20

El Subyugado

eñor!

El doctor Schlafen soltó los brazos de Sofía y se volvió hacia la puerta. Thomas entró sin llamar, y ahora estaba rígido en el umbral, evidentemente incómodo por aquella intrusión repentina.

—En la orilla hay algo que tiene que ver usted ahora mismo —dijo, temblando de angustia.

—Tú quédate aquí —le dijo el profesor a Sofía.

Ella sacudió la cabeza.

—No, por favor, déjame ir contigo.

Schlafen la miró con resignación, sabía que no podía convencerla. Luego se encaminó hacia la puerta de entrada y cogió los abrigos.

Estaba agachado en la orilla, jadeando. Sofía se escondió tras la espalda de su tutor y lo observó desde lejos, con el cuello del abrigo alzado. Fue terrible verlo de nuevo; sin embargo, había algo en él que daba lástima.

Estaba tan maltrecho que casi parecía un animal moribundo. El profesor le hizo una seña para que no se moviera, y luego avanzó con prudencia.

—¿Qué quieres? —preguntó en voz alta, manteniéndose a cierta distancia.

El chico levantó la cabeza a duras penas. Sofía sintió que se le encogía el corazón. Sus alas, tan terribles y al mismo tiempo tan bonitas, estaban medio destrozadas. En algunos puntos, la fina membrana de metal entre las garras estaba rota, y el metal estaba opaco y oxidado. Lo mismo ocurría con los implantes que llevaba por todo el cuerpo. Lo peor de todo, sin embargo, era la piel, totalmente amoratada. Allí donde los implantes clavaban sus garfios, se veían unos puntitos rojos, de donde colaban diminutas gotas de sangre que brillaban bajo la pálida luz de la luna. Las venas del rostro se le transparentaban, tenía los labios agrietados y cada resuello parecía un estertor. Hasta el rojo de sus ojos estaba apagado. Era una criatura agotada, y sus amos habían decidido abandonarla a su suerte, ahora que ya no servía para sus objetivos.

Casi sin pensárselo, Sofía se acercó para socorrerlo.

—¡No! ¡Podría ser una trampa! —gritó el profesor, asiéndola por un brazo.

Ella guardó silencio y se limitó a mirarlo. Seguro que se trataba de un engaño, pero no podía actuar de otra forma. Schlafen lo comprendió, y poco a poco aflojó la presión hasta soltarla.

Sofía avanzó lentamente hacia la orilla. El chico intentaba incorporarse, pero sus brazos ya no aguantaban el peso de su cuerpo; por eso, a cada momento, se caía y hundía la cara en el barro; además, ya casi no podía respirar. Ella acercó sus manos para sostenerlo, y solo titubeó un instante. Nunca lo había tocado antes, y la invadió una sensación de repugnancia. El metal siempre había hecho de intermediario entre ambos y, cuando rozó su piel, la encontró insólitamente helada. Como si fuera un cadáver, pensó.

—Nosotros te ayudaremos.

Antes de acabar la frase, su mano la apretó muy fuerte y la inmovilizó al suelo. El chico la agarró con violencia, y ahora la miraba fijo con sus ojos como brasas, sin que ella pudiera reaccionar. La acorraló, exactamente como un cazador con su presa. Su rostro parecía casi transfigurado, y su sonrisa sarcástica lo convertía en una máscara de odio puro. Sofía empezó a sentir pánico. No era él.

Algo o alguien se había apoderado de ese cuerpo, y ahora lo tenía sometido.

—¡Sofía!

Oía las voces del profesor y el mayordomo desde lejos, como si procedieran de otro mundo. Los pasos frenéticos sobre las hojas secas de la orilla fueron lo último que escuchó.

—Otra vez juntos, Thuban…

La voz del chico era inhumana, ronca y cavernosa.

Alrededor solo había vacío y oscuridad sin fin.

Sofía se estremeció en cuanto la reconoció. La eternidad no sería suficiente para olvidarla.

—Por fin ha llegado el momento. Las heridas que te infligí aún te escuecen en el alma, veo que se acerca el día de mi victoria.

El cuerpo de Sofía sufrió un espasmo. Sintió la carne herida tras los golpes de Nidhoggr, y volvió a ver la llanura, a Lung indefenso detrás de la roca, las fauces del guiverno destrozando el cuerpo de Thuban. Cerró los ojos, y trató de no dejarse llevar por esos recuerdos intolerables.

