Capítulo 9

Logan salió por la puerta principal de la jefatura Force y se paró debajo de la entrada de cemento a mirar los edificios lóbregos. La lluvia parecía haberse instalado encima de la ciudad para lo que quedaba de la noche y las calles de esa zona de la ciudad ya estaban prácticamente desiertas, disfrutando de la calma que reinaba después de las nueve de la noche. Los que habían salido de compras ya estaban en casa y los que habían salido a tomar una copa estaban en los bares, donde permanecerían hasta la hora de cerrar. Las multitudes que siempre se congregaban delante del tribunal del distrito se habían dispersado hasta el día siguiente.

La jefatura Force también estaba tranquila. Los que habían trabajado en el turno de día se habían largado hacía horas. Ya debían de estar tomándose alguna copa o entre los brazos de algún ser querido. O, en el caso de la inspectora Steel, en los brazos de un ser querido de otra persona. Los del turno de la tarde estaban medio adormilados e hinchados después de un almuerzo pesado, contando los minutos de las últimas tres horas hasta la medianoche, cuando podrían volver a casa. A los del turno de noche todavía les quedaba una hora antes de fichar.

El aire estaba limpio y frío, con un ligero dejo a la polución del tráfico, que olía mucho mejor que el hedor a hueso quemado. Jamás quería volver a ver el interior del cráneo de un crío. Logan hizo una mueca, quitó la tapa del frasco de analgésicos y se tomó otra pastilla. El puñetazo que había recibido la noche anterior todavía le dolía.

Aspirando una última bocanada de aire fresco, Logan se estremeció y volvió a entrar en la zona minúscula de la recepción.

El hombre que había al otro lado del vidrio se lo quedó mirando y frunció el ceño. Entonces cayó en la cuenta de quién era y le sonrió de oreja a oreja.

—¡Eres tú! —exclamó—. ¡Logan McRae! ¡O sea que es verdad que has vuelto!

Logan intentó desesperadamente acordarse de quién era el hombre de mediana edad con entradas y un bigote imponente, pero no hubo manera.

El hombre se volvió y gritó por encima del hombro:

—¡Gary! ¡Gary! ¡Ven a ver quién está aquí!

Un hombre obeso vestido con un uniforme que evidentemente no era de su talla se asomó por detrás de un tabique de vidrio espejado.

—¿Qué pasa?

En una mano sostenía una enorme taza de té y una galleta rellena de dulce de leche en la otra.

—¡Mira! —dijo el del bigote señalando a Logan—. ¡El mismísimo!

Logan esbozó una sonrisa tímida. ¿Quiénes demonios eran? De repente se acordó.

—¡Eric! ¡Hostia, si no te había reconocido! —dijo Logan, examinando la calva que descollaba sobre las gafas del agente de recepción—. ¿Pero se puede saber qué os ha pasado con el pelo en el último año? Esta tarde he visto a Billy y está más calvo que una bola de billar.

Eric se pasó una mano por encima de la cabeza y se encogió de hombros.

—Es señal de virilidad, tío. ¡Hostia! ¿Y tú qué?

El Gran Gary le estaba sonriendo, dejando caer pedacitos de chocolate por toda la parte de delante de la chaqueta como si fuera caspa sucia.

—Con que el subinspector Logan McRae, ¿eh? ¡El hombre resucitado!

Eric asintió con la cabeza y repitió:

—Sí, el hombre resucitado.

El Gran Gary se tomó un sorbo de té.

—Eres como ese pavo que también resucitó de la muerte. ¿Cómo se llamaba? Ése que sale en la Biblia, ¿sabes?

—¿Cómo? —preguntó Eric—. ¿Jesús?

Gary le dio una colleja y dijo:

—No, hombre, no, joder. Hasta yo me acordaría del nombre de Jesús, macho. Me refiero al otro, al leproso ese. El que resucita también. Hostia, ¿cómo se llamaba?

