23

Lidia y Sofía

uando Sofía despertó, oyó un gran estruendo a su alrededor; los ladrillos se desprendían y las paredes se derretían como cera. Algo caliente y húmedo le bajaba por la frente. Intentó moverse, pero no lo logró. Estaba cubierta de escombros que habían caído junto a ella cuando el suelo se desmoronó. Había acabado en una especie de nicho, entre las ruinas romanas, y debía de haberse golpeado en la frente, porque, cuando se la tocó y se miró la mano, vio que sangraba. Cada vez estaba más mareada.

No es el momento.

Por un instante, aquella voz la asustó. Ahora sabía quién era, y no solo oía sus palabras, sino que percibía su presencia como algo vivo y cálido que le daba ánimos desde los rincones más oscuros y profundos de su espíritu. Ahora Thuban estaba ahí, y formaba parte de ella. El hecho de sentirlo tan cerca le infundía esperanza y seguridad.

Desde una brecha abierta entre los escombros, vio a Lidia sobrevolando el derrumbe mientras daba latigazos con sus cabezas de serpiente. La sangre se le heló en las venas, pero ahuyentó ese frío con obstinación.

Muy bien. Eres una valiente, ¿lo ves?

Tenía que marcharse de allí, pero, aunque lo consiguiera, ¿luego qué haría? Lidia volaba, mientras que ella seguía clavada en la tierra, bajo el nivel del suelo de la villa.

Ahora no te preocupes por eso.

Sofía confió ciegamente en esas pocas palabras. Respiró hondo, luego dio un salto fuera del escondite, sacudiéndose de encima los escombros. Recorrió unos metros muy rápido, y, al instante, sintió los pies despegándose del suelo, y una sensación conocida en el fondo del estómago. Los oídos se le llenaron de un sonido familiar, con el que había soñado muchas veces. Cerró los ojos, porque la aterrorizaba mirar hacia abajo.

¡Mira, Sofía! ¡Como en los viejos tiempos, igual que entonces!

Sofía abrió lentamente los ojos, y miró por debajo de sus pies. Estaba volando. Movía las alas en el aire, y planeaba sobre aquel laberinto de ruinas. No podía creerlo. Como mínimo, volaba a tres metros de altura, ¡y no se mareaba! ¡Ni rastro de su vértigo!

Miró de lado y se vio las alas. Las sentía, del mismo modo que sentía los brazos y las piernas, y percibía el aire que las rozaba, la membrana tendida entre garra y garra que ora se hinchaba en una dirección, ora en otra. Las miró detenidamente: eran de verdad, consistentes. Y enormes. Las alas de Thuban. Las alas que había visto en sueños, las alas con las que tantas veces soñó que volaba, por la noche. Las de Lidia no eran tan bonitas, ni tan grandes. Por unos instantes, se sintió cautivada por su resplandor, y se convenció realmente de que era un ser especial. Fue sencillo confiar en sí misma.

La cuchilla de Lidia le traspasó el brazo a traición. Sofía gritó, pero sin reaccionar; se puso las manos en la cara y permaneció a la espera.

Ahora no es el momento de quedarse inmóvil. Tenemos que luchar, ¿recuerdas?

Asintió, luego se volvió y se enfrentó al enemigo con determinación. Lidia le clavaba su mirada candente, pero Sofía se esforzó en mirar más allá de su cuerpo, concentrándose en las alas y cuchillas que lo desfiguraban. Aquello constituía su objetivo, no Lidia.

Luego extendió el brazo y la mano, y dejó que el poder de Thuban corriera por sus venas. Acto seguido, se erigió del suelo al techo una red compuesta por ramas, que detuvo el ataque de Lidia antes de que comenzara.

Sofía apretó la mano, y las ramas también apretaron, triturando las cuchillas con una presión cada vez más firme. Vio que Lidia intentaba librar sus armas de aquella trampa, pero la red aguantaba. Esta vez, el poder del dragón estaba de verdad tras las ramas, y también el valor que ella acababa de adquirir.

Tienes que inmovilizarla, o no podremos llevárnosla.