—Has decidido sobrevivir en el cuerpo de una humana inútil, pero eso no te librará de tu destino. Hace treinta mil años que aguardo en silencio, planeando mi venganza. Me encadenaste a las entrañas de la tierra, y pagarás por ello.

Sofía sintió que le fallaban las fuerzas. El contacto con aquel cuerpo dominado por el mal eterno terminaba con cualquier energía. Aunque lo que tenía delante solo fuera una imagen de Nidhoggr, era más que suficiente para paralizarla por completo. Era la oscuridad de la noche, la oscuridad del miedo. La pesadilla de esa nada que devoraba el mundo entero en una espiral de violencia le heló la sangre en las venas.

—El espejismo de un poder absoluto ha corrompido tu naturaleza. De nada han servido tantos años de reclusión —murmuró, con una voz que no le pertenecía.

Nidhoggr rio.

—Tú tampoco has cambiado, a pesar del aspecto que tienes aparentemente.

El guiverno respiró hondo, y Sofía quiso gritar cuando lo vio entrecerrar los ojos mientras saboreaba su carne, pero no salió ningún sonido de su boca.

—Rastaban está conmigo —continuó Nidhoggr, abriendo los ojos como platos otra vez—. Igual que entonces, cuando lo maté ante tus ojos.

La imagen de un dragón rojo, fuerte y hermoso, invadió los recuerdos de Sofía. Sintió en lo más profundo de su alma lo amigos que habían sido, amigos y leales compañeros de lucha. Luego, el rojo de las escamas se confundió con el color de la sangre, y vio a Nidhoggr abalanzándose sobre el cuerpo exhausto de Rastaban. La indignación de Thuban recorrió sus venas. Solo mucho más tarde se enteró que su amigo se había unido en espíritu con un ser humano, pero ello no aplacó su rabia. Ahora Lidia era su guardián, y cuando Sofía la vio entre las garras del enemigo que quería liquidarla, lo comprendió.

—Quiero el fruto, Thuban —dijo Nidhoggr con voz arrogante, mientras la visión de aquella matanza se disolvía como humo en la niebla—. Y tú, la vida de Rastaban. Te propongo un trueque ecuánime. Tienes una semana a partir de ahora, luego él y la chica no serán más que comida para mí y para mis hijos. Te esperaré en la Villa Mondragón dentro de siete días exactos. Esta vez, la decisión es difícil: o pierdes para siempre a tu amigo o renuncias a salvar el Árbol del Mundo.

Su risa sarcástica retumbó en el aire, luego todo desapareció estallando en los colores apagados de la noche. De repente, Sofía volvió al mundo real, y se sintió muy aturdida. Cuando estaba a punto de caerse, un par de manos fuertes la sujetaron.

—¡Sofía! ¿Te encuentras bien?

La voz del profesor tuvo el poder de despertarla.

—Sí, sí —asintió—, ha sido horrible, pero ahora todo va bien.

Miró al chico. Sus ojos volvían a tener un color malsano y desvaído. Ya había llegado su hora.

—Tenemos que ayudarle, profe, él no tiene nada que ver con nuestros enemigos —dijo de un tirón.

—Yo no sé si soy capaz de…

—Profe, ¡te lo suplico!

Schlafen miró a Thomas, luego al chico que agonizaba en la orilla del lago.

—Haré todo lo posible.

Lo vendaron y lo llevaron a las mazmorras. Fueron a la sala de la Gema, y allí el profesor pidió una caja de madera. Cuando la abrió, Sofía vio una serie de pequeños instrumentos de latón, todos en orden.

—Yo creo en ti —susurró. Estaba cansada, pero necesitaba estar presente para asegurarse de que, al menos, aquella víctima inocente podía salvarse.

Él le sonrió, perplejo, con la frente empapada de sudor.

—Espero que tu confianza en mis aptitudes quede justificada. Tenemos poco tiempo, y es mi primera vez —dijo con un bisturí muy fino y un frasco de cristal en las manos.

Luego se fue hacia la reliquia, se agachó y murmuró algo en voz baja. Cuando cortó con delicadeza la Gema, Sofía percibió un dolor vivo en el fondo de su alma. Una minúscula gota cayó en el frasquito con un resplandor deslumbrante. Parecía blanca y pegajosa como la savia de los árboles. Ahí estaba, el preciado néctar del Árbol del Mundo.

