A pesar del mejor compañero perdido,

de mi más que tristísima familia que no entiende

lo que yo más quisiera que hubiera comprendido,

y a pesar del amigo que deserta y nos vende;

Niebla, mi camarada,

aunque tú no lo sabes, nos queda todavía,

en medio de esta heroica pena bombardeada,

la fe, que es alegría, alegría, alegría.

Rafael Alberti,

«A Niebla, mi perro»,

Capital de la gloria (1936-1938).