«Lo sé. Y además tenemos que hacerlo rápido, antes de que Nida descubra el engaño».

En ese instante, la red estalló en cientos de esquirlas. Sofía vio que un trozo de muro iba a caerle encina y logró esquivarlo a duras penas, agachándose.

Se refugió de nuevo en el suelo, detrás de una de las ruinas, con las alas dobladas en la espalda.

Había sido Lidia. Había movido aquella piedra con el poder de su mente. El Ojo de la Mente brillaba en su frente, y tenía matices oscuros y rojizos, como la sangre recién coagulada.

Desafortunadamente, ahora su cuerpo está totalmente dominado por los implantes, y su espíritu está retenido en un lugar donde no puede hacer daño. Sus poderes se han convertido en los poderes del Subyugado. Aun así, como puedes ver, Rastaban intenta rebelarse. Por eso la piedra tiene ese color.

Después del primer peñasco, siguieron más. Sofía solo fue capaz de esquivarlos, volando como podía, sin seguir una línea precisa. Lidia gritaba, y su furor era inmenso. La seguridad de Sofía empezaba a tambalearse. ¿Qué podía hacer?

Intenta detenerla, la única solución es volverla inofensiva.

En ese instante, una piedra golpeó su ala derecha. Sintió un dolor muy profundo, y se desplomó. Le dio tiempo a ver que el espacio que había debajo de ella se abría en una vorágine. Trató de elevarse otra vez, pero solo consiguió planear, evitando así una caída espantosa. Corrió por el suelo, en busca de amparo. Necesitaba aclararse las ideas.

Se acercó a una pared, sin aliento. Ahora había un gran silencio. El viento no soplaba, y los ruidos de la batalla le llegaban amortiguados y lejanos.

Todo estaba a oscuras. El antiguo suelo de la villa romana se desmoronó, y ella cayó más abajo, a un nivel que debía de haber precedido la parte elevada de la sala. Se sentía rara, incómoda, como si todo el miedo que había experimentado anteriormente, al no encontrar a Thuban, hubiera vuelto otra vez. Se estremeció pensando que necesitaba un poco de luz.

En eso puedo ayudarte.

Sofía notó que la gema en su frente latía y se calentaba muchísimo. De pronto, una luz verde alumbró cuanto la rodeaba, lo cual le permitía ver lo que había a unos dos metros de distancia.

Estaba en una especie de habitación muy grande, con las paredes totalmente negras. En ellas se entreveían bajorrelieves demoníacos. Mantícoras, insectos enormes, cruces entre hombres y animales… Una auténtica pesadilla. En la sala había columnas altísimas, de color betún, y la bóveda apuntada se perdía en una oscuridad densa e impenetrable. De pronto, Sofía miró al suelo, y el horror la paralizó. El mosaico enorme de un guiverno con las fauces abiertas de par en par recorría toda la sala.

Era increíble cuánta maldad exhalaba aquel lugar. No había salvación ante el mal que había morado allí abajo, los hombres no podían hacer nada contra él, y los dragones tampoco.

Es la antigua morada de Nidhoggr, no te dejes llevar por el pánico.

Sofía no quiso escucharlo. Se encogió, apretó los brazos contra el pecho y se envolvió en las alas.

«¿Cómo puede haber tanto odio?».

Aquí no hay nada que pueda hacerte daño, Sofía. Tienes que luchar contra el miedo, ¿lo entiendes? Nidhoggr nos derrota con el miedo. ¡Lucha como lo has hecho antes!

La voz de Thuban no la animó. Solo quería marcharse, cerrar los ojos y no volver a abrirlos ante esa realidad espantosa. Ocultó la cara tras los brazos cruzados, intentando aislarse de todo ese dolor. Pero un ruido penetrante empezó a martillearle el cerebro.

Eran unos pasos seguros y firmes, pasos que se acercaban.

Sofía se arrastró por el suelo, y se agazapó en el rincón más cercano. Los pasos seguían, implacables. Entonces alzó tímidamente los ojos y la vio.