—¿Le has hecho daño? —preguntó, pensando en la Gema como si fuera un ser capaz de sufrir.

El profesor sacudió la cabeza, absorto.

—Es la Resina Dorada, la sustancia que antaño dio vida a la tierra. La Gema puede reproducirla en poco tiempo, siempre y cuando le saquen muy poca cada vez. Mañana ya se habrá vuelto a formar la gota que acabo de extraerle.

Luego se acercó al chico. Lo tumbaron encima de una mesa, con las alas rozando el suelo, caídas. Tenía la respiración cada vez más fatigada y la tez, cadavérica. Estaba tendido boca abajo, y, a lo largo de su columna vertebral, Sofía observó con repulsión los garfios que se hundían en la carne como pequeños dientes.

—Bueno, por lo que yo sé, todos los implantes tienen un solo cuerpo central —dijo Schlafen, ajustándose las gafas un par de veces. Estaba tenso, y se notaba—. Según los libros, se encuentra en el cuello y es lo que dirige el exoesqueleto. De modo que lo quitamos, y listo. Aunque la verdad es que, en la práctica, no tengo ni idea de dónde puede estar.

A Sofía se le contrajo el estómago a causa del nerviosismo.

El profesor examinó atentamente la nuca del chico y, al fin, tomó una decisión. Con la ayuda de un tubo de cristal, aspiró del frasquito la Resina Dorada, y luego la vertió sobre la primera de las vértebras metálicas.

—Espero que sea el punto correcto. No tendremos más oportunidades.

La gota se evaporó de inmediato, y en un primer momento, no ocurrió nada. De pronto, un chirrido de metal oxidado dio comienzo a la transformación. Las alas se encogieron y lo mismo ocurrió con los implantes en los brazos, hasta que todos los dientes se desprendieron a una velocidad asombrosa, dejándole unas marcas en el cuello que parecían enormes cucarachas metálicas. Unos instantes más tarde, el cuello también se oxidó, y cayó al suelo con un estrépito de hojalata vieja.

El profesor y Sofía se agacharon a observarlo, con una expresión de repugnancia en la cara.

—Ya está —dijo él en tono triunfante.

Se miraron un instante, luego Sofía le saltó literalmente al cuello. El chico aún estaba pálido, aunque su piel amoratada se iba volviendo gradualmente sonrosada.

—Lo has salvado, gracias, profe —dijo ella, emocionada.

Schlafen se ruborizó, azorado.

—Ya ves, los Guardianes también servimos para algo —comentó con modestia. Luego la miró, muy serio—. ¿Qué pasó en el lago?

Sofía sintió que un peso terrible le oprimía el pecho.

Cerró los ojos, se armó de valor y se lo contó de un tirón.

El profesor la escuchó en silencio. La vio temblar mientras describía el último combate entre el dragón y el guiverno. Él no lo recordaba, en su mente solo sobrevivían los conocimientos de todos los Guardianes que lo precedieron, no sus recuerdos. Aun así, intentó animarla de alguna manera y, cuando la chica terminó su relato, la abrazó dulcemente, para transmitirle que no estaba sola. Sofía suspiró un par de veces entre sus brazos, luego se quedó en silencio.

«Hay que acabar con eso», pensó. Estaba cansada de dejarse llevar por el terror. Tenía que ser más fuerte, de lo contrario no tenía ningún sentido aceptar su destino.

—¿Qué piensas hacer? —le preguntó el profesor.

Sofía no se sorprendió ante la pregunta. Sabía lo que se ocultaba tras aquellas palabras.

—Quiero hacer algo, pero no podré intervenir hasta que esté totalmente curada. Esta vez no puedo permitirme perder el fruto, ni a Lidia. Otro error, y se acabó.

Schlafen la miró detenidamente y asintió.

—Espero que no lo digas solo porque es lo que yo espero de ti.

—Estoy convencida, profe —afirmó ella—. He aprendido la lección, pero también necesito tu ayuda, no puedo hacerlo yo sola.

—De acuerdo, entonces dime cuál es tu plan.

Esta vez Sofía no sabía qué decir. No lo había pensado.

En verdad, a esas alturas esperaba que fuera él quien hablara. Al fin y al cabo, ella demostró que había entendido la lección, y ahora le tocaba al profesor tomar las riendas de la situación. Sin embargo, él guardaba silencio.

