Decimoquinta regla del fútbol americano:
Safety: Se produce cuando la defensa logra derribar al jugador atacante que está en posesión del balón dentro de su propia zona de anotación.
Quin colocó una mano en la cintura de su esposa para acompañarla hasta la mesa. Mac tuvo que cerrar los dedos para no hacer lo mismo con Susan, aunque a juzgar por como ella aceleró el paso para esquivarlo, habría tenido que hacerle un placaje como si estuviesen en el campo.
Mac estaba estupefacto, dolido, confuso y muy enfadado.
Sí, ella le había dicho que a Tim no quería decírselo por teléfono y él había accedido (a regañadientes), pero Mac le había dejado claro que no quería ser ningún secreto.
Él quería proclamar a los cuatro vientos que estaban juntos.
Y no entendía que ella no quisiera lo mismo. Peor, le aterrorizaba pensar en los motivos que podían justificar dicho comportamiento.
¿Acaso Susan quería volver con Tim?
—Ésta es su mesa —les dijo un camarero a los cuatro separando primero una silla para Patricia y después una para Susana.
Las dos mujeres quedaron sentadas de lado, frente a sus respectivas parejas.
«¿Pareja? ¡Ja!».
Pasaron unos minutos leyendo la carta y Mac oyó a Quin y Patricia comentar algunos platos. A él le latía tan fuerte el corazón que no tardaría en salirle por las orejas.
Pidieron la cena y el vino. Mac tenía los ojos fijos en Susana y podía ver que ella estaba nerviosa, le latía el pulso del cuello y con una mano apretaba la servilleta. Era ella la que los había metido en esa situación, pensó furioso, y ella era la única que podía sacarlos de allí.
—Me alegro mucho de verte tan bien, Susan —le dijo Patricia.
—Gracias —contestó ella escueta.
—Dime, ¿este brillo que tienes es mérito de Parker? Una prima mía os vio en la ópera —explicó Patricia—, creo que incluso os detuvisteis a charlar con ella y con su marido. Bob estudió en la universidad con Parker.
Susan miró instintivamente a Mac antes de contestar. Él estaba apretando la mandíbula tan fuerte que se le iba a romper un diente como siguiera. Como dijera que Parker era el responsable de la felicidad que él había puesto en su rostro, seguro que no podría seguir conteniéndose.
—No, Parker y yo sólo somos amigos.
—¿Sólo amigos? —la otra mujer no la creyó—. Mi prima me dijo que hacíais muy buena pareja, y sé de buena tinta que Parker está interesado en ti. Y ahora que no estás comprometida…
El ruido de la silla de Mac arrastrándose por el suelo las interrumpió.
—Disculpadme —dijo él levantándose—, acabo de acordarme de que tengo que hacer una llamada.
—¿Estás bien, Mac? —le preguntó Quin.
—Perfectamente.
Se alejó de la mesa y se dirigió a la barra donde antes había estado esperando a Susana. ¿Cuánto le había durado la felicidad? ¿Diez minutos?
Se sentó en un taburete que eligió tras asegurarse de que ni Quin ni su esposa podían verlo desde la mesa y pidió otro whisky.
Allí estaba otra vez, esperando a Susan. Aunque la escena de ahora no se parecía en nada a la anterior. ¿Qué habría pasado si hubiese elegido otro restaurante? ¿O si Quin y Patricia hubiesen llegado media hora antes, o media hora más tarde?
Cogió el vaso y bebió un poco.
Tenía que dejar de hacerse eso. Su relación con Susan no podía depender de tantos condicionantes. Él necesitaba que fuese sólida, era lo que se merecían sus sentimientos.
—Kev.
Oyó su nombre y no se giró. Sabía que ella estaba detrás de él. No había dudado un segundo de que Susan iría tras él, ¿para pedirle perdón?, ¿para exigirle que siguiera en silencio? No sabía para qué.
Susan no dijo nada y Mac no pudo soportar el silencio.
—¿Por qué, Susana?
—Eres el mejor amigo de Tim.
Él sacudió la cabeza y ella lo interpretó como que esa explicación no le satisfacía.
—Es demasiado pronto.
Otra excusa y otro movimiento de cabeza.
—Dime una cosa, Susana —empezó él sin apartar la mirada de la copa—, ¿cómo te habrías sentido si yo hubiese asistido a la ópera con otra mujer, o si Quin me hubiese felicitado delante de ti por mi última conquista?
Ella se quedó en silencio y Mac se giró despacio hasta mirarla.
