Decimotercera regla del fútbol americano:
Gol de campo: si un equipo llega a un cuarto tiempo y se encuentra cerca de la zona de anotación rival, entonces tiene la opción de buscar un gol de campo pateando el balón para introducirlo entre los postes de la portería.
Susan se había planteado no volver al dormitorio. Se había planteado salir en bata de su apartamento y esconderse en el vestíbulo hasta que Mac se fuera. Se había planteado encerrarse en el baño. Ella no podía tener una relación con Kev MacMurray.
El abandono de Tim le había hecho daño. Si Mac la abandonaba, la destrozaría. Sólo tenía que fijarse en cómo era el sexo con él; con Tim ella nunca se había sentido morir, nunca había tenido la sensación de que si Tim no la poseía no querría seguir respirando. Con Mac, se veía capaz incluso de matar a cualquiera que intentase impedir que la besara. Ella no era así, ella no tenía esa clase de relaciones. Ella era una chica normal y tranquila que lo único que quería era tener un buen trabajo, una familia y un futuro estable. Y Kev MacMurray era de todo menos estable.
Pero tampoco era una cobarde, se dijo, ni una mojigata ni una remilgada. Ella era perfectamente capaz de tener una aventura con Mac. Además, él nunca le había insinuado que quisiese algo más serio con ella. Tal vez se estaba agobiando innecesariamente. Tal vez él sólo quería acostarse con ella. Sí, seguro que Mac sólo quería sexo, era imposible que él quisiese algo más. El que los dos hubiesen perdido la razón y fuesen incendiarios en la cama no implicaba que hubiesen dejado de caerse mal. Podían ser amantes hasta que uno de los dos se aburriese del otro, decidió, y sacó el pastel del horno.
Salió de la cocina decidida a volver al dormitorio a contarle a Mac que estaba dispuesta a ser su amante, pero entonces sonó el teléfono y recordó que lo había dejado en la barra de la cocina mientras preparaba el pastel, así que giró sobre sus talones y fue a buscarlo.
Era Pam.
—¿Sí? —contestó.
—Hola, Sue. ¿Qué estás haciendo?
Susana se sonrojó sólo con pensarlo.
—Acabo de sacar un pastel del horno.
—¡Y no me has invitado! —exclamó ofendida su amiga—. No importa, estoy a menos de diez minutos de tu casa.
Oh, Dios.
—¡No, no vengas!
—¿Por qué? ¿Acaso tienes compañía, pillina?
—No, estoy sola.
—¿De verdad?
—Pues claro que estoy sola, ¿con quién quieres que esté?
—No sé, ¿con el capitán de los Patriots?
—No digas tonterías. No hace ni dos meses que rompí con Tim. No estoy con nadie y no quiero estar con nadie.
—Vale, vale, no te pongas a la defensiva.
Susana oyó un ruido en el pasillo y se dio media vuelta. Kev estaba vestido y plantado en la puerta de la cocina. El modo en que le brillaban los ojos y en que apretaba la mandíbula le dejaron claro que lo había oído todo. Ella tapó el micrófono del móvil y separó los labios para decirle algo, pero no pudo. Él asintió, giró hacia la puerta y salió del apartamento sin decir nada.
—¿Sue? ¿Susan?
La voz de Pam la hizo reaccionar.
—Perdona —dijo Susan tras carraspear—, me he distraído. ¿Qué me has dicho?
—Llegaré dentro de diez minutos, ¿vale?
—Vale.
Colgó y fue a ducharse, y el agua que tenía en el rostro no eran lágrimas.
Mac volvía a estar en la calle caminando sin rumbo fijo para ver si así conseguía entender qué demonios era lo que estaba sintiendo. Los minutos que había pasado tumbado en la cama de Susan esperándola a que volviese de la cocina habían sido probablemente unos de los más felices de toda su vida. Acababa de hacerle el amor a una mujer que lo fascinaba, que lo intrigaba y lo excitaba a partes iguales y que era increíble en la cama. Ella le había dicho que iba a volver y él había dado por hecho que dormirían un rato y que después volverían a hacer el amor y ya planearía cómo pasar el resto del día. En su mente, saciada y eufórica por el sexo, Mac los visualizaba claramente a los dos en uno de sus restaurantes preferidos tomándose un plato de pasta y una copa de vino juntos.
Y entonces sonó el maldito teléfono móvil y Mac volvió a la realidad.