—¿Lázaro? —sugirió Logan, retrocediendo un poco.

—¡Lázaro! ¡Ése! —dijo Gary, sonriendo todavía más y revelando todos los pedacitos de chocolate que se le habían quedado pegados a los dientes—. Así vamos a llamarte a partir de ahora: Lázaro McRae.

No encontró al inspector Insch en su despacho ni en el centro de coordinación así que Logan se dirigió al lugar más obvio: a la sala de interrogatorios número tres. El inspector seguía encerrado con Watson, Sandy el Serpiente y Norman Chalmers. Había una expresión de asco absoluto en el rostro de Insch. Estaba claro que el interrogatorio no estaba yendo bien.

Logan preguntó educadamente si podía hablar un momento con el inspector y esperó fuera hasta que Insch buscara un momento para descansar. Cuando salió estaba tan empapado de sudor que se le transparentaba todo el pecho a través de la camisa.

—¡Dios, qué calor hace allí dentro! —se quejó, secándose la cara con las manos—. ¿Autopsia?

—Autopsia —asintió Logan, levantando la carpeta de papel manila que le había dado Isobel—. Resultados preliminares. No tendremos los análisis hasta finales de esta semana.

Insch cogió la carpeta y empezó a hojearla.

—Los resultados son bastante concluyentes —dijo Logan—. No es el mismo que mató a David Reid. El modus operandi no tiene nada que ver, la forma de deshacerse del cadáver no tiene nada que ver y la víctima fue una niña, no un niño…

—Joder.

Fue más bien un gruñido que una palabra. El inspector Insch había llegado al apartado del informe que describía la «causa probable de fallecimiento».

—Ahora mismo tampoco se puede descartar que la niña se hubiera caído —comentó Logan.

Insch volvió a jurar y se alejó dando pisotones hacia a la máquina expendedora de café que había al final del pasillo al lado de los ascensores. Apretó las teclas y la máquina le entregó un vaso de plástico lleno de líquido acre, marrón y aguado cubierto de una capa de espuma blanquecina.

—De acuerdo —dijo—. Así que Chalmers ya no está entre los contendientes por la muerte del pequeño David.

Logan negó con la cabeza.

—Y todavía tenemos a un asesino en la calle a la caza de niños pequeños —susurró.

Insch se apoyó con pesadez en la máquina de café, haciendo que se balanceara de forma alarmante. Volvió a frotarse el rostro con la mano.

—¿Y qué me dice de la lejía?

—Aplicada después del fallecimiento. No había rastro en el estómago ni en los pulmones. Es posible que el asesino quisiera borrar todo rastro del ADN.

—¿Funcionó?

Logan se encogió de hombros y repuso:

—Isobel no ha encontrado fluido seminal.

Al inspector se le encorvaron los hombros. Echó una mirada vacía a la carpeta que todavía sujetaba en la mano.

—¿Cómo pudo hacerle algo así? A una niña tan pequeña…

Logan no respondió. Sabía que Insch estaba pensando en su propia hija, intentando no juntar las dos imágenes.

Finalmente el inspector se enderezó y en su rostro redondo, Logan vio que los ojos le brillaban de forma oscura.

—A este hijo de puta le vamos a clavar de los huevos a la pared.

—¿Y la herida en la cabeza? Si cayó y fue un accidente…

—Sí, pero podemos pillarlo por encubrimiento de muerte, por deshacerse del cadáver, por intentar torcer el curso de la justicia, quizás incluso por homicidio. Eso si conseguimos convencer al jurado que la empujó.

—¿Cree que se lo van a tragar?

Insch se encogió de hombros y le dio un sorbo receloso al café con dos azúcares.

—No, pero vale la pena intentarlo por lo menos. La única pega es lo del equipo forense. De momento no hay nada que indique que la niña hubiera estado en el piso de Chalmers. Además, hace tiempo que no lo limpia. Se ve que el dormitorio parecía una pocilga. Chalmers insiste en que no sabe quién es esa niña, que nunca la ha visto en su vida.

