Atreverse es perder pie momentáneamente.
No atreverse es perderse a uno mismo.
SØREN KIERKEGAARD
El maestro zen Lewis Richmond cuenta que oyó a Shunryu Suzuki sintetizar el budismo en dos palabras. Suzuki acababa de pronunciar una conferencia ante un grupo de estudiantes de zen cuando alguien dijo: «Ha hablado de budismo casi una hora y no he entendido una sola palabra de lo que ha dicho. ¿Puede definir el budismo de una manera que me resulte comprensible?».
En cuanto cesaron las risas, Suzuki respondió con gran calma: «Todo cambia».
Suzuki añadió que esas palabras contienen la verdad elemental de la existencia: todo fluye sin cesar. A menos que lo aceptes, te resultará imposible encontrar la verdadera ecuanimidad. Claro que aceptarlo significa aceptar la vida tal y como es, no solo lo que consideras bueno. «Que las cosas cambian es la razón por la cual sufres y te desalientas en este mundo —escribe el maestro Suzuki en No siempre será así: el camino de la transformación. [Pero] cuando modificas tu comprensión y tu forma de vivir puedes disfrutar completamente de tu nueva vida en cada momento. La evanescencia de las cosas es el motivo por el que disfrutas de la vida».
No hay ámbito donde ese concepto sea más verdadero que en el deporte del baloncesto. Una parte de mí ansiaba que el gran paseo de la temporada 1995-96 no terminara jamás, pero percibí cambios en el ambiente incluso antes de que comenzase la siguiente. Poco podía imaginar que las dos temporadas siguientes me proporcionarían varias lecciones difíciles de asimilar sobre el modo de afrontar la temporalidad.
El verano de 1996 fue una época de gran agitación en la NBA, el equivalente deportivo al juego de las sillas. Ese año fue testigo del auge de los agentes libres, en virtud del cual cerca de doscientos jugadores cambiaron de equipo. Por fortuna, Jerry Reinsdorf optó por mantener prácticamente intacta la plantilla de los Bulls para que pudiéramos alzarnos con otro campeonato. Los únicos deportistas que perdimos fueron el pívot James Edwards, sustituido por Robert Parish, y Jack Haley, hombre que había jugado en muchos equipos y amigo de Rodman desde los tiempos de los Spurs, cuyo trabajo principal consistía en hacer de niñera de Dennis.
El precio por mantener unido al equipo no fue precisamente bajo: aquel año la nómina de los Bulls superó los 58 millones de dólares, lo que la convertía en la más alta de la NBA. La partida más elevada fue, desde luego, el salario de Michael Jordan, que ascendía a treinta millones. En 1988, Michael había firmado con los Bulls un contrato por ocho años a razón de veinticinco millones anuales; en su momento había parecido una suma muy jugosa, pero desde entonces la habían superado varias estrellas de menor nivel. El representante de Jordan había propuesto a Reinsdorf un acuerdo por dos años de cincuenta millones de dólares, pero Jerry prefirió firmar por uno, decisión de la que no tardó en arrepentirse. El año siguiente tendría que subir el salario de Jordan a treinta y tres millones. Reinsdorf también nos firmó por un año más a Dennis Rodman y a mí.
Uno de los grandes cambios que percibí fue la variación en el interés que Dennis mostraba por nuestro deporte. Durante el primer año que estuvo con nosotros se esforzó por demostrar, tanto a sí mismo como a los demás, que podía jugar fantásticamente sin perder el control de sus emociones. Ahora parecía que se aburría con el baloncesto y que prefería otros entretenimientos. En mi opinión profana, Dennis sufría de trastorno por déficit de atención e hiperactividad, que limitaba su capacidad de concentrarse y lo llevaba a frustrarse y a actuar de forma imprevisible. Por eso estaba encantado con Las Vegas, centro de infinitas distracciones.
Desde que Dennis se había convertido en estrella nacional, los medios de comunicación le ofrecían todo tipo de oportunidades de desviar todavía más su atención del baloncesto. Además de participar en campañas publicitarias y de sus salidas nocturnas, Dennis actuó de coprotagonista en la película La colonia, con Jean-Claude van Damme, y presentó un reality show de la MTV llamado The Rodman World Tour. De todos modos, lo que atrajo más publicidad fue la promoción de su exitoso libro Bad as I Wanna Be (Soy tan malo como quiero ser), durante la cual se presentaba vestido de novia y anunciaba que se casaría consigo mismo.
