Duodécima regla del fútbol americano:
Una vez finalizada la jugada (generalmente se da por finalizada cuando placan al portador del balón o cuando se falla un intento de pase), el partido se detiene y se vuelve a repetir el mismo proceso desde el punto de máximo avance del balón.
Hacía dos semanas que no la veía. Al menos en persona, porque cada noche se torturaba a sí mismo y ponía el canal de noticias justo cuando Susan aparecía en pantalla. Le pareció que estaba más delgada y que tenía un poco de ojeras, y que estaba increíblemente guapa. Mac justificaba esos diez minutos de tortura diaria diciendo que así seguro que se aburriría de ella, aunque por el momento esa táctica no parecía estar haciendo ningún efecto.
Dedicó esas dos semanas a ir al gimnasio y a seguir trabajando en su proyecto: La mejor jugada. Estar ocupado no hacía que no pensase en Susan, pero al menos así se acostaba más cansado y con la sensación de tener cierto control sobre su vida.
Además, La mejor jugada requería de toda su atención.
Mac, al igual que Tim, procedía de una familia muy adinerada. Su padre, Robert MacMurray dirigía un banco que había pertenecido a su familia durante generaciones, y su madre, Meredith, procedía de una larga estirpe de rancheros de Texas. Mac y sus hermanos, Lilian y Harrison, se habían criado en una mansión en Boston rodeados de todos los lujos imaginables, pero sus padres también les habían enseñado que eran unos privilegiados y que tenían el deber de ayudar a los demás y de cumplir con las obligaciones que comportaba su posición más favorable. Toda su familia invertía parte de su tiempo y de su fortuna en labores sociales, pero lo hacían desde la discreción más absoluta porque nunca habían buscado el reconocimiento de nadie, sencillamente querían ayudar.
Mac habría podido participar en cualquiera de las fundaciones benéficas que habían creado sus padres, o en la que había fundado su abuela para proteger a las mujeres maltratadas y sin recursos, una de las más importantes del país, pero él quería tener su propio proyecto. Algo en lo que creer de verdad y a lo que poder dedicarse en cuerpo y alma cuando se retirase del fútbol profesional. Se había pasado años dándole vueltas al tema, buscando un proyecto que encajase con él de verdad. Hasta que un día, volviendo de un entrenamiento, lo encontró.
Llovía y era de noche, y la carretera por la que circulaba normalmente estaba cortada y lo desviaron por unas calles menos transitadas. Unos minutos más tarde se fijó en sus alrededores y vio que estaba en una zona que no tenía muy buen aspecto y no tardó en ver un par de bandas callejeras merodeando por una acera. Y detrás de ellos había un campo de fútbol completamente vacío y abandonado. A oscuras. Mac llegó a su casa sin que se produjese ningún incidente, pero no pudo quitarse de la cabeza la imagen de ese campo abandonado y de las bandas de adolescentes. Si el campo estuviese en buen estado y perfectamente iluminado, probablemente alguno se sentiría atraído. Y si además hubiese entrenamientos gratis, seguro que más de uno estaría tentado de intentarlo para buscar un futuro mejor. Y si organizasen una liga entre barrios, tal vez la gente que vivía allí se involucraría en el proyecto y entonces esas calles quizá dejarían de ser tan peligrosas.
Mac no era ningún estúpido y sabía perfectamente que para rehabilitar una zona no bastaba con jugar al fútbol, pero por algún lugar se tenía que empezar, ¿no? Mantener el anonimato le estaba resultando cada vez más difícil, y para eso había contratado a un abogado que se encargaba de hacer todas las gestiones, pero el que tomaba las decisiones era Mac.
