Lidia se volvió de inmediato, con la mano derecha transformada en garra. Se detuvo justo a tiempo; lo que vio la dejó atónita.

—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —dijo con un hilo de voz—. ¿No te habías ido por tu cuenta?

Fabio estaba delante de ella, con el abrigo negro ceñido, la solapa levantada y aire conspirador. Se limitó a señalar algo tras ella y Lidia se volvió.

Ahora en el templete solo estaba la silueta de Nida. La figura misteriosa había desaparecido. Lidia hizo rechinar los dientes y se volvió de nuevo hacia Fabio.

—¿Eres tonto o qué? Me he pasado todo el día siguiendo a la maldita Nida y ahora que por fin iba a ocurrir algo, ahora que estaba a punto de descubrir quién era el personaje de la capa, ¡llegas tú y lo estropeas todo!

Fabio le puso una mano en la boca y ella intentó murmurar algo.

—Cállate y mira, o vas a ser tú quien lo estropee todo —le dijo secamente volviéndose en la dirección opuesta.

Alguien se acercaba al templete con paso atlético y seguro; era una figura alta y esbelta. Se detuvo un instante, con el pie en el primer escalón, y miró en derredor, como si evaluara la situación. La mano de Fabio apretó con más fuerza la boca de Lidia e incluso él contuvo el aliento.

—Hay algo raro —dijo Ratatoskr.

—¿Por quién me tomas? Aquí no hay nadie —replicó Nida encogiéndose de hombros—. Lo he comprobado.

—¿Seguro? —Ratatoskr la miró con desconfianza—. ¿Y cómo es que yo percibo una presencia?

Lidia, agazapada tras un arbusto, se miró el brazo con los ojos como platos. Había invocado a Rastaban sin darse cuenta y su brazo era una garra de dragón. Se apresuró a devolverlo a la normalidad, pero, en ese instante, Ratatoskr, al acecho, volvió la cabeza hacia ella.

—Hay alguien —dijo, muy seguro, y avanzó sin vacilar hacia el arbusto.

—¡Maldita estúpida! —imprecó Fabio, y cogió a Lidia por la muñeca.

Ambos se deslizaron hasta el suelo intentando no hacer mucho ruido, pero Ratatoskr olfateaba el aire, implacable como un depredador.

El primer rayo negro se estrelló delante de ellos y quemó el arbusto con una hoguera que no emitía luz. Lidia y Fabio se pusieron en pie de un salto y trataron de alejarse de las llamas que les rozaban la ropa. Tuvieron que quitarse los abrigos y el aire frío los dejó sin aliento.

—¡Huye! —gritó Fabio, aunque Lidia ya corría delante de él.

Ratatoskr emitió un rugido que les puso la carne de gallina; luego dio un salto y se lanzó a perseguirlos. Sin ninguna dificultad, sujetó a Fabio por la cintura y lo tiró sobre la nieve gélida, donde le dio la vuelta, como si fuera un muñeco, y le cortó la respiración al sentarse sobre su pecho. Fabio vio enseguida que su aspecto era distinto a lo habitual. Ahora afloraba gran parte de su verdadera naturaleza: la boca eran dos hileras de colmillos finos y afilados y tenía ojos de serpiente. La piel tenía zonas cubiertas de escamas; las uñas de las manos se habían alargado hasta formar garras letales. Pero las escamas tenían algo raro; en algunos puntos estaban quemadas y en otros mostraban heridas mal cicatrizadas.

«No está en su mejor momento, puedo librarme de él», pensó Fabio mientras percibía los pasos rápidos de Nida cerca de la cabeza. Iba a atacar a Lidia y él no podía hacer nada para evitarlo. Debía concentrarse en su propia lucha y dejar que la Draconiana se las arreglara sola. Ambos tenían una venganza pendiente y ambos debían llevarla a cabo solos.

