Una batalla. Inicialmente confusa, con imágenes poco nítidas. Dos cuerpos inmensos, uno negro y otro verde. Luego la visión fue aclarándose: eran dos reptiles. Fabio se estremeció. Uno de ellos era Nidhoggr.

—¿Qué haces aquí? —rugió.

Fabio lo entendía, aunque hablaba en una lengua que no había oído jamás.

—¡Él no te pertenece! —respondió el dragón verde con una luz de profundo dolor en los ojos.

Nidhoggr rio, implacable. Hincó los colmillos en la carne del dragón, de la cual brotó una sangre roja y caliente.

—Él nunca será uno de los tuyos —vociferó el dragón, y se liberó con un fuerte coletazo. Entonces se volvió hacia Fabio y lo miró intensamente.

Sus inmensos ojos azul cielo capturaron a Fabio. La seguridad que sentía hasta aquel momento vaciló; el recuerdo de una ciudad blanca, inmensa y muy hermosa, le invadió la mente.

—Ven conmigo —dijo el dragón.

Fabio extendió despacio la mano para asir la pata que le tendía, pero su mano… había cambiado. Solo tenía tres dedos, rematados en unas poderosas garras. Chilló, aterrorizado.

Despertó sobresaltado, sudado, con la garganta dolorida de tanto gritar. Miró en derredor desorientado, hasta que reconoció las paredes desnudas y manchadas de humedad de su casa. Aún conservaba en la mente las imágenes del sueño. Sin duda la gran serpiente negra era Nidhoggr, pero ¿quién sería la verde? ¿Y por qué él también se había transformado? Aunque las alas que le salían parecían las de un dragón, siempre había pensado que provenían de la araña metálica que llevaba en el cuello. Pero ¿y si fueran suyas? ¿Y si la araña solamente liberara un poder oscuro que habitaba en su interior, algo que ya le pertenecía? Quizá las alas solo fueran el primer paso de su transformación y al final acabaría siendo como Nidhoggr…

Fabio sacudió la cabeza para ahuyentar aquel pensamiento horrible. No iba a transformarse en nada. Él era un ser humano y seguiría siéndolo.

Se miró la pierna. La herida que le había hecho la chiquilla (¿cómo se llamaba? El hombre, esa especie de vigilante del circo, la llamó Sofía) aún le dolía un poco, pero se estaba curando. La ampolla causada por la quemadura había desaparecido y el corte no era más que una línea delgada. Algo normal en él. Desde niño, siempre se había curado mucho antes que sus coetáneos, aunque había aprendido a ocultarlo. Seguía llevando tiritas y vendas cuando ya no las necesitaba, para evitar que los demás, especialmente su padre, sospecharan. Pero ahora ya no necesitaba ocultarse.

Se dio la vuelta en la cama al notar algo frío y duro en la cadera. Era el frasco. La razón de su incursión nocturna en el claustro. Lo cogió y lo observó a la luz de un sol mortecino. Era de fino cristal grabado, lo bastante pequeño para ocultarlo en la palma de la mano. En su interior se movía un líquido negro, denso y viscoso. Llevaba grabada la imagen de un dragón. Fabio lo contempló un buen rato. Un dragón, como en el sueño. De pronto, recordó que la chiquilla también poseía alas de dragón. Igual que las suyas. ¿Era la única o había más? ¿Por qué Nidhoggr no le había hablado de ello?

En realidad sabía muy poco de él. Las explicaciones de su siervo Ratatoskr habían sido muy vagas.

—Es mi Señor; desde ahora, el nuestro. Aún no puede manifestarse en el mundo —le dijo tras entregarle la araña de metal—. Por eso necesita gente como nosotros que cuide de sus intereses en la Tierra.

—¿Y cuáles son sus intereses?

—Solo puedo decirte que, en el pasado, el planeta entero le pertenecía. Sin embargo ahora no puede volver aquí, no en carne y hueso.

—¿Por qué?

—Porque nuestro Señor es un guiverno. Mejor dicho, es el guiverno, el primero, el último, el más poderoso. Reinaba en la Tierra desde hacía siglos cuando llegó un enemigo, un dragón, y lo derrotó. Desde entonces intenta reconquistar el trono perdido.

Dragones, guivernos. Para Fabio, aquella explicación era una locura; pero ahora, después del angustioso sueño, empezaba a creer que era realidad. Una realidad monstruosa.

