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Debate

Era una pregunta sencilla, pero no tenía una respuesta sencilla: ¿Qué pasaría con la disciplina a bordo de la Magallanes si el mismísimo objetivo de la misión de la nave era sometido a votación?

Naturalmente, el resultado no sería vinculante, y podría no hacer caso de él si lo considerara necesario. Tendría que hacerlo si la mayoría decidían quedarse, aunque ni por un momento había imaginado… Pero un resultado así sería psicológicamente devastador. La tripulación se dividiría en dos facciones, y ello podría conducir a situaciones que prefería no considerar.

Y con todo… un comandante debía ser firme, pero no terco. Había mucho sentido común en la propuesta, y tenía muchos atractivos. Después de todo, él había disfrutado de los beneficios de la hospitalidad del presidente, y tenía intención de ver de nuevo a aquella campeona de decatlón. Éste era un mundo muy hermoso; tal vez pudieran acelerar el lento proceso de construcción de un continente para hacer sitio a todos los millones de personas de más. Sería infinitamente más sencillo que colonizar Sagan Dos.

En cuanto a esto, podrían no alcanzar nunca Sagan Dos. Aunque la fiabilidad operacional de la nave se estimaba en un noventa y ocho por ciento, existían circunstancias externas imprevistas que nadie podía predecir. Sólo unos pocos de sus oficiales de más confianza estaban informados acerca de la sección del escudo de hielo que se había perdido en alguna parte cerca del año luz número cuarenta y ocho. Si aquel meteorito interestelar, o lo que fuera, hubiera pasado sólo unos metros más cerca…

Alguien había sugerido que aquella cosa podía ser una antigua sonda espacial de la Tierra. Las probabilidades en contra eran literalmente astronómicas y, por supuesto, una hipótesis tan irónica jamás podría probarse.

Y ahora, sus desconocidos solicitantes se llamaban a sí mismos «los nuevos thalassanos». El capitán Bey se preguntó si aquello significaba que eran muchos y que se estaban organizando para formar un movimiento político. En tal caso, quizá lo mejor sería sacarlos a la luz lo antes posible.

Sí, era el momento de convocar el Consejo de la Nave.

La negativa de Moses Kaldor había sido rápida y cortés.

—No, capitán; no puedo participar en el debate… ya sea a favor o en contra. Si lo hiciera, la tripulación dejaría de confiar en mi imparcialidad. Pero sí aceptaría actuar como presidente, o moderador… o como quiera usted llamarlo.

—De acuerdo —se apresuró a decir el capitán Bey; esto era lo que de verdad esperaba—. Y, ¿quién presentará las mociones? No podemos esperar que los nuevos thalassanos salgan a la luz para defender su causa.

—Ojalá pudiéramos tener un voto directo sin disputas ni discusiones —se lamentó el segundo comandante Malina.

En privado, el capitán Bey estaba de acuerdo con él; pero aquélla era una sociedad democrática de hombres responsables y de educación elevada, y las Ordenanzas de la Nave reconocían este hecho. Los nuevos thalassanos habían pedido que se celebrara un Consejo para dar a conocer sus puntos de vista; si se negaba, estaría desobedeciendo sus propias cartas de nombramiento y violando la confianza depositada en él en la Tierra doscientos años atrás.

No había sido fácil organizar el Consejo. Como a todos, sin excepción, se les debía dar la oportunidad de votar, había que reorganizar los programas y las listas de tareas, y había que interrumpir los períodos de sueño. El hecho de que la mitad de la tripulación estuviera en Thalassa presentaba otro problema que nunca se había dado antes: el de la seguridad. Cualquiera que fuera el resultado, era altamente indeseable que los thalassanos oyeran por casualidad el debate…

De modo que, cuando empezó el Consejo, Loren Lorenson estaba solo en su despacho de Tarna, y por primera vez, según podía recordar, con la puerta cerrada con llave. Una vez más llevaba gafas de visión completa; pero en esta ocasión no se abría paso a través de un bosque submarino. Estaba a bordo de la Magallanes, en la familiar Sala de Juntas, mirando los rostros de sus colegas y, cada vez que cambiaba el punto de mira, en la pantalla aparecían sus comentarios y su veredicto. En aquel momento anunciaba un breve mensaje:

RESOLUCIÓN:

Que la Nave Estelar Magallanes termine su misión en Thalassa, ya que todos sus objetivos primordiales pueden ser alcanzados aquí.

«Así que Moses está en la nave —pensó Loren mientras escrutaba a los presentes—. Me extrañaba no haberle visto últimamente. Parece cansado… y también el capitán. Puede que esto sea más serio de lo que imaginaba».