Otro cambio que finalmente ejercería una influencia significativa sería la edad creciente de nuestra alineación. Rodman tenía treinta y cinco años; Michael cumplía treinta y cuatro en febrero de 1997, y Scottie y Harper ya habían superado los treinta. En términos generales, el equipo estaba en excelente forma y jugaba como si sus integrantes fuesen más jóvenes, pero las lesiones comenzaban a afectarnos. Tanto Luc como Harp se recuperaban de intervenciones quirúrgicas a las que se habían sometido en vacaciones. Scottie, que había jugado en el Dream Team III en Atlanta durante la pretemporada de verano de 1996, se había hecho daño en un tobillo. Me di cuenta de que no había un solo base de primera fila que hubiese tenido un buen rendimiento en la NBA después de cumplir los treinta y cuatro. ¿Cuándo se le acabaría el tiempo a Michael Jordan?
Por otro lado, agradecí que no hubiésemos quedado diezmados por los agentes libres, como le había ocurrido a tantos equipos. Nos basaríamos en lo ya conseguido y profundizaríamos en las relaciones entre nosotros. Dije al equipo que aquella podía ser nuestra última temporada juntos, por lo que teníamos que convertirla en algo especial. Michael compartió mi punto de vista. Cuando la prensa le preguntó cuál pensaba que podría ser el impacto de tantos fichajes anuales, respondió con unas palabras dignas de un monje zen: «Creo que lo que intentamos mostrar es que, de momento, jugaremos… Saldremos a la pista y jugaremos cada partido como si fuese el último».
Ciertamente, eso fue lo que pareció las primeras semanas. Fue el mejor comienzo de nuestra trayectoria: 12-0, incluida una paliza por 32 puntos a los Miami Heat. Dennis se mostró distante e incluso aburrido en algunos partidos. No tardó en hacer payasadas, desafiar a los árbitros y lanzar a los medios de comunicación comentarios desagradables sobre el equipo arbitral. En diciembre lo castigamos con dos días de suspensión por sus comentarios ofensivos acerca de David Stern, el comisionado de la NBA, y otros miembros de la liga. La conducta imprevisible de Dennis y su penoso rendimiento resultaron muy perturbadores porque no contábamos con el pívot Luc Longley, que se había lesionado el hombro practicando el bodysurfing en California. El sábado habíamos llegado a California para un especial del domingo por la noche en el Forum. El domingo por la tarde recibí una llamada de Luc: «Entrenador, la he liado. Una maldita ola me pilló mientras hacía bodysurfing y me he dislocado el hombro izquierdo. Tío, no sabes cuánto lo siento». Le di permiso para que no viniera y añadí que buscase asistencia médica y que lo cubriríamos mientras se recuperaba.
Las cosas fueron de mal en peor. Durante un encuentro en Minneápolis en enero, Dennis intentaba robar un rebote a Kevin Garnett, de los Timberwolves, cuando chocó con un fotógrafo que se encontraba al borde de la pista y acabó dándole una patada en la entrepierna. La NBA lo suspendió durante once partidos, lo que le costó más de un millón de dólares en ingresos y en multas. Cuando regresó, Michael y Scottie ya estaban hartos de él. «Lo único que sé es que a Dennis casi todo le importa un pimiento —reconoció Scottie. No creo que sea capaz de aprender nada de sus supensiones. Supongo que nunca cambiará; si lo hiciera, dejaría de ser el Gusano, la personalidad que se ha inventado para sí mismo».
Los Bulls se pusieron 9-2 en ausencia de Rodman y los jugadores empezaron a acostumbrarse a la idea de luchar por el campeonato sin contar con él. «Con Dennis nos iría mejor, lo sabemos —reconoció Michael. Pero también sabemos que podemos sobrevivir si no está. Y nuestra voluntad de ganar es igualmente férrea aunque no esté». Cuando le pregunté qué consejo daría a Rodman cuando regresase, Michael contestó: «Le diría que lleve los pantalones puestos las veinticuatro horas del día».