El enemigo alzó las garras, dispuesto a herirle el pecho. Fabio abrió un poco más los ojos y su cuerpo se convirtió en una enorme llamarada roja, que prendió en la ropa de Ratatoskr y lo obligó a revolcarse por la nieve. Alas de llamas le salieron de la espalda, vaporizaron la nieve a su alrededor y levantaron una densa cortina de humo. Sus manos se transformaron en garras; luego saltó hacia delante antes de que el adversario se levantara.

Tal vez no fuera el momento adecuado. Ignoraba qué hacía Ratatoskr en Alemania y por qué se había reunido con Nida. La conversación entre él y Nidhoggr que había escuchado aquella noche en Roma carecía de sentido. Pero todo eso pasaba a un segundo plano. Por fin tenía la oportunidad de derrotarlo y no iba a dejarla escapar.

La rabia encendió sus garras de unas llamas rojo sangre que se convertían en volutas furiosas mientras atacaba al enemigo con todas sus fuerzas. Ratatoskr nada podía contra sus golpes y trataba de esquivarlos como podía. Fabio tuvo un último momento de furia y atacó con más ímpetu, en un intento por terminar deprisa la batalla.

Después, un grito.

Se volvió solo una fracción de segundo. Pero eso bastó. Ratatoskr se lo quitó de encima con violencia y lo lanzó contra una roca. Fabio rodó por la nieve varios metros. Se volvió hacia el origen del grito: Lidia estaba suspendida en el aire, envuelta en llamas negras.

«Maldita sea…».

Intentó levantarse, pero Ratatoskr ya estaba listo para atacarlo de nuevo. Logró defenderse con las garras, golpeó el rostro de su adversario y le provocó varios cortes profundos de los que brotó una sangre negra y viscosa. De ese modo, tuvo tiempo de ponerse en pie y de invocar más llamas, que lanzó contra Nida. Esta, cogida por sorpresa, dejó de atacar a Lidia. La jaula de rayos negros que la aprisionaba se desvaneció y la chica cayó al suelo. Fabio atacó de nuevo a Nida y, tras dejarla con un gran corte en la espalda, se dirigió hacia Lidia.

—Adelante, ahora solo podemos huir —siseó.

Había perdido la oportunidad y eso lo enfurecía. Si la muy estúpida hubiera sido capaz de cuidar de sí misma y enfrentarse sola a su adversaria, él habría conseguido plantarle cara a Ratatoskr. Pero así era imposible.

Lidia se levantó despacio, sacudiendo la cabeza.

—¡Muévete! —la apremió él antes de que un golpe en la espalda lo derribase. Ratatoskr.

No había tiempo para sucumbir al dolor. Apretó los dientes y se puso en pie, sujetando a Lidia por las caderas.

—¡Adelante! —rugió e invocó las alas de Eltanin, que aparecieron en su espalda como por arte de magia.

Con un gran esfuerzo, Lidia hizo lo mismo y ambos alzaron el vuelo.

Pero Nida y Ratatoskr no tenían intención de rendirse. Dieron un salto hacia el cielo y lanzaron una ráfaga de rayos negros contra sus enemigos. Procurando no perder altura, Fabio se volvía para defenderse con sus llamas, aunque sin éxito.

—Espera —le dijo Lidia entre jadeos—. Tú sigue adelante.

—¿En qué demonios piensas?

—¡Nos vemos en la Torre China! ¡Espérame allí!

Tenía un plan concreto, se le veía en la mirada. Fabio la miró una vez más y luego se dirigió al lugar que ella sugería.

Nida y Ratatoskr volaban hacia Lidia, cada vez más rápido.

Ella cerró los ojos, respiró hondo y el lunar de la frente se encendió e iluminó la oscuridad. Cuatro árboles empezaron a agitarse como si estuvieran bajo los efectos de un viento impetuoso. Lidia presentía que el enemigo se acercaba, pero no permitió que el miedo la obligara a apresurarse y lo estropeara todo. Alzó las manos despacio y, poco a poco, los árboles comenzaron a elevarse, removiendo la tierra que los rodeaba mientras las raíces se arrancaban. Cuando ya estaban en el aire, Lidia abrió mucho los ojos y los lanzó contra sus adversarios. Los árboles derribaron a Nida y Ratatoskr, que cayeron al suelo debajo de los troncos, varios metros más allá. Lidia no se quedó para disfrutar del espectáculo; huyó volando a la máxima velocidad que le permitían sus heridas. Era lo único que podía hacer en ese momento.

