Aunque el capitán Sirdar Bey habría negado tener siquiera un miligramo de superstición en su cuerpo, siempre empezaba a preocuparse cuando las cosas iban bien. Hasta entonces, Thalassa había sido un lugar demasiado bueno para ser cierto; todo se había desarrollado de acuerdo con el plan más optimista. El escudo se estaba construyendo en los plazos previstos, y no había absolutamente ningún problema del que mereciera la pena hablar.
Pero ahora, en espacio de veinticuatro horas…
Podría haber sido mucho pero, desde luego. El comandante en jefe Lorenson había tenido mucha, mucha suerte… gracias a ese chico, tendrían que hacer algo por él. Según los médicos, había estado tremendamente cerca. Unos minutos más, y el daño en el cerebro habría sido irreversible.
Irritado por dejar que su atención se distrajera del problema inmediato, el capitán releyó el mensaje que ya sabía de memoria.
EMISORA DE LA NAVE: SIN FECHA NI HORA
A: EL CAPITÁN
DE: ANÓNIMO
Señor: algunos de nosotros deseamos hacerle la siguiente propuesta, que le presentamos para que la someta a profunda reflexión. Sugerimos que nuestra misión quede finalizada en Thalassa. Todos sus objetivos serán realizados sin los riesgos adicionales que implica la reanudación del viaje a Sagan Dos.
Somos absolutamente conscientes de que esto provocará problemas con la población nativa, pero creemos que pueden solucionarse con la tecnología que poseemos: en concreto, el uso de ingeniería tectónica para incrementar el área de tierra habitable. De acuerdo con las Ordenanzas, Sección 14, Párrafo 24 (a), pedimos, con todos los respetos, que sea convocado el Consejo de la Nave para discutir esta cuestión en el plazo más breve posible.
—Bien. ¿Comandante Malina? ¿Embajador Kaldor? ¿Algún comentario?
Los dos invitados de la habitación privada del capitán, espaciosa pero amueblada con sencillez, se miraron simultáneamente. Entonces Kaldor hizo un signo afirmativo casi imperceptible al segundo comandante, y confirmó su renuncia a la prioridad bebiendo otro sorbo lento y deliberado del excelente vino thalassano que les habían proporcionado sus anfitriones.
El segundo comandante Malina, que parecía estar más cómodo entre máquinas que entre personas, miró el impreso con tristeza.
—Al menos, es muy cortés.
—Faltaría más —dijo el capitán Bey con impaciencia—. ¿Tiene la menor idea de quién podría haberlo enviado?
—En absoluto. A excepción de nosotros tres, me temo que tenemos 158 sospechosos.
—157 —intervino Kaldor—. El comandante en jefe Lorenson tiene una coartada excelente. Estaba muerto en aquellos momentos.
—Eso no estrecha mucho el círculo —dijo el capitán, esbozando una débil sonrisa—. ¿Tiene usted alguna teoría, doctor?
«Claro que sí —pensó Kaldor—. He vivido en Marte durante dos de sus largos años; apostaría por los sabras. Pero es sólo una corazonada, y puedo estar equivocado…».
—Aún no, capitán. Pero mantendré los ojos abiertos. Si descubro algo, te informaré… en lo posible.
Los dos oficiales le entendieron a la perfección. En su papel de consejero, Moses Kaldor no era responsable ni siquiera ante el capitán. A bordo de la Magallanes era lo más parecido a un padre confesor.
—Supongo, doctor Kaldor, que me lo hará saber… si descubre alguna información que pueda poner en peligro esta misión.
Kaldor vaciló, y luego movió ligeramente la cabeza en señal afirmativa. Esperaba no encontrarse en el tradicional dilema del sacerdote que recibía la confesión de un asesino… que todavía estaba planeando su crimen.
«No estoy recibiendo mucha ayuda —pensó amargamente el capitán—. Pero tengo absoluta confianza en estas dos personas y necesito a alguien en quien confiar. Aun cuando la decisión final deba ser mía…».
—La primera pregunta es: ¿debo responder a este mensaje o hacerle caso omiso? Ambos gestos podrían ser arriesgados. Si es sólo una sugerencia aislada (puede que de un único individuo y escrita en un momento de trastorno psicológico), podría ser poco inteligente tomárselo demasiado en serio. Pero si viene de un grupo determinado, entonces quizás un diálogo pueda ayudar. Podría aliviar la situación. También podría identificar a los implicados.
«Y, ¿qué se hace entonces? ¿Ponerles grilletes?», se preguntó el capitán.
—Creo que debería hablar con ellos —dijo Kaldor—. Los problemas rara vez desaparecen al no hacerles caso.
—Estoy de acuerdo —dijo el segundo comandante Malina—. Pero estoy seguro de que no es nadie de las tripulaciones de Propulsión ni de Energía. Los conozco a todos desde que se graduaron… o de antes.
«Podrías llevarte una sorpresa. ¿Quién conoce de verdad a alguien?», pensó Kaldor.
—Muy bien —dijo el capitán, poniéndose en pie—. Esto es lo que ya había decidido. Y, por si acaso, creo que será mejor que repase algo de historia. Recuerdo que Magallanes tuvo algunos problemas con su tripulación.
—Desde luego que los tuvo —contestó Kaldor—. Pero confío en que usted no tenga que abandonar a nadie en una isla desierta.
«O ahorcar a uno de sus capitanes», añadió para sí; no habría sido muy oportuno mencionar ese fragmento de historia en particular.
Y habría sido aún peor recordarle al capitán Bey (¡aunque, sin duda, no podía haberlo olvidado!) que el gran navegante había sido asesinado antes de que pudiera completar su misión.