Se sentaron en un bar situado cerca del cementerio y eligieron una mesa apartada. Sofía pidió una taza de chocolate caliente; con tanta lluvia, le pareció la mejor manera de combatir la tristeza que le había producido el entierro. Lidia pidió un té. Ambas acompañaron sus bebidas con un trozo de pastel de chocolate. Durante los primeros minutos el profesor y la mujer rubia hablaron en alemán. Ella retorcía entre los dedos un pañuelo de papel hecho un ovillo, con el que de vez en cuando se secaba unas pequeñas lágrimas que se le acumulaban en el rabillo del ojo. Schlafen le puso una mano en el brazo, en un intento por consolarla.
Tras intercambiar unas palabras en su lengua materna, pasaron al italiano.
La mujer lo hablaba con un acento alemán más fuerte aún que el de Thomas y cometía algunos errores, pero se entendía perfectamente lo que decía. Parecía muy reservada; de vez en cuando miraba a las chicas con los ojos llenos de inquietud. Sofía no se lo reprochaba. La mujer debía de preguntarse quiénes eran ellos tres, qué hacía un hombre vestido como un caballero del siglo XIX con dos chiquillas y qué motivos tenían para haber ido al entierro de Karl.
—La señora se llama Effi. Ellas son Lidia y Sofía —hizo las presentaciones el profesor Schlafen.
Sofía no sabía si sonreír a la mujer o mantener una actitud seria, pues ignoraba cómo había que comportarse con quien acaba de entrar en un terrible luto.
—Como le decía —continuó el profesor recalcando bien las palabras—, estamos aquí porque, hace algún tiempo, un amigo nuestro también murió en circunstancias misteriosas. Y tenía las mismas heridas que Karl.
Sofía hundió la cara en la taza de chocolate. Decirle una mentira así a una persona que estaba sufriendo la hacía sentirse avergonzada.
—Por eso —prosiguió Schlafen— cuando leímos lo de su hijo…
—No era mi hijo —aclaró Effi mirando de soslayo al profesor—. Yo soy la… pflegemutter.
—Madre adoptiva —tradujo él con indiferencia.
En cambio, Lidia le lanzó a Sofía una mirada significativa.
—Madre adoptiva, sí —repitió Effi—. Saqué a Karl del orfanato cuando era muy pequeño… Sí, tal vez haya sido una madre para él.
Su mirada se perdió en el vacío y el profesor le puso una mano en el hombro para reconfortarla.
—El caso es que cuando leímos la noticia de la tragedia, decidimos venir aquí a investigar —continuó el profesor Schlafen—. Hasta ahora, las fuerzas del orden no han podido averiguar qué le ocurrió a nuestro amigo.
Effi se puso rígida en un gesto de desconfianza.
—Yo confío en la policía —dijo—. Estoy segura de que averiguarán la verdad y cogerán al asesino. Además, las heridas no son tan raras… yo creo que algún indeseable…
Lidia miró de nuevo a Sofía. Daba la impresión de que Effi quería eludir la curiosidad del profesor. Pero también podía tratarse de una simple actitud habitual en ella.
—¿Cómo es posible que esta agresión sea tan similar a la que sufrió nuestro amigo en Italia?
La mujer parecía desorientada.
Schlafen se ajustó las gafas sobre la nariz y Sofía reparó en algo que no había visto antes. Llevaba un anillo grande de oro, un sello masculino con una figura grabada. La chica aguzó la vista para ver de qué se trataba. Era un dragón enroscado en un árbol magnífico, cuyas hojas estaban esculpidas con todo detalle.
El profesor se quedó unos instantes con la mano delante de la cara y el anillo a la vista, mirando fijamente a Effi.
Al ver la joya, la mujer se sobresaltó y miró a Schlafen con inquietud.
—¿Le ocurre algo? —dijo el profesor con una sonrisa forzada.
—¿Quiénes son en realidad? —preguntó Effi tras echarse ligeramente hacia atrás.
El profesor Schlafen se relajó y su sonrisa se volvió más sincera.
—Somos amigos: un Guardián y dos Draconianas.
Los ojos de Effi, de un azul muy nítido, se aclararon aún más.
—No puede ser… —balbució, incrédula—. No creía que hubiese más Guardianes.
