De repente, Fabio se vio libre de la presión de Sofía. Algo la había alejado de él. Notó que la tierra temblaba bajo sus hombros. En torno a él todo era espantoso, absurdo. El cielo con una luz innatural, la nieve color rojo sangre y por todas partes unos árboles horrendos, negros, malignos.

«¿Qué he hecho?», se preguntó.

No había sido un gesto completamente voluntario, sino un reflejo, o un intento extremo de cerrarles las puertas a las palabras de la chiquilla ante los restos del nogal.

Ahora todo eso carecía de importancia; todo se desdibujaba frente al miedo. Por encima del estruendo del asfalto agrietándose y de las raíces arrancando las baldosas, oyó la risa salvaje de Ratatoskr. Luego lo cegó un rayo negro y el mundo se sumergió en la sombra.

Sintió que se desvanecía y esperó hallar refugio en la inconsciencia. Pero alguien lo agarró con fuerza por el cogote.

—Quédate conmigo, todavía te necesito —le aulló Ratatoskr al oído mientras lo apretaba contra su cuerpo con el brazo.

Y Fabio permaneció consciente. Vio cómo se elevaba el nogal hacia el cielo, vio que sus hojas puntiagudas herían las nubes y lo vio tomar posesión de la tierra que antaño fue suya.

Tembló e intentó soltarse, pero Ratatoskr ejercía sobre él una presión férrea.

—No temas. Es tu reino, que está resurgiendo. Esto solo es una pálida sombra de lo que ocurrirá cuando nuestro Señor regrese a la Tierra.

De pronto la imagen se aclaró. Una gota de luz apareció en la oscuridad y difundió un tenue resplandor. La corteza reseca y oscura del nogal se abrió y mostró un corazón luminoso. Después de tanta oscuridad, los ojos de Fabio tardaron en recuperar la visión. Poco a poco, en la nueva claridad se fue dibujando una figura alta y esbelta que salía de la pulpa del nogal: la imagen de una chica. Lentamente se perfilaba el contorno de la sencilla túnica blanca que vestía, mientras los pliegues de tela blanca se definían bajo una luz cada vez más cálida y tranquilizadora. Una cinta dorada le ceñía el pecho y no llevaba ningún adorno en los brazos. El pelo largo y castaño y los ojos cerrados, como si estuviera adormilada; las manos cruzadas a la altura del pecho, como si ocultara algo, algo luminoso, cálido y beneficioso.

Fabio experimentó una profunda sensación de paz y todo su miedo se desvaneció al instante.

«¡Idhunn!», pensó.

Era el nombre de la chica; al repetirlo mentalmente sintió una ternura en el corazón que no había percibido nunca y los ojos se le llenaron de lágrimas. Y todo ello sin conocerla. No recordaba su cuerpo esbelto, ni sus ojos castaños, que poco a poco se estaban abriendo. Pero se sentía vinculado a ella y la quería, la quería como solo había querido a su madre en los tiempos remotos en que la vida aún podía ser dulce.

La chica abrió por completo los ojos y lo miró. Fabio creyó ver en sus ojos un amago de comprensión, como si la chica lo hubiera reconocido. Era una mirada cargada de afecto y de reproche, la mirada de alguien que por fin se reúne con un ser querido de quien ha permanecido alejado mucho tiempo.

Por un instante le pareció que Idhunn tenía una mano hacia él y le sonreía. Luego vio el objeto que ella apretaba contra su pecho: un globo muy luminoso, lleno de reflejos dorados.

Los dedos de la chica chocaron contra una barrera invisible y estallaron en terribles rayos negros. A su alrededor surgió de la nada una jaula de flechas oscuras, que le impidieron salir del corazón del nogal. Su sonrisa se transformó en una expresión de dolor, apretó los párpados y su boca emitió un grito desesperado.

La claridad que emanaba la figura se apagó y Fabio pudo ver en toda su extensión el bosque maligno que había invadido Benevento.

Por fin Ratatoskr lo soltó. Cayó al suelo, incapaz de apartar la mirada de Idhunn, que se retorcía dentro de la jaula. Cada vez que su cuerpo tocaba los barrotes salían chispas negras. Aullaba de dolor. Con una mano se sostenía convulsamente la cabeza, con la otra sostenía el globo luminoso, que aún brillaba; era la única luz en aquel escenario de tinieblas.

De pronto, Fabio se volvió hacia Ratatoskr.

—¡Libérala! —le pidió.

—Tranquilo —sonrió él, feroz—, enseguida acabará todo.

—¡Te he dicho que la liberes! —lo amenazó Fabio, y le presionó contra la garganta una de sus cuchillas.

—No puedes hacerme nada —se burló Ratatoskr—. Aquí no. Es mi territorio, aquí mando yo. Míralo bien, porque así será el mundo cuando Nidhoggr regrese.

Fabio se alejó de él y corrió hacia la chica. Él la liberaría, arrancaría los barrotes y la salvaría. Pero, mientras corría hacia ella, se le paralizaron las piernas y todas las extremidades se le quedaron heladas de repente.