Él sólo había oído a Susan, pero las respuestas de ella le sirvieron para entender toda la conversación. El interlocutor de Susan le había preguntado si estaba sola y ella había contestado que sí. Un claro y rotundo sí. Y no sólo eso, Susan además había dejado claro que no tenía intención de estar con nadie en un futuro cercano, que su corazón seguía dolido por el abandono de Tim. A pesar de que su cuerpo se hubiese olvidado de él con pasmosa facilidad, pensó dolido Mac.
Apenas recordaba haberse puesto en pie e ir a por su camiseta. Se abrochó los vaqueros y salió del dormitorio sin molestarse en pasar por el baño. No quería verse la cara, porque no quería reconocer el dolor y la rabia que sin duda vería reflejados en su rostro. Caminó por el pasillo y se detuvo justo delante de la puerta de la cocina para ver si Susan intentaba detenerlo. Evidentemente, no lo hizo. Como tampoco intentó justificarse o disculparse.
¿Por qué estaba tan enfadado y tan dolido? ¿Acaso quería que Susan proclamase a los cuatro vientos que estaban juntos? Él todavía no sabía si lo estaban, así que no era lógico que pretendiese que ella lo supiese. No, pero tampoco hacía falta que fuese tan rotunda al asegurar que no estaba con nadie y que no tenía intención de estarlo. Habría podido inventarse cualquier excusa y decirle a la persona que la había llamado —Mac estaba convencido de que era Pam— que no estaba sola, o podría haberlo dicho que no quería que fuese a verla. Si hubiesen estado en su casa y lo hubiesen llamado a él, Mac se habría inventado cualquier excusa con tal de que nadie los interrumpiese, habría dicho que tenía la peste si hubiese sido necesario. Pero a Susan no le importó mentir, no le importó decir que no había nadie. Y Mac dedujo que eso significaba que quería que se fuese. Si ella hubiese querido que se quedase se habría deshecho de esa llamada o no la habría contestado.
Por eso estaba dolido, porque él había empezado a hacer planes para pasar un día romántico con ella, y ella había decidido pasarlo sola. Probablemente ni siquiera había tenido intención de volver a la cama con él.
—Asúmelo, Mac, sólo has sido un polvo.
Retomó el camino hasta el garaje donde esa mañana había aparcado el coche para ir al despacho de su abogado, y una vez allí condujo hasta su casa.
Un par de días más tarde, Susana estaba en la redacción cuando se topó con la noticia de que el ayuntamiento había subastado un solar de la ciudad al mejor postor y que al final se lo había adjudicado la constructora Realtor, una de las mayores de Boston. Al parecer había una fundación que se oponía a dicho proyecto que habían presentado varias pruebas aduciendo sobornos y preferencias inexplicables en el proceso de subasta. La fundación era La mejor jugada, la misma que Susana llevaba tiempo siguiendo de cerca porque creía que tenía un proyecto muy claro y que estaba muy comprometida con la ciudad. Susana no sólo respetaba dicha fundación, sino que admiraba mucho sus proyectos. La noticia en sí no era del todo sorprendente, en todas las ciudades había subastas que se adjudicaban a dedo, y en una tan grande como Boston no era de extrañar. Además, la constructora Realtor había depositado una importante suma como fianza, de eso no había ninguna duda, así que tal vez no se había cometido ninguna ilegalidad en el proceso. De todos modos, a Susana le pareció una noticia interesante por el cariz humano que tenía y porque por fin tenía una excusa para investigar más a fondo la misteriosa fundación. Era una noticia económica y social al mismo tiempo, y podía incluirla en su sección sin ningún problema. A ella le gustaba mucho informar sobre la economía del país y también a nivel mundial, pero también creía que era de vital importancia destacar de un modo especial las noticias locales. Y esa lo era. Ilusionada por el reto, descolgó el teléfono y llamó a su contacto en el ayuntamiento.
Media hora más tarde, y tras prometerle a Martha seis entradas para uno de los programas de más audiencia de la cadena (un reality show sobre madres que querían casar a sus hijos) averiguó la identidad del fundador de La mejor jugada.
Kev MacMurray.
