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Europa

La Europa de los primeros años del tercer milenio no es un lugar en el que pueda encontrarse con facilidad a una niña pequeña de inteligencia preternatural que ha decidido esconderse. Alex Sharkey realiza un largo viaje con ese propósito a lo largo de Francia y Alemania y los pequeños reinos y repúblicas de la Europa del este. Busca durante doce años. A pesar de que los productos de la imaginación de Milena están por todas partes en torno a sí, en todo ese tiempo sólo una vez está a punto de encontrarla.

Las muñecas ya no son los juguetes de moda para los ricos. Se utilizan como mano de obra barata, versátil y controlada por ordenador en aquellas industrias en las que las condiciones de trabajo son tradicionalmente peligrosas: refinerías químicas, minas profundas de carbón, horticultura intensiva, centrales nucleares de fisión. Gradualmente, reemplazan a los trabajadores humanos en las emergentes industrias nanotecnológicas: impulsadas por chips internos y redes neurales tejidas por fembots, las muñecas pueden trabajar durante veinte horas al día electro-grabando con toda precisión plantillas de fembots primarios cuyo tamaño no supera al de las bacterias. Se inauguran Campos de la Muerte en Rótterdam, Hamburgo, Budapest y Moscú. Cada día, más de un millar de muñecas se cazan y se ejecutan por deporte en ruedos de toda la Unión Europea. Hay ruedos exclusivos para mujeres, ruedos para ciudadanos mayores, ruedos en los que los perturbados clínicos descargan de forma terapéutica las fantasías homicidas de sus superegos.

Es una era de excesos.

En la Europa del Primer Mundo, la mayor parte de la población disfruta de un sueldo universal sin necesidad de trabajar y de un ocio ilimitado en unas economías en auge gracias a las nuevas tecnologías, que están consiguiendo que las técnicas de producción en masa, apenas cambiadas desde tiempos de Henry Ford, queden por fin obsoletas. Viven en los lindes de las antiguas conurbaciones en prolongadas arcologías, vastas conglomeraciones de complejos de apartamentos, parques de placer y centros comerciales que en parte se construyen y en parte crecen. Más del cincuenta por ciento de la población de la Europa del Primer Mundo supera los ochenta años de edad, la generación de la explosión demográfica del último siglo transportada a un paraíso post-milenario. La nanotecnología y la terapia genética garantizan que al menos la mitad de ellos vivirá hasta alcanzar los dos siglos.

Pero existe también la Europa del Cuarto Mundo, la Europa de los desposeídos, la población marginal. La mitad de la población del antiguo Bloque Comunista se ha visto desplazada por las guerras civiles, y su número aumenta con los refugiados que huyen de los desastres económicos y ecológicos de África, inmigrantes que atraviesan Italia en bandadas, como gorriones, en dirección al corazón de Europa. Son incontables, aunque los métodos de etiquetado y recaptura utilizados por los equipos de socorro de las Naciones Unidas estiman que los refugiados igualan aproximadamente en número a la población oficial de Europa. Algunas veces, especialmente en verano, parece como si toda Europa estuviera en marcha, un gigante que se agita inquieto pero nunca termina de despertar, desplazando y distorsionando los mapas que lo cubren.

Después de cinco años de viaje, Alex se establece por algún tiempo en la sociedad de cafés y cervecerías de la cosmopolita Praga, donde dos generaciones de exiliados americanos han establecido una Bohemia acomodaticia. Hay hadas allí —ahora pueden verse hadas por todas partes si uno sabe cómo reconocer sus enigmáticos rastros—, pero son desconfiadas, salvajes y esquivas, y sus creadores y colaboradores humanos todavía las superan ampliamente en número.

Alex se instala con una vieja punk que se hace llamar Darlajane B., su nombre artístico de los años ochenta, cuando era la cantante solista de un grupo de trash metal de Alemania Oriental, Nenas de la Talidomida. Después de cuatro años tocando en clubes semi-legales del Berlín Oriental, la mitad del grupo fue encarcelado por la Stasi, la Policía Secreta de la DDR. Un año después, fueron liberados a tiempo para celebrar la caída del Muro de Berlín. Darlajane B. conserva un video borroso en el que se la ve bailando bajo un foco en lo alto del Muro, vestida con una camiseta y unos pantalones de ciclista de licra, empapada por los chorros de las mangueras de los bomberos.