—Esta mañana he estado dentro de ti, Susana. Te he hecho el amor y tú me has besado. Y ahora has sido capaz de negar que existo. Has sido capaz de tenerme delante y no tocarme. Has dejado que Patricia, una mujer por la que los dos sentimos cariño, piense que estás disponible y más que dispuesta a seguir viéndote con ese tal Parker. Quiero saber por qué. Me merezco saber por qué.
—La prensa todavía me pregunta por Tim y hay gente que todavía me mira con cara de lástima. No dicen nada, pero sé que piensan que soy una pobre chica a la que un guapísimo, rico e inalcanzable jugador de fútbol ha dejado plantada en el altar.
—Tú no eres una pobre chica, Susana, y lo sabes. Lamento que la prensa siga molestándote, pero no entiendo qué tiene eso que ver con nosotros.
—Si saben que estamos juntos, me convertiré en el hazmerreír de la cadena cuando me dejes.
—Cuando te deje —repitió Mac notando que se le abría una grieta en el corazón. A pesar de que se había disculpado con él por haberlo prejuzgado y de que le había hecho el amor con desesperación, Susan jamás lo había visto de verdad. Si lo hubiera mirado a los ojos una sola vez, se habría dado cuenta de que era imposible que él la dejara.
—Sí —siguió ella ajena al dolor que a él lo derribaba por dentro—. No quiero ser la chica que se ha acostado con los dos jugadores estrella de los Patriots. Mi carrera profesional jamás se recuperaría.
«Su carrera profesional».
—Podrías ser la chica que salió con uno de los jugadores de los Patriots y se casó con otro —sugirió Mac mirándola a los ojos—. O podrías dejarme tú a mí, tal como estás haciendo ahora.
Susana abrió los suyos y se le escapó el aliento antes de contestar.
—No digas tonterías. Tú no quieres casarte conmigo.
Mac no se lo había planteado hasta ese momento, cierto, pero que ella lo negase con tanta rotundidad le revolvió el estómago. Ahora el comportamiento de Susan tenía mucho más sentido; su reticencia a contarle a Tim que estaba con él, todas esas noches que no quería salir de casa —de su apartamento—, los fines de semana que se habían pasado encerrados en la cabaña.
Susan estaba teniendo una aventura con él. Estaba cometiendo la típica locura que comete alguien cuando se divorcia, o cuando lo abandonan semanas antes de casarse. Para ella eso eran unas vacaciones de su vida.
Y él, el muy idiota, se había enamorado.
Para él eso, ella, era su vida.
Mac volvió a girarse y cogió de nuevo el vaso de whisky. Miró el líquido ambarino y respiró despacio. Tarde o temprano el dolor terminaría por desaparecer. Ella en ningún momento le había dicho que quisiera dejarlo, pero necesitaba estar seguro.
—¿Qué quieres de mí, Susana?
—¿No podemos seguir como hasta ahora?
Una parte de él quiso decir que sí. Podía conformarse con eso y seguro que si se acostaba con ella cada noche terminaría por convencerla de que les diese una oportunidad. No, no tardarían en discutir. En unas semanas iba a celebrarse la cena de presentación del equipo para la nueva temporada y él iba a pedirle que lo acompañase. Ahora sabía que ella le habría dicho que no. Discutirían y Susan volvería a odiarlo. A fingir que no existía.
—No —dijo casi para sí mismo—, no podemos.
Vació la copa y se puso en pie. Dejó un billete de cincuenta dólares junto al vaso y se permitió mirar a Susan por última vez.
—Diles a Quin y a Patricia que me ha surgido un imprevisto. Tú quédate a cenar, por favor. Yo mientras iré a tu apartamento a recoger mis cosas.
—Kev, yo… —balbuceó—. No lo entiendo.
—Ya lo sé —afirmó él acercándose a ella para darle un beso en la mejilla—. Dejaré la llave dentro.
Se atragantó con la última frase. En ese momento le resultaba muy doloroso pensar que unos días atrás Susan le había dado una llave de su casa. Y, sin embargo, esa noche había sido incapaz de cogerle la mano delante de Quin y de su mujer.
Salió del restaurante sin mirar atrás.
Al día siguiente, Mac hizo una maleta y se fue al rancho que su abuelo materno tenía en Texas. Llamó a sus padres para avisarles, ellos solían pasarse por allí de vez en cuando y no quería asustarlos. Su madre, Meredith, le preguntó si le sucedía algo y él consiguió engañarla. O eso creyó. Tras un breve interrogatorio, la mujer se dio por vencida, gracias a Dios, pero le dijo que su hermano pequeño, Harrison, también iba a estar allí.
