La estación estaba casi desierta; las tiendas, cerradas. En el aire faltaba ese olor típico de Múnich que solía percibirse en la entrada principal, una mezcla de cebollas y especias poco conocidas en Italia. Los trenes avanzaban perezosos por las vías transportando unos pocos estudiantes y gente que trabajaba fuera.

Fabio bostezó, agotado por no haber dormido en los últimos días. Había tratado de obedecer, de cumplir las órdenes de Schlafen, pero no lo había conseguido. Sabía que, una vez más, estaba traicionando la confianza de los Draconianos. Su obligación era quedarse con Karl y Effi y protegerlos de cualquier ataque. Pero ellos estaban seguros, se dijo. Nida y Nidhoggr no sabían dónde se ocultaban y quedarse encerrado con ellos significaba quitarle energías a la verdadera misión y arriesgarse a sucumbir de nuevo. Al igual que en el ajedrez, adoptar una táctica defensiva durante mucho tiempo no funcionaba; llegaba un momento en que era necesario pasar al ataque. Y el movimiento siguiente solo podía ser detener a Ratatoskr y lograr que, por fin, se hiciera justicia.

Fabio deseaba ayudar a los demás y percibía el vínculo existente entre él y sus semejantes, incluido el chiquillo regordete y sabiondo. Sin embargo, también sabía que era diferente y que no podía contener su propia naturaleza. Si había acabado en manos del enemigo y lo había servido, por algo sería. Fabio era un cazador solitario. Primero tenía que saldar las cuentas pendientes y luego tal vez podría sentirse parte del grupo a todos los efectos.

Inventó una excusa, se separó de Karl y Effi y regresó al Monopteros, en el Englischer Garten. Llevaba un abrigo grueso y un sombrero de fieltro que había cogido del armario del tío de Effi. De ese modo, le sería más fácil seguir al enemigo sin que lo reconociera. Y, después de aguardar dos horas, lo vio.

Ratatoskr se aseguró de que nadie lo veía, retiró una piedra que tapaba un hoyo profundo y extrajo algo envuelto en una tela.

Fabio intentó ver de qué se trataba, ero el joven lo metió enseguida en una bolsa de terciopelo que llevaba colgada en bandolera. Luego se dirigió pausadamente a la estación de trenes. Fabio lo siguió.

Ahora Ratatoskr paseaba junto a la taquilla automática; era evidente que se hallaba a la espera.

«¿Por qué habrá venido aquí, a la estación?», se preguntó Fabio. Miró el reloj; al cabo de poco rato debía reunirse con el profesor y los demás en casa de Effi, pero, evidentemente, no iba a ir. Estaba seguro de que Lidia y Sofía se las arreglarían perfectamente sin él. En realidad, nunca había dudado de Sofía ni de sus capacidades de Draconiana, aunque, desde que le había salvado la vida, solo podía pensar en ella como en una criatura frágil. No lo habría confesado siquiera bajo tortura, pero se sentía más próximo a ella que al resto del grupo. Tal vez fuera por lo que habían compartido, por haberse salvado mutuamente… El caso es que la chica era muy importante para él, por mucho que le costara aceptarlo. Por eso prefería evitarla. No estaba acostumbrado al afecto; no quería recibirlo y, sobre todo, no quería darlo. Desde la muerte de su madre, decidió que jamás volvería a sufrir así por nadie.

Sofía miraba insistentemente la puerta de entrada del piso de Effi. Él no llegaba. ¿Dónde se habría metido? No había ido a cenar, aunque Karl le dijo que había estado con él todo el día.

—Ha dicho que iba a tomar el aire y que volvería un poco tarde.

Pero eso era mucho más que un poco tarde. El profesor también estaba intranquilo. Sofía empezó a sentir un sudor frío.

—¿Crees… que… le habrá ocurrido algo? —preguntó al fin, pero no tuvo valor para terminar la frase.

—No, no. Es fuerte, no te preocupes. Ya sabes cómo es.

—Exacto. Y no es de fiar —puntualizó Lidia.

—Nos ha ayudado —replicó Sofía, ofendida—. Y me salvó la vida.

—Ya. Y luego desapareció un mes, ¿o me equivoco?

—Ahora ha vuelto.

—Pero no está aquí.