Durante un año, Darlajane B. hizo un montón de dinero vendiendo trozos del Muro a los cándidos turistas americanos y japoneses («vendimos tanto que podría haberse levantado un muro desde Estocolmo hasta Pekín»), junto con instrumentos de tortura de la Stasi, uniformes militares soviéticos e incluso insignias y armas. Lo dejó después de que alguien le pegara un tiro con un rifle de alta velocidad mientras cruzaba un puente de San Petersburgo, minutos después de dejar una habitación de hotel en la que un par de ucranianos le habían ofrecido dos kilos de plutonio para uso militar.

Con aquella delicadamente afinada empatía hacia el Zeitgeist tan propia de finales del siglo XX, Darlajane B. emigró a Praga poco después de que Checoslovaquia se dividiera en dos. Inauguró la primera lavandería operada por monedas de la ciudad y perdió todos los beneficios obtenidos invirtiendo en una empresa de exportación de cerveza, empezó de nuevo como camarera en un club de folk-rock y ahora es propietaria de parte de una discoteca de ambiente, Zona Zona, situada en las profundidades del laberinto de callejuelas y pasajes de la Starê Mesto.

También produce chips que transforman a las muñecas en hadas.

Durante dos años, Alex vive en las dos habitaciones que hay sobre el ruedo del Zona Zona. Duerme durante el día por necesidad pero no le importa. Se está divirtiendo y comienza a creer que el encantamiento de Milena se ha debilitado. Produce virus sicoactivos para los clientes de las discotecas y prepara hormonas tirotrópicas específicas de muñecas para los liberacionistas, pero tarda en descubrir quiénes son los socios de Darlajane B. O dónde ha aprendido sus habilidades u obtenido las plantillas de los fembots.

—Esas cosas —declara Darlajane B. cuando le pregunta— no necesitas saberlas.

Pero Alex insiste en preguntar. Al cabo de un tiempo, ella le deja saber que tiene contactos con una célula de un grupo musulmán radical a quien se considera responsable de sabotear empresas asociadas con la industria de las muñecas por toda Europa oriental, incluyendo la explosión de una bomba incendiaria en una incubadora de Budapest que mató al supervisor de la planta y a cuatro técnicos, así como a un millar de muñecas recién nacidas y en proceso. Esta asociación provoca en Alex algo más que inquietud. Existen docenas de grupos liberacionistas, desde organizaciones de presión política hasta grupúsculos clandestinos con nombre como Hijas de Morlock o Trasatlántico Blue Star, y eso cuando tienen nombres. Pero los musulmanes no están interesados en liberar muñecas o convertirlas en hadas; por el contrario, ellos desean destruir hasta el último rastro de esos diablos de piel azul.

Darlajane B. no comparte la preocupación de Alex. Dice que está dispuesta a hablar con todo el mundo. La información debería ser libre: no es la información la que destruye, sino la gente que la utiliza. Mientras está despierta, pasa casi la mitad de su vida en la Web, es cierto. Su vocación es casi evangélica en este asunto.

Por fin, Alex logra reunirse con dos miembros del grupo musulmán. Uno de ellos es un estudiante marroquí con un tremendo conocimiento de biología molecular, y el otro un alto y ágil batería que está ya en la cincuentena. Alex se pone hasta las cejas con ellos de un fuerte hachís de las montañas de Túnez, fumado en una sisa sobre aceite de pipermín, y descubre que, cuando era adolescente, el batería tocó con los Rolling Stones y que el abuelo del estudiante trabajaba en el Hotel Minzah de Tánger cuando Brian Jones estuvo allí.

—Conexiones por todas partes —dice Darlajane B.—. Es un mundo muy movido.

Todos se ríen… están tan fumados que todo el mundo parece divertido. Cuando el estudiante dice que algún día limpiarán de pecado todo el lugar, incluyendo el Zona Zona, todos se ríen también.

