10

Una historia increíble

ofía sostenía entre sus manos una taza de té humeante. Pese a estar envuelta en una manta de lana, seguía temblando de frío. Lo único que le ardía era el brazo. Thomas se había encargado de curarle la herida. No parecía un corte profundo, pero era bastante grande. El mayordomo le limpió la herida, le puso un desinfectante que le escocía más que la herida en sí y, por último, se la vendó. Todo ello en silencio.

Sofía se preguntó si el profesor estaría enfadado; al fin y al cabo, lo había desobedecido. Pero su pensamiento volvió enseguida a lo ocurrido en el bosque. El chico, sus terribles ojos rojos y Nidhoggr, aquel nombre que no podía quitarse de la cabeza, acompañado de la imagen de la serpiente.

—¿Cómo estás? —El profesor estaba sentado delante de ella, con una actitud muy seria, como nunca se había mostrado ante ella.

Sofía no contestó. No podía hacer otra cosa que no fuera temblar.

—Toma un poco de té, estoy seguro de que luego te encontrarás mejor.

La chica acercó sus labios a la taza, pero una parte del líquido se le derramó encima. Sufría unos temblores irrefrenables.

—Déjame a mí.

El profesor cogió la taza y se la acercó, acompañando la nuca de Sofía con delicadeza. Ella cerró los ojos y dejó que le diera de beber como a una niña, saboreando el calor del té que se deslizaba por su garganta.

—Ya se ha ido —susurró Schlafen—. No puede franquear la barrera, y no creo que vuelva pronto, le has estropeado un ala.

Sofía permaneció con los ojos cerrados. La imagen del monstruo alado estaba grabada en sus párpados.

—¿Qué era? —le preguntó al fin, abriendo mucho los ojos.

Deseó que el profesor sonriera, que le dijese que todo había sido un sueño, o una visión. Su mente se repetía que no podía ser verdad lo que había ocurrido, que debía haber una explicación lógica y racional.

Pero su tutor se apartó de ella, dejándole en las manos la taza de té. Su rostro denotaba una evidente preocupación.

—Un Subyugado —contestó.

Sofía pensó que no lo había entendido bien. ¿En qué mundo se encontraba? ¿Acaso estaban todos locos?

—Los Subyugados son personas normales a las que, un día, convencen para que entren en un juego que las supera; alguien se aprovecha de sus frustraciones, del odio y el sufrimiento que sienten y les promete grandes poderes que resolverán sus problemas. Cuando aceptan, quedan transformados, igual que ese chico; los privan de voluntad y se convierten en el instrumento de quien los ha engañado.

Sofía escuchó en silencio. Todo era absurdo. Eran historias que se leían en los libros, o en los cómics, pero la vida real era algo muy distinto; en la realidad, no existen chicos voladores con alas metálicas. Pero el profesor no parecía estar bromeando.

—¿Y quién podría hacer una cosa así?

Schlafen se pasó una mano por el pelo, luego fijó su mirada en el suelo.

—Nidhoggr. Él o sus vástagos terrenales.

Sofía observó el líquido que había en su taza. Se vio reflejada en él, aterrorizada y perdida.

—¿Quién es? En cuanto he visto la imagen del chico, me ha venido ese nombre terrible a la cabeza. Pero no sé quién es.

—Sí lo sabes —dijo el profesor con aire solemne—. No digo que lo sepas de un modo consciente, pero, en el fondo de tu corazón, sí lo sabes, y por eso tienes miedo.

Se apoyó en el respaldo de la silla. Parecía agotado y triste.

—Hace casi tres mil años —prosiguió—, el mundo era muy distinto al que vemos hoy. El hombre aún vivía en contacto con la naturaleza, y los dragones eran los amos de la Tierra. Dictaban las normas de todos los seres y velaban por mantener el orden y la paz. Controlaban el comportamiento del hombre, para que el mágico y perfecto mecanismo que es la naturaleza no se deteriorara.

Sofía escuchaba, embobada.

—Los dragones no existen… —dijo con obstinación, dispuesta a negar hasta la evidencia con tal de no admitir que el mundo, tal y como lo conocía ella, era pura ilusión.