Hasta el momento, La mejor jugada había rehabilitado varios campos de fútbol abandonados de la ciudad y patrocinaba unos cuantos equipos locales, la liga de equipos infantiles y varios campeonatos, pero el proyecto en el que estaba trabajando Mac ahora era la compra de un solar que había quedado disponible en medio de cuatro edificios especialmente castigados por el tráfico de drogas. Si lograba hacerse con ese solar, no sólo haría un campo de fútbol, sino que podría construir un mini estadio para que los más pequeños fuesen a jugar y también una pequeña biblioteca. Era un proyecto muy ambicioso, y tenía un gran obstáculo en el camino; una constructora de Boston también estaba interesada en el solar para levantar allí un centro comercial.
Esas últimas dos semanas habían sido muy intensas. La constructora había conseguido la aprobación de uno de los concejales del ayuntamiento, y si Mac no encontraba el modo de anularla y de convencer al alcalde de que su proyecto era mejor, terminaría perdiendo el solar. Él y su abogado habían presentado todas las alegaciones posibles al proyecto del centro comercial, y adjuntaron los resultados más que favorables que estaban obteniendo con los campos de fútbol que habían rehabilitado por la ciudad; unos resultados que se traducían en la reducción de la criminalidad y en el aumento de la escolarización en la zona, pero no en términos económicos.
No sirvió de nada.
El ayuntamiento sacó a subasta el solar y la constructora hizo una oferta que no pudieron rechazar.
Mac estaba en el despacho de su abogado cuando recibieron la noticia. Habría podido quedarse un rato y sospesar las distintas posibilidades que tenían, pero estaba demasiado furioso y demasiado cansado. Necesitaba pensar, así que se despidió de su abogado, bajó a la calle, se puso las manos en los bolsillos del abrigo y empezó a andar sin rumbo fijo.
Caminar lo ayudaba a concentrarse, era algo que le había enseñado su primer entrenador de fútbol; sus pies se colocaban el uno detrás del otro, un movimiento sencillo, y su mente poco a poco iba centrándose en lo que más le preocupaba. La decisión del ayuntamiento no era del todo definitiva, todavía existía la posibilidad de que denegasen la venta del solar a la constructora, pero tenían que darse un sinfín de condiciones. Le ponía furioso saber que por culpa de unos cuantos concejales avariciosos y cortos de miras su proyecto no iba a seguir adelante. Seguro que cualquier estudiante de económicas podría explicarles que estaban cometiendo un error. ¿Estudiante de económicas? Susan. Ella era doctora en económicas y sabía explicarse mejor que nadie, incluso conseguía que las noticias financieras fueren comprensibles. Pero ella nunca accedería a ayudarlo y él nunca se lo pediría. Encontraría a otro economista, a un catedrático de reputación internacional, y le encargaría un informe para presentárselo al ayuntamiento. Probablemente eso tampoco serviría de nada, tal vez debería olvidarse de ese solar y buscar otro. Lo más inteligente sería hacer ambas cosas, decidió; seguiría luchando por ese condenado solar y empezaría a buscar otro.
A Mac no le gustaba rendirse, y quizá por eso cuando alzó la vista no le sorprendió descubrir que estaba justo delante de casa de Susan.
Eran las doce del mediodía y Susan estaba en casa horneando un pastel. La cocina no era lo suyo, pero se negaba a aceptarlo. Le encantaba el olor a vainilla y como no podía pasarse el día viviendo en una pastelería, de vez en cuando se atrevía a hacer un pastel o unas galletas. Siempre le regalaba la mitad a Pam, que la insultaba por perjudicar su figura, y la otra se la comía ella poco a poco, y siempre antes de acostarse, cuando llegaba del trabajo y aprovechaba para relajarse.
Batió la mantequilla y pensó que era curioso que no se hubiese dado cuenta hasta ahora, pero nunca le había hecho ningún pastel a Tim. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza hablarle de su pequeño pasatiempo.
¿Qué otras cosas no le había contado?
Cuanto más días pasaban desde su ruptura, más dudaba Susan de que hubiesen llegado a ser felices de verdad. Y al mismo tiempo tenía que reconocer que cuando pensaba en Tim lo hacía con cariño, pero nunca con amor, ni con deseo, ni siquiera con lujuria.