—Para entonces seré tan vieja que también yo querré que lo destruyan —dice Darlajane B.

—Cuanto mayor eres, más conexiones neuronales tienes —dice el estudiante. Viste un caro traje de una pieza y está exquisitamente acicalado. Es el primer hombre al que Alex conoce que se haga la manicura—. La civilización también es muy vieja. Muchas, muchas conexiones. Tú eres la prueba, Darlajane B., porque conoces a mucha gente.

Darlajane B. le pasa la pipa y dice:

—Conocía a más del doble cuando estaba en Berlín, pero la mitad de ellos eran informadores de la Stasi. Ahora elijo con más cuidado a las personas con las que hablo.

Más tarde, cuando se han marchado, Darlajane B. deja repentinamente de parecer colocada.

—Son unos capullos —le dice a Alex— y su comunidad ignora lo que están haciendo, pero son nuestros capullos. Quieren destruir las incubadoras y hasta la última muñeca viviente, es cierto, pero tienen acceso a materias primas que necesito para la producción de mis chips. Además, me gusta utilizar muñecas a las que todavía no se les ha implantado el chip, y para eso también necesito acceder a las incubadoras. Esas muñecas son las que se convierten con más facilidad en hadas, pues en sus cerebros no se ha instalado todavía ninguna rutina. Las rutinas esclavizan a todo el mundo, pequeño Alex.

—Quieres decir que yo también tengo rutinas.

—Eres del tipo casero, Alex, pero por culpa de lo que quieres nunca puedes vivir mucho tiempo en un lugar. Yo aprendí hace mucho tiempo a pasar de eso. No estoy ligada a tales cosas.

Darlajane B. hace gestos a su alrededor. Su habitación es de techo bajo y carece de ventanas, un bunker con paredes pintadas de negro mate. Césped artificial polvoriento sobre el suelo de cemento. Hay peceras burbujeantes con peces de brillantes colores que desfilan bañados en luz violeta, y una batería de pantallas de televisión que muestran vistas diversas del club mientras otras recorren los más de mil canales disponibles y una más ofrece el cielo nocturno transmitido desde el telescopio de veinte centímetros del tejado.

Darlajane B. está reclinada sobre un nido de cojines, una dama entrada en años vestida de cuero negro con una cresta de escarpias de pelo de cinco centímetros que corre desde la frente hasta la parte trasera de su cráneo desnudo, los ojos pintados con kohl, los huesudos dedos llenos de anillos. Está haciendo un solitario con una baraja de Tarot, dispone las grandes y brillantes cartas con golpes decididos.

Dice:

—Un día abandonaré todo esto y me marcharé. Si los burgueses pueden vivir hasta doscientos años en sus células herméticas, también yo.

—¿Estás diciendo que también yo debería marcharme?

—Has estado aquí dos años. ¿Ya te has olvidado de tu oscura dama?

Alex habló a Darlajane B. sobre Milena y sobre el papel que él desempeñó en la creación de la primera hada poco después de venir a vivir al Zona Zona, aunque nunca ha estado demasiado seguro de si ella le cree o no. Dice:

—Quizá ella venga a buscarme.

—Tú sueñas —Darlajane B. ríe con su risa cascada y ronca. Tuvo cáncer de garganta hace dos años y, aunque los fembots cazadores lo destruyeron por completo, le afectó las cuerdas vocales; ahora se parece a Marianne Faithfull después de media botella de bourbon. Dice—. Sigues siendo un pringado. Tienes que conocer el mundo si pretendes sobrevivir en sus límites.

—No pretendo quedarme aquí para siempre. Compruebo la Web todos los días. Más tarde o más temprano Milena se dejará ver.

—Bah. Igualmente podrías buscar presagios en el estómago de una paloma.

Alex dice, con seriedad, lleno de cariño por aquella vieja malhumorada:

—Enséñame, Darlajane. Muéstrame este mundo. Compártelo conmigo. ¿Cuánto tiempo voy a tener que trabajar con los liberacionistas antes de que confíes lo suficiente en mí como para dejarme conocerlos?