A la mayoría de los jugadores Dennis les caía bien porque era nuestro bufón. En la cultura de los aborígenes norteamericanos se lo conocería como heyoka, que significa «hombre que camina hacia atrás». Los heyokas, también llamados «engañabobos», no solo andan hacia atrás, sino que montan de espaldas a la cabeza del caballo, se visten de mujer y hacen reír a la gente. Dennis tenía la capacidad de lograr que todos se relajasen cuando la situación se volvía tensa. ¿Cómo te ibas a enfadar contigo mismo cuando en el equipo estaba ese chalado que se teñía el pelo y exhibía una sonrisa de oreja a oreja?
Pero Dennis también tenía un lado oscuro. Cierta vez en la que no se presentó al entrenamiento fui a su casa a ver cómo estaba. Lo encontré tirado en la cama, mejor dicho, en un colchón en el suelo, viendo vídeos y medio aturdido. La noche anterior había salido de juerga y prácticamente no coordinaba. Me di cuenta de que tenía que estar mucho más en contacto con él de lo que había estado, sobre todo desde que habíamos prescindido de Jack Haley, que no le quitaba ojo de encima entre un partido y el siguiente. Propuse a Dennis que empezara a trabajar con el psicólogo del equipo y accedió a intentarlo. No obstante, se negó a acudir a la consulta, por lo que la primera sesión tuvo lugar en un centro comercial.
Otros entrenadores han tratado a Dennis como si fuera un niño y han intentado someterlo a su voluntad mediante una rígida disciplina. Esa táctica fracasó estrepitosamente. Mi enfoque consistió en relacionarme con él como un adulto y considerarlo responsable de sus actos, tal como hacía con el resto de los integrantes del equipo. Pareció apreciar mi actitud. En cierta ocasión comentó a los reporteros que lo que le gustaba de mí era que lo trataba «como a un hombre».
Poco después de que Dennis volviera al cabo de la tercera suspensión de la temporada, Steve Kerr y Jud Buechler vinieron a verme y preguntaron si los jugadores podían celebrar el regreso de Dennis al grupo con un viaje especial. El plan consistía en alquilar un autobús el día después del partido en Filadelfia, el 12 de marzo, y regresar para un entrenamiento suave al día siguiente, antes del encuentro que esa noche jugaríamos con los New Jersey Nets. Accedí porque pensé que de esa manera Rodman se reincorporaría más rápidamente al equipo…, aparte de que los Nets tenían el peor balance de toda la liga.
Al día siguiente, Dennis y su banda de guerreros felices partieron en un autobús alquilado forrado con fotos promocionales de Partes privadas, la película de Howard Stern. Por la mañana yo desayunaba con el equipo de entrenadores en el Four Seasons de Filadelfia cuando el autobús se detuvo ante nosotros y salieron los jugadores muertos de risa, haciendo el burro y, en líneas generales, divirtiéndose. Llegué a la conclusión de que aquel sería uno de nuestros peores entrenamientos. No me equivoqué. Los deportistas estaban tan agotados que apenas se tenían en pie, por lo que al cabo de cuarenta minutos suspendí los ejercicios y les pedí que descansasen hasta la hora del partido, que perdimos por 99-98. A la larga valió la pena. Conseguir que Dennis sintiera que volvía a formar parte del equipo fue más importante que sumar otra victoria en los libros de récords.
Los Bulls volvieron a subir como la espuma tras el regreso de Dennis y de Luc a la alineación. Scottie estaba en su mejor momento y orquestó la acción con tanta eficacia que posteriormente Michael lo apodó «mi jugador más valioso». Michael estaba más relajado y adoptó un estilo de juego menos agotador, con más tiros en suspensión de media distancia y menos aparatosidad aérea. Lo más importante es que los jugadores se veían campeones. Daban lo mismo las calamidades que pudiesen sufrir, ya que confiaban en que juntos encontrarían la manera de vencerlas. Existe un adagio zen que me gusta citar y que dice así: «Antes de la iluminación, corta leña y transporta agua. Después de la iluminación, corta leña y transporta agua». Se trata de estar centrado en la tarea que te traes entre manos en lugar de permanecer anclado en el pasado o preocuparte por el futuro. Ese equipo lo hacía cada vez mejor.