¿Por qué no se había dado cuenta? ¿Por qué se había convencido de que lo quería cuando ahora veía tan claro que no?
Se apartó un mechón de pelo de la frente y se concentró en la receta. Añadió los huevos, la harina, el azúcar, y el aroma de vainilla. Y luego vertió la masa en el molde y lo metió en el horno. Hoy había elegido un sencillo bizcocho; sencillo pero delicioso, el que mejor combinaba con la infusión que se bebía de noche.
Programó el horno y oyó que llamaban a la puerta. Se limpió las manos con el trapo y fue a abrir convencida de que se encontraría con el portero; había comprado unos libros por Internet y el pedido estaba a punto de llegar.
Pero no era el portero el que estaba plantado en el dintel con una caja de libros en la mano, era Mac. Y estaba furioso. Y no sujetaba ningún libro.
—Me has hecho venir hasta aquí —le dijo, convencido de que esa frase tenía alguna clase de sentido. Colocó una mano en la puerta para terminar de abrirla y entró esquivando a Susana.
—Yo no he hecho nada —le contestó ella sin apartar los ojos de él que se movía como un león enjaulado.
—Oh, sí, sí que me has hecho algo. He tenido dos semanas horribles, me las he pasado trabajando como un condenado y por las noches, ¿sabes que he hecho por las noches? —le preguntó acercándose a ella—. Verte en la tele.
—Yo… —balbuceó Susana.
—Tú nada. Tú me mandaste ese mensaje horrible para disculparte, como si me hubieses rayado el coche. Joder, Susana, ¿tenías que ser tan fría? —Se pasó frenético las manos por el pelo—. ¿Tenías que salir con ese tipo? Mierda, Susana. Dejaste que te tocase —dijo entre dientes.
—No hables mal en mi casa. No pienso permitírtelo. Y Parker sólo es un amigo.
—¿¡Qué!? —Mac levantó las manos exasperado—. ¿En serio? Tú te presentaste en mi casa a las tres de la madrugada y prácticamente me lanzaste la caja de bombones a la cabeza. Estabas medio borracha, o medio sobria, y me soltaste ese discurso acerca de todo lo que sabes de mí. Y luego, te lanzaste encima de mí antes de que yo pudiese contestarte. ¡No, no he acabado! —le advirtió al ver que ella iba a abrir la boca—. Me echaste un polvo contra la puerta y te fuiste, y luego me mandaste ese mensaje. Y al cabo de unos días fuiste a la ópera con Don Perfecto porque al parecer con él sí que pueden verte. Tú, Susana has hecho todas estas cosas, ¿y ahora no piensas permitirme que hable mal en tu casa? Sólo he dicho un taco, tú en la mía hiciste algo mucho peor.
El corazón de Susan le estaba golpeando el esternón tan fuerte que apenas podía oír nada. Mac estaba furioso, de eso no le cabía la menor duda. Sin embargo, en sus ojos y en la comisura de los labios veía que también estaba frustrado y agotado, y algo le decía que no todo era culpa de ella.
Le había sucedido algo, algo lo bastante grave como para alterarlo de esa manera.
—¿Ha sucedido algo, Kev?
—Que si ha sucedido algo, me pregunta —dijo sarcástico—. Por supuesto que ha sucedido algo. Que viniste a mi casa, Susana.
—Me refería a hoy.
—Hoy, ayer, mañana. No puedo pensar. Después de verte en la ópera con ese imbécil creí que iba a lograrlo, que mi mente había captado el mensaje, pero no puedo dejar de pensar en ti. ¿Por qué me has hecho esto? —Mac no tenía ni idea de que esas palabras iban a salir de su boca, y sin embargo no podía detenerlas. Estaba harto de intentarlo.
—¡Yo no te he hecho nada! Cualquiera diría que tuve que obligarte, parecías estar más que dispuesto a… a… —tragó saliva— seguirme la corriente.
