Ocurrió sin previo aviso. Una fuerte sensación de vértigo, una opresión en el pecho y fue como si la tierra se hundiera.

Sofía estaba en su habitación y pensó en un terremoto.

En cambio, Lidia no tenía dudas. Estaba ante la Gema, sentada en el suelo con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, para sacarle el máximo partido a su poder. De repente, abrió los ojos y vio.

La Gema del Árbol del Mundo se estaba apagando. Se fue debilitando hasta desaparecer por completo. Ahora solo era un simple brote, nada la distinguía de los cientos de brotes que aparecían en los árboles del bosque situados alrededor de la villa. La luz de unas antorchas colgadas de la pared iluminaba las mazmorras y todo el ambiente adquirió un aire espectral.

Duró al menos un minuto. Un minuto durante el cual Lidia se sintió completamente perdida. El pánico la inmovilizó y le impidió hacer lo más sensato: subir a la villa y dar la alarma.

Luego, poco a poco, la Gema empezó a palpitar; primero tímidamente, después con más vigor. Su luz volvió a iluminar la estancia, aunque no brillaba tanto como antes. Había perdido parte de su fulgor, aunque casi no se notaba. Era como si el hechizo se hubiese roto.

Lidia saltó como impulsada por un resorte y, en el mismo instante, Sofía se armó de valor y salió disparada de la habitación hacia el piso inferior.

Se encontraron a los pies del árbol que ocupaba el centro de la casa.

—¿Tú también lo has oído? —preguntó Sofía con el corazón en un puño.

—¡La Gema se ha apagado! —gritó Lidia, desesperada.

Sofía palideció.

La Gema.

Apagada.

—¡Profesor! —gritaron ambas al unísono, y fueron en busca del profesor Schlafen.

A pesar de lo tarde que era, lo encontraron en el invernadero. Últimamente se había aficionado mucho a las plantas tropicales, especialmente a los cactus y las orquídeas, y les dedicaba gran parte de su tiempo libre.

Lo sorprendieron mientras trasplantaba una magnífica planta de flores blancas salpicadas de violeta, algo que, con esa especie tan delicada y rara, solo podía hacerse de noche.

—Profe —empezó Sofía—, ha ocurrido algo terrible.

—Por eso habré tenido la sensación de que había algo raro —repuso él, sombrío.

Fueron a las mazmorras, a observar la Gema. El profesor se acariciaba la barba, pensativo, y se ajustaba las gafas sobre la nariz una y otra vez. Siempre hacía ese gesto cuando estaba preocupado.

—Yo también he sentido que me daba vueltas la cabeza —confesó, sin dejar de examinar la Gema—, una sensación de que estaba pasando algo terrible, pero creía que solo era una impresión mía, algo sin importancia.

—¿Qué crees que está pasando? —preguntó Lidia retorciéndose las manos.

El profesor se tomó su tiempo antes de responder.

—No comprendo por qué motivo se ha debilitado la Gema.

—¿Crees que nos están atacando?

—Sin duda, la barrera se debilitó cuando la Gema empezó a ceder —respondió él, con un suspiro—. Chicas, no tengo ni idea de lo que sucede. Voy a quedarme aquí hasta asegurarme de que todo va bien. Podría ser un truco de Nidhoggr, lo cual significaría que, por alguna razón, sus poderes han aumentado enormemente. La Gema es una reliquia muy potente y aquí abajo está bien protegida. Si Nidhoggr es capaz de robarle fuerza a distancia y de penetrar en las paredes de esta casa… estamos ante una situación muy grave.

Lidia y Sofía sintieron escalofríos en la espalda.

—Por otra parte —continuó el profesor—, la Gema está muy vinculada a los frutos y extrae savia de ellos. Puede que le haya ocurrido algo a un fruto… o a un Draconiano.

Sofía se quedó de piedra. Fabio. Desde la última vez que lo había visto, nadie tenía noticias suyas. No podía olvidar su despedida en Benevento, cuando él le dijo adiós mientras ella se alejaba en el coche del profesor, rumbo a Castel Gandolfo. No lo había olvidado ni por un instante. Era un pensamiento fijo en los márgenes de su mente, que jamás la abandonaba, que la acompañaba como una dulce melancolía de día y de noche. A veces soñaba con él. Se preguntaba dónde estaba, qué hacía y si algún día se uniría a ellos. En el fondo, compartían el mismo destino; lo normal habría sido que todos los Draconianos estuvieran con sus semejantes.

De repente, pensó que tal vez le hubiese ocurrido algo y automáticamente sintió un nudo en el estómago.

