Capítulo 32

La atmósfera de la sala de interrogatorios era opresiva y asfixiante. El radiador en el rincón arrojaba calor sin tregua y la ventana opaca se negaba rotundamente a dejar entrar un respiro de aire fresco. Una peste a pies malolientes y sobacos nerviosos llenaba el aire. Al otro lado de la mesa, Cameron Anderson seguía mintiendo con toda la barba.

Logan e Insch estaban sentados enfrente de él, escuchándolo inexpresivos mientras el sospechoso culpaba una vez más a Doug MacDuff el Desesperado de todo lo que había pasado. La niña muerta no tenía nada que ver con él.

—O sea —dijo Insch con los brazos pesados cruzados encima de su inmenso pecho—, ¿confirmas que el viejo trajo a la niña consigo a tu casa?

Cameron probó de convencerlos con una sonrisa obsequiosa.

—Así es.

—Es decir que Doug MacDuff el Desesperado, un hombre que ha matado a decenas de personas, un hombre que se gana la vida haciendo daño a los demás, apareció en tu casa con una niña de cuatro años, cuando la intención que tenía no solo era la de llevarse a tu hermano sino de cortarle las rótulas, ¿verdad? ¿Y por qué? ¿Acaso era la semana nacional de «nos llevamos a los nietos al trabajo»?

Cameron se relamió los labios cortados y repuso por enésima vez:

—Os estoy relatando los hechos tal y como sucedieron.

Lo sorprendente es que resistiera tan bien la presión. Nadie hubiera dicho que era la primera vez que se sometía a un interrogatorio policial. Era como si hubiera pasado muchas veces por lo mismo. Sin embargo, no tenía antecedentes penales.

—Es curioso —observó Insch, sacando una bolsa de gominolas. Se la ofreció a Logan, cogió una para él y volvió a guardar el paquete en el bolsillo—. Es que Doug mantiene que cuando llegó, tú estabas encerrado en la habitación con la niña. Dice que no llevabas nada debajo del albornoz. Dice que te la estabas follando.

—Douglas MacDuff es un mentiroso.

—Vale, si es mentira, ¿cómo es que la niña acabó muerta?

—Le dio un empujón y se golpeó la cabeza contra la chimenea.

De todo lo que les había contado, era lo único que coincidía con la versión que le había dado Doug el Desesperado a Logan.

—¿Y cómo llegó a la bolsa de basura de tu vecino?

—El viejo la ató con cinta de embalar y metió el cadáver en la primera bolsa que encontró.

—Él dice que lo hiciste tú.

—Es un mentiroso.

—Ya —suspiró Insch, recostándose en la silla y aspirando a través de los dientes.

Todos permanecieron en silencio. Insch ya había probado su famosa táctica en un par de momentos durante la entrevista pero Cameron no tenía ni un pelo de tonto. Sabía cuándo echar la cremallera.

Insch se apoyó en la mesa y miró fijamente a Cameron Anderson.

—¿De verdad pretendes que nos creamos que Doug el Desesperado se deshizo del cadáver de la niña? ¿El hombre que le quitó las rodillas a tu hermano con un machete no fue capaz de despedazar el cuerpo de un crío?

Cameron se estremeció pero se negó a responder.

—Verás, nosotros sabemos que intentaste descuartizar a la niña pero no pudiste, ¿verdad? Te dio asco. Y devolviste. El problema para ti es que vomitaste dentro de la herida —dijo Insch, sonriendo como un tiburón—. ¿Sabías que podemos obtener el ADN a partir de una muestra de vómito, señor Anderson? Ya lo hemos analizado. Lo único que falta es cotejarlo con el tuyo y entonces te tendremos cogido por los cojones.

De repente Cameron perdió la compostura.

—Yo… esto…

Recorrió toda la sala con la mirada, desesperado, buscando una salida, buscando inspiración. Entonces recobró la calma.

—Es que antes no he sido del todo sincero con vosotros —dijo, controlándose de nuevo.

—¡Asombroso!

Cameron optó por hacer caso omiso del comentario sarcástico.

—Solo pretendía proteger la reputación de mi hermano.

Insch sonrió.

—¿Su reputación? ¿Te refieres a su reputación de desgraciado violento?