Desafortunadamente, el retorno de Rodman duró poco. A finales de marzo se distendió los ligamentos de la rodilla izquierda y estuvo fuera de juego hasta el final de la temporada regular. En aquel momento el equipo tenía previsto una importante gira por la Costa Este y me preocupaba que Dennis volviese a las andadas si se quedaba solo en Chicago para la recuperación. Por consiguiente, diseñamos un plan para que se quedase en casa de su representante en el sur de California y la terminara allí.
Parecía una idea sensata. Encargamos a Wally Blase, un joven entrenador auxiliar, que acompañase a Dennis a la casa de su representante en Orange County y se cerciorara de que realizaba diariamente los ejercicios. Antes de la partida, los reuní en mi despacho y les di instrucciones de que se dirigiesen directamente a California, sin desvíos de ningún tipo. Entregué a Wally una pluma de águila para cerrar el trato y, en tono de broma, le dije a Dennis:
—Cuida de Wally y ocúpate de que se ponga condón.
—De acuerdo, hermano —respondió Dennis.
Nuestro equipo de seguridad encontró la manera de que Dennis y Wally subieran al avión sin pasar por la puerta de embarque (esas cosas pasaban antes del 11-S). La primera sospecha que Wally tuvo de que ese vuelo no sería rutinario se produjo cuando, mientras se abrochaban los cinturones, el comandante anunció que aterrizarían en Dallas-Fort Worth en dos horas y veinte minutos. «¡Dallas-Fort Worth! ¡Vaya, vaya!», pensó. Ni siquiera habían salido de Chicago y ya habían incumplido la primera regla. Wally preguntó a Dennis qué pasaba y este respondió:
—No sufras, hermano. He hablado con mi representante. Tenemos que visitar a mi madre en Dallas y echar un vistazo a la casa que acabo de regalarle.
El plan de Rodman parecía plausible. Cuando llegaron a la terminal de equipajes, los esperaban dos larguísimas limusinas blancas llenas de mujeres ligeritas de ropa. Después de visitar a mamá, por la noche recorrieron los clubes de Dallas en compañía de las señoritas y finalmente retornaron a la suite del hotel. Wally se quedó dormido en el sofá, no llegó a la cama.
Dennis despertó a Wally a las ocho y media de la mañana.
—Levanta, hermano, ya dormirás cuando estés muerto.
Fueron al gimnasio, donde Dennis hizo ejercicios como un poseso. Durante el desayuno, Wally preguntó a qué hora salía el vuelo a California.
—Hoy no, hermano —contestó Dennis. ¿Alguna vez has ido a una carrera NASCAR, a una competición de automóviles de serie?
Aquel día inauguraban la Texas Motor Speedway y asistiría una top model por la que Dennis estaba colado. Por consiguiente, alquilaron un helicóptero y volaron al circuito, a fin de evitar el tráfico rodado. Cuando aterrizaron, Dennis propuso que fueran a conocer a Richard «el Rey» Petty y arrastró a Wally hasta la sala vip del circuito.
Al tercer día Wally comenzó a hartarse. Dijo a Dennis que perdería su trabajo si no se trasladaban inmediatamente a California. Dennis todavía no estaba en condiciones de abandonar Dallas.
—Venga ya, hermano. La carrera de ayer fue de cara a la galería, hoy es la de verdad.
Así que volvieron al circuito. Exasperado, Wally llamó a su jefe, el entrenador Chip Schaefer, y le informó de que seguían en Dallas.
—No te preocupes —contestó Chip. Al menos no se ha metido en líos.
Un día después, finalmente llegaron al sur de California y Wally pensó que la situación se calmaría. Nada más aterrizar, Dennis quiso ver su nuevo Lamborghini. Mientras estaban en el garaje, Dennis le pasó a Wally la llave de otro coche, su Porsche amarillo, y le preguntó:
—¿Alguna vez has conducido un Porsche? —Wally negó con la cabeza. No te preocupes.
Ambos salieron disparados por las calles de Orange County como si compitieran en las 500 Millas de Daytona.
