El capitán Bey tenía problemas más graves en la cabeza y delegó aquella tarea con mucho gusto. En todo caso, no podía haber emisario más idóneo que Loren Lorenson.
Éste jamás había llegado a conocer a los Leonidas mayores, y temía el encuentro. Aunque Mirissa se había ofrecido a acompañarle, prefirió ir solo.
Los thalassanos veneraban a sus viejos parientes y hacían todo lo posible para que se sintieran felices y contentos. Lal y Nikri Leonidas vivían en una de las pequeñas colonias autónomas de retiro que existían a lo largo de la costa sur de la isla. Tenían un chalet de seis habitaciones con todos los aparatos imaginables para ahorrar trabajo, entre ellos el único robot de uso general para el hogar que Loren había visto en la Isla Sur. Según la cronología de la Tierra, habría calculado que andaban cerca de los setenta años.
Después de los sumisos saludos iniciales, se sentaron en el porche, contemplando el mar mientras el robot se movía a su alrededor con bebidas y bandejas llenas de frutas variadas. Loren se esforzó por tomar un bocado, se armó de valor y emprendió la tarea más dura de su vida.
—Kumar…
El nombre se le clavó en la garganta y tuvo que volver a empezar.
—Kumar se encuentra todavía en la nave. Le debo mi vida; él arriesgó la suya para salvar la mía. Pueden comprender cómo me siento por esto. Haría lo que fuera…
Una vez más, tuvo que luchar para controlarse. Intentando mostrarse enérgico y científico como la cirujano comandante Newton durante su sesión informativa, comenzó de nuevo.
—Su cuerpo apenas está dañado, porque la descompresión fue lenta y la congelación se produjo de inmediato. Sin embargo, está clínicamente muerto, por supuesto, como yo mismo lo estaba hace escasas semanas…
»No obstante, los dos casos son muy diferentes. Mi cuerpo fue recuperado antes de que pudiera sufrir alguna lesión cerebral, por lo que mi reanimación fue un proceso muy sencillo.
»Antes de recuperar a Kumar pasaron horas. Físicamente, su cerebro no ha sufrido daños, pero no hay rastro de actividad.
»Aun así, la reanimación puede ser posible mediante una tecnología extremadamente avanzada. Según nuestros historiales —que cubren toda la historia de la ciencia médica terrestre— se ha hecho ya en casos similares, con un índice de éxito del sesenta por ciento.
»Y esto nos pone ante un dilema que el capitán Bey me ha pedido que les explique con franqueza. Nosotros no tenemos la experiencia ni los equipos necesarios para llevar a cabo una operación así. Pero quizá los tengamos… dentro de trescientos años…
»Hay una docena de expertos del cerebro entre los cientos de especialistas médicos que duermen a bordo de la nave. Hay técnicos que pueden ensamblar y hacer funcionar toda clase de dispositivos imaginables para el mantenimiento de la vida y para fines quirúrgicos. Todo lo que llegó a ser de la Tierra volverá a ser nuestro poco después de que lleguemos a Sagan Dos…
Hizo una pausa para que comprendieran las implicaciones. El robot escogió este inoportuno momento para ofrecer sus servicios; él lo rechazó con un movimiento de mano.
—Nosotros estaríamos dispuestos, no, encantados, ya que es lo mínimo que podemos hacer, de llevar a Kumar con nosotros. Aunque no podemos garantizarlo, quizás algún día vuelva a vivir. Nos gustaría que lo pensaran; tienen mucho tiempo antes de que deban tomar una decisión.
Los dos ancianos se miraron el uno al otro durante un largo y silencioso momento, mientras Loren contemplaba el mar. ¡Cuánta paz y tranquilidad! Le encantaría pasar allí sus últimos años, recibiendo de vez en cuando la visita de sus hijos y nietos…
Como casi toda Tarna, aquello bien podría ser la Tierra. Quizá debido a una planificación deliberada, no había vegetación thalassana a la vista; todos los árboles resultaban obsesivamente familiares.
Pero faltaba algo esencial; se dio cuenta de que esto le había estado intrigando durante mucho tiempo —en realidad, desde que tomó tierra en este planeta—. Y de repente, como si este momento de aflicción hubiera accionado su memoria, supo qué era lo que había echado de menos.
No había gaviotas revoloteando en el cielo, llenando el aire con los sonidos más tristes y más evocadores de la Tierra.
Lal Leonidas y su esposa aún no se habían dicho una palabra, pero, de alguna manera, Loren sabía que habían tomado una decisión.
—Agradecemos su ofrecimiento, comandante Lorenson; exprese nuestro agradecimiento al capitán Bey, por favor. Sin embargo, no nos hace falta tiempo para considerarlo. Pase lo que pase, hemos perdido a Kumar para siempre.
»Aun cuando todo salga bien, como usted ha dicho, no hay garantías, despertará en un mundo extraño, sabiendo que jamás volverá a ver su hogar y que todos aquellos a quienes amaba murieron siglos atrás. No tiene sentido pensarlo. Su intención es buena, pero a él no le haríamos ningún favor.
»Nosotros sabemos lo que él habría deseado y lo que debemos hacer. Entréguenoslo. Lo devolveremos al mar que tanto amó.
No había nada más que decir. Loren sintió una tristeza abrumadora y un alivio inmenso.
Había cumplido con su deber. Era la decisión que había esperado.