Cameron continuó a pesar de todo:

—Geordie llamó a mi puerta hace unos quince días. Me dijo que había subido por un tema de negocios y que necesitaba un sitio donde dormir. Venía con una niña. Dijo que era la hija de su novia, que tenía que hacerse cargo de ella mientras su madre estaba de vacaciones en Ibiza. Ni se me pasó por la cabeza que pasara nada raro hasta la noche que mataron a Geordie, cuando llegué a casa y me lo encontré desnudo en la cama con ella. Nos peleamos y le exigí que se largara de mi casa. Lo amenacé con llamar a la policía —explicó Cameron, mirándose las manos como si la historia estuviera escrita en ellas—. Sin embargo, en ese momento apareció el viejo. Me dijo que tenía un mensaje para Geordie. Le abrí y fui a comprobar que la niña estuviera bien. Que Geordie no le hubiera hecho daño… Entonces oí un estrépito en el comedor y salí corriendo. Mi hermano estaba acurrucado en el suelo y el viejo le estaba dando patadas y puñetazos sin parar. Geordie estaba llorando e intenté parar al viejo pero el tipo parecía un animal salvaje. Entonces salió la niña de la habitación y se agarró al viejo. Él… —la voz de Cameron se le quedó trabada en la garganta—. La apartó de un empujón y la pequeña se cayó, golpeándose la cabeza en la chimenea. Fui a ayudarla, a levantarla, pero no había nada que hacer. El viejo aprovechó para venir a por mí —dijo, tiritando—. El hombre… tenía un cuchillo en la mano. Me ordenó que la descuartizara. Si no, iba a descuartizarme a mí. No pude. Lo intenté, pero no pude.

Cameron bajó la cabeza y les relató una vez más la paliza que le había pegado a Dougie. Dijo que esa bestia le había obligado a atar el cadáver de la niña con cinta de embalar y a esconderla dentro de una bolsa de basura. No tenía ninguna en casa pero como al día siguiente iban a pasar los basureros y había una bolsa casi vacía en el rellano del piso superior, donde vivía Norman Chalmers, Anderson decidió cogerla. Metió el cuerpo de la niña en el interior de la bolsa y la depositó en el contenedor que había justo delante del edificio. Era muy tarde y la calle estaba oscura y vacía. Cubrió la bolsa de la niña con otras que había dentro del contenedor. El viejo le advirtió que acababa de convertirse en cómplice del crimen y si se lo decía a alguien, la policía iba a meterlo en la cárcel.

—Fascinante —comentó Insch con sequedad.

—Amenazó con matarme si confesaba a alguien lo que había pasado. No lo he vuelto a ver. Ni a mi hermano. Ni a la niña.

Cuando Cameron hubo terminado, nadie dijo nada. Lo único que se oía era el zumbido suave de la grabadora.

—Si eres el hermano de Geordie, ¿cómo es que no compartís el mismo apellido? —preguntó Logan.

Cameron se removió incómodo en la silla.

—Tenemos madres diferentes. Geordie nació del primer matrimonio de mi padre. Se divorciaron y la madre de Geordie le dio su apellido de soltera, Stephenson. Mi padre se casó por segunda vez y yo nací al cabo de seis años.

Se quedaron otra vez en silencio. Hasta que Logan volvió a romperlo:

—¿Y qué pasaría si te dijera que encontramos líquido seminal en la boca de la niña?

Cameron palideció.

—¿Y qué te apuestas a que coincide con la muestra de ADN que te hemos sacado a ti, Cameron? A ver cómo vas a cargarle la culpa de eso a Doug el Desesperado.

Cameron se lo quedó mirando con la misma expresión estupefacta que Insch. Permaneció sentado al otro lado de la mesa abriendo y cerrando la boca como un pez moribundo. Silencio.

—Subinspector —dijo Insch al cabo de unos segundos—, quisiera hablar con usted en privado, por favor.

Interrumpieron el interrogatorio y Logan salió con Insch al pasillo, dejando a Anderson bajo la vigilancia rigurosa del agente taciturno.

Insch tenía el ceño fruncido y las comisuras de los labios se le habían girado hacia abajo, formando una mueca de enojo.

—¿Por qué no me he enterado hasta ahora de que se encontró semen en la boca de la niña? —preguntó en tono peligrosamente neutro.

—Porque no encontramos nada —respondió Logan con una sonrisa—. Pero él no lo sabe.