Fue una magnífica aventura tras otra. Un día acudieron al programa The Tonight Show y se fotografiaron con Rodney Dangerfield y el grupo de música No Doubt. Otro día se reunieron con el productor cinematográfico Jerry Bruckheimer para hablar de la posible participación de Dennis en Armageddon. También asistieron a un partido de los Anaheim Ducks y se hicieron fotos con algunos de los ídolos del hockey de Wally. «Fue como una combinación de las películas Todo sobre mi desmadre y Casi famosos», reconoce Wally.
Al final, Wally y Dennis se hicieron tan amigos que muchas veces llevamos a Wally en nuestras giras como compañero del baloncestista. Un año después, durante una pausa en las finales del campeonato en Utah, Dennis afirmó que estaba harto de la aburrida Salt Lake City y fletó un jet para irse con Wally a Las Vegas. Dennis no le contó que había planificado esa excursión como regalo de cumpleaños para Wally, ni le dijo que había invitado a un puñado de amigos, incluidos la actriz Carmen Electra, el cantante y compositor Eddie Vedder y la leyenda del hockey Chris Chelios. «Fue la mejor noche de mi vida», asegura Wally.
Wally, que en la actualidad es jefe de los preparadores físicos de los Atlanta Hawks, se entendió perfectamente con Dennis. Reconoce que el jugador estaba confundido y era inseguro, pero también que se trataba de «uno de los seres humanos más simpáticos que puedes llegar a conocer». En opinión del entrenador, el máximo logro de Dennis fue su capacidad de crear «el escenario perfecto para un deportista profesional». Y añade: «Es el único deportista profesional del que la gente esperaba que saliera y se fuese de fiesta con strippers. Joe Namath lo hizo y en Nueva York lo castigaron; pillaron a Michael Jordan apostando en un campo de golf y también se apresuraron a castigarlo. En el caso de Dennis, la incompetencia moral fue parte del trato y creó un personaje del cual la gente decía “así son las cosas, es normal”. Si lo piensas, te das cuenta de que es genial».
Tal vez sea cierto, aunque creo que el atractivo de Dennis radicaba en la manera festiva en que se saltaba las normas. Eso lo convirtió en fuente de inspiración de personas, tanto jóvenes como mayores, que se sentían casi al margen de la sociedad. Recibí muchas cartas de profesores de educación especial que me comentaron que sus alumnos con trastorno por déficit de atención e hiperactividad adoraban a Dennis porque había triunfado en la vida a pesar de ese problema. Para ellos era un verdadero campeón.
Fue un año muy extraño. A pesar de que durante parte de la temporada nos faltaron varias estrellas, conseguimos terminarla con un palmarés de 69-13, empatando con los Lakers de la temporada 1971-72 como el segundo mejor balance de un equipo de la NBA. Dennis y Toni aún no se habían recuperado de las lesiones y el equipo carecía de la cohesión de la que habíamos disfrutado previamente. Hubo un añadido positivo: en las últimas semanas de la temporada incorporamos a Brian Williams, también conocido como Bison Dele, ala-pívot de 2,11 metros, para reforzar nuestro juego interior. Williams desempeñó un papel decisivo como recambio de Luc y de Dennis durante los play-offs.
Las dos primeras rondas transcurrieron sin pena ni gloria. Barrimos a Washington por 3-0 y nos libramos de Atlanta en cinco encuentros, tras perder la ventaja de jugar en casa durante el segundo, lo que supuso la primera vez en dos años que un equipo visitante nos vencía en los play-offs.
La ronda siguiente, es decir, las finales de la Conferencia Este contra los Miami Heat, fue el choque de dos culturas baloncestísticas radicalmente distintas. Pat Riley se había hecho cargo del equipo en la temporada 1995-96 y, con Alonzo Mourning como pívot y Tim Hardaway en la posición de base, poseía las características típicas de un conjunto de Riley. A lo largo de los años se ha escrito mucho sobre mi rivalidad con Pat, sobre todo en los tabloides neoyorquinos. Entre nosotros, la diferencia principal no es personal, sino de perspectiva filosófica. Riley ha tenido mucho éxito con su estilo de mucho contacto y de la vieja escuela. Al igual que los Knicks de Riley, los Heat eran físicos y agresivos y estaban preparados para cometer faltas en todas las jugadas, siempre y cuando lograsen salirse con la suya. Por otro lado, nuestro enfoque era más libre y abierto. Aunque desarrollábamos una defensa intensa, nos habíamos especializado en robar balones, tapar las líneas de pase y presionar a quienes manejaban el balón para que cometiesen errores.