—¡Joder, Susana, como puedes ser tan lista y tan tonta al mismo tiempo!
—Si vas a seguir insultándome, será mejor que te vayas.
—No te estoy insultando.
—¿Ah, no?
Con cada una de las frases que se lanzaban habían ido acercándose el uno al otro. Mac fue el primero en darse cuenta de que la tenía al alcance de la mano y vio que a ella se le había acelerado el pulso y que tenía los ojos completamente brillantes.
—A la mierda —farfulló, decidiendo que estando tan alterados como estaban no serviría de nada que siguiesen hablando.
La sujetó por los antebrazos y al mismo tiempo agachó la cabeza para devorarle los labios. Susan, muy a pesar de su orgullo, gimió al sentir el tacto de los de Mac pegados a los suyos. Él movió la lengua en el interior de su boca con rabia y subió las manos hasta enmarcarle el rostro con ellas. Susan levantó las suyas y con dedos firmes le sujetó las muñecas durante unos segundos, pero él la besó repetidamente, y pegó su torso al de ella y dejó que ella notase lo mucho que la deseaba.
Susana le soltó las muñecas y le bajó las manos hasta la cintura de los pantalones para tirar de él y juntar sus caderas. Él también bajó las manos pero para cogerla en brazos.
—El dormitorio —le dijo apartándose sólo los segundos necesarios.
Susana, desconociéndose por completo, le respondió.
—Al final del pasillo. —Y empezó a tirarle de la camiseta de las ganas que tenía por desnudarlo.
Él los llevó hasta allí y abrió la puerta de un puntapié. Los dos cayeron sobre la cama frenéticos por encontrar el modo de desnudarse el uno al otro sin dejar de besarse y de tocarse. Mac fue el primero en quedarse sin camiseta, básicamente porque se la quitó con un movimiento brusco, y Susan lo siguió al instante. Ella le arañó la espalda y él le pellizcó y le besó los pechos por encima del sujetador.
¿Por qué perdía el control sólo con ella? Mac solía ser un amante considerado y refinado que sólo recurría a los movimientos bruscos cuando su pareja se lo pedía, y no solía excitarlo especialmente, pero con Susana su técnica se reducía a la de un adolescente y su único objetivo era meterse dentro de ella lo antes posible. Y quedarse allí durante tanto tiempo como ella le permitiese, y hacerla gemir y estremecerse de placer.
Tiró de los pantalones de Susan y los lanzó al suelo y ella se peleó con el botón de los vaqueros que él llevaba. Mac le apartó la mano porque si ella lo rozaba, aunque fuese por casualidad, se correría. Le sujetó las manos encima de la cabeza y sin dejar de besarla se desabrochó los vaqueros, pero no se los quitó. Para quitárselos habría tenido que apartarse de ella, dejar de besarla y de tocarla, y no se veía capaz de hacerlo. La ropa interior de ella lo molestaba, el sujetador iba a tener que quedarse porque ni loco iba a detenerse lo suficiente como para hacerse cargo de él, pero las braguitas eran otro tema. Podría rompérselas, e iba a hacerlo cuando recordó que ya le había roto unas. Y si quería que Susana le diese la más mínima oportunidad quizá debería demostrarle que era capaz de ser algo más sofisticado que un animal. Soltó el aire por la nariz y empezó a bajarle la prenda por los muslos. Ella levantó las caderas e intentó mover los brazos, pero Mac no se lo permitió. Susana entonces apartó los labios de los de él y le mordió el cuello.
Mac se estremeció de placer y un sonido gutural se escapó de su garganta.
¿En qué la estaba convirtiendo ese hombre? Ella nunca mordía a nadie, mejor dicho, nunca había sentido la imperiosa necesidad de morder a nadie, y menos a un hombre en su cama. Pero con Mac se volvía loca, perdía cualquier inhibición y su cuerpo tomaba el control. No sólo quería morderlo, quería sujetarlo por el pelo y pegarlo contra ella, quería lamerle esa espalda que parecía no acabar nunca y recorrerle los pectorales y los abdominales de mármol con las uñas y ver si temblaban bajo sus palmas.