—¡Basta ya! —las interrumpió el profesor—. Nida pronto volverá en sí y ya no podremos esperar. El plan ha sido idea de Fabio, pero tendremos que llevarlo a cabo nosotros. Cuando terminemos, intentaremos localizarlo a él.

«Yo iré a buscarlo —pensó Sofía—. Aunque tenga que recorrer todo Múnich, lo encontraré».

Sentía un nudo en la garganta que no se deshacía. Era por Fabio, pero también por la situación en que se encontraban y por lo que iba a ocurrir. La palabra «interrogar» le sonaba a torturas medievales y a otras prácticas de la Santa Inquisición. Además, aquel cuerpo inerte a sus pies, envuelto en la red del profesor y en las lianas que ella había invocado, la hacía sentir mal. Nida seguía inconsciente, pero de vez en cuando se movía un poco. Evidentemente, le molestaba el contacto con la resina del Árbol del Mundo.

De pronto, Schlafen se sentó a su lado y le puso un brazo alrededor de los hombros.

—No te gusta, ¿eh?

Sofía interrumpió el hilo de sus pensamientos y lo miró sin saber qué contestar. Se avergonzaba de su debilidad.

—Es normal que así sea —continuó el profesor—. A mí tampoco me gusta. Pero a veces nos vemos obligados a hacer cosas desagradables para proteger a nuestros seres queridos. Forma parte de la maldición de nuestro papel. Lo importante es no traicionar los principios que consideramos irrenunciables. Y no lo haremos.

Al ver su mirada resuelta, Sofía se tranquilizó. A continuación, vio algo que se movía.

—Está volviendo en sí —dijo Lidia.

Todos se acercaron al cuerpo de Nida; esta se agitó y abrió los ojos.

Los miró uno a uno deteniéndose con hastío en cada rostro.

—Soltadme —rugió mientras intentaba invocar rayos negros que se extinguían al instante contra las mallas de la red.

—Es inútil que te esfuerces —la advirtió el profesor—. La red te impide usar tus poderes. Te aconsejo que te estés quieta. Si no lo haces, te harás daño.

—Esto quema —protestó Nida en un tono sorprendentemente lastimero.

—Pues será mejor que terminemos cuanto antes —repuso el profesor, impasible.

Miró a Effi y la mujer avanzó hacia él. Ambos tiraron de Nida hasta dejarla sentada. Daba la impresión de que los ojos de la chica querían incendiar a todos los presentes.

—¿Dónde está el fruto? —preguntó Schlafen sin rodeos, tras inclinarse hacia ella.

Nida le dedicó una sonrisa feroz.

—Sabemos que sabes dónde está, o que lo intuyes, y pronto irás a buscarlo. Dinos dónde está y te soltaremos.

—¿Y qué obtendría con ello? ¿De verdad crees que puedo decírtelo? Parece mentira que conozcas a Nidhoggr y lo cruel que puede llegar a ser. Si hablara, me mataría.

—La red te hace daño, lo sé. La resina del Árbol del Mundo es tóxica para tu piel. No pienso soltarte hasta que no hables.

—No me importa sufrir por mi Señor —replicó ella con la frente empapada de sudor.

—Dispongo de otros medios para convencerte y soltarte la lengua.

—¿Qué quieres hacerme creer? —rio Nida—. ¿Que vas a matarme? ¿Le ordenarás a uno de tus chicos que me mate? Os conocemos desde hace miles de años y sabemos qué métodos utilizáis. Y no incluyen la tortura ni el asesinato a sangre fría. Porque no habéis sufrido lo que han sufrido los guivernos. Porque no os habéis sentido durante mucho tiempo en la oscuridad, como nosotros.

—Nada justifica lo que les hicisteis a los dragones y al Árbol del Mundo —la interrumpió Schlafen.

—¿Y lo que nos habéis hecho a nosotros? —replicó ella—. ¿No tienes en cuenta lo que ha llegado a sufrir mi Señor? Y eso sin contar que ha sufrido por culpa de quien más amaba.

Y miró a Sofía.

La chica permaneció inmóvil. No comprendía nada de la conversación. Pero esas palabras le producían escalofríos.

—Ya basta —dijo el profesor, tajante.

Se levantó, cogió su pesada bolsa de piel y buscó algo en el interior.

—Hagas lo que hagas, será inútil, te lo aseguro. Mi Señor es muy poderoso y tiene la situación perfectamente controlada.

