Sofía despertó mientras alguien le tocaba el hombro. Se sobresaltó. Y aún se asustó más cuando vio que ese alguien era Fabio. Se había quedado en la silla, en la habitación de Effi, toda la noche. Se sonrojó hasta la raíz del cabello.

Él seguía vestido como la noche anterior y tenía el pelo castaño encrespado, pero no estaba tan pálido y se lo veía mucho más en forma que antes de dormir.

—¿Hay algo de comer? —preguntó—. Tengo el estómago completamente vacío.

Sofía se puso en pie de un salto.

Desayunaron todos juntos en torno a la mesa del salón. Fabio devoró los bollos y las galletas como si llevara días sin comer. Decididamente, había recuperado las fuerzas. Sofía lo miraba, hipnotizada. Ni siquiera en sus mejores sueños había imaginado que lo tendría allí, en el salón de aquella casa bávara.

En cambio, Lidia era mucho más cínica.

—No te acabes las galletas —dijo metiendo la mano en la caja medio vacía.

—Anda ya, Lidia, es nuestro invitado —protestó Sofía.

El profesor miró a las dos chicas riendo bajo sus gafas doradas.

Tras llenarse el estómago, llegó el momento de dar explicaciones.

Empezó Lidia relatando el encuentro en el parque. Como era de esperar, culpó a Fabio del fracaso.

—Tú te volviste con esa garra amenazadora… —objetó él.

—Porque tú te abalanzaste sobre mí y me asustaste…

—Calma —pidió el profesor Schlafen—. No tiene sentido que os peleéis. Os descubrieron y tuvisteis que luchar, pero, afortunadamente, no os ha ocurrido nada grave. Y eso es lo único que cuenta. Además, ahora tenemos una información fundamental: Ratatoskr está en Múnich.

Entonces se volvió hacia Effi, le preguntó si conocía a la segunda emanación de Nidhoggr y se la describió en pocas palabras.

Los ojos de la mujer se ensombrecieron y negó con la cabeza.

—Nosotros solo vimos a la chica… a Nida. Nunca nos cruzamos con nadie más.

Schlafen se acarició la barba y se ajustó las gafas con gesto nervioso. Estaba preocupado.

—Las cosas están cambiando —anunció—. A raíz del último enfrentamiento, Nida y Ratatoskr han descubierto nuestra presencia.

—Si alguien fuera tan amable de explicarme qué ocurre —pidió Fabio, algo perplejo y molesto, tras observar los rostros tensos de los demás.

Effi se presentó y le contó la historia desde el principio.

—Pero… esto es ciencia ficción —comentó al final el chico rascándose la cabeza—. Nadie puede viajar en el tiempo…

—Pues te aseguro que es posible —dijo Lidia con aires de superioridad—. Y es muy fácil de comprobar. Si hoy sigues a Sofía mientras trabaja, verás que en esta ciudad hay dos Effis. ¿Cómo te lo explicas?

—A ver si lo he entendido bien —recapituló Fabio ignorando la provocación de Lidia—: retrocedisteis en el tiempo utilizando el reloj de arena hecho con la madera del Árbol del Mundo. Y vuestro objetivo es salvar a Karl de una muerte segura. El problema es que no sabéis cómo ocurrieron los hechos exactamente y actuáis a ciegas.

—Bueno… sí —repuso el profesor, algo avergonzado—. Más o menos viene a ser eso. Estamos investigando para saber cuándo sucedieron los hechos. El objetivo principal es salvar a Karl; sin él, no hay esperanzas de acabar con Nidhoggr.

—Debemos luchar todos juntos —recalcó Sofía—. Tú también.

—No va a funcionar —espetó Fabio.

—¿Qué vamos a hacer con este maldito derrotista? —protestó Lidia, rabiosa—. Hasta ahora hemos estado muy bien solos. Que vuelva a la caza de Ratatoskr o que se dedique a sus asuntos.

—Si todas las películas de ciencia ficción que he visto en mi vida tienen algún tipo de fundamento, el hecho de que hayáis retrocedido en el tiempo ha cambiado las cosas. Y no hay forma de saber cómo. La batalla de anoche también habrá cambiado algo. ¡Todo es imprevisible! No podemos actuar y esperar que todo se arregle si el hecho de mover un solo dedo, o de estar aquí sentados hablando, puede cambiar la historia.

—Cambian las pequeñas cosas, pero las grandes son más difíciles de modificar —explicó Effi.

—En cualquier caso —intervino el profesor—, ahora ya sabes cuál es nuestra situación. ¿Y tú qué has hecho?

—Pues… desde la última vez que nos vimos —empezó a decir Fabio, evasivo, y miró de soslayo a Sofía—, he seguido mi camino. No tenía muy claro lo que debía hacer.

