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Clínica

En esta ocasión, el retorno a la vida no había sido preparado tan cuidadosamente por adelantado. El segundo despertar de Loren Lorenson no fue tan confortable como el primero; de hecho, fue tan desagradable que a veces deseaba haber permanecido hundido en el olvido.

Cuando recuperó una semiconciencia, lo lamentó rápidamente. Tenía tubos que le penetraban en la garganta y alambres unidos a los brazos y las piernas. ¡Alambres! sintió un pánico repentino al recordar aquellos tirones mortales que le llevaban al fondo; luego controló sus emociones.

Ahora tenía otra cosa por la que preocuparse. Parecía que no estaba respirando; no podía detectar ningún movimiento de su diafragma. «¡Qué extraño…! Oh, supongo que han desviado el aire de los pulmones…».

Sus monitores debieron de alertar a una enfermera, porque de repente sonó una suave voz en su oído y sintió que una sombra caía sobre sus párpados, los cuales se sentía demasiado cansado para levantar.

—Lo está haciendo muy bien, señor Lorenson. No tiene por qué preocuparse. Podrá levantarse dentro de pocos días. No, no intente hablar.

«No tenía la menor intención —pensó Loren. Sé exactamente lo que ha ocurrido…».

Luego oyó el débil siseo de una inyección hipodérmica, un breve frescor en el brazo y, una vez más, el bendito olvido.

A la siguiente ocasión, para gran alivio suyo, todo era completamente distinto. Los tubos y los alambres habían desaparecido. Aunque se sentía muy débil, no estaba incómodo. Y volvía a respirar con ritmo constante y normal.

—Hola —dijo una profunda voz de hombre situada a pocos metros de distancia—. Bienvenido de nuevo.

Loren volvió la cabeza hacia el sonido y vio de modo confuso una figura vendada en una cama vecina.

—Me imagino que no me reconoce, señor Lorenson. Soy el teniente Bill Horton, ingeniero de comunicaciones… y ex practicante de surf.

—Ah, hola Bill… ¿Qué estabas haciendo tú…? —susurró Loren. Pero entonces entró la enfermera, y terminó aquella conversación con otra inyección hipodérmica bien puesta.

Ahora se encontraba ya en plena forma y sólo quería que le dejaran levantarse. La comandante médico Newton creía que, en general, era mejor dejar que sus pacientes supieran lo que les sucedía y por qué. Aunque no lo entendieran, eso ayudaba a mantenerlos calmados de modo que su fastidiosa presencia no interfiriera demasiado con el suave discurrir del establecimiento médico.

—Tal vez te sientas bien, Loren —dijo—, pero tus pulmones todavía se están reparando, y debes evitar todo esfuerzo hasta que vuelvan a funcionar a plena capacidad. Si el océano de Thalassa fuera como los de la Tierra, no habría ningún problema. Pero es mucho menos salino; es potable y te bebiste casi un litro. Y como tus fluidos corporales son más salados que el mar, el equilibrio isotónico estaba muy mal. De modo que las membranas se dañaron mucho por la presión osmótica. Tuvimos que rebuscar mucho, y a toda velocidad, en los Archivos de la Nave antes de poder tratarte. Después de todo, ahogarse en el mar no es uno de los accidentes normales en el espacio.

—Seré un buen paciente —dijo Loren—. Te agradezco de verdad todo lo que habéis hecho. Pero ¿cuándo podré recibir visitas?

—Hay una que espera fuera ahora mismo. Tienes quince minutos. Luego la enfermera la echará.

—Y no se preocupe por mí —dijo Bill Horton—. Estaré dormido como un tronco.