Capítulo 40

La mañana del jueves amaneció nublada y gris en la Jefatura Force, sobre todo debido al hecho de que el noventa y cinco por ciento de los empleados tenía una resaca de caballo. Nadie sabía con certeza a cuánto había ascendido el importe de la cuenta después de la parranda de la noche anterior, pero tenía que ser astronómico. En cuanto terminaron con las cervezas, los vodkas y los Red Bull, el bar entero se lió a tomar chupitos de tequila. Técnicamente, el local debería haber cerrado tres horas antes de que los últimos juerguistas salieran a trompicones por la puerta pero ¿quién iba a denunciar al dueño por haber infringido las normas de venta de alcohol al público? Y menos cuando el setenta y cinco por ciento de la fuerza de policía de Aberdeen había estado en el interior, pidiendo a voz en cuello más sal y más lima.

Logan entró por la puerta haciendo una mueca y con los ojos casi cerrados, tras haber desayunado un refresco cargado de cafeína y quinina y medio frasco de analgésicos. No hubiera sido capaz de ingerir nada sólido. El día era azul y soplaba un viento gélido que había convertido la nieve de la noche anterior en una fina capa de hielo.

A las nueve y media habían convocado una rueda de prensa pero Logan no quería ni pensar en cómo iba a afrontarla. Alguien se le había metido en la cabeza y pretendía sacarle el contenido del cráneo a través de las orejas. Sus ojos, normalmente de un color azul bastante cristalino, parecían algo sacado de Las novias de Drácula.

Cuando entró en la reunión informativa fue recibido con otra salva de aplausos, más discreta esta vez, y numerosas muecas de dolor de los asistentes. Los saludó con la mano y se desplomó en su silla habitual.

El inspector hizo callar a todo el mundo e inició la reunión. Desafiando todas las leyes de la naturaleza, Insch estaba sorprendentemente animado, a pesar de que hubiera sido él quien empezara a pedir chupitos de Drambuie llameantes a las dos de la madrugada. A eso sí que se le llamaba agravio comparativo.

Insch repasó los acontecimientos de la noche anterior, provocando más aplausos en el momento culminante. Y entonces repartió las tareas del día: equipos de búsqueda por un lado, equipos de investigación por otro, y los que iban a pasar el día yendo de puerta en puerta por el de más allá.

Cuando todo el mundo se hubiera arrastrado por la puerta, Logan se quedó a solas con Insch.

—Bien —dijo el hombre gordo, apoyándose en la mesa y sacando un paquete nuevo de gominolas de frutas—. ¿Cómo se encuentra?

—Hombre, aparte del taladro que me ha dejado el cerebro como una masa de mierda de siete tonalidades diferentes, no estoy mal.

—Me alegro —asintió Insch, abriendo la bolsa—. Los buzos han encontrado el cadáver de Martin Strichen esta mañana a las seis y cuarto. Quedó atrapado entre las algas bajo el hielo.

Logan ni siquiera se molestó en sonreír.

—Vale.

—Y para que lo sepa, van a concederle una distinción en reconocimiento a lo ocurrido anoche.

Logan no pudo mirarle a los ojos.

—Pero Strichen murió.

Insch suspiró.

—Sí, es cierto. Su madre también. Pero Jamie McCreath está vivo y la agente Watson también. Ya no van a morir más críos —dijo, poniendo una mano encima del hombro de Logan—. Un trabajo bien hecho, subinspector.

La rueda de prensa parecía una feria de ganado: un caos de gritos de los periodistas, flashes de cámaras, sonrisas de los entendidos de la tele… Logan la soportó con toda la dignidad de la que fue capaz.

Cuando hubo terminado, un Colin Miller muy incómodo estaba esperándolo al final de la sala. Felicitó a Logan por el increíble trabajo que había realizado y por haber encontrado al niño. También le dijo que todo el mundo estaba muy orgulloso de él. Le entregó un ejemplar del periódico de esa misma mañana cuya primera plana rezaba: «¡HEROE POLICIAL FRUSTRA LAS INTENCIONES DEL ASESINO DE NIÑOS! ¡JAMIE VUELVE SANO Y SALVO A LOS BRAZOS DE SU MADRE! Fotos: páginas 36…». El periodista se mordió el labio inferior, respiró hondo y preguntó:

—¿Y ahora qué?

