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In vino veritas

Después de Mirissa, Kumar era la visita que Loren recibía con mayor agrado, y frecuencia. A pesar de su apodo, Loren tenía la impresión de que Kumar se parecía más a un fiel can o, mejor aún, a un cariñoso cachorro, que a un león. En Tarna había una docena de perros muy mimados, y algún día podrían vivir también en Sagan Dos, reanudando su larga relación con el hombre.

Loren ya se había enterado del riesgo que corrió el muchacho en aquel tumultuoso mar. Fue una suerte para ambos que Kumar nunca dejara la costa sin llevar un cuchillo de buzo atado a la pierna; aun así, había permanecido bajo el agua durante más de tres minutos, cortando el cable que apresaba a Loren. La tripulación del Calypso estaba convencida de que ambos se habían ahogado.

Pese al vínculo que les unía ahora, a Loren le resultaba difícil mantener una larga conversación con Kumar. Después de todo, sólo había un limitado número de formas de decir: «Gracias por haberme salvado la vida», y sus pasados eran tan tremendamente diferentes, que tenían muy pocos puntos de referencia comunes. Si él hablaba con Kumar de la Tierra o de la nave, Loren comprendía que estaba perdiendo el tiempo. A diferencia de su hermana, Kumar vivía en el mundo de la experiencia inmediata; sólo el aquí y el ahora de Thalassa eran importantes para él. En una ocasión, Kaldor había exclamado: «¡Cómo le envidio! ¡Es una criatura de hoy, no está acuciada por el pasado ni temerosa del futuro!».

Loren estaba a punto de irse a dormir, en lo que confiaba que sería su última noche en la clínica, cuando Kumar llegó con una botella muy grande, que sostenía con aire de triunfo.

—¡Adivina!

—No tengo ni idea —mintió Loren.

—El primer vino de la temporada, de Krakan. Dicen que será un año muy bueno.

—¿Cómo te has enterado tú?

—Nuestra familia ha tenido allí unos viñedos durante más de cien años. Los vinos «Marca del León» son los más famosos del mundo.

Kumar miró en todas direcciones, sacó dos vasos y los llenó abundantemente. Loren tomó un sorbo con precaución; era un poco dulce para su gusto, pero muy, muy suave.

—¿Cómo lo llamáis? —preguntó.

—«Krakan Especial».

—Ya que Krakan casi me mata en una ocasión, ¿tengo que arriesgarme?

—Ni siquiera te dará resaca.

Loren tomó otro trago más largo y, en un plazo de tiempo sorprendentemente corto, el vaso quedó vacío. En menos tiempo aún volvió a llenarse.

Aquélla parecía una manera excelente de pasar su última noche en el hospital, y Loren sintió que su natural gratitud hacia Kumar se extendía al mundo entero. Incluso una de las visitas de la alcaldesa Waldron no sería mal recibida.

—Por cierto, ¿cómo está Brant? Hace una semana que no lo veo.

—Sigue en la Isla Norte, encargándose de las reparaciones del barco y hablando con los biólogos marinos. Todos están muy entusiasmados por lo de los escorpios; pero nadie decide qué hay que hacer respecto a ellos. Si es que hay que hacer algo.

—¿Sabes? A veces siento lo mismo respecto a Brant.

Kumar se echó a reír.

—No te preocupes. Ya ha encontrado a una chica en la Isla Norte.

—Oh. ¿Lo sabe Mirissa?

—Por supuesto.

—¿Y no le importa?

—¿Por qué habría de importarle? Brant la quiere… y siempre vuelve.

Loren procesó esa información, aunque de manera bastante lenta. Se le ocurrió que él era una variable nueva en una ecuación ya compleja. ¿Tenía Mirissa otros amantes? ¿Quería él saberlo, realmente? ¿Debería preguntárselo?

—Sea como sea —continuó Kumar mientras volvía a llenar ambos vasos—, lo que importa de verdad es que sus mapas genéticos han sido aprobados, y que se han registrado para tener un hijo. Cuando nazca, todo será distinto. Entonces sólo se necesitarán el uno al otro. ¿No pasaba lo mismo en la Tierra?

—A veces —dijo Loren. De modo que Kumar no lo sabía; el secreto permanecía entre ellos dos.

«Al menos veré a mi hijo —pensó Loren—, aunque sea sólo durante unos meses. Y luego…».

Para su horror, notó que unas lágrimas le resbalaban por las mejillas. ¿Cuándo había llorado por última vez? Doscientos años atrás, contemplando la Tierra en llamas…

—¿Qué pasa? —preguntó Kumar—. ¿Piensas en tu esposa?

Su preocupación era tan sincera que a Loren le resultó imposible ofenderse por su rudeza… o por su alusión a un tema que, por consentimiento mutuo, era mencionado en raras ocasiones porque no tenía nada que ver con el aquí y el ahora. Doscientos años atrás en la Tierra y trescientos a la vista en Sagan Dos quedaban demasiado lejos de Thalassa para que sus emociones fuesen muy fuertes, especialmente en su actual estado, algo confuso.

—No, Kumar, no pensaba en… mi esposa.

—¿Le hablarás… algún día… de Mirissa?

—Tal vez sí. Tal vez no. La verdad es que no lo sé. Tengo mucho sueño. ¿Nos hemos bebido toda la botella? ¿Kumar? ¡Kumar!

La enfermera entró durante la noche y, reprimiendo la risa, arregló las sábanas para que no cayeran al suelo.

Loren fue el primero en despertarse. Tras la sorpresa inicial, al darse cuenta de la situación, se echó a reír.

—¿Qué es lo que encuentras tan divertido? —preguntó Kumar, levantándose algo aturdido de la cama.

—Si realmente quieres saberlo… me preguntaba si Mirissa estaría celosa.

Kumar sonrió irónicamente.

—Puede que estuviera algo borracho, pero estoy totalmente seguro de que no ha pasado nada.

—Y yo también.

Sin embargo, se dio cuenta de que quería a Kumar; no porque le hubiera salvado la vida, ni porque fuera el hermano de Mirissa… sino, tan sólo, porque era Kumar. El sexo no tenía absolutamente nada que ver; la propia idea les habría llenado no de vergüenza, sino de hilaridad. Estaba bien así. La vida en Tarna ya era bastante complicada.

Loren añadió:

—Y tenías razón respecto al «Krakan Especial». No tengo resaca. De hecho, me siento de maravilla. ¿Puedes enviar algunas botellas a la nave? Mejor aún: algunos centenares de litros.