La mano de él subió por un muslo y buscó su entrepierna. Y sin previo aviso deslizó un dedo en su interior. Entonces se detuvo.
—Kev… —gimió Susana.
Al oírla decir su nombre, Mac se serenó un poco y abrió los ojos. Ni siquiera recordaba haberlos cerrado. Había ido al apartamento de Susan para pedirle ayuda con el informe económico de la fundación, no para desnudarla y hacerle sentir que se moriría si no volvía a tocarla.
No podía pensar. Susan no podía condenarlo a no sentir nada durante el resto de la vida.
Estaba tan furioso y frustrado que había ido a verla para decirle que podía seguir saliendo con el imbécil de la ópera y meterse su mensaje donde le cupiese; él no era un chico de los recados al que pudiese despedir con una frase hecha. Había ido a verla para decirle que él tampoco quería repetir lo de la otra madrugada y que lo mejor para todos sería que nunca le contasen a Tim lo sucedido. Al fin y al cabo, sólo habían echado un polvo sin importancia.
Pero cuando la vio vestida con esa camiseta y esos pantalones, oliendo a vainilla y con restos de harina en la cara, se olvidó por completo del discurso que tenía preparado y se puso más furioso todavía. Y Susan, típico de ella, reaccionó de un modo completamente inesperado.
Y Mac decidió que hablar con ella era una completa pérdida de tiempo y que lo que tenía que hacer era besarla. Besarla y llevarla a la cama. Quizá entonces los dos se tranquilizarían lo suficiente como mantener una conversación civilizada.
Necesitaba estar dentro de ella, volver a hacerle el amor, sentirla a su alrededor. Susan temblaba y se movía debajo de él, pero todo estaba sucediendo muy deprisa y él preferiría morir a hacer algo que ella no quisiese.
—¿Es esto lo que quieres? —le preguntó con la voz ronca deslizando la erección lentamente por encima de la entrepierna de ella.
La sorpresa de Susana fue más que evidente.
—¡Sí! Eres un cretino arrogante —dijo, aunque la segunda parte de la frase la añadió para quitarle importancia a la primera.
Mac asintió y apretó la mandíbula para recuperar cierto control y cuando creyó tenerlo, buscó su miembro con una mano; sin quitarse los vaqueros lo dirigió hacia la entrada del sexo de ella. Respiró hondo y los dos se quedaron quietos un instante mirándose a los ojos.
Le soltó las muñecas, pero Susan dejó los brazos donde estaban hasta que él colocó las manos encima de las de ella y entrelazó los dedos de ambos. Mac gimió desde lo más profundo de su alma cuando empezó a moverse muy despacio. Entró y salió poco a poco obligándola a notar cada centímetro de su cuerpo, a reconocer lo que estaba pasando entre los dos; esa conexión que iba mucho más allá del deseo o de la atracción.
Ella se perdió en sus ojos y en un intento desesperado por ocultar lo confusa que estaba por los sentimientos que él le despertaba, se dejó llevar por el placer. De momento era lo único que se veía capaz de confesar que sentía… tenerlo dentro de ella era demasiado para sus emociones.
Llevaba un año negando que él era el único capaz de despertarlas.
Susan apretó las manos de Mac con las suyas y se rindió a esa adicción con un suspiro de desesperación.
Mac apretó los dientes al deslizar su excitado miembro por los empapados labios del sexo de ella. Se pegó contra su torso y se esforzó por mantener la calma mientras el resto de su cuerpo estaba pendiente del enorme placer que sentía al estar dentro de Susan. Los suspiros que salían de los labios de ella eran sin duda el sonido más erótico que había oído jamás. Mac ardía de los pies a la cabeza, le quemaba incluso el pelo, y en cuanto se le secaba una capa de sudor sobre la piel volvía a quedar empapado.