—En la época de Draconia éramos cinco, como los dragones que custodiaban el Árbol del Mundo —explicó el profesor—. Durante la guerra murieron tres, pero yo sabía que en el mundo quedaba otro Guardián como yo. Llevo años buscándote y ya empezaba a desesperar. Ahora por fin te he encontrado. ¿Qué te parece si vamos a un lugar más tranquilo y lo aclaramos todo?
Effi vivía en una zona residencial de Múnich, entre imponentes edificios de aspecto decimonónico. Tuvieron que subir seis tramos de escaleras antes de llegar al ático en el que Effi y Karl pasaban los días.
El suelo estaba cubierto de un parquet muy claro; en las paredes había cuadros antiguos, entre los que destacaban varias fotos enmarcadas de un niño regordete montado en un triciclo, jugando al balón o sonriendo. A través de la ventana, los tejados de la ciudad se extendían en una superficie infinita y gris. Sofía se quedó mirando el cielo; seguía cayendo una lluvia muy fina, que dejaba los tejados puntiagudos relucientes como la porcelana.
Effi preparó té para todos y sacó de la nevera un pastel alto y compacto, que llamó käsetorte.
—Lo he hecho yo; a Karl le encantaba —dijo en tono melancólico.
Luego se sentó con ellos a la mesa de la cocina, ante un amplio ventanal que daba a la ciudad, y empezó su relato. Sacó de un cajón un anillo igual que el del profesor. Dijo que siempre lo había tenido. Una joya de familia, le habían dicho sus padres.
—Es el símbolo de los Guardianes —explicó el profesor Schlafen—. Un anillo transmitido de padres a hijos durante generaciones. Cuando lo poseemos, nos ayuda a recordar quiénes somos. Así fue como descubrí quién era: mi anillo se había perdido y lo encontré por casualidad en un viejo baúl polvoriento, en casa de mi bisabuelo. Y ahí empezó mi historia. Siempre lo tengo guardado en un cofre cerrado con llave; esta es la primera vez que me lo pongo. Tenía la esperanza de encontrar al otro Guardián junto al Draconiano y me lo he puesto para poder identificarme.
—Yo lo tengo desde que era niña —dijo Effi—. Siempre he sabido que era… eine Aufseherin.
Les contó que soñaba a menudo con dragones y guivernos y que, cada vez que despertaba, recordaba una nueva parte de su pasado. Al principio creía que estaba loca e intentaba no pensar en ello.
—Mi padre me llevó a un loquero —relató con una sonrisa amarga—, pero no me encontraron nada raro. Además, yo misma me di cuenta de que no era conveniente hablarle a nadie de mis visiones. Aprendí a guardarlas para mí y, al mismo tiempo, empecé a investigar, pues presentía que había algo tras los sueños, una realidad que debía conocer. Y así fue como descubrí la verdad. Quién era y qué debía hacer. Y me puse a buscar a los Draconianos.
Había encontrado uno; era casi un recién nacido, pero notó algo en él de inmediato. Lo tomó bajo su tutela y consagró su vida a adiestrarlo.
—Con él todo era más sencillo, porque era como yo. Y me sentía menos sola, menos diferente —explicó con aire triste. Sin duda, se habían agarrado el uno al otro como dos náufragos—. Dedicábamos gran parte de nuestra vida al entrenamiento y al estudio. Karl sabía hacer cosas increíbles con sus poderes, era muy bueno.
Pero la búsqueda del fruto avanzaba muy lentamente; de hecho, habían obtenido los primeros resultados hacía pocos meses.
—¿Encontrasteis el fruto? —preguntó Schlafen.
—Solo algunas pistas. La única información segura es que está aquí, en Baviera.
—¿Y cómo empezaron a complicarse las cosas?
—Yo esa noche ni siquiera sabía que Karl había salido. —Effi miró hacia la mesa con aire ausente—. Estaba fuera de Múnich por trabajo. No era la primera vez… Encontré a la policía en casa al día siguiente.
Se llevó las manos a las sienes y cerró los ojos un instante.
—Pero ¿habíais avanzado en la investigación? —insistió el profesor.
—No —negó Effi—, estábamos igual que antes. No teníamos más pistas. —Tomó aliento y prosiguió—. No sé por qué salió. Pero sé qué le ocurrió. —Su mirada se volvió dura; el azul de sus ojos, implacable—. Y sé que ha sido ella.
