Capítulo 5

Logan empezó a recuperarse de la vergüenza cuando llegaron a Anderson Drive y se abrieron paso como pudieron entre el tráfico, de vuelta a Force. Anderson Drive había empezado siendo una carretera de circunvalación pero a medida que la ciudad se había ido ensanchando como una especie de curva de la felicidad, extendiéndose poco a poco hasta rellenar los huecos con fríos edificios de granito, la carretera se había convertido en un cinturón que atravesaba toda la ciudad, a punto de reventar por las costuras. Durante la hora punta era un auténtico infierno.

Seguía lloviendo a cántaros y los habitantes de Aberdeen habían reaccionado de la forma habitual: los menos habían decidido salir armados de chaquetas impermeables con las capuchas subidas y paraguas que agarraban con fuerza para protegerse contra el viento gélido. Los más estaban avanzando a pisotones, calándose hasta los huesos.

Todos los transeúntes parecían criminales y engendros de la endogamia. En cuanto se asomara el sol, se quitarían todas aquellas capas de lana, descontraerían el rostro y sonreirían, pero en invierno, la ciudad entera parecía como si tuviera intención de presentarse al casting de Deliverance.

Logan miraba malhumorado por la ventanilla, observando a la gente que caminaba con dificultad por el agua. Ama de casa. Ama de casa con hijos. Tipo con trenca y sombrero absurdo. Roadkill[1] con su pala y su carro del ayuntamiento lleno de animales muertos. Niño con bolsa de plástico. Ama de casa con cochecito. Hombre vestido con falda escocesa, o mejor dicho, minifalda escocesa…

—¿Y qué coño le debe pasar por la cabeza a ese menda cuando se levanta por la mañana? —le preguntó a la agente Watson, que había metido primera y estaba avanzando a paso de caracol.

—¿Quién? ¿Roadkill? —repuso Watson—. Me imagino que piensa en levantarse, en raspar los animalillos apisonados de la calzada, en comer, en buscarse unos cuantos bichos muertos más…

—No. No me refiero a Roadkill —dijo Logan, aplastando el dedo índice contra la ventanilla del coche—. Digo el pavo aquel. ¿Crees que se levanta y piensa: «¡ya lo tengo! Voy a vestirme de forma que si se levanta una ligera brisa, todo el mundo tendrá la oportunidad de verme el culo»?

Como por arte de magia, una ráfaga de aire se metió bajo la falda escocesa y la levantó, exponiendo una amplia extensión de algodón blanco.

Watson arqueó una ceja.

—Bueno, ¿qué le vamos a hacer, señor? —dijo, adelantando descaradamente a un Volvo brillante de color azul—. Al menos lleva unos calzoncillos limpios. Su madre no tendrá que sufrir por si le atropella un autobús y tienen que llevarlo de urgencias.

—Es cierto.

Logan se inclinó hacia delante y encendió la radio del coche. Luego se puso a tocar los botones hasta que salió a todo volumen Northsound, la emisora comercial de Aberdeen.

La agente Watson hizo una mueca al oír una voz anunciando doble acristalamiento en un cerrado acento de Aberdeen. De alguna forma habían conseguido meter unas siete mil palabras y una melodía cursi en una cuña de menos de seis segundos.

—¡Hostia! —soltó Watson, frunciendo la cara entera con incredulidad—. ¿Cómo puede escuchar esta porquería?

Logan se encogió de hombros.

—Es local. Me gusta.

—Pura mierda para palurdos —masculló Watson acelerando para que el semáforo no se pusiera en rojo antes de que pudiera pasar—. Radio uno. Es mucho mejor. ¡Northsound, por favor! Además, se supone que no se puede encender la radio. ¿Qué pasa si entra una llamada?

Logan señaló el reloj.

—Son las once. Ahora darán las noticias. Noticias de por aquí para la gente de por aquí. Nunca está de más enterarse de lo que está pasando en tu propia puerta.

Al anuncio de doble acristalamiento le siguió uno de una empresa de coches en Inverurie, leído en dórico, el dialecto casi indescifrable de Aberdeen, seguido de otro que anunciaba el ballet yugoslavo y otro invitando a los oyentes a ir al nuevo restaurante de comida rápida que habían abierto en Inverbervie. Entonces dieron las noticias. La gran mayoría trataba de las mismas tonterías de siempre, pero una de ellas llamó la atención de Logan. Se inclinó de nuevo hacia delante y subió el volumen:

«… esta misma mañana. Y el juicio de Gerald Cleaver continúa en el tribunal de distrito de Aberdeen. Cleaver, de cincuenta y seis años y originario de Manchester, ha sido acusado de abusar sexualmente a más de veinte menores mientras trabajaba de enfermero en el Hospital de Niños de la ciudad. Una multitud furiosa se congregó delante del tribunal, lanzando insultos cuando Cleaver llegó con una formidable escolta policial…».