Lidia avanzaba hacia ella; el exoesqueleto metálico ahora también le tapaba la cara, y sus reflejos rojos e inquietantes brillaban en la semioscuridad. Las alas estaban envueltas por llamas negras, y su aspecto totalmente transfigurado. Sofía percibió con claridad que en ella no quedaba nada de su amiga, y sabía que, en breve, lo que la había dejado en semejante estado también la devoraría a ella.

¡Reacciona, Sofía! ¡Lidia está aquí, y el Guardián aún puede salvarla! ¡Solo son engaños del enemigo!

La voz del dragón llegaba cada vez más amortiguada y distante.

Se dobló por completo sobre sí misma, incapaz incluso de pensar. Todo había sido en vano. Quien nace inútil jamás se convierte en un héroe.

«¡No!».

Algo en su interior reaccionó, algo que no tenía que ver con Thuban y que ella no creía poseer. Le lanzó una mirada a Lidia, y fue suficiente para recordarle por qué estaba allí.

Con un esfuerzo sobrehumano, recobró una pizca de lucidez a pesar del terror, gritó y se levantó. De repente, Lidia se volvió hacia ella y le tendió una de las cabezas de serpiente. Sofía luchó contra sus piernas, que querían huir, extendió las alas y dio un paso adelante.

La cuchilla de Lidia salió disparada hacia su cabeza. Sofía se apartó, levantó una mano y la agarró. El dolor fue inmenso, fue como agarrar el fuego vivo, y apretó los dientes para soportarlo.

No había llegado hasta allí para quedarse en un rincón lloriqueando. Ahora que había encontrado a Thuban en su corazón, no podía volver a ser una cobarde. Estaba allí para salvar a su amiga…

Apretó la cuchilla en la mano, e invocó sus poderes. Sus manos florecieron, produciendo gran cantidad de lianas verdes salpicadas de orquídeas. Las lianas ciñeron el arma, la hicieron desaparecer bajo sus pedúnculos, se extendieron en toda su longitud, y, en un instante, alcanzaron las alas de Lidia, cubriéndolas por completo. La chica extendió el otro brazo y atacó de nuevo. Sofía ni tan siquiera se apartó. Le agarró el brazo, y pronto ambas se vieron envueltas en una maraña perfumada, que inundaba de luz y calor aquel ambiente tétrico y oscuro. Lidia se debatía con violencia, pero Sofía no la soltaba.

—Lidia, soy yo —murmuró, soportando el horror de su mirada—. Sé que estás aquí y que puedes oírme. Soy yo…

Entonces el Subyugado utilizó sus poderes. El muro empezó a crujir, y las estatuas se rompieron en mil pedazos.

—Sé que puedes luchar contra él —dijo Sofía, levantando la voz—. Si yo he conseguido luchar contra mis miedos, tú puedes luchar contra todo esto. ¡Ayúdame, Lidia!

Fragmentos de roca empezaron a arremolinarse con violencia por toda la sala. Algunos rozaron a Sofía, hiriéndola en la cadera, pero ella seguía apretando, hasta que tocó el cuerpo frío e inhumano de Lidia. Lo abrazó, y apoyó su gema en la de su amiga.

—¡Ayúdame, Lidia! —repitió, gritando.

Las lianas se le metieron detrás del cuello, donde el profesor le había explicado que estaba el origen de todo.

Sofía ciñó el cuerpo de su compañera, y sintió la fuerza brillante del Ojo de la Mente en su frente. Le dolía muchísimo, pero lentamente la piedra de Rastaban recuperó su color habitual. La luz de Sofía se comunicaba con la de su amiga, y, por fin, los implantes empezaron a oxidarse, las alas se entumecieron y las manos se calentaron.

Sofía cerró los ojos, agotada. En su mente vio a Lidia. No tenía los implantes, y la miraba asombrada. Luego esbozó una dulce sonrisa, y todo cambió.

Su cuerpo dejó de debatirse, las rocas y los ladrillos cayeron y volvió la paz.

Ambas se deslizaron por el suelo, y se quedaron quietas en medio de aquella calma nueva y terrible.

A Sofía le faltaba el aliento, y no se atrevía a separarse de su amiga. La abrazó de forma convulsa, llorando.

