para sí mismo—. Adiós, Susana.

Susana quería ir tras él. Por supuesto que quería ir tras él, pero no podía correr el riesgo de que el hombre que había accedido a reunirse con ella en su despacho en dos minutos saliese huyendo.

Le había costado mucho convencer a Leonard Tapestry y sabía que si no se presentaba a esa cita jamás encontraría las pruebas necesarias para recuperar el solar de Mac. Así que aunque lo que más quería —y necesitaba— era correr detrás de él y besarlo, se obligó a apretar el botón del ascensor que la llevaría de nuevo a su planta.

Leonard Tapestry era una de esas personas cuyo aspecto físico encajan a la perfección con su profesión. Leonard era contable y parecía un contable. Era menudo, llevaba las gafas prácticamente en la punta de la nariz y tenía ojos de lechuza. El hombre trabajaba en el ayuntamiento y estaba a punto de jubilarse, y había descubierto que alguien había falsificado su firma en unos documentos. El bueno de Leonard, de aspecto y carácter afable, no se había tomado nada bien que uno de sus superiores lo hubiese traicionado y utilizado de ese modo, por no mencionar que no tenía ningunas ganas de pasar sus años de jubilación en la cárcel, y afortunadamente para Susan había decidido hacer algo al respecto. Y ese algo, gracias a Dios, consistía en contarle lo sucedido a su sobrina Martha que también trabajaba en el ayuntamiento y era amiga de una conocida presentadora de televisión.

El día que Martha la llamó para contarle que creía haber descubierto algo que podía ayudar a la fundación La mejor jugada a quedarse con el solar que había sido adjudicado a la constructora, Susan pensó que era el modo que tenía el destino de decirle que había sido una estúpida dejando escapar a Mac.

En realidad no hacía falta que ni el destino ni nadie se lo dijesen, Susana lo sabía perfectamente, pero ahora, gracias a Leonard y a Martha tenía la posibilidad de hacer algo por él. Decidida, le dijo a Martha que no hablase con nadie más y empezó a reunir las pruebas necesarias para demostrar que la adjudicación del solar a Realtor había sido fraudulenta y que, por tanto, tenía que ser anulada. Lo tenía pensado, reuniría las pruebas y prepararía un reportaje donde dejaría en evidencia lo sucedido. Mac recuperaría el solar y quedaría tan embobado por el gesto que la perdonaría.

Y serían felices para siempre.

Pero Mac ni siquiera la había escuchado. «Porque dejaste que Parker te apartara un mechón de pelo de la cara y en cambio a él ni siquiera le diste la mano». Mac sólo había ido a verla para decirle que Tim estaba al corriente de lo sucedido y que lo suyo había terminado. «No ha terminado, no te ha mirado como si hubiese terminado». Se había ido sin darle la posibilidad de explicarse. «Tú no lo has llamado ni has ido tras él».

Susana quería estar furiosa con él por haberla juzgado y condenado por lo de Parker (que en realidad era una tontería) pero no podía. Dios, había sido una estupidez ocultarle lo de Leonard y el ayuntamiento. Ella lo había hecho porque creía que así sería todo más dramático, más romántico, como en las películas. Se había imaginado a sí misma retransmitiendo la historia en las noticias de la noche y a Mac entrando en la cadena para darle las gracias y confesarle que la amaba delante de todo el mundo.

Pero Mac no quería eso, no quería grandes gestos… «Lo único que quería él era darle la mano por la calle y besarla en un restaurante».

Estúpida.

Se abrió la puerta del ascensor y Susana se encontró con el rostro de Karen, una de sus compañeras de redacción.

—Hay un señor esperándote en el despacho —le dijo.

—Lo sé, gracias.

—¿Es por lo de la historia del ayuntamiento? ¿Crees que podrás emitirla esta noche?

—Sí, pero no creo que la historia esté lista para hoy.

—Oh, de acuerdo. Avísame si necesitas ayuda para producirla.

—Claro —aceptó Susan despidiéndose.

La reunión con Leonard fue breve y fructífera, el contable le proporcionó todas las pruebas necesarias para demostrar que la constructora había falsificado unos informes y que había sobornado a varios empleados del departamento de urbanismo. Susan, después de darle las gracias a Leonard y a Martha por su colaboración, se reunió con Parker y éste le aseguró que era imposible que la fundación no consiguiera el solar.

Esa noche, Susan no habló de eso en su sección de noticias económicas. Y tampoco lo haría la noche siguiente. Le mandaría los documentos al abogado de Mac y este seguro que se encargaría del resto. Susan iba a demostrarle que lo amaba de la manera que él quería que se lo demostrase, confesándole sus sentimientos sin artificios ni aspavientos, pero con sinceridad.

Le diría que lo amaba, que nunca había sentido por nadie lo que sentía por él. Que nunca había creído que existiesen esa clase de sentimientos hasta que él se los enseñó y que por eso se había asustado y se había comportado como una idiota.

Pero antes Mac tenía que escucharla.