El profesor aparentaba indiferencia mientras sacaba de la bolsa un frasco lleno de un líquido brillante, verde y cristalino que burbujeaba dentro del cristal.

—¿Lo reconoces?

Instintivamente, Nida se arrastró hacia la pared.

—Ya veo que lo reconoces —añadió el profesor con calma—. Aún estás a tiempo de colaborar y decirnos lo que sabes. Pero, si no lo haces…

Schlafen agitó el frasco.

—No te atreverás —siseó Nida entre dientes.

—Tú eliges. Puedes hablar o te hago hablar yo.

Ambos se miraron fijamente unos instantes. Luego el profesor avanzó.

—¡Me matará por tu culpa! —gritó Nida—. ¡Mi Señor me matará!

—Ayudadme a sujetarla —les pidió Schlafen a los Draconianos.

—Profe… ¿qué es eso? —murmuró Sofía.

—Un suero de la verdad hecho con extractos de la Gema. Si no lo utilizo enseguida, se hará daño de verdad con la red. Echadme una mano, rápido.

Sofía se obligó a avanzar. Ella y Lidia aguantaron a Nida y trataron de que estuviera quieta. Pero ella se debatía como una loca, por mucho que las cuerdas de la red le sesgaran la carne. Effi, con un gesto implacable, le abrió la boca; el profesor le vertió el contenido del frasco en la garganta y luego le puso una mano en los labios. Nida siguió debatiéndose unos instantes, completamente fuera de sí. Luego sus ojos empezaron a mirar al vacío y su cuerpo se relajó.

—Ya podéis soltarla —dijo el profesor.

Sofía sintió un gran alivio. Odiaba esos métodos y, por si fuera poco, las palabras de Nida resonaban sin parar en su mente.

Schlafen se inclinó de nuevo hacia la prisionera.

—¿Dónde está el fruto?

Nida estaba atontada, como si no hubiera oído la pregunta. El profesor la cogió por la barbilla y le volvió la cabeza para que lo mirase a los ojos.

Las pupilas de Nida tardaron un poco en enfocarlo.

—No lo sé —respondió despacio, como si estuviera borracha.

Todos se quedaron helados.

El profesor miró el frasco vacío y se preguntó si la cantidad de suero que había empleado era suficiente.

—No me lo creo. Al menos debes de tener una vaga idea.

—Yo no me ocupo del fruto —explicó Nida sacudiendo la cabeza—. Eso lo hace Ratatoskr. Yo solo tenía que eliminar al Draconiano después de obtener su fruto y procurar que no hiciera nada en contra de nuestros planes. Nunca me he fiado por completo de nuestro infiltrado.

Nadie entendió lo que decía.

—¿Quién es? —preguntó Schlafen.

—¿No sospecháis de nadie? —repuso Nida con una mirada burlona—. ¿En serio?

—Profe, ¿qué le has dado? —intervino Lidia—. Dice cosas que no tienen sentido…

El profesor le indicó con la mano que callara.

—Continúa —le pidió a Nida.

—Hemos descubierto que venís del futuro y que habéis vuelto para frustrar nuestros planes. Sabíamos que perdíais el tiempo siguiendo a ese niño ridículo para protegerlo e impedirnos que le hiciéramos daño. Así que esa noche entré en su casa para tenderos una trampa y daros vuestro merecido… Era una estrategia para mataros a vosotros, no a Karl. Pero tú, ojazos verdes, te defendiste muy bien —siseó mirando a Sofía—. De todos modos, no habría podido hacer nada sin la ayuda de mi informadora.

Poco a poco, Sofía empezó a comprenderlo todo y se quedó de piedra. Si todo había ocurrido como imaginaba, habían dado cobijo a una auténtica serpiente.

—¿De quién estás hablando? —preguntó Schlafen, consternado.

—De la Guardiana —respondió Nida mirando a la mujer situada al lado de Sofía.

—No… yo… —balbució Effi, pálida y con los ojos muy abiertos.

—Ella me lo contó todo —prosiguió Nida, despiadada—. Y, gracias a ella, el fruto pronto estará en manos de Ratatoskr.

En la sala reinaba un silencio absoluto. Todas las miradas se concentraban en Effi, pero nadie se atrevía a hablar. Al final, el profesor rompió el hielo.

—Effi, ¿es cierto lo que dice?