—Espero que el castigo sea durísimo —dijo Watson, atravesando un cruce con una cuadrícula de marcas amarillas dibujada en el suelo y metiéndose rápidamente por un callejón.

«… A los padres de David Reid, el niño asesinado, les ha llegado una avalancha de mensajes de apoyo, hoy, después de que apareciera el cadáver del pequeño de tres años al lado del río Don a última hora de la noche de ayer…».

Logan extendió el dedo y apagó la radio antes de que el locutor pudiera acabar la frase.

—Gerald Cleaver es un depravado de mierda —dijo, observando a un ciclista que había salido bamboleándose hasta el medio de la calzada y que ahora estaba insultando y haciéndole un corte de mangas a un taxista—. Lo interrogué después de los asesinatos con violación que hubo en Mastrick. La verdad es que no sospechábamos de él pero como aparecía en la lista de cabrones chungos decidimos detenerlo por si acaso. Tenía manos de sapo, como frías y sudorosas. Y no paraba de manosearse…

Logan se estremeció con solo recordarlo.

—Pero esta vez no le va a salir tan bien —siguió—. Le caerán entre catorce años y cadena perpetua. En Peterhead, ni más ni menos.

—Se lo tiene bien merecido.

La cárcel de Peterhead. Allá es donde encerraban a los delincuentes sexuales: los violadores, los pederastas, los sádicos, los asesinos en serie… A todos los Angus Robertson. A los que tenían que proteger de los criminales respetables de toda la vida, es decir, los que se divertían pensando en cómo fabricar un cuchillo improvisado para luego clavárselo a los delincuentes sexuales. ¡Chachán! Una bolsa de colostomía para el pobre Angus Robertson. Sin embargo, a Logan no le inspiraba ningún tipo de lástima.

La agente Watson dijo algo pero Logan estaba demasiado ensimismado pensando en el Monstruo de Mastrick para centrarse en lo que le había dicho. Por su expresión, dedujo que acababa de hacerle una pregunta.

—Mmm —dijo, evitando tener que contestar—. ¿En qué sentido?

Una posición de repliegue de lo más común.

La agente Watson frunció el entrecejo.

—Lo que quiero decir es ¿qué le dijeron ayer? Los médicos. Cuando le llevé a urgencias.

Logan gruñó, extrajo un frasco del bolsillo interior de la chaqueta y la agitó.

—Una cada cuatro horas, a ser posible después de las comidas. No tomar con alcohol.

Ya se había tomado tres esa misma mañana.

Watson arqueó una ceja pero no dijo nada.

Dos minutos después entraron en el aparcamiento de varias plantas detrás de la jefatura y se dirigieron a la zona reservada para los coches patrulla y los del Departamento de Investigación Criminal. Los oficiales al mando y los empleados con puestos de responsabilidad tenían plaza. Los demás tenían que apañárselas como podían. Casi todos los empleados dejaban sus coches en Beach Boulevard, a cinco minutos a pie de la estación. Salía a cuenta ser subjefe de policía cuando llovía.

Encontraron al inspector Insch sentado en el borde de una mesa en el centro de coordinación, balanceando una de sus formidables piernas hacia delante y hacia atrás mientras escuchaba a un agente armado de una tablilla con sujetapapeles. Las partes procedentes de los equipos de búsqueda no eran buenos. Había pasado demasiado tiempo desde que abandonaron el cuerpo del niño. Las condiciones meteorológicas eran nefastas. Si, por algún milagro, alguna prueba forense hubiera sobrevivido los últimos tres meses, hubiese salido flotando con las lluvias de las últimas seis horas. El inspector Insch permaneció callado mientras el agente repasó la lista de resultados negativos. Solo se movía de vez en cuando para comerse una gominola en forma de botella de Cola de la bolsa que llevaba en el bolsillo.

El agente terminó de leerle el informe y esperó con expectación a que Insch dejara de masticar y le dijera cómo debía de proceder.

—Diga a los equipos que sigan buscando durante una hora más. Si no aparece nada, no vale la pena que continúen.

El inspector le alargó la bolsa casi vacía de caramelos y el agente cogió uno, llevándoselo a la boca con evidente deleite.

—Que nadie ose decir que no nos hemos tomado en serio esta investigación.

—Sí, señor —masculló el agente sin dejar de masticar.

Insch se despidió del agente e hizo señas a Logan y Watson para que se acercaran.

—Autopsia —dijo, sin preámbulos.

Entonces, del mismo modo que había escuchado el informe sobre la marcha del trabajo de los equipos de búsqueda, escuchó a Logan mientras describía cómo habían profanado el cadáver de David Reid. Callado. Impasible. Atracándose de gominolas. Se pulió la bolsa de botellitas de Cola y abrió otra de gominolas con sabor a licores diversos.

—Fantástico —dijo cuando Logan hubo terminado—. De modo que ahora tenemos un pederasta asesino en serie suelto en Aberdeen.

