Epílogo

Sofía abrió los ojos. Había mucha luz, tanta que se protegió la cara con un brazo para que no la deslumbrara.

No lo comprendía.

Hacía un momento estaban en Marienplatz, en plena noche. El profesor estaba inclinado sobre el cuerpo sin vida de Effi. Luego, de pronto, una gran luz.

Apartó lentamente el brazo, achicó los ojos en la cálida luminosidad que la invadía e intentó averiguar dónde estaba. Poco a poco, los contornos de la habitación blanca fueron delineándose, emergiendo del calor de una mañana soleada. Era su habitación en Castel Gandolfo. Incluso reconocía su olor.

Pero, en contra de lo que había imaginado, estar de nuevo en casa no le producía una sensación de alivio y alegría. Lo que sentía era una melancolía profunda en la boca del estómago.

Se levantó y fue hacia la ventana. Abrió los postigos y un aire perfumado inundó la habitación.

Era raro pasar del frío de Múnich al clima templado de Roma. Era como si la primavera hubiese barrido el invierno en un instante. El lago resplandecía bajo un cielo azul y brillante. Sofía pensó en la nieve de Múnich, en el viento cortante que soplaba en Marienplatz aquella noche. Pensó en Fabio, en Karl. En Effi.

Abrió la puerta. Lidia estaba delante de su habitación, en pijama. La miraba, desorientada.

—¿Todo ha terminado? —preguntó, confusa.

Sofía no respondió. Bajaron juntas la escalera que rodeaba el gran árbol plantado en el centro de la casa. En el piso inferior las esperaba Schalfen; aún tenía los ojos húmedos. El fruto estaba a sus pies; brillante, azul claro con reflejos más oscuros, cambiante. Hablaba de victoria, pero ninguno de ellos se sentía vencedor. Habían salvado a Karl y habían recuperado el fruto, pero el precio era demasiado alto: Effi estaba muerta y Fabio había matado a uno de sus enemigos.

—Profesor, ¿lo hemos conseguido? —preguntó Lidia.

El profesor Schlafen no respondió. Estaba inmóvil frente al árbol, cabizbajo y con los puños contraídos.

Tardó unos instantes en reaccionar.

—Sí, creo que sí.

—Pero ¿qué ha pasado? —inquirió Sofía—. ¿Por qué nos hemos despertado aquí, como si nada hubiera ocurrido? Aún faltaban cuatro días para que terminara nuestro viaje al pasado.

—El tiempo que nos concedió el reloj de arena se ha agotado al cumplir la misión —explicó el profesor—. El Señor de los Tiempos se fabricó con elementos del Árbol del Mundo; no es una máquina del tiempo corriente, como las que se describen en los libros. Todos los objetos surgidos de su resina o su corteza están en profunda sintonía con la naturaleza. Y el tiempo también forma parte del armonioso diseño. En el momento en que salvamos al Draconiano, el tiempo nos reclamó. Desviar su curso natural más de lo necesario puede tener efectos devastadores para el equilibrio del mundo. Por eso el reloj de arena nos ha devuelto al futuro; mejor dicho, al segundo futuro posible que hemos generado. —Se agachó a recoger el fruto—. Y ahora tenemos que llevarlo a un lugar seguro.

Esbozó una sonrisa forzada y se dirigió al sótano.

Lidia y Sofía permanecieron inmóviles en el último peldaño de la escalera.

—Si todo ha ido tan bien —dijo Lidia—, ¿por qué me siento… derrotada?

Sofía no habría sabido describir mejor lo que sentía.

Karl estaba en Múnich. El profesor lo localizó con una simple llamada. Hablaron un buen rato. Después Schlafen les dijo que el Draconiano se uniría a ellos.

—En cuanto termine de hacer unas gestiones, vendrá a instalarse con nosotros.

En cambio, no había rastro de Fabio. Probablemente él, lo mismo que Karl, los vio desaparecer de repente en la plaza, el lugar donde todo había empezado. Sofía no dejaba de pensar dónde podía estar y qué haría.

Lo ocurrido había construido una nueva barrera entre Fabio y ellos, pero, aun así, percibía que ahora el chico era uno de ellos a todos los efectos. Esta vez presentía que, cuando ajustara cuentas con lo sucedido, volvería. Durante mucho tiempo había perseguido la venganza, pero una cosa era desearla y otra llevarla a cabo de verdad. Su mirada en Marienplatz revelaba cuán poca satisfacción le había proporcionado su victoria personal.