Sofía sintió un escalofrío por la espalda.
El hecho de referirse al enemigo como ella le hizo pensar en una criatura muy concreta: Nida.
—¿De quién estás hablando?
—Es una chica rubia, muy guapa —contestó Effi—, con una mirada… entsetzlich!
Y abrió mucho los ojos. Sofía no había comprendido el significado de la última palabra, pero intuyó que debía de ser muy adecuada para describir la mirada de Nida.
—Aunque haga frío, siempre va medio desnuda, como si estuviera… fría por dentro. Y le salen del cuerpo unas llamas negras.
—Nidafjoll —dijo Lidia.
Effi se volvió hacia ella, sorprendida. Probablemente no esperaba que ninguna de las chicas hablara.
—Es como una hija de Nidhoggr, su emisaria terrenal. Una vez me hizo prisionera y aún tengo secuelas de aquella experiencia.
—Nidhoggr… der Wyvern —murmuró Effi con un hilo de voz.
El profesor asintió.
—Fue ella —concluyó Effi—. Las quemaduras… Además, Karl era fuerte, solo pudo derrotarlo un adversario muy potente. Un adversario como ella.
—¿Y ahora qué? —intervino Lidia—. ¿Ahora qué hacemos? Sí, Karl era un Draconiano y Nida lo mató, pero ¿encontrasteis el fruto? ¿O ahora el fruto está en manos de Nidhoggr y los suyos?
—No lo sé —murmuró Effi, confusa.
—Todos estamos muy cansados —dijo el profesor—. Tenemos que dormir bien esta noche y dejar tranquila a Effi.
Sofía tuvo la impresión de que miraba a Lidia con una intensidad muy elocuente; ella bajó la mirada.
Effi los acompañó a la puerta, donde intercambió unas frases en alemán con el profesor.
Al salir fuera, vieron que había anochecido. El aire era cortante.
—No sé si hacemos bien marchándonos —comentó Lidia mientras caminaban hacia el metro—. Si lo he entendido bien, la situación es grave.
—Más de lo que crees —dijo Schlafen.
—Pues entonces tendríamos que habernos quedado a decidir qué nos conviene hacer.
—Effi acaba de sufrir una gran pérdida —les recordó el profesor—. Ha vivido muchos años con ese chico y ahora está destrozada. Si nos hubiéramos quedado, no habríamos hecho más que preocuparla. Además, le he preguntado si quería que nos quedáramos con ella esta noche y me ha dicho que no, lo cual significa que aún no se fía. Tenemos que darle tiempo para asimilar las novedades.
Sofía tuvo la impresión de que el profesor le lanzaba una mirada furtiva. Ella también había necesitado tiempo para aceptar la nueva realidad y también le ofreció la posibilidad de irse.
—En cualquier caso, hemos quedado por la mañana. Entonces decidiremos qué vamos a hacer. Entretanto hay varias cosas que deberíais saber —añadió, sibilino, y subió al metro.
El profesor decidió contárselo todo ante unas pizzas turcas, insólitas pero sabrosas, que compraron junto a la estación de metro. Empezaron a comerlas sentados en las camas del hotel.
—La situación no pinta nada bien —dijo cuando terminó de comer.
Estaba muy serio. Sofía no lo había visto nunca así; por eso pensó que las cosas debían de ser peores de lo que ella imaginaba. En el año y medio que llevaban juntos, se habían enfrentado a grandes dificultades: a Lidia la secuestraron y ella había estado a punto de morir. ¿Qué podía haber peor que todo eso?
—Nunca os he explicado qué ocurrirá exactamente cuando logremos reunir todos los frutos —continuó el profesor.
—El Árbol del Mundo florecerá de nuevo —dijo Lidia— y Draconia bajará a la Tierra, ¿no?
—Eso es lo que pasará —asintió Schlafen—, pero, para que ocurra, deben cumplirse ciertas condiciones.
—¿Cuáles? —preguntó Lidia dando los últimos bocados a la pizza.
—Ya lo habéis visto con Fabio; es como si cada fruto perteneciera a un Draconiano, porque cada dragón protegía uno de ellos. Solo un dragón es capaz de activar por completo los poderes de un fruto específico. Fabio es el único que puede aprovechar al máximo los poderes del fruto de Eltanin.