Se levantó y fue a sentarse a la mesa de la cocina. Tenía delante el frasco negro. Lo contempló un instante y por fin se decidió. Cerró los ojos e invocó las alas.

Aquella noche en el estrecho hacía más frío que de costumbre. Fabio tuvo la precaución de llevarse un abrigo que robó en una tienda, por el camino. Nunca tenía dinero, pero con sus poderes le resultaba fácil conseguir lo que necesitaba.

Ratatoskr llegó poco después, muy impaciente.

—¿Dónde está el frasco? —preguntó enseguida.

—Tranquilo —sonrió Fabio—. No es para ti, ¿queda claro? Es para tu Señor, como te gusta llamarlo.

—También es tu Amo.

—Yo me limito a trabajar para él. No soy su siervo.

—Como hayas mentido… —dijo Ratatoskr con la mirada cargada de odio y amenazándolo con el dedo.

—¿Crees que es idiota? —Fabio agitó el frasco ante los ojos de su interlocutor—. Aquí está. Me ha costado un esfuerzo notable y una buena herida en la pierna. Todo eso se lo contaré a tu Amo.

Cuando recitaron la fórmula ritual, la oscuridad lo invadía todo, incluso los ruidos, y en las tinieblas se fue dibujando la imagen terrible de Nidhoggr.

—¿Y bien? —rugió.

—He encontrado el frasco que buscabais —respondió Fabio—. Estaba donde yo decía.

—Has estado a la altura de mis expectativas —dijo el guiverno, lleno de maldad y satisfacción—. Enséñame el frasco.

Fabio abrió la palma.

—Cuánto tiempo… —La mirada de Nidhoggr era soñadora—. Terribles recuerdos acuden a mi mente. Dolor, sangre y derrota. Los borraré todos. Gracias al frasco, se aproxima el momento de mi retorno.

La idea de ver a Nidhoggr en carne y hueso asustó a Fabio. Por un instante, una fracción de segundo, pensó en quedarse con el frasco y salir volando. Pero no podía hacerlo. La venganza del monstruo sería cruel. Además era el único aliado que tenía en ese mundo.

—Alguien me siguió cuando fui por el frasco —dijo.

—¿Quién? —La sonrisa de Nidhoggr se borró.

—Una chiquilla. Se llama Sofía. Tiene un lunar como el mío, pero verde, y también le salen alas de dragón.

El aire que los rodeaba vibró y tanto Fabio como Ratatoskr sintieron que los atravesaba la terrible ira de Nidhoggr.

—Mi Señor, tuve cuidado. Siempre intento percibir a los Durmientes… —empezó a justificarse Ratatoskr, pero una descarga de dolor lo interrumpió. Gritó y cayó al suelo. A su lado, Fabio se echó a temblar.

—¡Están aquí y tú no los oyes! —vociferó el guiverno—. Están aquí, buscan lo mismo que nosotros, están activos, se mueven por la ciudad y tú no los oyes.

—¿Quién era? —tuvo el valor de preguntar Fabio—. ¿Quién era la chica?

Nidhoggr calló y lo miró. Fabio esperó el dolor. Había sido imprudente, había hecho una pregunta que no debía permitirse, pero necesitaba saber.

—Es el enemigo. El primero y el más fuerte —respondió Nidhoggr sorprendentemente—. Es Thuban.

—Es una chica —replicó Fabio—… pero en su interior vive el espíritu de un dragón. Un dragón verde… ¿Luchasteis, no?

Un leve temblor agitó el aire, como si Nidhoggr no estuviera seguro.

—¿Y tú cómo lo sabes, niño?

—Lo conozco —murmuró Fabio—. Soñé con él.

Nidhoggr seguía dudando.

—Sí, puede que soñaras con él —dijo—. Hace milenios os conocíais.

—¿Hace milenios? ¿Cómo es posible?

—Fue una gran batalla. Guivernos contra dragones por la conquista de este mundo. Durante aquella guerra, en una de sus batallas, recogieron el contenido del frasco que llevas en la mano. ¿Sabes qué es?

—No.

—Mi sangre. La sangre que brotó de mis heridas cuando Thuban, el más fuerte de los dragones, luchó contra mí. Pero yo le hice pagar su arrogancia y lo maté. También maté a sus semejantes, uno por uno.

—Pero entonces, ¿cómo…?