Martha, una de las secretarias del alcalde, le contó que a pesar de que el señor MacMurray apenas figuraba en ningún papel y de que había dado instrucciones muy estrictas a su abogado para seguir en el anonimato, el día en que la constructora ganó la subasta no tuvo más remedio que firmar él mismo los documentos que presentaron contra la decisión del ayuntamiento. De lo contrario, no habrían logrado llegar a tiempo.
El mismo día que él fue a verla a su apartamento. Susana comprobó las fechas unas veinte veces, hasta que no le quedó más remedio que reconocer que eran la misma. Por eso estaba tan alterado cuando apareció en su casa. ¿Había ido a verla para contárselo? ¿Porque necesitaba desahogarse con alguien? ¿O sencillamente no tenía nada que ver?
Después de que Mac se fuese de su apartamento tras mirarla de esa manera, Susan lloró en la ducha de lo confusa que estaba. Con Tim y con su único otro novio de la universidad las cosas habían sido mucho más sencillas; se habían conocido y tras unas cuantas citas habían empezado a acostarse juntos. Al final había roto con los dos, sin aspavientos y sin traumas, aunque sin duda el caso de Tim había sido doloroso. Pero con Mac… no sabía dónde tenía la cabeza, o el corazón, o el resto del cuerpo.
Había pasado de odiarlo a querer arrancarle la ropa en cuanto lo veía, de no soportarlo a besarlo como si lo necesitase para respirar.
Una parte de ella sabía que esa mañana en su apartamento le había hecho daño, tal vez no comprendía el porqué o el cómo, pero el modo en que él la había mirado al irse no le dejaba ninguna duda al respecto. Susan había tenido que contenerse para no salir tras él y para no llamarlo, pero tras la ducha se dijo que tampoco sabía qué decirle.
Mac era el mejor amigo de Tim, pero eso era sólo la punta del iceberg de todos los problemas a los que tendrían que enfrentarse en el caso de que tuviesen una relación. La imagen que ella se había formado de Kev MacMurray a lo largo del tiempo que hacía que lo conocía cada vez encajaba menos con la realidad, y Susan tenía miedo de equivocarse de nuevo. No podía decirse que tuviese muy buen ojo con los hombres.
Esa noche, cuando hizo su sección de economía en las noticias estaba más nerviosa de lo habitual. No podía quitarse de la cabeza que Mac le había dicho que se torturaba mirándola. Se tropezó con tres frases y el presentador del programa tuvo que recordarle por donde iba. Nadie le dio ninguna importancia, todo el mundo tenía un mal día de vez en cuando, pero Susan tenía la sensación de que era más que evidente lo alterada que estaba. No podía seguir así, terminarían despidiéndola. Por ese motivo, y no por cualquier otro, cuando terminó el programa no se fue a casa, sino que paró un taxi y le dio al conductor la dirección de Mac.
Mac apagó el televisor y volvió a ponerse las gafas que desde hacía poco necesitaba para leer. Todavía no se había acostumbrado, pero tenía que reconocer que las letras del periódico le resultaban mucho más nítidas desde que las llevaba. Cogió los documentos que había aparcado encima de la mesa antes de administrarse su ración diaria de Susana y empezó a leerlos. Él y su abogado seguían luchando por el solar, pero ya habían encontrado otro proyecto en el que dedicar los esfuerzos de la fundación y poco a poco iba cogiendo forma.
En un mes se reanudaban los entrenamientos de los Patriots. Después de hablar con Mike, y sí, después de lo que había sucedido con Susan, había decidido que ésa iba a ser su última temporada. Cada vez que lo pensaba se le formaba un nudo en el estómago y se le detenía el corazón un instante. El fútbol había sido su refugio, un lugar en el que podía dejar de ser Kev MacMurray y convertirse sencillamente en Huracán Mac, un gran jugador que cuidaba de su equipo. Mac siempre había sabido que algún día su vida se complicaría; él era como sus padres, cuando se enamorase sería para siempre y de verdad, y tal vez por eso lo había retrasado al máximo. Sus padres, a pesar de que estaban dedicados a sus respectivos trabajos, siempre habían sentido auténtica devoción el uno por el otro, y por sus hijos. Y Mac quería eso.
Ahora lo sabía.
Y Susana era la primera mujer que le hacía desearlo, había sido así desde el principio y por eso se había comportado como un niño de parvulario; porque ella estaba comprometida con su mejor amigo y él no podía tenerla. El rechazo de Susana le había hecho daño, pero al mismo tiempo había servido para abrirle los ojos y hacerle reaccionar. Mac disfrutaría al máximo de su último año como capitán de los Patriots, ganaría la Super Bowl, y después se retiraría y dedicaría todos sus esfuerzos a la fundación y a encontrar a una mujer con la que formar una familia. Lo último sería casi imposible después de Susana, pero iba a intentarlo.