Kaldor pidió atención con unos golpes secos.

—Capitán, oficiales, compañeros miembros de la tripulación… Aunque éste es nuestro primer Consejo, todos ustedes conocen las reglas del procedimiento. Si desean hablar, levanten la mano para ser reconocidos. Si desean hacer una declaración por escrito, usen sus teclados; las direcciones han sido entremezcladas para asegurar el anonimato. En cualquier caso, sean lo más breves posible, por favor.

»Si no hay preguntas, abriremos la sesión con el asunto cero cero uno.

Los nuevos thalassanos había añadido algunos argumentos, pero el 001 seguía siendo, esencialmente, el memorando que había sobresaltado al capitán Bey dos semanas atrás, período durante el cual no había hecho ningún progreso en cuanto al descubrimiento de su autoría.

Posiblemente, el punto adicional más poderoso era la sugerencia de que su deber era permanecer aquí. Thalassa les necesitaba, técnica, cultura y genéticamente. «¿De verdad? —pensó Loren, pese a sentirse tentado a estar de acuerdo. En cualquier caso, primero deberíamos pedirles su opinión a los thalassanos. No somos imperialistas a la vieja usanza… ¿o sí lo somos?».

Todos tuvieron tiempo de volver a leer el memorando; Kaldor les pidió atención de nuevo.

—Nadie ha, eh… pedido permiso para hablar a favor de la resolución; naturalmente, más tarde habrá otras oportunidades. Así que le pido al teniente Elgar que defienda su propuesta en contra.

Raymond Elgar era un joven ingeniero de Energía y Comunicaciones, de carácter pensativo, a quien Loren conocía muy ligeramente; tenía talento para la música y aseguraba estar escribiendo un poema épico sobre el viaje. Cuando se le desafiaba a recitar uno de sus versos, replicaba de manera invariable: «Esperad a que pase un año después de llegar a Sagan Dos».

Era evidente por qué el teniente Elgar se había prestado voluntario, si es que realmente lo había hecho, para esta labor. Sus pretensiones poéticas no le permitían hacer otra cosa; y quizá fuese cierto que trabajaba en esa epopeya.

—Capitán… Compañeros… Prestadme oídos.[3]

Loren pensó: «Una frase impresionante. Me pregunto si es original».

—Creo que todos nos mostraremos de acuerdo, de mente y de corazón, en que la idea de permanecer en Thalassa tiene muchos atractivos. Sin embargo, considerad los siguientes puntos:

»Sólo somos 161. ¿Tenemos derecho a tomar una decisión irrevocable en nombre del millón que todavía duerme?

»Y, ¿qué hay de los thalassanos? Se ha sugerido que, si nos quedamos, los ayudaremos. Pero ¿será realmente así? Tienen una forma de vida que parece irles a la perfección. Considerad nuestra historia, nuestros entrenamientos… el objetivo al que nos hemos dedicado desde hace años. ¿Podéis creer realmente que un millón de personas pueden convertirse en parte de la sociedad thalassana sin alterarla por completo?

»Y está la cuestión del deber. Varias generaciones de hombres y de mujeres se sacrificaron para hacer posible esta misión… para darle a la raza humana mayores posibilidades de supervivencia. Cuantos más soles alcancemos, mayor será nuestra seguridad frente al desastre. Ya hemos visto lo que pueden hacer los volcanes thalassanos; ¿quién sabe qué puede suceder en los siglos venideros?

»Se ha hablado con mucha ligereza de la ingeniería técnica para crear muchas tierras y facilitar espacio a la nueva población. ¿Me permitís que os recuerde que incluso en la Tierra, después de miles de años de investigación y de desarrollo, todavía no era una ciencia exacta? ¡Recordad la catástrofe de la meseta de Nazca en 3175! No puedo imaginar nada más irresponsable que interferir en las fuerzas contenidas en el interior de Thalassa.

»No es preciso decir nada más. Sólo puede tomarse una decisión a este respecto. Debemos dejar a los thalassanos en manos de su propio destino; tenemos que proseguir hasta Sagan Dos.

A Loren no le sorprendió el aplauso que se fue intensificando poco a poco. La pregunta más interesante era: ¿quién no se había sumado a él? Por lo que podía ver, el público estaba dividido en dos grupos casi iguales. Naturalmente, algunas personas podían estar aplaudiendo porque admiraban su eficaz presentación, y no necesariamente porque estuvieran de acuerdo con el orador.

—Gracias, teniente Elgar —dijo Kaldor, presidente de la reunión—. Agradecemos muy especialmente su brevedad. ¿Alguien desea expresar ahora la opinión contraria?