—¿Estás diciendo que yo también podría activar los poderes del fruto de Rastaban, que yo sola soy capaz de hacerlo? —preguntó Lidia, a quien le atraía la idea.
—Exactamente. Eso implica que solo Karl podía activar los poderes del fruto protegido por el dragón que vivía en su interior.
—¿Y es necesario que todos los Draconianos activen todos los frutos? —preguntó Sofía con una sensación desagradable en la boca del estómago.
El profesor se limitó a asentir. Al fin todo quedaba claro. Sofía vio cómo afloraba el miedo en los ojos de Lidia.
—Para traer Draconia de vuelta a la Tierra y devolverle los frutos al Árbol para que resucite, cada Draconiano debe activar su fruto. No basta con que tengamos todos los frutos, también deben estar presentes todos los Draconianos.
Siguieron unos momentos de silencio interminables.
Afuera la lluvia golpeaba los cristales.
—¿Y si no están todos? —preguntó Lidia temiendo la respuesta.
—No habrá forma de traer de vuelta a Draconia.
—¿Estás diciendo que Nidhoggr ha ganado? —dijo Sofía, con voz temblorosa, y la pizza se le cayó en el papel aceitoso extendido sobre la cama.
—Por lo que sé hasta ahora… sí —suspiró el profesor—. Es como si Nidhoggr ya nos hubiese derrotado.
Era mucho peor de lo previsto. Era una catástrofe. Una tragedia irreparable. Aunque un día llegaran a encontrar el fruto, sin Karl este no sería más que un objeto inerte entre sus manos.
—Esto no puede acabar así —dijo Lidia, desesperada—. Lo hemos sacrificado todo por esta misión, hemos arriesgado nuestras vidas, hemos renunciado a la normalidad. —Se puso de pie, fuera de sí, y apretó los puños—. ¡No puede acabar todo así solo porque un chiquillo estúpido ha dejado que Nida lo mate!
Sofía miraba sin cesar el trozo de pizza que se le había caído y el aceite rojo que se extendía por el papel manchado. ¿De veras había terminado? Todos los sufrimientos de aquel año, las incertidumbres y la exaltación desde que empezó a comprender cómo funcionaban sus poderes… ¿Todo había terminado?
—Cálmate, Lidia —dijo Schlafen poniéndose en pie.
—¡No pienso calmarme! Y no comprendo cómo puedes estar tan tranquilo. Tú también te has dejado la piel en esta misión. ¿Cómo puedes soportar que acabe así?
Sofía tragó saliva mientras oía las voces airadas del profesor y Lidia como si estuvieran lejos. Luego hizo rechinar los dientes y alzó la mirada, serena.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.
El profesor y Lidia callaron unos instantes.
—Tenemos que buscar una alternativa —propuso al fin Schlafen—. No podemos rendirnos antes de haberlo intentado todo. Está en juego la salvación del mundo. Si existe una solución, juro que la encontraré. Y si no existe, la inventaré.
Al ver su mirada resuelta, Sofía se sintió más tranquila.
—Ahora debemos actuar con calma y concentrarnos en nuestra tarea —continuó el profesor—. Aunque parezca que todo está perdido, estoy seguro de que hay algo que se me escapa. Para empezar, mañana volveremos a casa de Effi y le explicaremos la situación. Tenemos que unir fuerzas y ella nos será muy útil. —Luego puso las manos sobre los hombros de Lidia y la miró a los ojos—. ¿Está claro? No ha terminado, no terminará mientras no nos rindamos, ¿entendido? Necesito que confíes en mí; ¿podrás hacerlo?
Ella permaneció inmóvil unos segundos antes de asentir.
—Sí… creo… que sí —dijo al fin, pero era evidente que aún se sentía frustrada e impotente.
—Bien. Y ahora a la cama. Mañana tendremos un día largo y agotador.
Al llegar junto a la puerta del cuarto de baño, Sofía le dijo a Lidia:
—Nidhoggr solo gana cuando sus adversarios pierden la esperanza. Parece mentira que esto te lo esté diciendo yo, que soy la más frágil.
—Yo tampoco voy a rendirme. Eso jamás —susurró Lidia apoyando la cabeza en la de su amiga.
Y cerraron los ojos ante otra noche de incertidumbre.