—En cualquier caso, ahora no tiene sentido perderse en conjeturas —le aconsejó el profesor—. Es muy tarde y no tenemos medios para investigar. Empezaremos a hacerlo por la mañana. Voy a reforzar las barreras que rodean la villa y montaré guardia hasta el amanecer. Mañana trataremos de averiguar qué pasa.

El plan no convenció a Lidia ni a Sofía.

—¿Y nosotras qué hacemos? —preguntó esta última con voz temblorosa.

Desde que había empezado a trabajar con el profesor y con Lidia, la Gema siempre había brillado con su luz cálida y reconfortante. Cuando estaban cansadas o desanimadas, contaban con su poder beneficioso. Ahora ese poder vacilaba y Sofía se sentía infinitamente triste.

—Acostaos y tratad de dormir —les dijo el profesor con una sonrisa tranquilizadora—. Por la mañana tenéis que estar frescas y descansadas para afrontar este problema. Por esta noche no os preocupéis, yo me ocuparé de todo.

Lidia y Sofía se dirigieron cada una a su habitación. Últimamente Sofía pasaba mucho tiempo allí. Faltaba poco para los exámenes y eso la aterrorizaba; por eso se pasaba la mayor parte del día y de la noche estudiando.

A su llegada a la villa, tras dejar Benevento, a Lidia le asignaron una habitación en la buhardilla que, hasta ese momento, había estado vacía. Thomas la limpió bien y la chica la decoró con un cartel del Cirque du Soleil, varias fotos de compañeros con quienes había trabajado en su querido circo y unas fotos gigantes de los Tokio Hotel. Era una gran fan del grupo. Sofía no lo comprendía. Su música no le entusiasmaba; esos tipos tan raros vestidos de negro, sobre todo el cantante y su eterna melena planchada, le daban un poco de miedo.

—¡Solo juzgas por las apariencias! Cantan exactamente como yo me siento, ¿lo entiendes? Si supiera música, tocaría igual que ellos. Además, Bill es guapísimo, eso no puedes negarlo —rebatía Lidia con la mirada soñadora, pero Sofía miraba los pósteres y seguía sin comprender.

Se despidieron delante de la habitación de Sofía.

—¿Tú tienes sueño? —preguntó esta antes de cerrar la puerta.

—No, en absoluto —respondió Lidia—. No tienes idea de cómo me he sentido al ver que se apagaba la Gema. Espero no volver a ver nada parecido. Pero el profe tiene razón; ahora no podemos hacer nada.

Sofía miró al suelo. Le habría gustado hacerle la pregunta que tenía en la punta de la lengua, pero le daba vergüenza. En ese momento solo podía pensar en Fabio; pese a todo, comprendía que, aunque le hubiese ocurrido algo, las prioridades eran la Gema y la amenaza de Nidhoggr.

—Anda, intentemos dormir —prosiguió Lidia con una sonrisa fatigada—. Son casi las dos y yo, antes de lo sucedido, ya estaba bostezando.

Sofía asintió sin convicción y cerró la puerta. En cuanto se quedó sola en la oscuridad del dormitorio, apoyó la espalda en la pared y suspiró. Le bastaba cerrar los ojos para verlo allí, detenido en la acera, con la camisa a cuadros hecha jirones sobre su cuerpo delgado. Y aquella sonrisa que había aflorado por primera vez a sus labios desde que lo conocía.

«Por favor, haz que esté bien —pensó intensamente—. Haz que esté bien».

Como era de esperar, Sofía no pegó ojo en toda la noche. Pensó en el momento en que Ratatoskr había arrancado las cancelas de la villa. Recordaba muy bien su metamorfosis; en cuanto las tocó, apareció su verdadero aspecto. Pensó en la Gema y en las mazmorras y se preguntó si seguiría brillando o se habría apagado. Y pensó en Fabio, en ese instante de comunión absoluta que habían vivido un mes antes, después de que ella lo liberase de los injertos que lo aprisionaban y le devolviera la libertad. Aún podía sentir los latidos de su corazón bajo la mano; ese recuerdo le inundaba el estómago con un calor dulce e intenso.

A la mañana siguiente, cuando bajó a desayunar, tenía muy mal aspecto. Se había visto en el espejo del cuarto de baño: la melena pelirroja encrespada, unas ojeras enormes y cara de haber pasado la noche dando vueltas en la cama. Lidia no tenía mejor aspecto; era evidente que ella tampoco había pegado ojo. El profesor era el único que parecía descansado, algo que Lidia y Sofía no se explicaban. Se había pasado la noche montando guardia en las mazmorras, pero las saludó con un buenos días radiante mientras bebía su leche caliente y mordisqueaba un brezel, una especialidad alemana que Thomas preparaba a veces. Cuando lo hacía, toda la casa olía a pan recién horneado.