—Evidentemente, no te dijimos cuál es la misión de los Draconianos —comentó Lidia.

—¿Me vas a dejar hablar o piensas interrumpirme a cada palabra? —protestó Fabio, exasperado.

Y resolvió comunicarles su intención de vengarse de Ratatoskr.

Estaba claro que no le gustaba hablar de ello y que se sentía cohibido. Sofía observó cómo le subía un rubor a las mejillas al hablar de su misión y le pareció adorable.

Fabio contó que lo había seguido durante un tiempo y al fin lo había sorprendido en Roma, junto a Nidhoggr.

—Habría podido atacarlo —dijo irguiéndose con gesto más seguro—, pero lo que se dijeron me alarmó. Era evidente que él tenía una misión muy concreta que yo ignoraba. ¿Qué objeto le había entregado Nidhoggr? Me dije que debía descubrirlo antes de enfrentarme a él. Por… vosotros —añadió en voz baja, casi con pudor.

Sofía se conmovió. Eso significaba que pensaba en ellos, que no era el egoísta sin corazón a quien Lidia detestaba y que, a su manera, se sentía parte del grupo. Ella siempre lo había sabido.

—Por lo visto —dijo el profesor sonriendo tras un largo silencio—, el encuentro en el bosque fue más provechoso de lo esperado. Aunque no terminara muy bien, hemos averiguado mucho. Ratatoskr está aquí para ayudar a Nida y, suponiendo que nada haya cambiado respecto al futuro que conocemos, no va a ayudarla en la acción, sino en otra cosa. Por otra parte, una nueva especie de Subyugado recorre la ciudad y sabe mucho sobre nosotros. Bien, creo que vamos progresando.

—¿Y ahora qué? —preguntó Sofía.

—Ahora seguiremos como antes y, además, tendremos a Fabio de nuestra parte.

El corazón de Sofía hizo una pirueta y todos se volvieron a mirar al chico, quien se sintió algo cohibido.

—De todos modos, ya estoy dentro —dijo el chico con brusquedad.

—Tu herida no es grave, pero no quiero que entres en acción tan pronto —estableció el profesor—. Debes hacer reposo un par de días.

Fabio empezó a protestar, pero Schlafen lo interrumpió levantando un dedo.

—No me lo discutas. Buscarás a Ratatoskr en cuanto me asegure de que tienes fuerzas para enfrentarte a él si es necesario.

Fabio hizo una mueca de rabia y Lidia se rio de él. «Esos dos no se soportan», pensó Sofía.

—Y tú, Lidia, hoy también te quedarás aquí recuperándote —se apresuró a añadir Schlafen—. Quiero que estés en perfecta forma cuando llegue el momento.

—Pero, profe… —saltó ella, furiosa.

—Te digo lo mismo que a él: no me lo discutas —la interrumpió el profesor, y ella le dirigió una mirada atroz—. Tú, Sofía, sigue otra vez a Karl. Effi y yo continuaremos analizando la situación y buscando el fruto. ¿Está todo claro?

Fabio y Lidia se limitaron a asentir con la cabeza, en un gesto carente por completo de entusiasmo.

—Perfecto. —Schlafen dio una palmada en la mesa—. Todos de acuerdo, pues.

Entre los árboles que se veían desde la ventana, nadie vio el borde de una capa negra que se alejaba.

Para Sofía, la sola presencia de Fabio llenó de color el día. Tenía que hacer lo mismo que el día anterior: seguir al chico, apostarse delante del piso de Effi y Karl y escucharlos mientras hablaban en alemán. Pero todo le parecía distinto. Sabía que, al finalizar su tarea, volvería a casa y allí estaría Fabio. Cenarían juntos y dormirían bajo el mismo techo, y eso marcaba una diferencia. Ya casi no sentía el frío y ver la nieve medio deshecha no la entristecía como solía hacerlo.

Espiar qué decían Effi y Karl después de cenar tampoco fue tan terrible como la noche anterior. Sofía disfrutó de los sonidos de la lengua alemana, como si escuchara una melodía. Nunca le había gustado aquella lengua, pero debía reconocer que, en el fondo, no era tan cacofónica como creía. Poseía cierta belleza, una musicalidad, y llegó a pensar que tal vez un día la aprendería. Después de todo, la ciudad le encantaba y merecía la pena volver.

Cuando el piso de Effi y Karl se quedó a oscuras, Sofía lanzó un suspiro de alivio y se dispuso a marcharse.

No era muy tarde y calculó que enseguida llegaría a casa. Se dirigió a la parada de metro. Las calles estaban desiertas. Múnich era así; a partir de cierta hora, el frío lo vencía todo. La gente se encerraba en casa o en algún pub. No había nadie en la calle.