Oyó que llamaban a la puerta y suspiró frustrado. A ese ritmo jamás terminaría de leerse esos papeles. Se levantó y fue a abrir planteándose seriamente la posibilidad de pagar de su propio bolsillo una señal de tráfico con todas las direcciones de ese bosque bien indicadas.
—Llevas gafas.
Susana estaba plantada en la puerta de su casa. Otra vez. Aunque en esta ocasión no sujetaba una caja de bombones vacía, sino que tenía las manos entrelazadas delante de ella y se balanceaba nerviosa sobre los talones.
Mac se llevó una mano al rostro y se quitó las gafas.
—Son para leer —le explicó confuso y sin saber cómo interpretar esa visita.
—¿Puedo pasar?
«No».
—Claro, pasa. —Se apartó de la puerta y la cerró tras ella.
—Tienes una casa preciosa —dijo Susana deteniéndose justo detrás del sofá en el que él antes había estado sentado—. La última vez no te lo dije —se sonrojó.
—Gracias, era de mi abuela. —Mac se acercó a Susana e hizo algo que los sorprendió a ambos: le dio un suave beso en los labios. No los separó, ni los acarició con la lengua, sólo los rozó levemente. Sencillamente quería saber qué sentiría si cada día pudiese darle como mínimo un beso. Se apartó despacio y la miró a los ojos. Ella seguía allí, mirándolo tan confusa como probablemente lo estaba él.
—Siento lo del otro día —confesó Susana tras soltar poco a poco el aliento—. No quería que te fueras, tenía intención de volver al dormitorio y estar contigo —se obligó a añadir.
A Mac le costaba respirar, pero al final lo consiguió, y oyó cómo el corazón le latía dentro del pecho.
—¿Por qué dijiste eso por teléfono?
—Era Pam —empezó ella con la cabeza agachada. La levantó antes de continuar y lo miró a los ojos—: No sabía qué decirle.
Mac también la miró y vio que era sincera. Y que estaba nerviosa. Tal vez había sido demasiado duro con ella; apenas hacía un mes que Tim se había ido a Francia y estaba claro que Susana no era de la clase de mujer que se acostaba con cualquiera. Si él estaba hecho un lío, ¿por qué diablos había dado por hecho que ella no?
—Tú y yo… —siguió Susana un poco insegura—, no sabía si querías quedarte.
—Quería quedarme —le aseguró Mac y levantó una mano para apartarle un mechón pelo de la cara—. Quería volver a hacer el amor contigo.
Susana se sonrojó y colocó una mano en la cintura de él.
—Yo también.
Mac eliminó la distancia que los separaba y la abrazó. Cuando Susan quedó entre sus brazos, Mac sintió el deseo que lo embargaba siempre que ella estaba cerca de él, pero esta vez sintió algo más. El nudo que llevaba semanas atenazándole las entrañas se aflojó y el corazón le latió más despacio.
—¿Qué estamos haciendo, Kev? —Susana rozó su mejilla contra el torso de él y Mac suspiró antes de darle un beso encima de la cabeza.
—No lo sé. Nunca me había imaginado estando así contigo. —Se apartó un poco para poder mirarla a los ojos—. Y te juro que si te hubieses casado con Tim, jamás habría intentado nada contigo.
—Lo sé.
Incluso antes, cuando creía que Mac era un playboy millonario, Susan sabía que jamás habría intentado seducir a la prometida o a la esposa de su mejor amigo.
—Creo que por eso estaba siempre tan a la defensiva contigo —siguió él—, porque sabía que no podía tenerte. —Sonrió para burlarse de sí mismo—. Una reacción poco adulta por mi parte.
—A mí me pasaba lo mismo —volvió a sonrojarse y ocultó el rostro en el torso de Mac.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Nada.
—Cuéntamelo.
Susan respiró hondo y dejó que el aroma de Mac la envolviese.
—Me ponía furiosa que tu olor se me pegase a la ropa y al pelo —le dijo Susana—. Tú siempre hueles a menta y cuando coincidíamos te olía durante horas, incluso días, y eso que apenas me acercaba a ti. Ya sabes lo que me gustan los bombones de chocolate y menta, y tu olor me los recuerda.