—Es la magia de los dragones. Thuban se reencarnó en el cuerpo de un ser humano, luego de otro, más tarde de otro. Y así durante siglos. Durante milenios. Nunca se había manifestado, pero cuando su espíritu encontró a la chica contra la que luchaste, despertó. Y le dio sus poderes.

—¿Y yo? —A Fabio le dio un vuelco el corazón—. ¿Quién soy yo?

—Tú eres como ella.

—¿En mi interior también hay un dragón?

—Sí, tú también eres un Durmiente. Pero, a diferencia de Thuban, tú elegiste servirme a mí y luchaste contra tus semejantes. Has sido uno de mis principales combatientes, tal vez el mejor.

—De modo que mis poderes… —empezó a decir Fabio, y sintió que le daba vueltas la cabeza.

—Sí, son los poderes del dragón. Cada gesto, cada pequeño episodio de tu vida insignificante ha tenido como objetivo conducirte hasta mí, desvelarte cuál es tu destino.

Había algo terrible en esa explicación, algo que dejó de piedra a Fabio. Todo lo llevaba a aquel momento, a aquel lugar. Incluyendo la muerte de su madre y el abandono de su padre.

«Eso es lo que siempre he querido, ¿no? —se dijo—. Una respuesta, algo que explicara mis poderes y mi alma negra. ¿Por qué ahora no me gusta la verdad?».

Pensó en el sueño, en la pata dorada. Era una pata de dragón. Su pata.

—Deberías estar orgulloso de tu origen y del trayecto que te ha conducido hasta mí —prosiguió Nidhoggr—. Cuando vuelva, tú estarás a mi lado, te nombraré rey y tus súbditos te obedecerán ciegamente.

Fabio miró de nuevo al guiverno, observó sus ojos llenos de odio y percibió su inmenso poder.

«Seré como él», pensó horrorizado.

—Pero antes aún os queda mucho por hacer —continuó Nidhoggr dirigiéndose a ambos—. Tenéis que encontrar el árbol.

—¿Qué árbol? —preguntó Fabio aturdido.

—El nogal, el árbol alrededor del cual se reunían las encarnaciones de nuestros enemigos, el árbol que nació de la savia del Árbol del Mundo. Lo talaron hace siglos, pero sigue aquí, percibo su desagradable fuerza beneficiosa. Cuando lo encontréis, celebraremos el rito. El nogal conserva una poderosa manufactura que me ayudará a conquistar este mundo. —Nidhoggr miró a Ratatoskr—: Y tú tienes que encontrarla.

—No te defraudaré —aseguró Ratatoskr, e inclinó profundamente la cabeza para asentir.

—En cuanto a ti —prosiguió el guiverno dirigiéndose a Fabio—, tienes que encontrar a las Durmientes. Estoy seguro de que Thuban no está solo. Seguro que lo acompaña Rastaban.

—¿Es otro dragón?

—Así es. También se ha encarnado en un pequeño ser humano miserable.

Fabio recordó a la preciosa acróbata del circo. Estaba junto a la chiquilla torpe con quien él había discutido. Sin saber por qué, estaba seguro de que era ella.

—¿Y qué hago cuando las encuentre?

—Impídeles que lleguen al árbol antes que nosotros, pero no las ataques si no es estrictamente necesario. Síguelas, deja que se cansen buscando el nogal y apodérate del resultado de sus esfuerzos.

Fabio asintió.

—Se acerca el momento —vociferó Nidhoggr mientras empezaba a desaparecer en la oscuridad—. ¡El momento de mi retorno!

Y las sombras lo engulleron. Después la oscuridad también se desvaneció y vieron de nuevo el panorama desolado del Estrecho de Barba. Fabio se llevó las manos a los hombros. Tenía frío, como era habitual en él.

—Nos comunicaremos igual que siempre —dijo Ratatoskr—. Procura que no te descubran mientras las espías.

—No me subestimes —protestó Fabio.

Ratatoskr vaciló un instante antes de alejarse con su paso silencioso y elegante. Mientras subía las cuestas del estrecho la voz de su Amo le resonó de nuevo en la mente.

El chico sospecha. Ha empezado a recordar.

—No creía que iba a ocurrir tan pronto —susurró el joven.

Yo era consciente de ese riesgo. Encuentra el árbol antes de que lo recuerde todo. Después ya sabes lo que debes hacer con él.

Ratatoskr se inclinó hacia el vacío.

—Será un placer matarlo para vos, mi Señor.