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Ciclos

Mirissa se sentía decididamente mal, y, por supuesto, la culpa de todo la tenía la píldora. Pero, al menos, tenía el consuelo de saber que esto sólo podía ocurrir una vez más: cuando tuviera (¡si lo tenía!) el segundo hijo que le estaba permitido.

Era increíble pensar que prácticamente todas las generaciones de mujeres que habían existido se habían visto obligadas a soportar estas molestias mensuales durante la mitad de sus vidas. Se preguntó si era una pura coincidencia que el ciclo de fertilidad fuera similar al de la única Luna gigantesca de la Tierra. ¡Supongamos que sucediera lo mismo en Thalassa, con sus dos satélites cercanos! Quizá lo que pasaba era que sus ciclos apenas eran perceptibles; la noción de ciclos de cinco o siete días chocando de manera discordante era tan cómicamente horrible, que no pudo evitar sonreír y al instante se sintió mucho mejor.

Le había costado varias semanas tomar una decisión, y todavía no se lo había dicho a Loren… y menos aún a Brant, que estaba ocupado en la Isla Norte reparando el Calypso. ¿Habría hecho esto si él no la hubiera abandonado… a pesar de sus fanfarronadas y bravatas, huyendo sin luchar?

No; aquello era injusto, una reacción primitiva, incluso prehumana. Sin embargo, instintos así tardaban en morir; en tono de disculpa, Loren le había dicho que a veces Brant y él se acechaban en los pasillos de sus sueños.

No podía culpar a Brant; al contrario, debería estar orgullosa de él. No era la cobardía, sino el respeto, lo que le había enviado al Norte hasta que ellos dos pudieran determinar sus destinos.

Mirissa no había tomado esa decisión de manera apresurada; ahora comprendía que debía de haberla tenido en su mente durante semanas, de un modo inconsciente. La muerte temporal de Loren le había recordado (¡como si necesitara que se lo recordasen!) que pronto se separarían para siempre. Ella sabía lo que debía hacerse antes de que él partiera hacia las estrellas. Todos los instintos le decían que hacía bien.

Y ¿qué diría Brant? ¿Cómo reaccionaría? Ése era otro de los muchos problemas que tenía aún que afrontar.

«Te quiero, Brant —susurró—. Quiero que vuelvas; mi segundo hijo será tuyo».

«Pero no el primero».