—El Señor de los Tiempos es una manufactura demasiado peligrosa —explicó el profesor—. De ahora en adelante, nadie debe usarlo. En este momento aún está en Múnich, en casa de Effi. Cuando vaya a buscar a Karl, lo destruiré.

—Por muy terrible que sea —intervino Lidia—, al final nos ha ayudado a salvarnos, ¿no? Karl está vivo y está bien y nuestra batalla continúa.

—Effi ha pagado por todos. —El profesor sonrió con tristeza—. Ha salvado la misión, a Karl y a todos nosotros. Así es nuestro destino: dedicarnos en cuerpo y alma a esta lucha, dedicarle todo nuestro ser, hasta que nos consuma.

Se metió la mano en el bolsillo y extrajo un sobre blanco. Vieron escrita en letra pequeña la siguiente frase: «Para Georg y mis compañeros de aventura de estos días».

—Lo encontré en mi bolsillo. Effi debió de dejármelo ayer, antes de… los hechos. —Suspiró—. Hay una razón para lo ocurrido, una razón que Effi conocía muy bien.

Abrió el sobre despacio, como si fuera una reliquia a la que tributar la máxima reverencia. Empezó a leer a media voz, traduciendo del alemán.

Sofía nunca olvidaría las palabras que escuchó aquel día.

Querido Georg, queridos Lidia, Sofía y Fabio, queridísimo Karl:

Cuando leáis esta carta, ya habrá ocurrido lo que debe ocurrir. Quizá no lo comprendáis, por eso os debo una explicación. Sobre todo a Karl.

Georg dijo que cuanto hice no era culpa mía. Dijo que me habían subyugado y no pude hacer nada. Pero yo sé que no es cierto. Mientras él cuidaba de mí, recordé el momento de mi traición. Recordé mi conversación con Nida y la propuesta que ella me hizo: ser una persona normal, renunciar a mis poderes y olvidarlo todo, Draconia, la misión e incluso a Karl. Y aquella noche dije que sí. Porque estaba cansada y me sentía desanimada y sola. Era una trampa, ahora lo sé, y vosotros también lo sabéis. Pero en ese momento solo deseaba librarme de un peso que me estaba matando, solo deseaba vivir como los demás.

Esa es mi culpa. Y es imperdonable, porque puso en peligro la vida de Karl y la vuestra. Por eso no soy inocente y merezco pagar las consecuencias de esta aventura en la que nos hemos embarcado.

El Señor de los Tiempos exige un precio. Es un objeto muy peligroso por varias razones. Lo he descubierto hace poco. Para cambiar el curso de los acontecimientos, solicita una prenda. Si deseas cambiar algo del pasado, debes pagarle al reloj de arena un precio equivalente al cambio que te propones hacer. Si quieres salvar una vida, debes ofrecer otra. Eso significa que, antes de que todo sea como deseamos, uno de nosotros tendrá que morir en lugar de Karl. Y creo que yo soy la persona indicada.

Vi morir a Karl. Lo vi desaparecer de mi vida y fue algo tremendo. Ahora sé que fue culpa mía. Por eso es justo que yo muera. Los Draconianos son indispensables para la misión; tú, Georg, eres una persona que no puedo permitirme perder. Solo quedo yo, la traidora.

Espero que lo comprendáis. Georg lo hará, lo sé. Quizá para ti, Karl, resulte más difícil. Y lo será más aún saber que una vez te engañé, que me entregué al enemigo para poder ser libre. En muchas ocasiones nos confesamos que nos habría gustado ser como los demás, ¿te acuerdas? Y yo te decía que debíamos aceptar nuestro destino, que un día todo acabaría, que no debíamos rendirnos. Perdóname por no haber tenido fuerzas para cumplir mis promesas. Recuerda que te quiero muchísimo y eso lo llevaré conmigo cuando suceda lo que debe suceder. Mi afecto estará contigo para siempre. Sé que llegarás hasta el final, porque eres fuerte y porque ahora tienes muy buenos compañeros. Tu madre nunca te dejará solo.

En cuanto a vosotros, me alegro de haberos conocido. Si hubierais llegado antes a mi vida, tal vez nada de esto hubiese ocurrido y el Señor de los Tiempos seguiría en el Deutsches Museum. Pero, lamentablemente, hay cosas del pasado que no podemos cambiar. Solo puedo decir que los días que hemos pasado juntos han sido muy bonitos.

Adiós. No os rindáis jamás.

Effi