—¡Qué sorpresa! ¿Y qué dice Sandy el Serpiente?

Insch echó una mirada negra hacia la sala de interrogatorios.

—Lo mismo de siempre, el muy hijo de puta —contestó, secándose más sudor de la frente—. Que no tenemos pruebas.

—¿Y qué pasa con el recibo?

—Hombre, como mucho es una prueba circunstancial. Dice que el asesino podría haber metido a la chavala dentro de esa bolsa una vez hubiera salido de la propiedad de Chalmers —suspiró—. Y tiene razón, el cabrón. Si no damos con alguna prueba sólida que vincule a Chalmers con la víctima, estamos bien jodidos. Sandy el Serpiente nos hará trizas. Y eso en el supuesto de que el fiscal quiera correr el riesgo de llevarlo a juicio, cosa muy improbable si no encontramos algo más concluyente…

Insch levantó la vista y dijo:

—Me imagino que no habrán encontrado sus huellas por toda la cinta de embalar, ¿verdad?

—Lo siento, señor. Las había limpiado.

No cuadraba nada. ¿Por qué iba alguien a tomarse la molestia de asegurarse de que no quedara ninguna huella dactilar en la cinta para luego meter el cadáver en una bolsa llena de su propia basura?

—En fin —suspiró Insch, despegándose de la máquina expendedora de café y mirando de nuevo hacia la sala de interrogatorios número tres—. Me temo que vamos a tener que pasar por alto el hecho de que no tenemos ninguna prueba irrefutable y buscarle una celda a Chalmers aunque reconozco que me da muy mala espina. Dudo que consigamos llegar a ninguna parte.

De repente se calló y volvió a encogerse de hombros.

—Pero mirando el lado positivo, le vamos a joder bien el día a Sandy. No podrá pavonearse delante del jurado.

—Quizás otra amenaza de muerte lo ayude a olvidarse de la decepción que se va a llevar.

Insch sonrió.

—A ver qué puedo hacer.

Norman Chalmers fue formalmente detenido. Lo mandaron de nuevo a su celda donde iba a permanecer hasta que pudieran llevarlo ante el tribunal en cuanto lo abrieran al día siguiente. Sandy Moir-Farquharson volvió a su gabinete. El subinspector Insch fue al ensayo general. Logan y la agente Watson se fueron a tomar una copa.

Archibald Simpson’s había empezado siendo un banco. Donde antes estaba la enorme área de negocios se había transformado en el bar principal. Apenas se distinguían las rosas en el techo ornamentado ni las altas cornisas al otro lado de la nube de humo de tabaco, aunque a los clientes les interesaba mucho más la bebida barata que los detalles arquitectónicos.

Como el local estaba a dos minutos a pie de Force, se había convertido en un lugar de encuentro para los agentes que ya no estaban de servicio. Esta noche, gran parte del equipo de búsqueda se había congregado en el bar tras un día entero bajo la lluvia, algunos buscando alguna prueba forense en la orilla del río Don, el resto buscando a Richard Erskine. Hoy habían estado buscando un niño desaparecido. Mañana les tocaría dar con su cadáver. A nadie se le escapaban las estadísticas: si no aparecía un niño secuestrado en las seis horas siguientes a su desaparición, lo más probable es que no viviera para contarlo. Lo mismo había pasado con el pequeño David Reid, de tres años, y la niña desconocida que todavía yacía en una de las neveras del depósito con un corte en forma de Y que le recorría todo del torso, donde la habían abierto para sacarle todos los órganos, examinarlos, pesarlos, meterlos en frascos y bolsitas, antes de etiquetarlos y entregarlos como pruebas.