Encontró a Fabio sentado en uno de los bancos que rodeaban la Chinesischer Turm, la gran pagoda del Englischer Garten. El chico jadeaba y no estaba bien. Ella tampoco se sentía bien. No recordaba que Nida tuviera tanta fuerza. Le había costado muy poco encerrarla en la jaula de rayos negros; al recordarlo, sintió que la invadía la rabia. Pero al final, el enfrentamiento había acabado bastante bien.

Había perdido el abrigo, se moría de frío y estaba llena de arañazos, pero al menos seguía con vida.

—¿Estás bien? —le preguntó mientras se acercaba.

Fabio asintió. Había poca luz, pero bajo la tenue claridad de la luna se le veía el rostro muy pálido.

—¿Estás seguro? Pareces agotado —insistió Lidia y se inclinó hacia él.

—¿Quién era la rubia? —preguntó el chico apartándola—. ¿Una amiga de Ratatoskr?

Lidia oyó un rugido estremecedor a lo lejos.

—No hay tiempo para explicaciones. Tenemos que irnos. Mientras sigamos en el parque, podemos volar. Luego cogeremos el metro. ¿Crees que podrás?

—Estoy perfectamente —respondió él.

Se levantó, perdió el equilibrio y la chica lo sostuvo. En cuanto le puso una mano en la espalda, Fabio gritó. Lidia le echó un vistazo: tenía una quemadura enorme, entre los dos omóplatos. Una herida muy fea.

—Fabio, pero…

—No pasa nada —la interrumpió él—. Puedo seguir.

Alzaron el vuelo con dificultad y se dirigieron a la base.

—¡Te felicito! Has dejado que te siguieran —dijo Nida con rabia.

No había sido fácil salir del caos de troncos y ramas que los había embestido, pero al final ambos lograron ponerse en pie. La chica no era demasiado fuerte, pensó Nida, aunque a veces salía airosa de las situaciones con sus ideas imprevisibles. Se acordaba muy bien de aquella Draconiana.

—¡Mira quién habla! —replicó de inmediato Ratatoskr—. Eran dos y tú ni siquiera has notado su presencia.

Los iban buscando por el parque, aunque sin ningún resultado. Ni rastro de los dos Draconianos. Había pasado demasiado tiempo; seguro que habían huido.

Ratatoskr pisoteó la nieve y levantó una nube blanca, que la luna tiñó de reflejos plateados.

—¡Maldita sea! El Señor se va a enfadar.

—Tal vez no. El infiltrado me ha dado una información interesante. Además, este encuentro imprevisto nos dice mucho de…

Nida sonreía y eso enfureció a Ratatoskr.

—Yo no le veo la gracia —dijo.

—¿No? Pues gracias a este episodio, ahora sabemos que hay tres Draconianos buscando el fruto. Y el infiltrado no sabía nada de eso, porque no me lo ha dicho…

Ratatoskr no entendía el razonamiento.

—Todo esto no me gusta nada. Me temo que debemos intervenir. Quizá estén tramando algo que no sabemos, algo que podría mandar al traste nuestros planes.

Ratatoskr apretó los puños. Nida tenía razón, aunque él no quisiera reconocerlo.

—¿Y qué propones?

—Ir directamente a la raíz del problema. Nuestro Señor quedará muy satisfecho, ya lo verás.

A Sofía le dio un vuelco el corazón.

En el rectángulo de luz que salió de la estancia cuando abrió la puerta, vio a una Lidia exhausta. Y a Fabio.

No podía creer que estuviera delante de ella.

—Por fin apareces… —le dijo sonriendo débilmente.

—No te quedes ahí embobada, Sofía —la reprendió Lidia—. Avisa al profe. Creo que la situación es grave.

