La vieja estaba delante de ellas, con su ropa andrajosa y sus zuecos de siempre. Pero Sofía detectó en su mirada un grado de conciencia que no había visto anteriormente.

Lidia se puso de inmediato en posición de ataque.

—¡Quieta! ¡No te muevas!

—Es una amiga —la detuvo Sofía tocándole un brazo—. Es la anciana de quien te hablé, la que salvó al profesor de las garras de Ratatoskr.

—Mi hija ha vuelto —anunció la vieja, muy seria— y tenéis que ayudarla.

—¿De qué habla? —preguntó Lidia, perpleja.

—¿Sabes dónde está el nogal? —le preguntó Sofía.

La vieja asintió.

—Lo presiento con claridad —dijo—. Mi hija está sufriendo…

—Pues llévanos hasta allí —la exhortó Sofía.

—Sofi, no entiendo nada.

—Ella es la madre de Idhunn —explicó Sofía apresuradamente—. Me guio hasta el lugar donde estaba escondida la llave para abrir la puerta que nos llevó hasta el nogal.

—Pero… Idhunn vivió hace unos tres mil años —objetó Lidia, con expresión de asombro—. ¿Cómo puede ser ella…? —Miró a la vieja y le preguntó—: ¿Eres un fantasma?

Dio un paso atrás. Los fantasmas le gustaban un poco más que las serpientes, pero no mucho más.

—No sé qué soy, pero puedo contaros cómo me transformé en ello. Mientras tanto, vayamos hasta el nogal. Deprisa, por favor, mi hija está en peligro.

Lidia miró alternativamente a la vieja y a Sofía.

—¿Te fías de ella? —preguntó al fin—. ¿Estás segura de que no es una aliada de los guivernos?

—Segurísima. Además ahora la veo más fuerte.

—Así es —asintió la anciana—. El regreso de mi hija me ha reforzado. Ahora es como si volviera a estar viva.

Lidia y Sofía se estremecieron. De modo que era un fantasma…

—Vamos —dijo Lidia.

—No os separéis de mí —insistió la vieja—. Este lugar reacciona a vuestros poderes y yo puedo defenderos.

Se puso las manos frente al pecho y de pronto la rodeó una delgada barrera azul.

—Dentro —ordenó.

Lidia y Sofía obedecieron. Se oyó de nuevo el terrible chasquido que había precedido a la aparición de las serpientes.

—Volando iremos más rápido —dijo Lidia. Rodeó a la vieja por la cintura mientras le salían de la espalda unas alas sonrosadas.

Alzaron el vuelo cuando las serpientes empezaban a cubrir el suelo. Durante el trayecto la vieja les contó la historia.

Mi vida terrenal transcurrió hace más de mil años, cuando Romualdo era duque de Benevento y aún se celebraban extraños ritos junto al Sábato, ritos contra los que el obispo Barbato arremetía duramente en la iglesia.

Durante mucho tiempo no supe realmente quién era Idhunn. Para mí era simplemente Matilde, mi hija. Llevábamos una vida sencilla las dos solas y Matilde lo era todo para mí.

Un día, por pura casualidad, descubrí que algunas noches se ausentaba para ir no sé dónde a hacer no sé qué. Por la mañana tenía profundas marcas negras alrededor de los ojos y se le veía en la cara que no había pegado ojo en toda la noche. Ocurría cada luna llena.

Ella se justificaba diciendo que a veces le costaba dormir. Pero una madre siempre sabe cuándo miente su hija.

Una noche la seguí. El nogal, el árbol maligno del que todos hablaban, estaba iluminado por la luz de numerosas velas. Las chicas no estaban desnudas, como decía todo el mundo, y no había demonios ni gatos negros. Las muchachas cantaban en una lengua que no conocía y adoraban el árbol, le rezaban y le hacían ofrendas.

Matilde estaba con ellas. Iba vestida de blanco y parecía su guía. La vi muy hermosa, con una luz distinta en la piel y una mirada de adoración. La llamaban Idhunn.

A la mañana siguiente hablé con ella, le supliqué que dejara esas prácticas, fueran lo que fuesen. Le advertí que la perseguirían y la matarían.

Su actitud era inamovible. Me contó una historia que no entendí, me habló de un árbol que había perdido sus frutos, de luchas entre animales mitológicos y de hombres que habían defendido los frutos, llamados Guardianes. Pero yo solo conocía lo que Barbato nos decía todos los domingos en la iglesia y sabía que, aunque las chicas no hicieran nada malo, todo el mundo iba a acusarlas de brujería.

Y así fue. El mismo Barbato guio a la multitud furiosa, armada con antorchas y rastrillos. Vi locura en los ojos de aquellos hombres; daban más miedo que las chicas reunidas de noche en torno al árbol. Se dirigía al nogal con la intención de derribarlo.

Aquella noche Matilde decidió salir.

Le supliqué que no fuera, que huyese conmigo. Si hubiéramos abandonado el maldito árbol, si hubiésemos huido de Benevento… No quiso hacerme caso. La vi tan resuelta, bella y heroica, tan serena… Le dije que no podía vivir sin ella.

No me escuchó.

—El futuro del mundo depende del nogal. Tengo que protegerlo, es mi destino. Por eso no puedo quedarme a tu lado. Pero un día volveremos a vernos, te lo aseguro.

Me tocó la frente con una mano y me transmitió los poderes que sigo teniendo hoy. Luego se fue. Y no volví a verla.

Talaron el nogal, pero no hubo ningún juicio en Benevento. Las chicas que adoraban el árbol desaparecieron y nunca tuve noticias de Matilde.

Al cabo de un año tuve una enfermedad que me pareció una bendición, porque no podía vivir sin mi hija. Aguardaba la muerte, pero cuando me envolvió la oscuridad, advertí que de algún modo seguía estando en el mundo. Y recordé la promesa que me había hecho Matilde. No hallaría paz hasta que no volviera a verla. De modo que mi espíritu sobrevivió y vagó por la ciudad durante siglos. De vez en cuando alguien me veía y hablaba de la vieja con zuecos que se aparecía de noche cerca del teatro romano.

Sofía y Lidia la escucharon boquiabiertas mientras volaban por encima de las copas de los árboles cubiertos de nieve color sangre.

—Durante siglos —continuó la vieja— solo tuve la sensación de estar esperando a alguien. Poco a poco olvidé hasta su nombre, aunque no el amor que me inspiraba. Ahora los recuerdos han vuelto. Me acuerdo de lo que me dijo la mañana en que vi el aquelarre. Mi hija era una de las innumerables encarnaciones de Idhunn que, a lo largo de milenios, se habían reunido alrededor del nogal para defenderlo y protegerlo. Conozco los poderes que me transmitió cuando me tocó la frente aquella última noche. Tengo noticia del fruto, de Nidhoggr y del Árbol del Mundo. Y sé que fue ella quien quiso que yo permaneciera aquí todos estos siglos con el fin de ayudarla y ayudaros a vosotras.

Siguió un largo silencio. Sofía pensó en la fuerza del afecto que había mantenido a la madre vinculada al mundo durante más de mil años.

«Yo no estoy destinada a tener un afecto así», se dijo con el corazón encogido. Luego pensó en el profesor, en cómo se había despedido de ella horas antes, cuando salió a cumplir su misión. «Pero lo tengo a él», concluyó, y sintió una gran calidez en el pecho.

—Ya hemos llegado —anunció la vieja.

Lidia y Sofía planearon. Divisaron el nogal, situado en un pequeño llano. Cerca del árbol estaban Ratatoskr y Fabio. Luego vieron una flecha negra que iba directa hacia ellas, muy rápida.