Habían pasado la primera parte de la velada hablando en tono grave acerca de los niños. Habían dedicado la segunda parte de la noche a quejarse de la investigación de la comisión de prácticas profesionales sobre la filtración de la información a la prensa. A pesar de que se hubieran cambiado de nombre y ya no se llamaran «reclamaciones y disciplina», no habían conseguido granjearse la simpatía de nadie.

Durante la última parte de la noche, se habían centrado exclusivamente en emborracharse del todo.

Uno de los agentes cuyo nombre Logan era incapaz de recordar, volvió tambaleándose a la mesa con otra ronda de cervezas. El tipo ya había entrado en la fase de embriaguez en que todo le parecía graciosísimo. Cuando fue a dejar una de las copas encima de la mesa y la mitad del contenido acabó desparramándose por toda la mesa y cayendo por la pierna de un hombre barbudo del Departamento de Investigación Criminal, el agente se puso a reír como un crío.

Logan no tenía ninguna intención de hacer el papel de adulto responsable así que cogió la copa y se dirigió, con paso vacilante, hacia las máquinas tragaperras.

Alrededor de una máquina que lanzaba preguntas tipo concurso había un corrillo de agentes que gritaban y vitoreaban, pero Logan siguió caminando.

La agente Watson estaba sola delante de otra máquina, apretando los botones sin parar. En la parte superior de la máquina unas luces de colores daban vueltas y más vueltas, luminosas, emitiendo pitidos y tintines. En la otra mano sostenía una botella medio vacía de Budweiser. Una y otra vez iba apretando los botones, haciendo girar los símbolos resplandecientes.

—Te veo muy contenta —dijo Logan, mirando los dos limones y el castillo que habían aparecido en la pantalla.

Watson ni siquiera se volvió.

—¡No tenemos pruebas suficientes! —dijo, aporreando uno de los botones y obteniendo un ancla por el esfuerzo.

—Hay que seguir buscando —dijo Logan, tomándose un trago de cerveza y dejándose llevar por la sensación de calor borroso que se le estaba extendiendo por todo el cuerpo desde el centro de la cabeza—. El equipo forense no ha encontrado nada en el piso.

—El equipo forense tampoco sabría encontrar mierda en una fosa séptica. ¿Y qué coño pasa con el recibo?

Watson introdujo un par de monedas más en la máquina y apretó el botón verde. Logan se encogió de hombros y Watson frunció el ceño viendo la combinación que le había salido: un ancla, un limón y un lingote de oro.

—¡Todos sabemos que es culpable! —dijo, apretando los botones y haciendo girar de nuevo los tambores.

—Y ahora tenemos que demostrarlo. Pero si no fuera por ti ni siquiera hubiéramos podido detenerlo —dijo Logan, trabándose un poco con algunas de sus palabras.

Watson no pareció darse cuenta. Logan se inclinó hacia delante y le dio un suave empujón en el hombro.

—Sabes que lo de encontrar ese recibo fue un puntazo —dijo.

Logan hubiese jurado que estuvo a punto de sonreír mientras buscó otra moneda y la introdujo en la máquina.

—De todos modos, no me di cuenta de lo de los puntos. Eso lo viste tú —dijo, sin quitar los ojos de la máquina.

—Pero yo no los hubiese visto si no hubieras encontrado el recibo antes —señaló Logan con una enorme sonrisa ante la nueva familiaridad.

Logan se tomó otro trago y Watson finalmente apartó la vista de la máquina y lo miró meciéndose suavemente, casi al ritmo de la música.

—¿Y qué ha sido de lo de «cuatro veces al día. No tomar con bebidas alcohólicas»? —preguntó Watson.

Logan le guiñó el ojo.

—Prometo que si tú no se lo cuentas a nadie, yo tampoco diré nada.

Watson sonrió también.

—Me temo que lo de hacerte de canguro me va a llevar de cabeza, ¿verdad?

Logan chocó su copa contra la botella de cerveza de Watson y dijo:

—¡Brindo por ello!