Capítulo 3

Tercera regla del fútbol americano:

Ningún jugador puede estar en la línea de ataque cuando se inicia la jugada.

SUSAN

—No puedo casarme contigo porque ya estoy casado.

No es una frase difícil. Es una frase muy sencilla en realidad.

Y muy complicada al mismo tiempo.

—¿Qué has dicho?

Tim desliza el pulgar por encima de los nudillos de la mano que me sujeta y yo me suelto de repente.

Mi cerebro todavía no ha asimilado muy bien lo que acaba de decirme, pero mi cuerpo sabe que no quiero que siga tocándome.

Cierro los dedos y lo miró fijamente a los ojos.

—Ya estoy casado, Susan. Lo siento.

Tendría que abofetearlo, sé que tendría que hacerlo. Es lo que se merece. Pero no quiero hacerlo, y cuando comprendo que él acaba de decirme que está casado con otra mujer y que a mí no me molesta lo suficiente como para pegarle, se me rompe el corazón.

Iba a casarme con él.

Me resbala una lágrima por la mejilla y veo que Tim levanta una mano para secármela, pero se detiene antes de tocarme y se aparta.

—Lo siento, Susan —repite.

—¿Cuándo? ¿Por qué? —le pregunto. Sé que tiene que haber una explicación.

—Hace muchos años. Porque la amaba.

Esa segunda frase me quita el aliento. A mí Tim nunca me ha dicho que me ama, sólo dice que me quiere. Tal vez sea una distinción semántica, pero dentro de este coche parado en una calle de Boston de noche tiene todo el sentido del mundo.

—Tú me pediste que me casara contigo —le recuerdo furiosa de repente. Sí, no me ha roto el corazón, pero me siento como una estúpida, como una boba, como un segundo plato.

Y me ha mentido. Me ha engañado, no sólo me ha ocultado que ya está casado, sino también que es capaz de amar, que no es el hombre práctico que decía querer una vida tranquila a mi lado.

—Sí. —Suspira y se pasa las manos por el pelo. Y en ese gesto veo más emoción de la que ha impregnado muchos besos. Patético—. No sabía que Amanda y yo seguíamos casados.

Amanda. Ella se llama Amanda. La mujer capaz de hacer que Tinman se despeine se llama Amanda.

—¿Cómo lo has sabido?

Tim me mira y me doy cuenta de que no deja de mover nervioso una rodilla.

—Al pedir los papeles para casarme contigo —me contesta sincero—. Yo creía que estábamos divorciados.

—Y no lo estáis —añado entre dientes.

—No, no lo estamos.

Lo miro y me sigue pareciendo muy guapo, pero por primera vez me doy cuenta de que me da rabia que no se despeine por mí. Que no mueva nervioso una rodilla de las ganas que tiene por estar conmigo.

—Y crees que eso significa algo —adivino. En ningún momento me ha dicho que quiera divorciarse de esa Amanda, ni que retrasemos la boda hasta entonces—. Y quieres ir a buscarla —digo casi para mí misma.

—Sí.

Un rato después, el coche que ha reanudado la marcha, aminora la velocidad y deduzco que estamos llegando a nuestro destino. Miro por la ventana y reconozco la silueta de mi edificio. Me reconforta; acabo de descubrir que iba a casarme con un hombre al que no amo y que no me ama a mí… Y quiero estar sola.

—Tendré que irme del país durante unos días —me dice de repente—. Yo me ocuparé de comunicárselo a la prensa.

No puedo seguir en ese vehículo ni un segundo más. No puedo respirar.

—Haz lo que quieras.

Noto el vacío que crece en mi interior, carcomiéndome. ¿Qué diablos me pasa? ¿Cómo es posible que haya estado más de un año con un hombre tan maravilloso y que al mismo tiempo me importe tan poco? ¿Acaso soy incapaz de sentir, de enamorarme? ¿Y él? ¿Por qué iba a conformarse conmigo? El nudo que me oprime el pecho se estrecha al comprender algo mucho peor, ¿por qué Tim no se ha enamorado de mí?

Rodeo el tirador del coche y empiezo a abrir la puerta, pero Tim me sujeta por el antebrazo.

—¿Susan?

Me giro despacio, pero mantengo el silencio. No quiero ponerme a llorar delante de él. Seguro que me consolaría y entonces todo sería mucho más humillante.

—Lo siento. —Me acaricia el brazo despacio—. Habría intentado hacerte feliz.

—No estés tan seguro —le contesto furiosa y veo que él me mira sorprendido—. No me has pedido que te acompañe ni que pospongamos la boda. —Se me escapa una risa amarga—. Lo habría hecho, ¿sabes? Soy así de idiota.

—Tú no eres idiota, Susan.

—Llámalo como quieras, Tim, pero cuando has visto ese mensaje has tardado media hora en romper conmigo y anular la boda. —Sujeto el tirador con fuerza—. Así que no estés tan seguro de que hubieras intentado hacerme feliz. Yo no lo estoy.

—Te mereces a alguien que lo intente.

Eso no, eso sí que no. No voy a tolerar que me tenga lástima.

Lo abofeteo. Me siento mejor.

No espero a que me diga nada más, abro la puerta y salgo corriendo.

A pesar de lo que le he dicho, y de la bofetada, sé que Tim habría intentado que nuestro matrimonio funcionase y, probablemente, lo habría logrado durante un tiempo, pero ¿me habría bastado con eso?