Necesitaba tener todos y cada uno de los centímetros de su cuerpo tocando el de ella. Apoyó la frente en la de Susan, movió la nariz para acariciar la de ella, los labios.
—Susana —suspiró apartándole una pierna hacia un lado para poder penetrarla más—. Sólo soy capaz de sentir cuando me estás tocando.
Susana giró las caderas de un modo que Mac apenas pudo soportarlo.
—Kev…
Oírla gemir así lo llevó a estremecerse con todas sus fuerzas.
—Maldita sea, deja de moverte o terminaré por perder el poco control que me queda.
—¿A esto lo llamas control? —suspiró y levantó las caderas para provocarlo, ajena al infierno que él estaba pasando por dentro—. ¿Qué diablos haces cuando lo pierdes por completo?
Mac sonrió por primera vez desde semanas, le soltó las manos y la abrazó contra su cuerpo. La besó y empezó a mover las caderas lánguidamente, con el único objetivo de llevarlos a ambos al clímax. Le habría gustado estar completamente desnudo, poder sentir el tacto de los muslos de Susana bajo los suyos, pero hacerle el amor con los vaqueros puestos era también muy sensual, la prenda le impedía moverse con total libertad y hacía que las embestidas de sus caderas fuesen más contenidas, más lentas. Susan levantó las piernas y le rodeó la cintura; él bebió los gemidos de ella, los suyos se perdían dentro de su garganta. Notó el instante exacto en que Susan alcanzó el orgasmo, los labios de su sexo se cerraron alrededor de su miembro y le clavó los dedos en la espalda. Mac no pudo, y no quiso, hacer nada para seguir conteniendo su propio orgasmo y se entregó a él al mismo tiempo que Susan.
Cuando los dos dejaron de temblar, Mac se quedó encima de ella durante unos segundos, pero pronto temió estar aplastándola y la soltó para poder incorporarse un poco. Lo hizo despacio, diciéndose que si ella lo miraba con frialdad podría soportarlo. Susan tenía la cabeza ladeada y la nuca y la frente cubiertas por una fina capa de sudor, sus labios estaban entreabiertos y se los humedeció al intentar recuperar el aliento.
Poco a poco, fue girando el rostro hacia el de Mac.
—Eres preciosa —farfulló él, y ella le sonrió, pero entonces sonó una especie de campanilla y la expresión de Susana cambió por completo.
Mierda.
Susana se sonrojó y apartó un poco la mirada. Mac no se movió y siguió mirándola fijamente, decidido a no permitirle que se distanciase de lo que acababa de suceder.
—Es el horno —le explicó—. Se quemará el bizcocho. Vuelvo enseguida.
Mac no se apartó porque sabía que si ella salía de allí sin reconocer lo que estaba pasando, encontraría el modo de volver a levantar un muro entre los dos.
—Por favor, Kev —le dijo, tocándole la mejilla con una mano.
Si ella supiera el efecto que tenía en él que lo llamase por su nombre, jamás podría negarle nada. Y si a eso se le sumaba que lo había acariciado con ternura, a Mac le resultó imposible seguir resistiéndose. Salió con cuidado de ella y se tumbó en la cama.
Susan se levantó y cogió un batín que tenía encima de una silla que había en el dormitorio y empezó a ponérselo ya en el pasillo mientras se dirigía a la cocina.
Mac se quedó allí con los ojos cerrados y el corazón acelerado, oyendo cómo ella efectivamente apagaba el horno y sacaba algo de dentro. El aroma de vainilla que había estado presente en el apartamento desde su llegada se intensificó. Susan estaba tardando demasiado, pensó Mac con suspicacia, aunque quizá solamente estaba organizando algo en la cocina. Oyó los pasos de ella en el pasillo acercándose de nuevo hacia el dormitorio y suspiró aliviado. Susan no había cambiado de opinión respecto a él.
Y entonces sonó el móvil.