—Que sepa que es un cabronazo sucio y embustero, subinspector McRae —dijo Insch, cambiando la mueca por una sonrisa de orgullo paternal—. ¿Se ha fijado en su cara cuando lo ha dicho? Creo que se ha cagado encima.

Logan estaba a punto de elaborar el tema cuando de repente apareció un agente preocupado corriendo por el pasillo y les comunicó que había pasado algo grave con Roadkill. Uno de los médicos del hospital había llamado a los servicios de urgencias. Alguien había rematado a Roadkill.

Insch soltó un par de palabrotas y pasó una mano encima del rostro.

—¡Se supone que tenía vigilancia preventiva! Y aun así resulta que le han pegado una paliza, ha acabado en urgencias y ahora lo han matado —espetó, apoyando todo su peso en la pared—. Déjenos cinco minutos.

Suspiró y volvió a entrar en la sala de interrogatorios.

Se subieron al Range Rover mugriento del inspector Insch. Las ventanas estaban cubiertas de manchas y pegotes donde el spaniel del inspector había aplastado el hocico contra el vidrio. Insch se dirigió hacia las calles nevadas de Rosemount.

Logan miró malhumorado a través de la ventanilla, viendo pasar las hileras de casas de granito, pensando a ratos en Roadkill, a ratos en la conversación tensa que había mantenido con la agente Jackie Watson mientras subían por esa misma calle.

Cuando Insch dobló una esquina y se metió en la calle que llevaba directamente al hospital, a Logan le vino una imagen a la cabeza. Mientras contemplaba las casas que había en ese mismo lado de la calle, se fijó en el reno de plástico iluminado con la nariz roja de neón parpadeante. Aquí es donde había visto al padre de Peter Lumley, vagando como alma en pena por las calles en busca de su hijo desaparecido. Aun sabiendo que el niño estaba muerto…

—Vaya cara de culo de cerdo —dijo Logan mientras bajaban por Westburn Road.

—¿Pasa algo?

Logan se encogió de hombros, incapaz de borrar la imagen de ese hombre desdichado caminando cabizbajo por la nieve con los bajos del peto mojados de la nieve y la lluvia.

—No lo sé. Quizá no sea nada.

En el interior del hospital hacía demasiado calor. Habían subido la calefacción al máximo para combatir la helada, creando un clima subtropical denso y viciado. La habitación que había compartido Bernard Duncan Philips, alias Roadkill, también estaba cargada, y más abarrotada. Además de Logan e Insch, ya había llegado el equipo del Departamento de Identificación y un fotógrafo, todos vestidos con el mismo mono blanco de papel, como si formaran parte de un grupo de baile conceptual.

La otra cama estaba vacía. Una enfermera visiblemente afectada de unos cincuenta años le explicó a Logan que el hombre que la había ocupado había fallecido esa misma tarde debido a una insuficiencia hepática.

Entre los pitidos y los chasquidos de la cámara del fotógrafo y el ajetreo general, Logan tuvo la oportunidad de echarle un vistazo al cadáver destrozado de Roadkill. Estaba despatarrado en la cama con un brazo extendido encima del linóleo. De las puntas de los dedos le colgaban gotas coaguladas de sangre. Las vendas que le cubrían la cabeza estaban manchadas alrededor de los ojos y la boca y las que le envolvían el pecho estaban tan empapadas de sangre que se veían casi negras.

—¿Dónde demonios estaba el agente que tenía que estar vigilándolo?

Insch estaba de un humor de perros.

Un agente avergonzado alzó la mano y le explicó que se había producido un altercado entre dos borrachos y un gorila que se habían liado a puñetazo limpio en la zona de urgencias. Las enfermeras lo habían llamado para que ayudara a separarlos.

Insch cerró los ojos con fuerza y contó hasta diez.

—Me imagino que ya se habrá declarado la muerte, ¿verdad? —preguntó cuando hubo terminado.

Una agente le dijo que no, provocando una sarta de juramentos del inspector.

—¡Estamos en un hospital! ¡Un lugar repleto de putos médicos! ¡Vaya ahora mismo a buscar a alguno de esos cabrones indolentes para que venga a declarar oficialmente la muerte de este señor!

Mientras esperaban, Insch y Logan examinaron el cadáver lo mejor que pudieron sin tocarlo.

—Apuñalado —concluyó Insch, escrutando los agujeros uniformes y rectangulares que salpicaban las vendas—. ¿A usted le parece obra de un cuchillo?