—No necesariamente —repuso Watson, aceptando una golosina con la palabra Jerez estampada en la parte superior—. Solo tenemos un cadáver, no una serie de ellos, y es posible que el asesino no sea de por aquí…

Insch se limitó a negar con la cabeza.

Logan aceptó una gominola de Oporto y dijo:

—El cadáver permaneció donde lo encontramos, sin que nada lo tocara, durante tres meses. El asesino incluso volvió mucho después de que el cuerpo estuviera rígido y se llevó un recuerdo. Sabía perfectamente que el escondite era seguro. A mí, eso me suena a local, muy local. El hecho de que volviera y se llevara parte del cuerpo del crío significa que se trata de algo muy especial para él. Este hijo de puta no actúa de forma caprichosa. Le había llevado mucho tiempo planear lo que hizo. Para él es una especie de ritual fantasioso que tiene que llevar a cabo. Volverá a hacerlo. Si es que no lo ha hecho ya.

Insch estaba de acuerdo.

—Quiero ver todos los informes de los niños que han desaparecido a lo largo del último año. Y quiero una lista con los nombres de cada uno colgada en esa pared de ahí. Lo más probable es que alguno de ellos se haya topado con este engendro cabrón.

—Sí, señor.

—Ah, y otra cosa, McRae —dijo el inspector, doblando cuidadosamente la parte superior de la bolsa de gominolas y guardándosela de nuevo en el bolsillo—. Me han llamado del Journal. Dicen que ha ido a presionar a su nuevo niño mimado.

Logan asintió con la cabeza.

—Colin Miller. Antes trabajaba para el Scottish Sun. Es el mismo tipo que…

—¿Yo le he pedido que fuera a contrariar a los periódicos locales, subinspector?

Logan se calló en el acto. Una pausa.

—No, señor. Es que pasábamos por ahí y pensé que…

—Subinspector —lo interrumpió de nuevo Insch, vocalizando cada sílaba—. Me alegro mucho de que piense. Es muy buena señal. Algo que intento fomentar en todos mis agentes.

Lo que venía a continuación iba a ser un gran «pero», Logan lo presentía.

—Pero lo que no espero es que se vayan por las buenas a fastidiar a la prensa local sin pedirme permiso. Vamos a tener que hacer un llamamiento al público en general. Vamos a tener que hacer alguna campaña para minimizar los daños si alguien la caga durante la investigación. Vamos a necesitar que esa gente nos apoye.

—Esta mañana ha dicho que…

—Esta mañana he dicho que iba a clavar en el techo de los testículos a la persona que había hablado con la prensa. ¿Comprende?

La había cagado. La agente Watson de repente mostró un enorme interés en sus zapatos. Logan dijo:

—Sí, señor. Lo siento, señor.

—De acuerdo, pues —dijo Insch, cogiendo una hoja de papel de la mesa y entregándola a Logan, que tenía las orejas debidamente gachas—. Los equipos de búsqueda no han encontrado nada. ¡Menuda sorpresa! He mandado un equipo de buzos para que rastreen el río, pero la lluvia ha imposibilitado cualquier esperanza de encontrar nada. Las malditas orillas se han quebrado en un millón de puntos. Suerte hemos tenido de encontrar el cuerpo, porque si llegan a pasar un par de días más, el río hubiese inundado la zanja y adiós…

Hizo un gesto amplio con una mano, los dedos relucientes todavía de los granos de azúcar de las gominolas.

—El cadáver de David Reid hubiese ido a parar directamente al Mar del Norte —continuó—. Próxima parada: Noruega. Jamás lo hubiésemos encontrado.

Logan se golpeó los labios con el informe de la autopsia, mirando fijamente un punto justo encima de la calva del inspector Insch.

—¿Y no le parece que quizá sea mucha casualidad? —meditó—. Hacía tres meses que el cadáver de David Reid estaba abandonado en la zanja. Si no lo hubieran hallado antes de que se quebrara la orilla, hubiera desaparecido sin rastro.

Bajó la mirada y la fijó en los ojos de Insch.

—O sea, la corriente lo arrastra hasta el mar y la historia nunca sale en primera plana —señaló—. Nada de publicidad. El asesino se queda sin poder leer acerca de su hazaña. Ninguna reacción.

Insch asintió con la cabeza.

—Bien pensado —dijo, comprobando sus notas—. Haz que alguien dé con el tipo que lo encontró. Un tal Duncan Nicholson. Que lo traigan aquí para que podamos interrogarlo bien, nada de las cuatro preguntitas que le hicieron anoche. Si ese menda tiene algún esqueleto más escondido en el armario, quiero que me presente a todos ellos.

—A ver si puedo averiguar si hay un coche por la zona que…

Logan no pudo seguir. La puerta del centro de coordinación se abrió de golpe y entró un agente sin aliento.

—Señor —jadeó—, ha desaparecido otro crío.