—¿Quién dice que yo trabajo con alguien? Tengo contactos, es cierto. Pero, ¿trabajar con otros? Bah. Además, si quisieras podrías encontrarlos por ti mismo. Están por todas partes. Si todos fueran viejos punkies como yo, sería muy fácil para la Policía de Orden encontrarlos. No, se visten como amas de casa, como estudiantes… —Darlajane B. se ríe—. No lo pillas, ¿verdad? Eres un auténtico chico de tu época. Tan literal, tan lineal, autosuficiente hasta llegar al autismo. Ésta es la enfermedad del Nuevo Milenio. La obsesión con la imagen personal, la obsesión por una tecnología que nos enajena. Serías mucho más feliz con una habitación en una arcología de las afueras de Múnich o París.

—¿Qué hay en mi futuro?

Darlajane B. baraja las cartas restantes y Alex elige una.

Un hombre, ataviado con los coloridos leotardos, el chaleco y la capucha con campanillas de un bufón de corte de la Edad Media, está a punto de saltar por el borde de un acantilado al brillante aire del día. Levanta una rosa hacia el sol y apoya la otra mano en el extremo de un recio bastón que descansa sobre sus hombros. Del otro extremo del bastón cuelga una bolsa de cuero cuya solapa luce el símbolo de los gnósticos, el ojo y la pirámide. Un perro está mordiendo los bordes de las botas sueltas del hombre, pero éste parece no darse cuenta de ello y está concentrado en una mariposa de color amarillo azufre que vuela delante de su rostro. Darlajane B. inclina la carta y las figuras de su laminada superficie parecen moverse. El perro sacude la cabeza adelante y atrás; la mariposa aletea, revelado unos ojos humanos en la cara interior de las alas; el hombre sonríe y empieza a completar el último paso, el comienzo de su caída.

Darlajane B. le dice a Alex que él es la figura, el sabio Loco, el vagabundo que vive en los márgenes de la sociedad, despreciado, tenido por demente, y al mismo tiempo es el genio que atesora la chispa que cambia a esa misma sociedad. Es el impulso puro que no es bueno ni malo, abierto a todas las maravillas del mundo y ajeno a todos sus peligros; pero es también el Bromista, constantemente en busca de diversiones extravagantes sin darse cuenta del caos que su búsqueda provoca, porque está perdido en la diversión del momento.

Alex dice que la descripción se ajusta más a Darlajane B. que a él. No le entusiasma esta reducción del espectro del comportamiento humano a un puñado de arquetipos jungianos, aunque también siente, con una punzada de incomodidad, que hay algo de verdad en lo que ella le dice. Después de todo, él ayudó a Milena a traer al mundo a la primera hada. Él insistió en ello y ahora mira lo que pasa.

Darlajane B. dice que de alguna manera tiene razón y que por eso lo soporta.

—Pero yo estoy llegando al final de mi viaje y tú estás todavía en el comienzo. El significado es muy diferente.

—¿Qué significa para ti?

—Para mí la carta está del revés. Problemas derivados de acciones impulsivas y temerarias que predice. Para ti, sugiere una influencia inesperada que provocará un cambio importante.

Más tarde, cuando todo se haya perdido y vuelva a estar en la calle, Alex pensará que ella se equivoca. Visto con perspectiva todo parece más claro, porque uno sólo recuerda lo importante: el cerebro siempre encuentra patrones que, aunque no respondan a la verdad, son todo lo que resta del pasado.

Quizá recuerda esta conversación a causa de la microscópica intensidad del hachís o quizá porque, dos semanas más tarde, la Policía de Orden irrumpe en el local y lo arresta. Ha estallado una bomba en los dormitorios de muñecas de una refinería química situada al este de la República Checa; la Yihad Islámica se ha atribuido el atentado; Darlajane B. ha desaparecido.

Alex ya ha recorrido esta carretera antes. Ahora sabe por qué Darlajane B. se mostraba tan reticente a contarle nada y también por qué dejó que se encontrara con los dos musulmanes. No sabe casi nada del plan pero puede entregárselos a la Policía de Orden. Después de seis semanas lo sueltan en la frontera con el visado cancelado. Está contento de abandonar la República Checa; con toda seguridad, lo que queda de la Yihad Islámica lo está buscando.