Mac compró el primer billete que encontró y partió hacia Texas esa misma noche. No quería quedarse en su casa y pasarse el rato mirando la puerta.
Y tampoco quería cometer la estupidez de coger las llaves del coche y plantarse en casa de Susana y decirle que aceptaba «seguir como hasta ahora». Si accedía a conformarse con eso, terminaría odiándola. Y si le suplicaba que le diese una oportunidad a su relación y ella accedía por lástima, sería ella la que terminaría odiándolo a él.
Susan y él no iban a existir jamás.
Ella le había afectado tanto que en ese mismo instante estaba sentado en un avión rumbo a Texas en vez que seguir en Boston ocupándose de sus cosas y buscando la manera de olvidarla. Estaba furioso y la rabia fue aumentando durante el viaje.
¿Por qué diablos no había discutido con Susan? Antes discutían por las cosas más insignificantes, desde el nombre de un color hasta el deshielo de los polos, y la noche anterior había sido incapaz de decirle nada.
No, no había sido incapaz. No había querido decirle nada. ¿De qué serviría que intentara convencerla? Si ella no sentía la misma necesidad que él de estar juntos, lo mejor sería que la olvidase cuanto antes.
Pero ¿de verdad no la sentía? ¿Iba a darle esos mismos besos y esa pasión a su próximo amante? ¿A Parker?
El avión aterrizó y cuando Mac salió por la puerta de llegadas encontró su hermano esperándolo. Los dos hombres se abrazaron y Mac pensó que ir allí era la mejor decisión que había tomado en mucho tiempo.
—No hacía falta que vinieras, Harry —le dijo a su hermano cuando lo soltó.
—No digas tonterías, Mac. Vamos, el abuelo nos está esperando. Creo que quiere que desayunemos o cenemos juntos, todavía no me he acostumbrado al cambio horario.
Mac miró a Harry y entonces vio las profundas ojeras negras que tenía su hermano pequeño bajo los ojos.
—¿Cómo has logrado que te soltasen?
—Me he escapado.
Harry trabajaba en Washington como asesor de un político, lo que significaba que viajaba mucho y que nadie sabía exactamente lo que hacía.
—¿Va todo bien, Harrison?
—Lo estoy arreglando, Kev —le contestó este mientras ponía el todoterreno en marcha—. ¿Y tú? ¿Estás bien?
—También lo estoy arreglando.
Subieron al coche y no se dijeron nada más durante el trayecto. No les hizo falta. Mac miró el paisaje de Texas y pensó que debería llamar más a menudo a su hermano.
Cuando Susan entró en su apartamento después de que Mac la dejase cenando en el Paper Moon con Quin y Patricia se dijo que no notaría que él no estaba. Al fin y al cabo, Tim y ella habían estado juntos casi un año y cuando él se fue todas sus pertenecías cupieron en una caja de cartón que seguía en el suelo de uno de sus armarios.
Mac no iba a tener caja.
Abrió la puerta y tuvo que apoyarse contra ella para no caerse al suelo. No podía respirar. Era como si Mac si hubiese llevado todo el oxígeno con él. Miró hacia el comedor y tuvo que cerrar los ojos al recordar que él le había hecho el amor encima de esa mesa. La cocina era todavía peor, allí él le había contado cómo empezó a jugar a fútbol, y también estaban allí el día que él se fue después de oírla hablar con Pam por teléfono.
La primera vez que ella negó su existencia.
No se sintió capaz de entrar en el dormitorio ni en el baño. Le dolía mirar cualquier mueble, cualquier pared. Todo le recordaba a él.
Cuando Tim la dejó y anuló la boda, Susan se preguntó por qué no se quedó destrozada y por qué no notó un horrible vacío cuando su prometido desapareció de su vida.
Ahora lo sabía. Tim nunca había entrado en su vida, y jamás había estado lo bastante dentro de ella como para destrozar nada.
Oh, Dios. Le fallaron las rodillas y se deslizó hasta el suelo. ¿Qué había hecho?
Se llevó una mano al pecho para contener los latidos de su corazón. Si sentía esa horrible agonía cuando Mac y ella sólo llevaban un mes juntos, ¿qué habría sucedido cuando él la abandonase más adelante? No, había hecho lo correcto. Tarde o temprano, Mac la habría dejado y ella jamás lo habría superado.
No, Mac no tenía una caja, Mac tenía el piso entero.
«Podrías ser la chica que salió con uno de los jugadores de los Patriots y se casó con otro. O podrías dejarme tú a mí, tal como estás haciendo ahora».
Rompió a llorar desconsolada.