—Es el aceite de masaje para las lesiones —confesó él después de que se le aflojara el nudo que sentía en la garganta.
—Eres tú.
Mac agachó la cabeza y le dio otro beso en el pelo.
—¿Por qué no te gusta que te llame Susana? —le preguntó entonces Mac disfrutando de aquella sensación de intimidad.
Susan volvió a respirar hondo y apretó un poco los brazos con los que lo rodeaba.
—Mis padre y yo nos fuimos de España después de que muriese mi madre. Yo tenía diez años y cuando llegamos a Nueva York, no sabía ni una palabra de inglés. Papá estaba casi todo el día en el hospital o resolviendo los temas de la mudanza, buscándome niñera, un colegio, un piso. Todas esas cosas. Yo no encajaba en ninguna parte. Y justo cuando empecé a estar bien, volvimos a mudarnos a Chicago porque conoció a Lisa y ella tenía allí un restaurante. Y tuve que volver a empezar de cero. Papá y Lisa se casaron y yo convertí su vida en un infierno. —Se detuvo unos segundos y dejó que el calor de Kev penetrase en su cuerpo antes de seguir—: Lisa quedó embarazada y entonces nació Nora. Era un bebé precioso y recuerdo que pensé que ella iba a tenerlo fácil, que ella no sería la chica nueva, que ella hablaría inglés desde pequeña y que ella no sería nunca «la española» de la clase. Al día siguiente empecé a decirle a todo el mundo que me llamaba Susan. Y he sido Susan desde entonces.
—Excepto para mí —señaló Mac—. Siempre he tenido la sensación de que Susan Lobato no es de verdad, en cambio Susana —le pasó las manos por la espalda—, Susana sí.
—Mi padre también me llama Susana. —Suspiró—. Y mi madre siempre me llamó así. Lisa, a la que llamo mamá desde hace años, sólo me llama Susan.
Mac quería conocer más detalles sobre esa historia, quería saber todo lo que le había sucedido a Susan de pequeña y los problemas a los que había tenido que enfrentarse, pero ahora había algo más importante.
Necesitaba volver a besarla.
—¿Y yo puedo llamarte Susana?
—Es la primera vez que me lo preguntas, antes no parecía importante no tener mi permiso.
—Ahora me importa.
—Me gusta que me llames Susana, Kev —añadió con una leve sonrisa.
Él se la devolvió y se agachó para darle un beso. En principio había tenido intención de apartarse enseguida, pero sus labios se negaron a abandonar los suyos y sus brazos la estrecharon con fuerza. Ella también se acercó a él y suspiró de aquel modo que le hacía perder el control. El poco que tenía siempre que estaban cerca. Abandonando cualquier intento de mantener esa conversación, la primera en la que no se insultaban, Mac la cogió en brazos y se dirigió hacia su dormitorio.
—Se caminar —le dijo ella cuando él interrumpió el beso un segundo para abrir la puerta.
—Lo sé. —Le guiñó el ojo—. Me gusta llevarte.
Entró con ella y la colocó con cuidado sobre la cama. Estaba nervioso. No era la primera vez que estaban juntos, pero era la primera que ninguno de los dos estaba enfadado. La primera que los dos se miraban a los ojos y empezaban a besarse y a desnudarse sin ninguna excusa que lo justificase; sencillamente porque querían estar juntos. Mac se colocó delante de ella y le tendió una mano, y cuando Susan la aceptó, la ayudó a ponerse en pie y empezó a desabrocharle los botones de la blusa que llevaba. Ella levantó las manos y las colocó en el torso de él y mantuvo la cabeza agachada, observando fascinada como los dedos de Mac temblaban encima de todos y de cada uno de los botones.