En un primer momento pareció que sería una victoria fácil. En el primer partido pasamos como la brisa por encima de Miami y ganamos 84-77 liderados por Jordan, que tuvo un rendimiento espectacular, pues sumó 37 puntos y nueve rebotes. Uno de los factores clave del encuentro fue la modificación defensiva que realizamos en la media parte, ya que encargamos a Harper que defendiera a Hardaway y a Michael que se ocupase de Voshon Lenard, un especialista en triples. En el segundo encuentro luchamos hasta conseguir la victoria por 75-68, el partido de play-offs con menor puntuación de toda la historia de la NBA. En el tercero diseñamos el modo de contrarrestar la aguerrida defensa de los de Miami desplegando el triángulo ofensivo, por lo que a los Heat les resultó muy difícil obstruir la línea de pases. Así fue como bailamos hasta el triunfo por 98-74.
Durante el día del descanso, Michael decidió jugar cuarenta y seis hoyos de golf, de modo que en el cuarto enfrentamiento tuvo uno de los peores comienzos de su trayectoria, pues solo logró dos de veintiún tiros de pista mientras Miami tomaba una delantera de veintiún puntos. Por otro lado, Michael estuvo a un tris de hacernos ganar durante el último cuarto, pues anotó veinte de nuestros 23 puntos, pero se nos acabó el tiempo y perdimos por 87-80.
El momento más importante de aquel partido tuvo lugar en el tercer cuarto, cuando Mourning golpeó violentamente a Scottie y le produjo un chichón en la frente del tamaño de una pelota de golf. Michael se enfureció y declaró que en el quinto partido se desquitaría personalmente de sus rivales. Afirmó: «Cuando a un compañero del equipo le hacen un chichón, también me lo hacen a mí».
Desde el comienzo del quinto partido Michael se encargó de que los de Miami empezaran a pagar por ello, ya que marcó quince puntos en el primer cuarto. El resto del equipo tuvo que ayudarlo cuando en la primera parte Scottie se torció el tobillo tras otro topetazo con Mourning y tuvo que quedarse en el banquillo el resto del partido. Toni, que al comienzo de la serie no las había tenido todas consigo, sustituyó a Scottie y marcó seis tantos en el primer cuarto, con lo que amplió la ventaja de los Bulls. Me sentí muy satisfecho de los reservas, que superaron al banquillo de los Miami Heat por 33-12, liderados por Brian Williams, que anotó diez puntos, y por Jud Buechler, que realizó algunas intervenciones clave en defensa. El marcador final fue Bulls, 100-Heat, 87.
Esa derrota bajó los humos a Riley. «Las dinastías mejoran a medida que envejecen», declaró, acotando que, en su opinión, los Bulls formaban «el equipo más grandioso en la historia del baloncesto desde los Celtics que ganaron once campeonatos en trece años». Por cuarta vez uno de sus conjuntos terminaba eliminado de los play-offs a manos de los Bulls liderados por Jordan. «Todos tenemos la desgracia de haber nacido en la misma época que Michael Jordan», añadió.
Los Utah Jazz no estaban convencidos. Era el primer viaje de los Jazz a las finales del campeonato y contaban con varias armas poderosas: el ala-pívot Karl Malone, que aquel año había vencido a Jordan en su pugna por el premio al jugador más valioso, y el base John Stockton, uno de los más hábiles en el manejo del balón. Los Jazz también tenían a un hábil tirador exterior, Jeff Hornacek, que aquel año había promediado 14,5 puntos por partido. Nuestra preocupación principal tenía que ver con el bloqueo y continuación característico de Stockton y Malone, jugada que en el pasado ya había descalabrado con frecuencia a nuestro equipo. Yo también pretendía contener el juego interior de Malone. El apodo de Karl era el Cartero, ya que se decía que siempre repartía. Bajo los tableros resultaba imponente, agresivo y difícil de contener, incluso por parte de alguien como Rodman. En consecuencia, al principio de la serie asigné su marcaje a Luc Longley con la esperanza de que, gracias a su corpulencia, fuera capaz de frenarlo.