—Un instrumento con punta en forma de cincel, eso seguro. Un destornillador, quizá. Un zapato con tacón de aguja. Posiblemente unas tijeras.

Insch se puso en cuclillas para comprobar si había un cuchillo abandonado debajo de la cama. Lo que encontró fue más sangre.

Mientras el inspector buscaba el arma homicida, Logan estudió cada centímetro del cadáver. Las puñaladas eran idénticas, apenas quince milímetros de largo, dos milímetros de ancho, todas partiendo del costado izquierdo del cuerpo. El asesino había enloquecido, acuchillando una y otra vez con furia. Cerró los ojos y se imaginó la escena: Roadkill inconsciente, el asesino de pie al lado izquierdo de la cama, el lado que estaba más lejos de la puerta. Apuñalando rápida y repetidamente.

Logan abrió los ojos y dio un paso hacia atrás. Estaba mareado. Había sangre por todas partes, no solo en el cadáver y la cama sino también en la pared. Estiró el cuello hacia atrás y comprobó que hasta las placas blanquecinas del techo estaban salpicadas de manchas de sangre. Quienquiera que lo hubiera matado habría acabado pareciéndose a algo salido de una película de terror. Alguien que iba a quedar grabado en la memoria de cualquiera que se cruzara con él, eso seguro.

No se trataba de un acto caprichoso de violencia. Tampoco había sido obra de la pandilla de padres indignados. No, a esto se le llamaba venganza.

—¿Qué significa todo este barullo? ¿Por qué me han hecho bajar hasta aquí?

La voz parecía estresada y enojada, igual que su dueña: una médica fornida con la bata blanca puesta y un estetoscopio colgando del cuello.

Logan levantó las manos haciendo gesto de sumisión y se apartó del cadáver.

—Necesitamos que declare la muerte antes de que podamos mover el cadáver.

La mujer le lanzó una mirada de desprecio infinito.

—¡Por supuesto que está muerto! ¿Ve lo que pone aquí? —soltó, señalando la placa de identificación—. Dice «doctora». ¡Eso quiere decir que sé reconocer un cadáver cuando lo tengo delante!

El inspector Insch se levantó del otro lado de la cama y mostró su propia placa de policía.

—¿Y ve esto? —preguntó, metiéndosela debajo de las narices—. Dice «inspector de policía». Eso quiere decir que espero que se comporte como una persona adulta y que no descargue cualesquiera que sean sus frustraciones en mis agentes, ¿comprendido?

La mujer seguía con el ceño fruncido pero optó por no responder. Poco a poco, se le fue suavizando el semblante.

—Lo siento —dijo finalmente—. Ha sido un día largo y asqueroso.

Insch asintió con la cabeza.

—Si le sirve de consuelo, entiendo perfectamente cómo se siente —repuso, dando unos pasos hacia atrás y señalando el cadáver cual acerico de Roadkill—. ¿Le importaría conjeturar la hora de fallecimiento?

—Fácil: entre las nueve menos cuarto y las diez y cuarto.

Insch la miró admirado.

—Pocas veces nos dan una hora aproximada de muerte tan precisa.

La médica no pudo evitar una sonrisa.

—Bueno, ésa es la hora en que pasan las enfermeras del último turno. Hay que ir vigilando a los pacientes con regularidad. A las nueve menos cuarto no estaba muerto. A las diez y cuarto, sí.

El inspector Insch le dio las gracias y la médica estaba a punto de hacer otro comentario cuando le sonó el busca que llevaba colgado de la cadera. Lo cogió, leyó el mensaje, blasfemó, se disculpó y salió corriendo de la habitación.

Logan miró los restos ensangrentados de Bernard Duncan Philips e intentó identificar exactamente qué le había estado preocupando desde que habían salido de la jefatura. De repente dio en el clavo.

—Lumley.

—¿Cómo? —preguntó Insch, observándolo como si le acabara de salir otra cabeza encima de los hombros.

—El padrastro de Peter Lumley. ¿Lo recuerda? Se pasa el día dando vueltas por esta zona de la ciudad. La última vez que lo vi, estaba en la calle, alejándose del hospital. Culpó a Roadkill de la muerte de su hijo.

—¿Y?

Logan contempló el cadáver ensangrentado que yacía en la cama.

—Pues parece ser que ha tomado la revancha.