Lo has conseguido. Y esta vez, sola, dijo Thuban en su interior.

Cuando volvió a abrir los ojos con cautela, vio en el suelo las alas oxidadas, ya despegadas del cuerpo de Lidia, mientras esta recuperaba su color normal, y se la veía cálida y sonrosada. Tenía los párpados cerrados, y parecía estar simplemente dormida. Sofía la miraba, atónita, sin poder quitarle los ojos de encima. Era un milagro. Había vuelto, aún era toda suya, y estaba sana y salva.

Tenéis que huir antes de que Nida se dé cuenta del engaño.

Sofía se secó las lágrimas que le surcaban el rostro. Thuban tenía razón. Apretó a Lidia entre sus brazos, y se incorporó con mucha dificultad. Estaba cansada, pero no podía detenerse.

Caminó durante un trecho por aquel lugar destrozado, hasta llegar a la brecha por la que Lidia y ella habían entrado. Miró hacia arriba, la vista se le nublaba. Tenía que darse prisa.

Dio un salto, y notó que Thuban la ayudaba con su poder. Las alas se desplegaron, y en un santiamén llegó al salón principal, donde Nida la llevó al comienzo de todo. Miró hacia delante. Solo había una salida. Sofía reunió todas las fuerzas que le quedaban y se arrojó contra un ventanal; lo rompió y salió al hielo de la noche. Abrazó a Lidia, y voló a toda velocidad hacia la villa del profesor, el único lugar seguro.

Nida dio los últimos pasos corriendo. No cabía en sí misma de la alegría. ¡Lo había conseguido! Esta vez Ratatoskr no podría hacer nada para arrebatarle protagonismo ante Nidhoggr. ¡Le llevaba el fruto, lo que más deseaba su Señor!

Abrió la puerta, entusiasmada, y sorprendió a su compañero meditando. Le enseñó la bolsa de terciopelo azul con aire triunfante.

—¡Aquí está! —gritó con ímpetu. La mirada contrariada del chico afianzó aún más su éxito. Además, él también debía de notar el poder que emanaba de aquel saco, el poder inconfundible del Árbol del Mundo.

—¿Estás segura? —dijo Ratatoskr, arreglándose el pelo con una mueca.

—¿Me estás tomando el pelo? —repuso Nida, con desdén.

Ratatoskr la miró, desafiante.

—Está bien. Vamos a invocarlo.

Nida le cogió las manos, en un intento por aplacar su nerviosismo. Al fin llegó la oscuridad, y Nidhoggr se les apareció con toda su fuerza.

—¿Y bien? —dijo, impaciente.

La chica se postró ante él, entregándole la bolsa.

—Aquí tienes el fruto, mi Señor.

Ratatoskr y Nida percibieron con claridad la satisfacción interna de su amo.

—Enséñamelo.

Nida desató con cautela los cordones del saco, luego lo abrió, intentando no tocar lo que había dentro. Por último, dejó caer el terciopelo.

Era una esfera rosada, exactamente como el fruto, e igual de brillante. Emanaba un poder intolerable, y ambos tuvieron que taparse los ojos. Nida se sentía en el séptimo cielo, había cumplido con su deber.

Sin embargo, al cabo de un instante, la nada se volvió densa y pesada, y la rabia de Nidhoggr estalló sobre sus cuerpos indefensos. Rugió, y su voz los aturdió por completo. Arrojó el fruto lejos, y este golpeó a la chica en la cara. Se le quemó la piel, y empezó a gritar de dolor.

—¡Inepta!

Nida no entendía nada; se tapó la cara con una mano, y se arrastró como un gusano hacia aquellos ojos rojos como brasas.

—Mi Señor, el fruto…

—¡Mira tu fruto!

Nida volvió tímidamente la cabeza. Y quedó paralizada de puro asombro. Una parte del fruto, la parte que le había tocado la piel, ya no era rosa. Estaba desteñida, como si hubiera perdido una capa superficial de pintura. Por debajo, se entreveía el amarillo del latón.

En la cara de Ratatoskr se dibujó una sonrisa burlona.