Él malinterpretó el gesto y le colocó un dedo bajo el mentón para levantárselo y encajó los labios con los de ella. El beso empezó despacio, pero no tardó en aumentar de intensidad y pronto los labios de Mac se movían frenéticos sobre los de ella, robándole el aliento, mareándola. Susana se estremeció entre los brazos de Mac y él tiró de la blusa hasta deshacerse de ella, pegándola contra su cuerpo inmediatamente a continuación. Ella deslizó las manos hacia la cintura de los vaqueros de él y tiró de la camiseta; la prenda le molestaba, quería tocarlo y notar la piel y los músculos bajo sus palmas. Frenética y nerviosa como estaba, la camiseta se enredaba entre sus dedos, hasta que él reaccionó y se la quitó con un único movimiento. Mac quedó despeinado y la miró con ojos ardientes y sin ocultar nada de lo que estaba sintiendo, ni el deseo ni la confusión. Acercó las manos a los hombros de ella y le recorrió la espalda hasta llegar al cierre del sujetador. Lo desabrochó y lo apartó despacio. Susan notó que tanto él como ella estaban temblando. No recordaba haberse sentido tan desnuda delante de ningún hombre, sentía incluso vértigo, aunque al mismo tiempo sabía que se suponía que era así exactamente como tenían que ser las cosas entre un hombre y una mujer. Mac no dijo nada, la verdad es que parecía incapaz de hablar, y la levantó en brazos para tumbarla en la cama.
Y de repente estaba en todas partes. Tocándola, acariciándola. La pellizcaba con los dedos, tiraba de su piel. La lamía y la besaba. La mordía. No paraba de decirle con voz ronca lo mucho que le gustaba. Se detuvo un único instante y se sentó en la cama; le quitó la falda y las medias y él se deshizo de los pantalones. Cuando volvió a tumbarse, le dio un beso en el ombligo y siguió descendiendo hacia abajo.
—¡Mac! —suplicó ella convencida de que moriría del deseo que él no paraba de avivar sin llegar nunca a saciárselo. En las ocasiones anteriores, los dos habían estado impacientes por alcanzar el orgasmo, por apagar, aunque fuese sólo un poco, el fuego que los consumía. Sin embargo ahora, Mac no parecía tener ninguna prisa. Todo lo contario.
—Kev —la corrigió él.
—Kev…
Sin saber qué hacer ni qué decir, lo único que podía hacer Susan era tocarle los hombros, el maravilloso pelo, la musculosa espalda cubierta de sudor. Mac era una obra de arte, tenía un cuerpo que la excitaba con sólo mirarlo. El cuerpo de un guerrero, de un hombre dedicado a un deporte físico y violento como el fútbol. Antes había creído que era sólo eso, ahora sabía que era mucho más. Y le daba miedo. Él debió de notarlo porque se apartó de los muslos de ella, que había estado besando con adoración, y se acercó a su rostro.
—Confía en mí, Susana. Dame una oportunidad, sé que puedo hacerte feliz —le dijo con absoluta certeza de que nunca se había arriesgado tanto con una mujer. Diciéndoselo le estaba dando el poder para destruirlo. A pesar de que en ningún momento le había confesado lo que sentía por ella —porque estaba convencido de que ella no estaba preparada para oírlo—, era evidente que él no le pediría a cualquiera una oportunidad de esa clase.
Susan asintió y levantó un poco la cabeza para besarlo. Mac apoyó las manos a ambos lados del cuerpo de ella y la penetró.
Se detuvo un instante. Intentó mantenerse inmóvil y esperar a que el sexo de Susan se habituase a tenerlo dentro de él, pero no podía dejar de temblar. Apretó la mandíbula con fuerza y soltó despacio el aire por entre los dientes.
Susan había vuelto a cerrar los ojos y se mordía el labio inferior. Había entrado demasiado rápido; Mac podía sentir los frenéticos latidos del corazón de ella en su miembro. Si pudiera pasarse toda la vida dentro de ella, tal vez podría volver a respirar.
Ella aflojó los dedos de las sábanas y levantó las manos para colocarlas encima de los antebrazos de Mac. Los sintió temblar del esfuerzo que estaba haciendo por no moverse y mantener su peso separado de ella. Pasó los dedos por entre el vello que los cubría y noto como él se excitaba más.
Ella no había tenido jamás ese efecto sobre otra persona.
Dejó la mano izquierda encima del bíceps derecho de Mac y con la derecha siguió subiendo hasta alcanzar su rostro. Susan seguía con los ojos cerrados y cuando la mano llegó a la mejilla de Mac, él giró el rostro y le besó posesivamente la mano.
Abrió los ojos y encontró los de él completamente abiertos, entregándose a ella sin ocultarle nada.
Mac le dio otro beso en la palma de la mano y después pasó el rostro entero por la mano de ella, buscando desesperado esa caricia.