Logan sabía que Miller no se refería al caso. Él también llevaba toda la mañana haciéndose la misma pregunta. Desde que había entrado por la puerta de la jefatura y no había ido directamente al despacho del inspector Napier y el resto de sus gorilas de la comisión de prácticas profesionales. Si delataba a Isobel, iba a acabar con ella. Pero si callaba, podía volver a suceder: quizá comprometiera otro caso, otra posibilidad malograda de atrapar a un asesino antes de que volviera a matar. Logan suspiró. Solo le quedaba una alternativa.

—No publicarás nada de lo que ella te cuente sin que yo le haya dado el visto bueno. Antes de llevarlo a imprenta. De lo contrario, acudiré sin dudarlo al Fiscal, que se encargará personalmente de despellejarla viva. O sea, proceso penal, pena de prisión y toda la mandanga. ¿De acuerdo?

La incomodidad inicial de Miller se transformó en asombro y miró directamente a los ojos de Logan.

—De acuerdo —aceptó finalmente—. De acuerdo. Trato hecho —dijo, encogiéndose de hombros—. A juzgar por lo que me ha dicho ella, pensé que ibas a darle un buen escarmiento. Dijo que jamás dejarías escapar la oportunidad de deshacerte de ella.

La sonrisa de Logan le salió tan forzada como sus palabras:

—Bueno, pues se equivocó. Y espero que lo vuestro os vaya bien.

Tuvo que apartar la mirada.

Cuando se hubo marchado el periodista, Logan bajó al área de recepción y contempló a través de las puertas de vidrio los copos de nieve que caían suavemente. Aprovechando el momento de tregua, se dejó caer en una de las sillas incómodas de color morado y apoyó la parte posterior de la cabeza en el vidrio.

Jackie iba a ponerse bien. Esa misma tarde iría a verla armado de una montaña de uvas, una caja de bombones y una invitación para cenar. Y ¿quién sabía? Tal vez fuera el inicio de algo bueno.

Logan sonrió, se desperezó y bostezó felizmente, fijándose en un tipo corpulento que entró por la puerta principal sacudiéndose la nieve del abrigo con las manos. El hombre tenía cincuenta y tantos años y lucía una barba canosa cuidadosamente esculpida. Se acercó con resolución al mostrador.

—Buenos días —dijo, moviéndose como si tuviera pulgas—. Necesito hablar con el agente del nombre bíblico.

El agente de recepción señaló con el dedo a Logan.

—El héroe bíblico está allá mismo.

El hombre se volvió y cruzó el suelo de linóleo con la misma decisión, aunque en su paso se notaba cierta imprecisión debida a los varios güisquis que había tomado para armarse del valor que iba a necesitar.

—¿Es usted el agente bíblico? —preguntó con voz atiplada y ligeramente borrosa.

Con gran pesar, Logan asintió con la cabeza.

De repente, el hombre se puso erguido como un palo, sacó el pecho y levantó la barbilla.

—Yo la maté —dijo, escupiendo las palabras como si las disparara con una ametralladora—. La maté y he venido a aceptar las consecuencias…

Logan pasó una mano encima de la frente. Lo último que necesitaba era tener que pensar en otro caso.

—¿A quién? —preguntó, intentando no manifestar con el tono la impaciencia que sentía. Fracasó.

—A la niña. La que encontraron en la granja aquella —aclaró el hombre con la voz quebrada y por primera vez, Logan vio que tenía los ojos hinchados y la nariz y las mejillas rojas de llorar—. Había salido a tomar unas copas —siguió el hombre estremeciéndose, visiblemente atrapado en el pasado—. No la vi… y pensé… durante mucho tiempo… cuando detuvieron a ese hombre pensé que desaparecería. Pero lo mataron, ¿verdad? Lo mataron por mi culpa…

Se pasó la manga encima del rostro y se echó a llorar.

De modo que éste era el hombre que había atropellado a Lorna Henderson. El hombre por el que había muerto Bernard Duncan Philips. El hombre por el que había matado la enfermera Michelle Henderson.

Logan suspiró y se levantó de la silla.

Otro caso resuelto. Otra vida arruinada.