Sofía sintió escalofríos en la espalda y se abrochó hasta el último botón del abrigo. Pero la sensación de hielo no desaparecía. Se detuvo. Tenía un mal presentimiento. Había algo en el aire, en la forma en que sus pasos retumbaban sobre el suelo, en las luces de las farolas colgadas por la calle. Miró al cielo, en busca de una luna que la tranquilizara, y vio una sombra negra volando hacia casa de Karl.

El lunar de su frente brilló; las alas le salieron de inmediato. Un instante más y ya estaba volando en el cielo; el aire frío le hería las mejillas enrojecidas.

La sombra estaba allí, furtiva, posada en la ventana del comedor, a punto de entrar. La vio desaparecer al otro lado de la ventana antes de poder intervenir. La reconoció. Su media melena rubia era inconfundible, lo mismo que su cuerpo delgado y atlético.

El lunar brilló con mayor intensidad en la frente de Sofía, sus brazos se transformaron en garras de dragón y se le dilataron las pupilas. Entró despacio y se detuvo en el alféizar para echarle un vistazo al salón. No entraba allí desde la triste tarde en que habían visto por primera vez a Effi. Todo parecía estar en orden, pero Nida estaba allí, lo percibía.

Avanzó furtivamente por la sala aguzando al máximo el oído. Gracias al oído de Thuban, notaba cualquier ruido en el interior de la casa, por mínimo que fuera. De pronto, reconoció el ligero chirrido del parquet bajo unos pies entrenados para ser silenciosos. Procedía de la habitación de Karl.

Entró despacio y la vio. Preciosa, acariciada por la tenue luz que entraba por las ventanas, el brazo derecho envuelto en llamas negras. Estaba al lado del muchacho dormido en la cama; sin gafas, Karl parecía más pequeño.

Sofía se echó en sus brazos sin decir una palabra y la apretó con fuerza. Cayeron al suelo y se llevaron por delante el escritorio. Sofía invocó unas ramas que se enroscaron en el cuerpo de Nida e intentaron aplastarla. Pero ella respondió con sus llamas negras y, en un segundo, incendió las ramas que la aprisionaban.

Entretanto, Karl se había levantado de la cama y gritaba aterrorizado mientras trataba de ponerse las gafas. Llevaba un pijama azul con un estampado de ositos; parecía más débil e indefenso que cuando estaba vestido.

Sofía se levantó rápidamente, se abalanzó sobre Nida e intentó atacarla con sus garras de dragón. Nuevas llamas rodearon el cuerpo de la chica y Sofía se protegió cubriéndose con una capa de clorofila, que le salió por los poros de la piel y la envolvió en un manto verde. Lanzó una liana envuelta en la misma sustancia y la apretó alrededor del cuello de su adversaria. A continuación la empujó hacia ella, con las garras listas para atacar. Pero Nida dobló el poder de sus llamas y la estancia se llenó de reflejos violetas y negros.

—¡Karl! —gritó Effi desde la puerta de la habitación. El ruido la había despertado.

Hau ab! —chilló Karl y saltó hacia delante con una agilidad que Sofía no esperaba en él.

La transformación fue instantánea. Sus brazos se convirtieron en garras, dos alas azules le estallaron en los hombros y su rostro cambió hasta convertirse en la cara feroz y fiera de un dragón. Sofía sintió cómo la invadía una ola de nostalgia; era una sensación muy rara, como si reconociera al dragón, aunque nunca lo hubiese conocido.

¡Aldibah!

Su ataque resultó fulminante. Un rayo azul y Nida quedó envuelta en una nube de hielo, que apagó al instante sus llamas. Gritó mientras Karl reforzaba la rama de Sofía y la cubría con una capa de hielo. Nida quedó inmovilizada unos instantes y Karl se aprovechó de ello. Con sus garras, le hizo un corte profundo en el pecho; rasgó tela y carne, hasta que un líquido negro y pastoso empezó a brotar de la herida. Nida chilló, pero el dolor le dio más fuerza y consiguió romper las ataduras que la tenían prisionera.

—Malditos —siseó, pero no se atrevió a atacar. Les lanzó a ambos una mirada cargada de desprecio y luego sonrió, maligna—. Esto aún no ha terminado.

Y, antes de que uno de los dos pudiera detenerla, se estrelló contra la ventana y desapareció en una nube de cristales rotos.

Sofía fue tras ella, pero, cuando se asomó, no vio a nadie en la calle ni en el cielo. Era como si Nida se hubiera volatilizado. Entonces recobró el aliento. Se sentía mortalmente cansada, pero debía irse enseguida, antes de que Karl fuera consciente de la situación. Cuando estaba a punto de alzar el vuelo, una mano le tocó el hombro y una voz femenina le hizo una pregunta clara y sencilla.

Wer bist du?