—¡No! —gritó Nida—. ¡No pueden haberme engañado!

Nidhoggr no tuvo piedad. La nada se torció y la agarró como una presa, triturándola entre sus volutas.

—Una simple esfera de latón —aulló—. Han utilizado la resina de la Gema para construir una pieza falsa, y tú has caído en la trampa, como una tonta.

El vacío hizo presión sobre ella, pisándola con una fuerza inhumana. Nida ya no podía respirar, víctima de aquel odio puro e inmenso.

—Vete —le dijo Nidhoggr a Ratatoskr—. Sigue a la Durmiente y captúrala antes de que logre ponerse a salvo. Si llega a la villa, ya no podremos tocarla. Yo, con los poderes limitados que tengo ahora, tampoco puedo traspasar la barrera.

El cuerpo de Nida cayó, exánime, en la oscuridad profunda.

—No me decepciones —añadió, aproximándose al chico. Cuando la nada planeó sobre él, Ratatoskr sintió un peso enorme que le oprimía el pecho—. Si lo haces, conocerás la magnitud de mi cólera.

El chico se levantó y tragó saliva.

—No lo haré.

La verja de la casa apareció ante Sofía como un espejismo. A pesar de advertir el poder de Thuban, estaba exhausta. Las alas le dolían muchísimo, lo mismo que cada una de sus heridas, por no hablar de los brazos. Ya no podía aguantar el peso de Lidia, aunque fuera menuda y ligera.

Cayó al suelo poco antes de alcanzar la meta. Logró hacerle de escudo con su propio cuerpo y proteger a su amiga, pero se hirió. Se arrodilló, dejándose caer.

«¡Maldita sea!», pensó, furiosa. Aun sintiéndolo mucho, no podía más. Había llegado al límite. Se arrastró por el suelo, buscó la ayuda de Thuban, pero él guardaba silencio. Estaba acabada, en serio. Todavía le quedaba la conciencia suficiente para percibir que el peligro estaba cerca. Conocía el sentimiento de terror en estado puro que Nida era capaz de inspirarle, y la sensación que ahora experimentaba era algo muy parecido.

Alguien seguía sus pasos.

—Profe… ¡Profe!

La verja se abrió lentamente, y aparecieron dos figuras que Sofía apenas logró reconocer.

—Profe… —susurró.

No oyó la respuesta. Solo se dio cuenta de que alguien, con dificultad, le arrancaba de las manos a Lidia, y que otra persona la asía por la espalda e intentaba levantarla.

Había un calor dulce y agradable en aquel apretón, y Sofía se abandonó completamente.

—¡Rápido! ¡Rápido! —fue todo lo que pudo entender.

Cruzaron la verja corriendo, y sintió los pies arrastrando contra el suelo.

La primera figura entró y, tras unos instantes, Sofía notó una presión extraña en los oídos. De pronto, oyó un crepitar y un grito. Se volvió para ver de dónde procedía el ruido.

En un contexto que le pareció indefinido, entrevió a un chico, un chico muy guapo, que trataba de acercarse desesperadamente a la verja de la casa, sin lograrlo. En torno a su cuerpo, descargas de chispas azules le quemaban la ropa.

Sofía vio que su cuerpo mudaba y se transfiguraba. Tenía el tronco parecido al de una lagartija, cubierto de escamas negruzcas y patas terminadas en garras. Tenía una cabeza de serpiente, espantosamente parecida al hocico de los guivernos.

—¡Malditos! —gritaba con voz inhumana. Luego se apartó de la barrera, recuperando la distancia de seguridad.

Sofía sintió que la arrastraban hacia la puerta, y alguien le susurró al oído:

—Vámonos.

—¡No os podréis esconder para siempre! —gritó el chico—. ¡Llegará el día en que Nidhoggr tendrá poder suficiente para romper la barrera! Porque sus poderes aumentan día a día, Thuban. Y, al final, te destruirá, ya lo verás.

Luego la puerta se cerró, engullendo sus últimas palabras.

Solo entonces Sofía se permitió caer en una inconsciencia negra y sin sueños.