Hubo una cierta agitación incómoda, seguida de un profundo silencio. Durante un minuto al menos, no sucedió nada. Luego, empezaron a aparecer unas letras en la pantalla.

002 ¿QUIERE EL CAPITÁN HACER PÚBLICA SU ÚLTIMA ESTIMACIÓN DE LAS PROBABILIDADES DE ÉXITO DE LA MISIÓN, POR FAVOR?

003 ¿POR QUÉ NO REANIMAMOS A UNA CANTIDAD REPRESENTATIVA DE DURMIENTES PARA SABER SU OPINIÓN?

004 ¿POR QUÉ NO PREGUNTAMOS A LOS THALASSANOS QUÉ PIENSAN ELLOS? SE TRATA DE SU MUNDO

Con absoluto secreto y neutralidad, el ordenador almacenó y enumeró las propuestas de los miembros del Consejo. En dos milenios, nadie había sido capaz de inventar una manera mejor de recoger las opiniones de un grupo y obtener un consenso. En toda la nave —y en Thalassa— hombres y mujeres tecleaban mensajes en los siete botones de sus pequeños teclados manuales. La primera habilidad que aprendía un niño era, quizá, la de escribir al tacto todas las combinaciones necesarias sin siquiera pensar en ellas.

Loren paseó la mirada por los presentes y le divirtió notar que casi todos tenían las dos manos a la vista. No pudo ver a nadie con la típica mirada lejana, indicando que se estaba transmitiendo un mensaje privado a través de un teclado oculto. Pero, de algún modo, mucha gente estaba hablando.

015 PODRÍAMOS LLEGAR A UN COMPROMISO. TAL VEZ ALGUNOS DE NOSOTROS PREFIERAN QUEDARSE. LA NAVE PODRÍA PROSEGUIR SU CAMINO.

Kaldor volvió a pedir atención.

—Ésa no es la resolución que estamos discutiendo —dijo—, pero se admite.

—Para contestar a cero cero dos —dijo el capitán Bey, recordando apenas a tiempo que el presidente tenía que concederle la palabra con un gesto de la cabeza afirmativo—, la cifra es noventa y ocho por ciento. No me sorprendería que nuestras posibilidades de llegar a Sagan Dos fueran mayores que las de las Islas Norte o Sur de permanecer sobre el nivel del mar.

021 ADEMÁS DE KRAKAN, ANTE EL QUE NO PUEDEN HACER MUCHO, LOS THALASSANOS NO TIENEN PLANTEADOS GRANDES RETOS. TAL VEZ TENDRÍAMOS QUE DEJARLES ALGUNOS. KNR.

«Ése era, veamos claro: Kingsley Rasmussen. Obviamente, no tenía ninguna intención de permanecer en el anonimato. Expresaba una idea que, en un momento u otro, se les había ocurrido a casi todos».

022 YA HEMOS SUGERIDO QUE RECONSTRUYAN LA ANTENA ESPACIAL DE GRAN POTENCIA SOBRE KRAKAN, PARA MANTENER EL CONTACTO CON NOSOTROS. RMM

023 UNA LABOR DE DIEZ AÑOS A LO SUMO. KNR.

—Caballeros —dijo Kaldor algo impaciente—, nos estamos apartando del tema.

«¿Tengo yo algo que aportar? —se preguntó Loren—. No, me mantendré apartado de este debate; puedo distinguir demasiados bandos. Tarde o temprano, tendré que elegir entre el deber y la felicidad. Pero aún no…».

Después de que no apareciera nada más en la pantalla durante dos largos minutos, Kaldor dijo:

—Estoy muy sorprendido de que nadie tenga nada más que decir sobre un asunto tan importante.

Esperanzado, aguardó un minuto más.

—Muy bien. Tal vez deseen continuar la discusión de un modo informal. No realizaremos ahora una votación, sino que durante las próximas cuarenta y ocho horas podrán emitir su opinión de la manera habitual. Gracias.

Lanzó una mirada al capitán Bey, quien se puso de pie con una rapidez que revelaba su evidente alivio.

—Gracias, doctor Kaldor. El Consejo de la nave ha terminado.

Luego miró ansiosamente a Kaldor, quien contemplaba la pantalla como si fuera la primera vez que la veía.

—¿Se encuentra bien, doctor?

—Lo siento, capitán; estoy perfectamente. Acabo de recordar algo importante; eso es todo.

Así era. Por enésima vez, como mínimo, se maravilló del funcionamiento laberíntico de la mente subconsciente.

La propuesta 021 lo había hecho. «Los thalassanos no tienen planteados grandes retos».

Ahora sabía por qué había soñado con el Kilimanjaro.