En el primer partido no fue el empuje de Malone, sino su mente inquieta, lo que decidió el resultado. Con el marcador empatado a 82 y 9,2 segundos para el final, Malone recibió una falta mientras luchaba por recoger un balón suelto bajo la canasta. Mientras caminaba hacia la línea de tiros libres, Scottie le susurró al oído: «El Cartero no reparte los domingos». Karl falló su primer intento. Crispado, su segundo lanzamiento rodó por el aro y cayó en manos de Jordan. Me figuré que los Jazz pondrían dos defensores sobre Michael en la última jugada, pero decidieron que el alero Bryon Russell se ocupara individualmente de él, lo cual no fue una buena idea. Jordan engañó a Russell y marcó un tiro en suspensión que nos permitió ganar el partido por 84-82.
En el segundo encuentro vencimos de un soplo a los Jazz, que estallaron cuando regresaron a su pabellón para el tercer partido, liderados por los 37 puntos y los diez rebotes de Malone. ¿Cuál fue su secreto? Karl reveló que había cogido su Harley y tomado la carretera a través de las montañas que conducían a la sede del club. En el enfrentamiento siguiente proporcioné a Rodman la primera oportunidad de parar la máquina de Malone. Genio y figura, antes del encuentro Dennis se burló de Malone y dijo que pensaba «alquilar una bici, pedalear por las colinas y tratar de encontrar a Dios o a alguien parecido». No sirvió de mucho. Karl Malone marcó 23 puntos, cogió diez rebotes y encestó dos tiros libres decisivos cuando solo quedaban dieciocho segundos para el final del partido. En ese momento Pippen comentó: «Me parece que aquí el Cartero también reparte los domingos». Más tarde nos enteramos de que el responsable de nuestra equipación se había equivocado y, durante el encuentro, había proporcionado Gaterlode, bebida muy rica en hidratos de carbono, en vez de Gatorade a nuestros jugadores, lo que explica el motivo por el cual el equipo estuvo tan lento en los últimos minutos. Calculamos que cada uno de los deportistas había ingerido el equivalente a veinte patatas hervidas.
El siguiente encuentro incluyó uno de los actos de perseverancia más inspiradores de los que he sido testigo. La mañana del quinto partido, con la serie empatada 2-2, Michael despertó afectado por lo que parecía un virus estomacal y más tarde resultó ser una intoxicación alimentaria. Se encontraba tan mal que aquella mañana se saltó la práctica informal y pasó casi todo el día en la cama. Muchas veces habíamos visto enfermo a Michael, pero aquella fue la más preocupante. «He compartido muchas temporadas con Michael y nunca lo había visto tan mal —comentó Scottie. Estaba tan enfermo que pensé que ni siquiera podría hacerse el equipaje».
Michael sufría una deshidratación grave y en todo momento pareció a punto de desmayarse, pero persistió y anotó 38 puntos, incluido el triple ganador del partido cuando solo faltaban veinticinco segundos para el final. La suya fue una hazaña digna de mención, pero lo que la mayoría de las personas no entienden de ese encuentro es que no habría tenido lugar sin un extraordinario esfuerzo por parte del equipo. Scottie orquestó magistralmente la cobertura para que Michael no tuviera que ocuparse de defender y centrase las pocas energías de las que disponía en lanzar. Una vez terminado el encuentro, Scottie ni siquiera mencionó esta cuestión. Con respecto al rendimiento de Michael comentó: «El esfuerzo que realizó por nosotros fue increíble…, por no hablar del liderazgo. Consiguió que no perdiéramos la paciencia y realizó un lanzamiento genial tras otro… A mis ojos es el jugador más valioso».