—Créeme, existen, y el hecho de que tú estés aquí es una prueba de ello —dijo su tutor, esbozando una amarga sonrisa—. Pero, si quieres llegar a entenderlo, tenemos que ir paso a paso. El guardián del orden en la Tierra era el Árbol del Mundo, un árbol antiguo e inmenso, del que fluía la energía que mantenía a todos los seres con vida. El árbol regulaba el ciclo de las estaciones, y gracias a él crecían las plantas y nacían las flores. Sus frutos eran la expresión de su infinita energía positiva. Cinco Dragones, los Dragones Guardianes, velaban por él y lo protegían de cualquier peligro. Todo era perfecto, Sofía, perfecto y maravilloso.

El profesor se detuvo para que ella pudiera tomar otro sorbo de té.

—Sin embargo, no todos aman la perfección y la luz. Los guardianes de las tinieblas, los guivernos, eran los soberanos del hielo y la noche. A lo largo de muchos siglos, todos respetaron sus respectivos territorios, hasta que Nidhoggr se rebeló. Él era el guiverno más fuerte, y decidió destruir el Árbol del Mundo. Odiaba el equilibrio y la paz que reinaban en la Tierra, y también los hombres que la poblaban. Deseaba extender el poder de su especie, y quería dominarlo todo. Y por eso estalló la guerra.

Parecía una de tantas leyendas que se cuentan, una trama perfecta para un libro de fantasía. Probablemente, a Sofía le habría llegado a gustar, de no ser porque realmente se encontraba en la piel de uno de los personajes de aquel absurdo relato.

—Nidhoggr embaucó a los guivernos para que entraran en guerra contra los dragones, y la lucha fue devastadora, con pérdidas en ambas facciones. Luego, Nidhoggr, al ver que la batalla estaba en un punto muerto, decidió saquear el Árbol del Mundo. Devoró sus raíces, y el árbol, poco a poco, se secó y perdió sus frutos. Ante tamaño sacrilegio, los dragones que habían sobrevivido a la lucha desencadenaron una ofensiva sin precedentes. Incluso los hombres tomaron parte en ella; Nidhoggr los utilizaba. Con el paso de los años, había desarrollado una especie de insana obsesión por el metal. Obligaba a sus súbditos a que lo extrajeran de las minas, hacía que lo moldearan y que fabricaran armas, armaduras y extraños injertos que les imponía a los hombres para transformarlos en luchadores invencibles. Cualquiera que recibiera ese tipo de injerto perdía su voluntad y adquiría extraordinarios poderes físicos. Así nacieron los Subyugados, como el chico que te ha agredido esta noche.

Sofía recordó el rostro sin expresión, y un escalofrío se apoderó de ella.

—Los dragones, en cambio, optaron por otro camino. Se aliaron con los humanos, que deseaban mantener el equilibrio y restablecer la paz. Eran hombres que respetaban la naturaleza y veneraban el Árbol del Mundo. Ambas razas lucharon codo con codo, y era tal la complicidad que cuando todo parecía estar perdido y los Dragones Guardianes también fueron derrotados, estos decidieron fundirse con los humanos y transmitirles su espíritu. Los Dragones poseen el Ojo de la Mente, una especie de piedra preciosa engastada en la frente.

Sofía tragó saliva, pensando en aquel lunar suyo que aún palpitaba.

«No había nada, no te dejes engañar», le repetía una voz interior. Aún no quería rendirse, y por eso siguió escuchando aquella absurda historia, cautivada por la trama, como si de una fábula se tratara.

—A través de esa piedra preciosa —continuó su tutor—, infundieron su espíritu en los elegidos. Lo hicieron para permitir que, en el futuro, alguien prosiguiera su labor y liderase la resistencia.

Sofía sintió un dolor agudo en el fondo de su estómago. Esa historia le pertenecía, lo notaba. Contra toda lógica, pero también contra toda posibilidad de rechazo, sentía que ya la conocía.

—¿Soy uno de ellos? ¿Llevo un dragón en mi interior? —preguntó con un hilo de voz.

El profesor asintió, muy serio.