En ese instante, Sofía vio que Fabio se apoyaba en el hombro de su amiga para tenerse en pie y que estaba muy pálido.

—Sí, ahora voy.

Corrió hasta la puerta de la habitación donde dormía el profesor, llamó reiteradamente con los puños y lo llamó a grandes voces. Oyó protestar a Fabio detrás de ella; el chico decía que no le pasaba nada, que estaba bien.

—¿Qué pasa…? —dijo Schlafen al abrir, adormilado.

Apartó a Sofía y corrió hacia Fabio.

Por suerte, el profesor llevaba consigo un buen número de filtros. Abrió una pesada maleta de cuero de estilo anticuado, cerrada con correas protegidas por grandes tachuelas de latón. De ella salieron todo tipo de alambiques, frascos y otros instrumentos de alquimista. Buscó entre los frascos hasta encontrar el que necesitaba. Entretanto Fabio gemía en el sofá, víctima de la fiebre.

Sofía lo miraba y se mordía las uñas hasta el hueso. Había deseado tanto volver a verlo… y ahora estaba ahí, medio muerto en el sofá de casa, a altas horas de la noche.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó a Lidia.

—Nida y Ratatoskr. He seguido a Nida hasta el Englischer Garten y allí lo he encontrado a él. Hemos sido muy torpes y el enemigo nos ha visto. Hemos salido huyendo, pero, como ves, no lo bastante rápido.

Sofía se levantó y fue hacia el profesor, que estaba aplicando un ungüento sobre la espalda herida de Fabio. Las terribles llamas negras de las emanaciones de Nidhoggr eran las causantes de sus heridas. Conocía muy bien esas llamas.

—¿Cómo está? —murmuró Sofía.

—Bastante bien —sonrió el profesor—. Las quemaduras impresionan y seguro que le duelen mucho, pero podía haber sido peor. Por la mañana estará mucho mejor.

—Le cedo mi cama —dijo Sofía impulsivamente—. No podemos dejarlo en el sofá.

—¿Me estás pidiendo que duerma con él? —exclamó Lidia, incrédula.

—Es un Draconiano como nosotras. ¿No ves que se encuentra mal?

—Sí, como nosotras… por eso nos abandonó en cuanto encontramos el fruto. El amor te ha puesto una venda en los ojos, Sofía.

—¿Cómo puedes decir algo así?

—¡Basta ya! —intervino el profesor—. En la habitación de Effi hay otra cama. ¿Te molesta dormir con él? —preguntó dirigiéndose a la mujer.

—No —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. Al fin y al cabo, es un Draconiano.

Lidia suspiró, aliviada.

—Perfecto. Todo arreglado. Y ahora a la cama. Fabio no está en condiciones de hablar, tiene que descansar. La verdad es que para nosotros también ha sido un día muy duro. Lidia, deja que te cure las heridas. Y luego todos a dormir. Ya hablaremos mañana.

Sofía y Effi metieron a Fabio en la cama. La última vez que Sofía lo había visto, era ella la que estaba herida y Fabio había cuidado de ella. Ahora era al revés. Se quedó unos instantes mirándolo en la oscuridad; se sentía preocupada y culpable. Si lo hubieran buscado, si al menos hubiesen intentado que entrara en el grupo…

Effi le puso una mano en el hombro, en un gesto maternal.

—Todo irá bien. Georg sabe cómo curar las heridas. Él cuidó de ti.

Sofía le dedicó una sonrisa cansada. Obvió ese «Georg» que no hacía más que irritarla y le agradeció que intentase darle ánimos.

—¿Puedo quedarme un rato? —preguntó mientras el rubor le teñía las mejillas.

—Por supuesto.

Effi se metió en la cama y Sofía se acomodó en una silla, junto a la cama de Fabio. Poco a poco, su rostro iba recuperando el color. Se quedó allí, mirándolo y esperando, y se prometió que ahora que lo había encontrado, no le permitiría irse de nuevo.