La mujer no respondió. Bajó la mirada, llena de vergüenza.

A Sofía nunca le había caído muy bien, pero la antipatía que le inspiraba se debía a los celos, ahora lo reconocía sin problemas. Sentía celos del modo en que Effi había conquistado al profesor, del modo en que se miraban y de la confianza que había entre ellos. Sin embargo, nunca jamás habría imaginado que aquella mujer fuese una traidora.

Effi miraba fijamente al suelo; no tenía intención de moverse ni de huir. Parecía la más afectada por la revelación.

Quizá no fuera culpa suya, pensó Sofía. Nidhoggr era un verdadero maestro a la hora de conseguir que las personas hicieran cuanto él quería; así era como se comportaba con los Subyugados, humanos a quienes reducía a títeres esclavos de su voluntad a través de unos injertos metálicos. Incluso lo había hecho con Fabio, que había decidido luchar junto a él durante un tiempo porque Nidhoggr se había aprovechado de sus debilidades y su desesperación.

Pero Effi era una Guardiana. ¿Cómo había podido corromperla Nidhoggr?

El profesor miró a la mujer con frialdad; estaba pálido y le temblaban las manos.

—Effi, ¿por qué?

Ella levantó la cabeza, desorientada. Era como si no entendiera lo que sucedía. El profesor le puso las manos en los hombros y le dirigió una mirada que quería ser implacable, pero que traslucía un profundo dolor.

—No recuerdo a esta mujer… No recuerdo haber hablado nunca con ella —prorrumpió al fin—. ¡Soy inocente!

—¿No recuerdas cómo confiaste en mí? —rio Nida a carcajadas—. ¿Ni cómo aceptaste lo que te ofrecí?

Das ist gelogen! —gritó Effi con todas sus fuerzas.

Y la invadió una oleada de recuerdos. Salieron a la superficie imágenes demasiado dramáticas para que la memoria las retuviera sin sumergirla en la más completa locura.

—Sí, te subyugamos, pero en el fondo tú lo deseabas. Querías que todo acabara, querías librarte de Karl y de la misión —continuó Nida con una mirada exenta de compasión.

Effi gritó y se abalanzó sobre Nida. Cuando estaba a punto de golpearla, Lidia la detuvo tirándola ruidosamente al suelo. Effi apretó los puños sobre las baldosas frías y empezó a sollozar sin hacer ruido, con un dolor infinito.

—Llora, llora… Ya sabes que todo lo que he dicho es cierto.

—Ya basta —intervino el profesor—. Más tarde nos ocuparemos de Effi. ¿No lo veis? Nida intenta enfrentarnos para apartarnos de nuestro verdadero objetivo. Tú quédate aquí con ella —le dijo a Lidia—. Te dejaré un poco de suero para que la mantengas sedada. Si es cierto que Ratatoskr es quien busca el fruto, debemos encontrarlo inmediatamente. Tengo la impresión de que Fabio ya lo está siguiendo y ahora podría ser él el Draconiano al que debemos salvar.

Sofía estaba desesperada. Aquello era una auténtica pesadilla. Una traidora, Fabio desaparecido y el fruto en manos del enemigo. Después de tantos problemas, después de haber intentado arreglarlo todo, volvían a estar en el punto de partida. O peor aún. Pese a tantos esfuerzos, pese a haber tratado de cambiar lo sucedido, la historia se repetía; solo cambiaban los actores. Ahora ya no eran Nida y Karl, sino Ratatoskr y Fabio.

La situación había tomado un giro totalmente inesperado. Nunca hubiera imaginado que cambiar el pasado acabaría poniendo en peligro a sus seres queridos. Ahora comprendía por qué los dragones querían destruir para siempre al Señor de los Tiempos: porque su poder era algo terrible.

Cuando estaban a punto de salir, el profesor se detuvo. Se volvió hacia Nida y le hizo una última pregunta:

—¿Por qué no habéis matado enseguida a Karl, si dentro de poco tendréis el fruto?

—Por fin os habéis dado cuenta —sonrió ella, burlona—. Porque necesitábamos a Karl para encontrar el fruto; por eso aún no lo hemos matado. Y todavía lo necesitamos… aunque por poco tiempo. En este instante el chico está teniendo una visión que nos revelará el escondrijo del fruto. Y Effi está allí con él, lista para matarlo.