El enfrentamiento siguiente, celebrado en Chicago, fue otra lucha a brazo partido. Desde el principio estuvimos por detrás en el marcador y fuimos perdiendo durante la mayor parte del encuentro, pero el equipo se negó a rendirse. Scottie y Michael ya habían jugado partidos excepcionales, pero en esa ocasión fueron los reservas los que realizaron algunas de las jugadas más geniales: Jud Buechler encestó un triple decisivo al final del tercer período, Toni realizó una impresionante bandeja contra tablero en las narices mismas de Hornacek mientras cojeaba porque se había hecho daño en un pie y Brian Williams le plantó cara a Malone y lo superó. El momento más hermoso tuvo lugar cuando Steve Kerr, que se había arrastrado a lo largo de la serie, anotó el lanzamiento que remató el partido.
Los Jazz ganaban por nueve puntos al principio del último cuarto, pero cuando quedaban once segundos se produjo un empate a 86 y el balón quedó en manos de Michael. Los de Utah estaban empeñados en no cometer el mismo error en el que habían caído en el primer partido. En consecuencia, cuando Michael esquivó por la izquierda a Bryon Russell, Stockton se acercó para doblar la defensa, por lo que Kerr se quedó solo en la zona de tiros libres. Al principio Michael intentó deshacerse de los defensores pero, en cuanto saltó, se dio cuenta de que no daría resultado. «La forma en la que se mantuvo en el aire es indescriptible —reconoció Hornacek más tarde. Stockton y Bryon Russell se lanzaron sobre él y yo me ocupé de Kukoc; este corrió hacia la canasta, por lo que tuve que acompañarlo. No podía permitir que realizase una bandeja contra el tablero. Michael no apartó la mirada de Toni, pareció quedar suspendido en el aire y, de alguna manera, se dio media vuelta y pasó la pelota a Steve».
Kerr se cuadró más allá de la línea de lanzamientos libres y lanzó un tiro en suspensión perfecto con la intención de romper el empate. Kukoc consiguió el mate definitivo que nos permitió ganar el partido…, y el campeonato.
Habíamos realizado un recorrido tormentoso y plagado de lesiones, suspensiones y otros contratiempos. De todos modos, la exquisita armonía y la resiliencia del equipo durante los últimos minutos del encuentro consiguieron que todo valiera la pena. Posteriormente, Michael, que había marcado treinta y nueve puntos y fue nombrado el jugador más valioso de las finales, dijo que quería compartirlo con Scottie. «Me quedaré el trofeo y daré el coche a Scottie —declaró. Se lo merece tanto como yo».
Michael aprovechó la rueda de prensa posterior al partido para presionar a Jerry Reinsdorf, que había respondido con evasivas a los periodistas, a fin de que nos reuniese a todos la temporada siguiente para volver a intentarlo. Mi contrato por un año estaba a punto de finalizar y varios equipos ya habían mostrado interés por mí. Por añadidura, el contrato de Scottie se acercaba a su último año de vigencia y corrían rumores de que podrían traspasarlo. Por si eso fuera poco, Michael, cuyo contrato también estaba a punto de expirar, afirmó que no regresaría si Pippen y yo no estábamos.
Tres días después, decenas de miles de seguidores se concentraron en Grant Park para celebrar nuestro triunfo. El momento culminante fue la descripción jocosa que Kerr hizo de la forma en la que «realmente» había ocurrido su famoso lanzamiento.
«Cuando solo quedaban veinticinco segundos pedimos tiempo muerto, formamos el círculo y Phil dijo: “Michael, quiero que realices el último lanzamiento”. Michael repuso: “Verás, Phil, en estas situaciones no me siento muy cómodo, así que mejor que mires en otra dirección”. Scottie terció: “Phil, ya sabes que en el anuncio Michael ha dicho que le han pedido lo mismo veintiséis veces y ha fallado, así que será mejor que apelemos a Steve”. En ese momento pensé que tendría que volver a sacar de apuros a Michael. Lo había hecho durante toda la temporada, así que hacerlo una vez más no me preocupaba. En cualquier caso, el balón entró; esa es mi explicación y no pienso apartarme un ápice de ella».
Michael y Scottie se partieron de risa y los fans se mostraron encantados. Al mirar a mi alrededor reparé en que detrás de Kerr estaba sentada una persona que ni siquiera esbozó una sonrisa: Jerry Krause.