—Yo… yo no lo sé —dijo al fin—. Lo único que quiero es que Lidia vuelva con nosotros sana y salva.

—¿Le llevarás el fruto?

Sofía se esforzó en pensar. ¿Pretendía que decidiera otra vez por su cuenta?

El silencio que siguió le hizo comprender que había llegado el momento de lanzarse.

—Si Lidia está en manos del enemigo, es culpa mía, y es mi deber liberarla. No puedo dejar que muera. Y sí, quizá tenga que darles lo que quieren.

—Si Nidhoggr lo consigue, Lidia estará a salvo momentáneamente, pero no a largo plazo. Si Nidhoggr gana, y el Árbol del Mundo pierde sus frutos, nadie podrá salvarse, Sofía.

La chica suspiró. Estaban en un maldito callejón sin salida. Las imágenes que Nidhoggr le enseñó eran insoportables, sobre todo porque parecían terriblemente auténticas. Era como si le hubiera mostrado el futuro, un futuro horriblemente similar a un pasado que recordaba muy bien. Nidhoggr tenía razón. Thuban y ella no tenían elección.

—Profe, todavía no sé cómo, pero los dos volverán a casa. Te lo prometo.

El profesor entrecerró los ojos y la observó.

—Confío en ti. Sé que lo conseguirás, y a lo mejor tengo la solución que necesitamos —dijo con una sonrisa—. No tengo ninguna intención de quedarme de brazos cruzados. —Le acarició el pelo—. Estoy orgulloso de ti, estás madurando.

Sofía se ruborizó. No podía creérselo, pero era muy agradable escucharlo.

Los días siguientes fueron un auténtico tormento. Los terribles presagios de Nidhoggr poblaron sus pesadillas nocturnas sin darle tregua, y la espera resultaba enervante.

Mientras tanto, el chico a quien habían salvado mejoraba muy rápido. El profesor y Thomas examinaron detenidamente los periódicos de los últimos meses en busca de la noticia de su desaparición. Esperaban descubrir su identidad para devolverlo a su familia. Tras una larga búsqueda, comprobaron que se trataba de un tal Mattia, desaparecido una noche, hacía un par de meses. La policía lo había buscado en vano, barajando la posibilidad de un secuestro. Habían golpeado a su madre, que al despertar no recordaba nada de lo ocurrido, pero los rastros de pelea que hallaron en el baño redujeron las esperanzas de encontrarlo con vida.

Sofía comprendió que lo habían reclutado antes de que el profesor se pusiera en contacto con ella, y sintió un escalofrío en la espalda. Era como si Nidhoggr siempre hubiera ido un paso por delante de ellos, como si se les anticipara y supiese cosas que ellos no conocían.

—Nidhoggr ya no es tan fuerte —le dijo una tarde el profesor.

—Crees eso porque él ha querido que lo creyeras. Utiliza el miedo como instrumento para paralizar a sus víctimas, y es la misma arma que está usando contra ti. Pero, si consigues no dejarte llevar por el pánico, es como si te golpeara un arma inocua.

Sofía no halló ningún consuelo en ese comentario. Ella, más que nadie, era víctima del miedo. Durante toda su vida, no había hecho más que tener miedo: al colegio, los médicos, el vacío, y, sobre todo, a sí misma. Ahora también se sentía paralizada por el terror de fracasar, quedar herida y morir. Incluso el día de la curación, que ya se acercaba, la llenaba de angustia. Sabía que en ese momento descubriría quién era de verdad, y algo en el fondo de su corazón le decía que solo demostraría su inutilidad, su incapacidad de hacer algo bueno. Y el precio del hallazgo sería terrible. La vida. La suya y la de Lidia.

Una mañana, se acercó a mirar al chico, que estaba tendido delante de la Gema para curarse. No se había despertado desde que el profesor le quitó el implante, pero era evidente que se encontraba mejor. Las cicatrices de los garfios se estaban cerrando, y ella se sintió orgullosa. En parte, también se había salvado gracias a ella. Le cogió una mano, y se percató de que al fin estaba tibia, como la de un ser humano cualquiera. Tras ese contacto, Mattia abrió los ojos.

Por un instante, Sofía temió encontrar la mirada feroz del Subyugado; sin embargo, observó una mirada cálida, serena e inofensiva.