—Tú desciendes por línea directa de Lung, un humano criado entre dragones, en la ciudad de Draconia, la capital del Imperio de los Dragones. Luchó toda su vida junto a ellos y asistió al último combate. Thuban, el último dragón y el más poderoso de su especie, luchó hasta la muerte contra Nidhoggr. Fue una batalla tremenda, que sacudió las entrañas del mundo. Cuando ya no había nada que hacer, Thuban utilizó las pocas fuerzas que le quedaban para encerrar a su enemigo. Lo encarceló bajo tierra y utilizó un poderoso hechizo para que no pudiera perjudicar a nadie ni comunicarse con el exterior. Se trata de un sello que, hoy en día, sigue cumpliendo la función de negarle el acceso a este mundo con sus plenos poderes y con su cuerpo. Pero no durará siempre. La fuerza de Nidhoggr es enorme, y Thuban sabía desde el principio que su hechizo estaba destinado a debilitarse cada vez más, hasta disolverse. Poco a poco, Nidhoggr ha conseguido infiltrarse en este mundo con su maldad y ha ido allanando el terreno para su regreso. El problema es que él sabe que los dragones no han desaparecido por completo y que yacen dormidos en los cuerpos de los elegidos. Por ello, ha enviado a uno de sus mensajeros para matarte.

—Pero ¿qué ha sido de Thuban?

—Antes de perecer, se fundió con Lung, confiándole la misión de velar por el sello —contestó el profesor, en tono afligido—. Sofía, Lung es tu antepasado. Eso significa que en tu interior sigue viviendo el dragón más poderoso de la historia.

Sofía se llevó una mano al pecho. No sentía nada. Ningún poder, ningún extraño calor, ni ningún tipo de presencia. Tan solo silencio. No, Thuban no estaba y el profesor no era más que un pobre loco que deliraba y decía cosas sin sentido.

—Yo no lo noto, no hay nada dentro de mí —dijo, convencida.

Schlafen la miró con una sonrisa dulce.

—Ya sé que es difícil de aceptar y que todo ha ocurrido muy deprisa…

—No hay nada que aceptar —Sofía sacudió la cabeza—. ¡Me está contando una historia absurda, de cine!

El profesor no añadió nada más, simplemente acercó su dedo al lunar que la chica tenía en la frente.

—Es el Ojo de la Mente, Sofía. Lung no lo tenía antes de fundirse con Thuban. Le salió después, y es el signo característico de los Draconianos. No es un lunar como todos los demás, ¿nadie te lo ha dicho nunca?

Sofía se lo tocó. Notó que estaba duro y ardía.

—Un médico, cuando vivía en el orfanato… pero tampoco le dio mayor importancia.

El profesor se levantó, extrajo algo del cajón y volvió a sentarse. Tenía un espejo en la mano. Lo levantó.

—Tenía razón. Solo cuando utilizas tus poderes de Draconiana, el Ojo de la Mente revela su verdadera naturaleza.

Sofía observó su imagen reflejada en el espejo. En lugar del lunar de siempre, tenía una piedra verde que brillaba intermitentemente. Sintió un miedo terrible subirle por las sienes.

—No puede ser…

—Ahí está la esencia de Thuban.

La chica acarició la piedra preciosa. Le daba un aspecto un tanto extraño a su rostro común, parecía que no le perteneciera.

—Supongamos que Thuban está dentro de mí. ¿Qué cambiaría?

El profesor guardó el espejo.

—Para empezar, tienes poderes. Hoy los has usado contra tu agresor. Tú, Sofía, puedes hacer que broten plantas. Esas lianas que le han cerrado el camino a tu enemigo y que casi le destrozan un ala, han brotado de ti. Es el poder de la vida, Sofía, el poder del Árbol del Mundo.

Instintivamente, Sofía apretó un puño, como si de repente fuera a brotar una planta o una flor.

—Y eso no es todo. Tu cuerpo puede cambiar de aspecto. Puedes tener alas de dragón y, si logras aprovechar todos los poderes de Thuban, puedes adoptar su cuerpo.

—¿Me está diciendo que puedo convertirme en un dragón?

El profesor asintió, con los ojos fijos en ella. Sofía tragó saliva. De repente, ya no sabía quién era, y empezó a percibir su cuerpo como algo ajeno que, de un momento a otro, podía escapar a su control.

