2
El pequeño neutral

Más de mil años después, un gran historiador llamó al período comprendido entre el año 1901 y el 2000 «El Siglo en que ocurrió todo». También añadió que los que vivieron en esa época habrían estado de acuerdo con él, pero por razones totalmente diferentes.

Le hubieran indicado, a menudo con justificado orgullo, las hazañas científicas de su era, la conquista del aire, la liberación de la energía atómica, el descubrimiento de los principios básicos de la vida, la revolución de la electrónica y las comunicaciones, los principios de la inteligencia artificial y, la más espectacular de todas, la exploración del sistema solar y el primer aterrizaje en la luna. Pero como señaló el historiador mirando con la visión que da la perspectiva, ni uno entre mil había siquiera oído hablar de un descubrimiento que sobrepasó a todos estos logros amenazando con reducirlos a la irrelevancia.

Parecía tan inofensivo y tan ajeno a los asuntos humanos como la placa fotográfica velada en el laboratorio de Becquerl que condujo, en sólo cincuenta años, a la bomba de Hiroshima. En realidad, era un producto secundario de aquel mismo experimento y empezó con la misma inocencia.

La Naturaleza es una inflexible contable y siempre hace el balance de sus libros. Los físicos se quedaron muy asombrados cuando descubrieron que había ciertas reacciones nucleares, en las que después de haber unido todos los fragmentos parecía que faltaba algo en un lado de la ecuación.

Como un administrador que rápidamente repone el dinero de gastos menores para así adelantarse a los auditores, los físicos se vieron obligados a inventar una nueva partícula. Y, además, para justificar la discrepancia, tenía que ser una partícula muy especial, sin masa ni peso, y tan fantásticamente penetrante que pudiera pasar, sin ningún inconveniente perceptible, a través de una pared de un grosor de miles de millones de kilómetros.

A este fantasma se le dio el nombre de «neutrino», contracción de neutrón y bambino. Parecía que no había esperanzas de detectar algo tan escurridizo como esta entidad, pero en 1956, en una de esas hazañas heroicas de la instrumentación, los físicos pudieron aislar unos pocos especímenes. Fue también el triunfo de los teóricos, que vieron corroboradas sus improbables ecuaciones.

El mundo no se enteró, ni le importaba, pero había empezado la cuenta atrás de su destrucción.