—Hola —le dijo al chico con timidez.

Él la miró fijamente.

—¿Quién eres? —preguntó con voz cansada.

—Sofía. —Luego añadió—: La persona que te ha salvado.

El chico entrecerró los ojos, llenos de lágrimas, y tragó saliva.

—¿Dónde estoy? ¿Tú también eres una bruja?

—No, yo… —A ver, ¿qué era ella? ¿Qué sentido tenía decirle que era una Draconiana a alguien que no podía entenderlo, alguien que pertenecía a un mundo del que ella estaba totalmente excluida?—. Yo soy una de los buenos —dijo al fin, pues no se le ocurrió nada mejor.

Pero Mattia seguía asustado, y le apretó la mano.

—Fue terrible. Era todo tan oscuro y frío… ¡no había nada, yo flotaba en esa especie de gelatina negra, y gritaba, gritaba, y nadie me oía!

Sofía percibió el sufrimiento que oprimía su alma.

—Tranquilo, ahora todo ya se ha terminado. Ahora todo irá bien.

Mattia tragó saliva de nuevo, luego abrió los ojos y la miró, desesperado.

—¿Esta no es la realidad, verdad? Solo es una pesadilla, y estoy a punto de despertarme. Mañana volveré al instituto, Jade me mirará mal y mis compañeros me tomarán el pelo. —Soltó una carcajada desesperada y sin alegría—. Diantre, nunca habría imaginado que estaría tan contento de volver allí.

Sofía cerró los ojos. Ella también había tenido la posibilidad de rebobinarlo todo. Si hubiera rechazado su destino, si hubiese regresado al orfanato, todo lo ocurrido durante esos meses nunca habría sucedido. Y habría podido despertar en su cama, oír a Giovanna llamándola y estremecerse ante la hermana Prudencia. Echaba de menos su vida insignificante, el libro aburrido que era su existencia. Es bonito saber siempre lo que nos espera, pero también es bonito no tener aspiraciones. Así no corres el peligro de verlas truncadas.

Abrió los ojos, y sonrió.

—Sí, Mattia, solo es una pesadilla.

Él también sonrió, luego perdió el conocimiento. Aquella frase debía de haberlo tranquilizado, porque ahora su sueño era dulce y profundo. Era ese tipo de sueño del que uno despierta más aturdido que antes de dormirse. Sofía le soltó la mano y lloró sin contención. Para ella, era imposible dormir de ese modo.

La noche siguiente, Sofía y Thomas acompañaron a Mattia cerca de su casa. Aún estaba dormido cuando lo dejaron sobre un banco, justo frente a su puerta.

—Me gustaría ver cómo retoma su vida de siempre —le había dicho Sofía al profesor, y él no tuvo nada que objetar. Confiaba en Thomas y, además, iban a tardar muy poco.

Antes de que salieran, le explicó que el chico no recordaría nada de lo ocurrido. La Gema borraba los recuerdos de los que no eran Draconianos, lo cual significaba que Mattia olvidaría el hielo de la maldición de Nidhoggr, pero también el rostro de su salvadora.

—¿Tampoco me recordará en sus sueños? —preguntó Sofía.

—Tampoco en sus sueños —respondió Schlafen.

Entonces Sofía pensó que el olvido no era una condena, sino una bendición. El olvido era una tierra prometida que ella jamás llegaría a pisar.

Cuando Mattia despertó, Thomas y Sofía se ocultaron tras un seto y espiaron la escena. El chico miró en derredor, con aire confuso. Tal vez estuviera preguntándose por qué ya no era de día, o bien se acordaba vagamente de la chica rubia…

Sofía se asombró al ver lo torpe que era su cuerpo cuando se movía. No se parecía en absoluto al enemigo contra quien había luchado. Lo vio avanzar hacia la entrada y llamar a la puerta lentamente. Espió con envidia la escena de la madre abriendo la puerta, examinó con detalle las emociones violentas que traslucía su rostro. Envidió con dolor el largo abrazo con el que la mujer ceñía a su hijo. Luego la puerta se cerró, y ella se quedó embobada mirándola durante unos minutos.

—Tenemos que irnos, señorita, es peligroso quedarse fuera de la barrera durante mucho tiempo —susurró Thomas.

Sofía asintió con tristeza. Salió de detrás del seto, y supo que el día siguiente sería el día de su sentencia final.