Capítulo 1

Las cosas muertas siempre habían sido muy especiales para él. Ese tacto frío y delicado. La textura de la piel. El olor a fruta madura y dulce que producían a medida que se pudrían, a medida que volvían a las manos de Dios.

Lo que sujetaba ahora llevaba poco tiempo muerto.

Hacía apenas algunas horas había estado rebosante de vida.

Había sido feliz.

Había sido sucio e imperfecto y poluto…

Sin embargo, ahora era puro.

Muy cuidadosamente, lo colocó con reverencia en lo alto de la pila junto a los demás. Todo lo que había en ese lugar había estado vivo, había estado ocupado y había sido ruidoso y sucio e imperfecto y poluto. Pero ahora sus cosas muertas estaban con Dios. Ahora descansaban en paz.

Cerró los ojos y respiró hondo, impregnándose de los olores. Algunos más frescos, algunos más fétidos. Todos deleitables. Ser Dios seguramente olía exactamente así, pensó, admirando sonriente su colección. Así debía oler cuando pisabas el cielo. Rodeado de muertos.

La sonrisa se le extendió todavía más, como el fuego en un edificio en llamas. Ya era la hora de tomarse la pastilla, pero aún no. Todavía no.

No cuando podía disfrutar de tantas cosas muertas.