—Pero es necesario que te entrenes bien. Esta tarde has actuado por instinto, y así solo puedes aprovechar una parte de tus poderes. Cuando llegues a creer en el don que has recibido, podrás dirigirlo simplemente con la fuerza de la voluntad.

Sofía estaba confundida. Todo cuanto había aprendido del mundo hasta ese momento le parecía falso y parcial. No se habría sorprendido si, de pronto, la casa hubiera echado a volar, o si los objetos se hubiesen despegado del suelo. Todo podía ocurrir en un mundo en el que seres humanos normales escondían dragones en su interior, o eran poseídos por entidades malignas.

—Si Nidhoggr está encerrado bajo el sello, ¿quién ha enviado a ese chico que me ha asaltado? —preguntó, y trató de no seguir poniéndose a la defensiva.

—Como te he explicado antes, el sello de Thuban no es definitivo. Nidhoggr ha dejado en la tierra a su progenie, y a través de ella, difunde su voluntad en este mundo. Ella es su emanación terrenal. Mientras el sello logre frenar su fuerza, también los poderes de sus hijos serán limitados. Tanto él como ellos se nutren del mal, y cada vez que consiguen engañar a un ser humano para que se convierta en uno de sus Subyugados, se alimentan de su rabia para seguir adelante. Por ello existen los Draconianos, para velar por el hechizo y devolverle sus frutos al Árbol del Mundo. Al final de la guerra, la ciudad se despegó de la tierra y empezó a volar a la deriva en el cielo, llevando consigo el Árbol que, desde aquel día, ha perdido fuerza y está prácticamente seco.

—¡La ciudad de mis sueños! —exclamó Sofía—. ¡Yo sueño constantemente con una ciudad blanca!

—Lo sé —dijo el profesor—. He diseñado tu habitación a su imagen y semejanza, con la esperanza de que, poco a poco, tú sola fueses recordando tu origen. —Suspiró—. Lamentablemente, Nidhoggr se me ha adelantado.

Las piezas del rompecabezas empezaban a encajar, de una forma terriblemente coherente y lógica. Incluso la historia que le había contado Lidia cobraba sentido. Todo era cierto. Condenadamente cierto.

—Pero entonces, Nidhoggr… ¿ya está entre nosotros?

—Todavía no, pero su maldad ya se ha cobrado las primeras víctimas. Puede actuar en este mundo; con muchas limitaciones, pero puede hacerlo. Desde que el Árbol del Mundo está tan debilitado, las cosas han ido empeorando día tras día. La naturaleza ya no cuenta con su protección y está expuesta a los ataques del hombre. El hombre, con su soberbia, cree poder vivir incluso después de haber cortado por lo sano su vínculo con la naturaleza, cree que puede ocupar el lugar de esta. Cuando gobernaban los dragones y el Árbol del Mundo, su arrogancia humana tenía un freno, pero ahora el hombre está abusando de la libertad que, en su día, le concedieron, y se erige en dominador del universo. Al actuar de ese modo, comparte la mentalidad de Nidhoggr. La rebelión de los guivernos y la del hombre tienen el mismo origen: ambos quieren destruir el orden natural con el fin de conquistar un poder que no les pertenece. Así, con el paso del tiempo, le han infligido a la naturaleza heridas cada vez más graves, y el sello se ha ido debilitando. Nidhoggr aún está prisionero, pero las cadenas están cada vez más sueltas.

—¿Y volverá? —inquirió Sofía, que ya empezaba a entender la historia.

—Antes de lo que creemos.

—¿Y quién va a detenerlo? —preguntó, retorciéndose los dedos de las manos.

—Tú —contestó el profesor—. Tú y los otros Draconianos. Ha llegado el momento de recuperar los frutos del Árbol del Mundo. A lo largo de muchas generaciones, la búsqueda ha sido inútil. Nadie tenía el poder necesario para encontrarlos. Pero ahora es diferente. Ahora Nidhoggr está a punto de volver, y los poderes latentes de los Draconianos, obtenidos gracias a la unión con los Dragones Guardianes, están despertando para enfrentarse a la inminente batalla final. Y yo siento que tú tienes esos poderes.

Sofía miró al suelo. Lentamente, su incredulidad dio paso a algo nuevo, a una inquietud frente a todo lo que el profesor le estaba desvelando.

