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El agente humano

Armand despierta lentamente. Pedazos de su consciencia chocan y salen despedidos y vuelven a chocar como témpanos de hielo en las negras aguas de un río en crecida. Noche. Es de noche. Está tendido sobre el suelo frío y duro, el cuello la espalda, las piernas rígidas. Un techo desconocido, una habitación desconocida. El brillo verde de las farolas, raído por las tablas de una persiana, cae sobre él. Cuando se lleva la mano a la cara, descubre que está cubierta de sangre seca. No es la suya.

Ha vuelto a ocurrir algo malo.

La mujer.

El señor Mike ha matado a la mujer.

Armand se incorpora cautelosamente.

Se encuentra en un apartamento. Hay un sofá volcado. Bultos de gel de color claro que sobresalen por cortes en la tela. Hay sangre desparramada sobre la pared, caminos de sangre sobre las alfombras del suelo que conducen hasta una puerta no del todo cerrada tras la que puede verse un segmento de azulejos blancos de baño.

Bajo la luz que se cuela por la persiana la sangre parece negra.

Armand escucha un ruido y se vuelve, el corazón acelerado de pronto. En un lado hay varios cojines formando un nido bajo un gran helecho que cuelga en un cesto para la ropa. Uno de Ellos se sienta allí y observa a Armand con ojos oscuros y líquidos. Sostiene una pata arrancada a algún animal de peluche.

Armand le pregunta qué ha ocurrido pero el hada se lleva un dedo a los labios. Viste un chubasquero de papel y sandalias de plástico.

Armand dice que no comprende. El hada señala el baño y luego arranca un trozo de la pata con sus afilados dientes y se lo traga con piel y todo. Armand no quiere ir allí, todavía no. En vez de hacerlo, camina hasta la pila de la cocina y se lava meticulosamente las manos. El agua sanguinolenta cae sobre las tazas y platos apilados en el fregadero. Todos los accesorios de cocina muestran un mismo mensaje parpadeante, una vez tras otra en letras rojas o verdes.

Sistema desconectado. Por favor llame a su agente de servicio.

Armand encuentra media barra de pan duro en la encimera. Arranca un pedazo y lo mastica mientras pasea por la habitación.

El hada lo observa desde la esquina.

Un televisor colgado de la pared, varias revistas en untuoso papel desechable, cojines turcos, un intrincado friso tallado de peces y algas. La madera del friso desprende un tenue olor a rosas. Hay dos pequeños dormitorios al otro lado del corto pasillo. Cada uno de ellos huele de manera diferente, uno está ordenado y el otro lleno de ropa tirada. Algo se mueve bajo la cama pero no es más que un pequeño mobot de limpieza, de esos que salen para aspirar los suelos cuando no hay nadie en la casa. De la puerta del final del pasillo cuelga un panel ladeado, atravesado por un agujero chamuscado. Al otro lado de las persianas de la habitación principal hay una vista de la ciudad nocturna.

El reloj del televisor le dice a Armand que son las cinco y diez de la mañana. Un holocubo se ilumina cuando él lo toca. Lo mueve de una a otra cara y en su interior las escenas vienen y van: un hombre le sonríe; las brillantes franjas amarillas y ocres de un campo de labranza iluminado por el sol; una casa con un tejado de baldosas de terracota bajo un cielo azul oscuro; un grupo de personas de pie sobre el techo de un pequeño utilitario en forma de lágrima aparcado a la sombra de un álamo. Fragmentos de una vida. Armand le tiende el cubo al hada, que lo coge y lo arroja a un lado sin mirarlo.

Armand se sienta para pensar. El señor Mike salió a jugar. Posiblemente el hada le dejó entrar en el apartamento y él mató a la mujer que había visto las cosas malas que había hecho con la niña pequeña. Siente un cierto alivio. Bueno, al menos todo ha terminado. Quizá pueda volver a casa.

Pregunta al hada si esto es lo que ha pasado y esta vez la criatura se pone en pie de un salto y empieza a empujarlo hacia el baño.

—Está bien —dice Armand—. Está bien.

El interior está inundado de brillante luz blanca que rebota en las paredes de azulejos blancos. Hay un cuerpo abandonado en el cubículo de la ducha. Una mujer, el rostro cubierto por el cabello rubio, la camiseta empapada de sangre. El hada entra detrás de él sin hacer ruido y le tiende una fotografía en un marco de aluminio cepillado. Una mujer diferente, más joven, vestida con un traje de buzo color verde lima, mira directamente a la cámara, la máscara y el tubo para respirar levantados sobre una maraña húmeda de cabello negro y largo, arena blanca de sal y aguas azules que arden detrás de ella.

Ésa es la mujer a la que se suponía que debía matar el señor Mike, pero no se encontraba allí y fue su compañera de piso la asesinada. El hada le explica todo esto a Armand y le dice que no debe volver a hacer nada que no se le haya ordenado que haga. Se quedará aquí, no dará un paso para alejarse de este apartamento hasta que alguien venga a buscarlo, añade el hada, y luego besa a Armand en plena boca. Antes de marcharse del apartamento espera a que su beso haga efecto, luego repite sus instrucciones una y otra vez hasta que está convencida de que Armand ha caído presa del encantamiento.

El rastro del soma proporcionado por el beso lima la aspereza de las cosas, pero la luz de sus verdaderas naturalezas está profundamente enterrada en sus cáscaras muertas. A solas en el apartamento, Armand pasea un poco más, asustado y enfermo y excitado. Es libre y sin embargo no lo es. Podría salir por la puerta pero sabe que no lo hará. No puede. Se le ha impuesto un juramento de deber.

Saquea la nevera y reúne medio melón dulce, una salchicha a la pimienta, tres anchoas, un acuoso cubo de tofu. Mientras come, contempla cómo ilumina el cielo el amanecer. Los collares de luz de las farolas verdes se difuminan mientras las calles grises y los bloques de apartamentos se materializan entre las sombras. Las arcologías penden amenazantes como nubes de tormenta en el horizonte de la ciudad.

Armand enciende el televisor en busca de compañía y le quita el sonido. Cambia de sitio las alfombras para cubrir las manchas de sangre. Mira en los armarios del dormitorio, huele la ropa, cada vez más excitado. No es que se haya olvidado de las mujeres, es que no quiere pensar en ellas porque esa parte de sí se parece demasiado al Señor Mike.

Se tiende sobre la cama deshecha y aspira el aroma de mujer de la almohada, se masturba con un par de medias alrededor de la polla. Se corre casi de inmediato. Al ver que no lo logra una segunda vez, saca el pequeño mobot que se esconde debajo de la cama y lo golpea hasta que su carcasa cerámica se hace pedazos. Encuentra otro mobot, inmóvil bajo las persianas de la ventana del salón, una cosa semejante a una araña blanqueada que se pega al cristal con ventosas de succión. Armand le rompe uno por uno los frágiles miembros y lo deja caer sobre la espalda, se ríe mientras el aparato pugna débilmente por ponerse en pie.

Más tarde, cuando tiene que hacer pis, la presencia acusadora lo derrota al principio, pero después de cubrirle la cabeza al cadáver con una toalla le resulta fácil. Le sonríe al espejo del baño y el señor Mike le devuelve la sonrisa. Está preparado.