—Separa un poco más la piernas —dijo él con la voz ronca.
Susan lo hizo y notó que el miembro de Mac la penetraba todavía más. Echó el cuello hacia atrás sin apartar la mano del rostro de él que seguía pegado a su palma.
Mac siguió inmóvil, exceptuando el temblor que desprendían sus músculos, y una fina capa de sudor le cubrió la espalda. Necesitaba que Susan estuviese muy excitada, porque cuando empezara a moverse no podría contenerse y la poseería de tal manera que podría sentirlo dentro de su cuerpo toda la vida.
Susan jamás consentiría que otro hombre la tocase. Tal vez su mente o su corazón jamás le pertenecerían, pensó con tristeza, pero después de esa noche su cuerpo sería suyo para siempre.
Igual que él ya le pertenecía a ella.
—Dobla la rodillas.
Ella obedeció al instante y Mac apretó los dientes al sentir cómo su erección entraba todavía más dentro.
—Kev… Por favor —gimió Susan—, haz algo.
Lo único que hizo él fue mover levemente las caderas y asegurarse de que su miembro llegaba al final del sexo de ella. Allí se detuvo. El calor era prácticamente insoportable. Él estaba tan excitado que podía sentir cómo los muros de ella temblaban para adaptarse a la intrusión. Y lo encerraban dentro de ella.
Se retiró un poco y volvió a entrar un poco más.
Susan cerró los dedos de la mano izquierda alrededor del bíceps derecho de Mac y la otra mano tembló junto al rostro de él. Mac separó los labios y le mordió la muñeca un instante. Ella extendió los dedos y él succionó levemente con los labios.
El sexo de Susan se humedeció todavía más y Mac sintió alrededor de su miembro las pequeñas contracciones que indicaban que ella estaba cerca del orgasmo. Movió la mano derecha, aguantando todo su peso con la izquierda, y le buscó el muslo derecho.
—Kev —susurró ella al notar los dedos de él encima de la piel.
Él no dijo nada, cada vez que ella pronunciaba su nombre se excitaba más, pero le separó ligeramente la pierna hasta que su pelvis tocó el cuerpo de Susan.
Ella tembló y él siguió besándole la mano y la muñeca hasta que notó que el interior de Susan se apretaba alrededor de su miembro y volví a encerrarlo dentro de ella.
Despacio volvió a apoyar la mano derecha en las sábanas y repitió muy lentamente el mismo proceso con la otra pierna de Susan.
Nunca había estado tan dentro de una mujer. Nunca había estado tan desesperado por poseer a ninguna de esa manera.
—Quiero meterme dentro de ti —farfulló cuando sus caderas quedaron por fin pegadas completamente a Susan. Su miembro oculto dentro de ella—. Quiero que me sientas incluso cuando no esté.
Bajó lentamente los brazos hasta quedar apoyado en los antebrazos y no en las palmas de las manos.
—Kev, por favor —suplicó Susan—, muévete.
Él guió las manos hasta los hombros de ella y la encerró completamente dentro de él. Necesitaba que Susan estuviese quieta, si se movía llegaría al final.
Y todavía no estaba listo para eso.
Respiró despacio y apoyó la frente cubierta de sudor en la de ella. Era como si su propio cuerpo, pensó Mac, fuese incapaz de tener una sola parte lejos de Susan. Necesitaba estar en contacto a lo largo de cada centímetro de su piel.
El vello de su torso se pegó a los pechos de ella y sintió cómo a Susan le temblaba el estómago.
Eso fue su perdición.
Mac contrajo los glúteos para ver si así contenía el placer, pero los labios del sexo de ella se apretaron alrededor de su miembro y empezó a eyacular.
El fuego empezó donde se unían sus cuerpos y se extendió súbitamente por los dos. Susan sintió cómo el orgasmo la sacudía de los pies a la cabeza y lo único que pudo hacer fue rodearlo con los brazos y suplicar por que él supiera qué hacer.
Ella estaba completamente perdida.
Mac hundió el rostro en el hueco del cuello de ella e intentó en vano contener los temblores que le sacudieron el cuerpo al alcanzar el orgasmo más intenso de su vida. Le lamió el pulso y apretó los dedos que tenía en los hombros de ella para que no se moviera, pero mantuvo el resto de su cuerpo completamente inmóvil.