—Es por eso, ¿no? Nunca conoció a mi padre, y menos aún a mi madre…

El profesor permaneció callado unos instantes.

—Sabía quién era tu padre. Lo he buscado toda mi vida. Verás, yo soy un Guardián. Del mismo modo que existían los Dragones Guardianes, también había un grupo de humanos que tenía la misión de proteger el Árbol del Mundo, una comunidad de sacerdotes de la que formo parte. Ellos también entraron en un sueño profundo cuando Nidhoggr llevó a cabo su acción malvada. Durante milenios, nuestros poderes quedaron adormecidos, pasando de generación en generación. Por fin, hace más de veinte años, me desperté, y desde entonces voy en busca de los Draconianos. Encontré a tu padre cuando era demasiado tarde.

—Dígame la verdad —pidió Sofía con los ojos llorosos—, ¿cómo murió?

—Un Subyugado lo mató antes de que despertara. Entonces tú eras una niña. Nidhoggr busca a los Draconianos porque sabe que son los únicos dotados de poderes suficientes para detenerlo. Desde que consiguió aflojar sus cadenas, ha ido enviando emisarios para acabar con ellos antes de que despertaran.

—¿Y mi madre?

—Tu madre no era una Draconiana.

Sofía esperó en vano a que el profesor continuara.

—Muy bien, ¿y quién era entonces? ¿Dónde está? ¿También murió?

—No lo sé, lo siento.

Sofía apretó con fuerza la taza entre sus dedos. Sentía cómo se subía la rabia por el pecho.

—¿Por qué es siempre tan evasivo cuando le pregunto por ella?

—Al principio me daba miedo decírtelo, Sofía. —El profesor bajó la vista—. Cuando supo la verdad sobre tu padre y tú, te abandonó.

Sofía se quedó helada.

—¿No ha intentado ni tan siquiera buscarla?

—Mi misión es hallar a los Draconianos y despertarlos.

—Por eso fue a buscarme al orfanato, ¿no? Eso de la deuda de gratitud, de que soy especial, todo es mentira.

—¡Tú eres especial, Sofía! ¡Eres una Draconiana!

—¡Me ha recogido porque era su deber, me ha adoptado porque era su misión!

—¿Por qué te obstinas en verlo así? Las cosas no son lo que parecen…

—Y su generosidad, los vestidos —prosiguió Sofía, como si no lo hubiera oído—, todo porque tenía que hacerlo, ¿eh?

—Ahora estás aturdida, y es comprensible. —El profesor se acercó a ella—. Pero…

Sofía se levantó de un salto y se alejó de él.

—No me toque —le espetó.

El profesor se quedó en su sitio, decepcionado y triste.

—Sofía, no creas que estoy haciendo todo esto porque tengo que hacerlo. Está claro que te he buscado porque soy un Guardián, pero ahora que te conozco sé muy bien lo espléndida que eres como persona.

Sofía percibió el sabor salado de las lágrimas en la garganta. Esas palabras le sonaban falsas. La verdad, aquella terrible verdad que la confundía y la aturdía, le decía otra cosa. Apoyó con calma la taza vacía en la mesa.

—Voy a subir a acostarme.

El profesor se quedó de pie, con los brazos caídos a ambos costados.

—Sofía, yo…

—Por favor.

—Te quiero de verdad —suspiró él.

Sofía se limitó a darse la vuelta; luego se dirigió al piso de arriba, dio un portazo y se tiró en la cama. Ahora, todo tenía otro aspecto. Se sentía confundida y disgustada por lo que había descubierto, aunque, a pesar de ello, otros pensamientos ocupaban su mente. La mansión siempre había sido una prisión dorada, solo que antes no lo sabía. La habitación blanca, que tanto le había gustado desde el principio, había sido un mero pretexto para despertar en ella el poder ancestral narrado en las leyendas. Sí, las leyendas. No podía ser más que una estúpida broma, estaba segura. Sin embargo, algo en su interior le decía lo contrario. No podía creer en ese mundo de hechizos que le habían narrado, se sentía traicionada y aturdida. Aquella casa que hasta hacía dos horas consideraba como propia, de repente se había convertido en un lugar ajeno.