—¿Y bien? —preguntó Lidia antes de empezar a beber su leche con cacao.

—No he notado nada anómalo —respondió el profesor—. Las barreras han aguantado perfectamente y la Gema brilla igual que siempre. No ha cambiado lo más mínimo en toda la noche.

Así pues, todo seguía siendo un misterio.

—Pues no sé… ¿quién puede haber sido? —preguntó Sofía limpiándose una mancha de leche en el labio con el dorso de la mano.

—Tenemos que investigar —fue la respuesta lacónica del profesor, que empezó a consultar distraídamente las primeras páginas de los periódicos digitales en su ordenador portátil.

Últimamente lo hacía a menudo y también leía los diarios alemanes, un hábito para mantener el vínculo con su país natal.

Sofía, tensa y preocupada, mojó un brezel en la leche.

Mientras un trozo se rendía y resbalaba plácido y blanduzco hasta el fondo de la taza, el profesor Schlafen, de repente, pareció sobresaltado. En ese momento entró Thomas y el profesor le dijo algo en alemán. Él respondió y se acercó a la pantalla del ordenador, no sin antes inclinar ligeramente la cabeza en dirección a Lidia y Sofía. Siempre actuaba con la elegancia formal propia de un mayordomo perfecto. Tanto él como el profesor eran alemanes; Sofía los había sorprendido en varias ocasiones hablando en su lengua, un idioma que a ella le parecía cacofónico y gutural.

Según iba leyendo, Thomas fruncía cada vez más el ceño.

—¿Qué dice? —quiso saber Lidia.

Se acercó e intentó leer, pero las palabras le resultaban incomprensibles.

—Está escrito en alemán —le explicó el profesor sin levantar la mirada.

—¿Y por qué os alarmáis tanto? —insistió Lidia.

El profesor leyó haciendo una traducción improvisada:

—Esta mañana, al alba, han encontrado el cuerpo de un joven sin identificar en el centro de Múnich, concretamente en Marienplatz, la plaza principal de la ciudad. La muerte de la víctima suscita muchos interrogantes. Según varias fuentes, aún se desconocen las causas del fallecimiento; habrá que esperar los resultados de la autopsia, que se está realizando en estos momentos. El cuerpo tenía marcas de quemaduras anómalas. El forense, tras examinar el cadáver, ha afirmado que jamás había visto nada igual y no ha podido determinar qué sustancia puede haber causado dichas heridas. —Schlafen se quedó pensativo un instante, luego continuó—: Asimismo, ha afirmado que un calor particularmente intenso ha dañado los tejidos orgánicos sin quemar la ropa del muchacho y que, alrededor de las quemaduras, la piel de la víctima presenta un color negro que jamás había observado en ninguna lesión.

En ese instante, el profesor alzó los ojos y miró a Sofía y a Lidia.

Los tres acababan de pensar lo mismo. Llamas. Cercos negros. Nida o Ratatoskr, los dos siervos de Nidhoggr, sus emanaciones terrenales. Utilizaban llamas negras y eran capaces de producir heridas como las que presentaba el joven alemán sin identificar.

—Pero ¿qué motivos podía tener Nidhoggr para agredir a ese chico? —inquirió Lidia, verbalizando así lo que pensaban todos.

—¿Te acuerdas de Mattia, el Subyugado contra el cual luchamos cuando buscábamos el primer fruto? —dijo Sofía—. Quizá hayan intentado subyugar a alguien que se ha rebelado.

Recordaba muy bien a Mattia. Era el primer enemigo con quien se había enfrentado. A veces se preguntaba cómo habría terminado y si estaría bien.

—Si lo han encontrado esta mañana —intervino Schlafen—, es posible que muriera anoche.

Una luz se encendió en los ojos de Lidia y de Sofía.

—Anoche…

—Cuando la Gema se apagó…

—Y tuvimos una sensación muy rara.

—No poseemos todos los elementos necesarios para sacar conclusiones —comentó el profesor—; además, el joven podría haber muerto por otras causas…

—No puede ser casual que tenga heridas idénticas a las que producen las llamas de Nida y Ratatoskr —opinó Lidia.

—Pero, si lo que le ocurrió ayer a la Gema está relacionado con la muerte de ese joven… ¿quién diablos sería?

La respuesta planeaba sobre ellos.

—Eso es lo que debemos averiguar. —El profesor cerró el portátil—. Es indispensable saber quién era ese chico. Y la mejor manera de descubrirlo es ir directamente al lugar del crimen.