Cuando terminó, notó que Susan le acariciaba el pelo y comprobó que sus cuerpos seguían unidos. Él seguía erecto, pero tras aquel orgasmo que habían compartido podía sentir a Susan completamente húmeda a su alrededor.
Suspiró aliviado. Por fin podía poseerla como quería.
Empezó a besarle el cuello y la oyó suspirar. Movió las caderas una vez y dejó que su miembro se deslizase por aquel pasaje que quería convertir en su hogar. Susan le clavó levemente las uñas en el hombro.
Él apretó los dientes para contener el deseo —no iba a perder el control otra vez— y deslizó una mano entre los dos en busca del sexo de ella.
Cuando lo sintió temblar tuvo que cerrar los ojos.
¡Dios! Ya volvía a estar al límite, pero esta vez iba a darle a Susan el placer que se merecía. Y le iba a demostrar que jamás encontraría a otro hombre como él.
—¿Te gusta? —le preguntó con la voz ronca.
—Sí —contestó ella.
Él siguió acariciándola lentamente y con suavidad, una suavidad que no encajaba con los movimientos fuertes y controlados de sus caderas. Susan echó la cabeza hacia atrás otra vez y Mac la retuvo por los hombros y la mantuvo prisionera bajo su cuerpo.
Apretó los glúteos y empujó con fuerza; su miembro tembló dentro del cuerpo de ella. Se retiró muy despacio, deleitándose en los temblores involuntarios de Susan. Y volvió a penetrarla lentamente.
Era un tortura.
Un ritmo que terminaría por enloquecerlos a los dos.
—Kev… —gimió ella.
—¿Qué quieres, Susana? —Le lamió una gota de sudor que le resbalaba por el cuello—. ¿Qué quieres?
—Kev…
Se retiró despacio y se quedó completamente inmóvil durante unos segundos. Sus cuerpos temblaban. Los dos estaban cubiertos de sudor y apenas podían respirar. Volvió a penetrarla y los dos respiraron un poco mejor.
—Bésame, Kev —le pidió ella.
Mac se apartó para mirarla y supo que jamás olvidaría el rostro de Susan en aquel instante. Ella lo necesitaba, quizá incluso tanto como él a ella.
—Susana…
—Bésame, te lo su…
La besó, le mordió incluso el labio inferior de la pasión que impregnó el movimiento, y deslizó la lengua hacia el interior de su boca.
—Tú… —le dijo entre dientes al apartarse y apretando los glúteos— no… —retiró las caderas y volvió a entrar dentro de ella con más fuerza— tienes… —entrar y salir— que suplicarme nada.
Dios, iba a correrse.
Ella lo miró a los ojos y Mac comprendió que no era él el que la estaba poseyendo a ella, sino al revés. Susana le sujetó el rostro entre las manos y tiró de él con todas sus fuerzas.
Lo besó con idéntico fervor con el que Mac le había estado haciendo el amor y cuando él se estremeció y alcanzó el orgasmo, ella lo siguió.
Los dos temblaron de la cabeza a los pies y sus cuerpos se sacudieron con un orgasmo que nacía en lo más profundo de sus almas y no tenía intención de soltarlos jamás. Mac movió frenético las caderas, lejos estaba aquel amante controlado del principio, ahora sólo era un hombre desesperado por perderse dentro de su mujer.
Cuando terminó, siguió besándola.
En realidad, no dejó de besarla en toda la noche.
Se quedaron en silencio un rato, acariciándose, besándose. Olvidándose de todo lo que había sucedido los últimos días. Sólo importaban ellos dos y lo que sentían cuando estaban juntos.
Susan también parecía incapaz de dejar de tocarlo y Mac se empapó de esas caricias por si tenían que durarle toda la vida. Sólo con pensar en eso volvió a necesitarla y ella pareció entenderlo. Estaban tumbados de lado, frente a frente, y Mac le levantó una pierna para colocarla con cuidado encima de su cintura. Sin dejar de mirarla a los ojos guió su miembro hacia el interior del cuerpo de ella. No estaba completamente erecto, pero sabía que le bastaría con sentir el calor de Susana envolviéndolo para tranquilizarse.
Ella le acarició el rostro y buscó sus labios para besarlo. Empezaron despacio.
Una caricia, un beso, y los dos fueron excitándose hasta alcanzar otro orgasmo esta vez abrazados.
Lo último que pensó Mac antes de correrse fue que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que Susana permaneciese a su lado.