¿Me habría dado cuenta algún día de que no estábamos enamorados de verdad?

Me meto en el ascensor y subo llorando hasta casa. Abro la puerta con movimientos frenéticos y al entrar lanzo la americana al suelo.

El estúpido vestido no me ha servido de nada. Sólo para que me planten, pienso, y sonrío entre las lágrimas. Me lo quito también furiosa y me meto en la ducha.

El agua se mezcla con las lágrimas y no dejo de repetirme que es mejor así. Tim y yo somos tan correctos que nos habríamos pasado toda la vida el uno con el otro aun siendo desgraciados.

Y yo no quiero eso.

Quiero un hombre del que me pueda fiar, pero que al mismo tiempo sea incapaz de contener su pasión por mí.

Quiero un hombre capaz de anular una boda dos meses antes para estar con la mujer que ama y ser esa mujer. Para variar.

Vaya tontería, yo no despierto esa clase de pasiones.

A estas alturas ya tendría que haberlo asumido.

Además, yo sé perfectamente que esa clase de historias de amor siempre terminan en tragedia. No, lo que yo necesito es seguir con mi vida.

Soy feliz.

Tengo un trabajo maravilloso.

Unos amigos estupendos.

Un piso fantástico.

Sí, voy a seguir con mi vida y algún día conoceré un chico normal que encajará conmigo a la perfección en el mundo real, y no en el mundo imaginario, y seremos felices juntos.

Y no volveré a dejarme engatusar por jugadores de fútbol. A pesar de que el día que conocí a Tim fue uno de los mejores de mi vida.

Sede central de CBT (Central Boston Television) hace algo más de un año.

Llego tarde al plató, las chicas de maquillaje van a matarme. Esquivo al chico que reparte el correo y gano un par de segundos.

Voy a conseguirlo.

Choco de bruces con un desconocido y no caigo al suelo porque sus brazos me sujetan por la cintura. Me aparto el pelo de la cara para disculparme y me encuentro con una sonrisa muy amable y unos ojos cálidos.

Que pertenecen a uno de los jugadores más famosos y más atractivos de los Patriots.

—Lo siento —farfullo.

—Yo no —contesta él con mucha práctica. Quizá demasiada—. Soy Tim.

—Lo sé.

Tim me suelta sin apartarse de mí.

—Yo soy Susan —le tiendo la mano.

—También lo sé. —Me la estrecha y vuelve a sonreírme—. Presentas una sección de las noticias.

—Sí. —«Sabe quién soy». Las noticias económicas.

—Me temo que ésas sólo le interesan a Mac. ¿No es cierto, Mac?

Tim se gira levemente y veo que detrás de él está el capitán de los Patriots, Kev MacMurray. Y esta furioso. ¿Por qué?

Me da igual, Tim vuelve a sonreírme y sigue hablándome.

—Hemos venido a una entrevista para el canal de deportes. Nos han dicho que terminaremos dentro de una hora, ¿puedo pedirte que vengas a cenar conmigo?

—¿Qué? —Quedo como una boba.

Tim se ríe con suavidad y me coge la mano con delicadeza. Y yo noto que el capitán de los Patriots me fulmina con la mirada.

—Cenar. Conmigo —me explica Tim.

—¿De verdad?

—De verdad.

—De acuerdo. —Tendría que estar muerta para negarme, aunque durante un segundo he sentido el impulso de hacerlo sólo para ver si así MacMurray, Mac, como lo llama todo el mundo, dejaba de mirarme de esa manera.

Así fue como conocí a Tim, y a Mac, supongo, aunque al segundo no volví a verlo hasta meses más tarde y él fingió no acordarse de mí. De hecho, Tim tuvo que volver a presentarnos.

Esa tarde, en medio de los pasillos de la emisora, sentí un nudo en el estómago y me sudaron las manos. El corazón me latía tan rápido y tan fuerte que me mareé.

Tuvo que ser un flechazo.

Era la única explicación posible.

Entré en la redacción como flotando en una nube y recuerdo que mis compañeros se burlaron de mí en dos ocasiones. Y me dio completamente igual. Acababa de ser la protagonista de una escena de película, de uno de esos momentos que algún día cuentas a tus amigas y todas te miran con envidia.

Había conocido al hombre de mi vida.

Absurdo, lo sé, pero así fue como me sentí esa tarde. Pero cuando bajé al vestíbulo y me encontré a Tim esperándome esa sensación tan maravillosa despareció.

Se desvaneció como una bocanada de humo y en su lugar apareció un agradable cosquilleo. Una preciosa sensación de tranquilidad.

Y pensé que me lo había imaginado, que lo que había sentido durante la tarde se debía a las prisas, a los nervios por llegar tarde al trabajo y a la emoción por haber chocado con un hombre tan atractivo.

Y no volví a pensar en ello.

«Eso no es verdad».

Está bien, sí que pensé en ello. Sí que me pregunté por qué no volvía a acelerárseme el pulso al ver a Tim, pero nos llevamos tan bien que me olvidé.

Sí, Tim y yo nos llevábamos bien.

Pero eso no es amor.

Maldita sea.

Me pongo a llorar desconsolada. ¿Es alivio? ¿Rabia? ¿Pena?

No lo sé, pero ahora no tengo fuerzas para averiguarlo.