No vuelve a ver a Darlajane B., aunque siete años más tarde está a punto de encontrarse con ella. Irónicamente, su arresto le concede cierto estatus entre los liberacionistas. Pasa cinco años en Francia y España, trasladándose entre grupo y grupo, produciendo nuevos lotes de hormona tirotrópica, aprendiendo cuanto se puede aprender sobre la transformación de las muñecas en hadas. En Barcelona se enamora brevemente de una joven y brillante neuróloga que flirtea con el radicalismo. Alex aprende mucho de ella, pero ella no tarda en impacientarse con él. Quiere cambiar el mundo, pero él está empezando a pensar que ya ha tenido más que suficiente de eso.

En todo ese tiempo, no encuentra una sola pista, un solo rastro, de Milena.

Después de romper con su amante, Alex rompe también con los liberacionistas, aunque es difícil escapar de ellos por completo. Se ha ganado una cierta notoriedad que se transforma en un estatus casi legendario una vez que abandona el contacto regular. Entra a trabajar en un biolaboratorio del mercado gris, pero cuando se encuentra en Albania, realizando pruebas de campo con virus sicotrópicos diseñados para desorientar a las tropas, su chofer se equivoca de dirección. Pasa dos meses como prisionero de guerra en Macedonia, en una pequeña aldea situada en un valle, en lo alto de las montañas.

Verano, las pardas praderas resonantes con el sonido de los insectos, el olor del tomillo que narcotiza los azules y dorados días. Sus carceleros son pastores cuyas familias han vivido aquí durante tres mil años, ancianos enjutos con rostros profundamente arrugados, rápidos en la risa, rápidos en la cólera, tan lentos para olvidar como glaciares. No hay jóvenes en la aldea: han partido a la guerra o están muertos; los niños y las mujeres jóvenes, objetivos de secuestros, violaciones o asesinatos por venganza, se esconden en las montañas y no regresarán hasta que el invierno imponga una tregua.

Alex, atado a una cadena que no le deja alejarse más de cien metros del racimo de destartaladas casas de piedra, tiene tiempo de sobra para pensar en el curso de su vida. Cuando finalmente se paga su rescate, una suma ridículamente exigua, rescinde su contrato con el biolaboratorio y se encamina a Ámsterdam, donde se encuentra con el Dr. Luther, que regenta una galería sexual que ofrece de forma exclusiva muñecas modificadas quirúrgicamente y, de forma absolutamente legal, una incursión en el sexo snuff.

Al principio el Dr. Luther finge no reconocer a Alex, pero resulta que también él ha estado buscando a Milena y sin más éxito. Alex se entera de lo que le ocurrió al último ayudante del Dr. Luther, un zek que cayó bajo el encantamiento de las hadas. Existe una nueva clase de comunidad de hadas, y lo que está haciendo lleva el sello de Milena.

Entonces Alex oye que Darlajane B. ha estado trabajando en un hostal zek situado en la costa, en Scheveningen. Aunque ella se ha marchado cuando él llega allí, se tropieza con el nuevo plan de Milena para cambiar el mundo. El rumor sobre el niño duende que durante unas pocas semanas gobernó a la clientela de un club de virtualidad, La Onda Flotante Permanente, que es casi vecino al hostal zek de Darlajane B.; rumores sobre una nueva clase de fembot que bombardea de amor a las personas hasta sumirlas en un éxtasis permanente.

Alex cree que ha encontrado a Milena por fin, pero apenas logra escapar con vida cuando se presenta ante sus ayudantes feéricos. Y entonces llega hasta sus oídos el rumor sobre algo completamente nuevo que ha aparecido en las afueras de París, un lugar en el que, por primera vez, el País de las Hadas ha emergido a la luz, un lugar que ya no está fuera de los mapas sino que se insinúa en ellos y se insinúa en la Historia.

Una década después de entrar en liquidación por tercera y última vez, el Reino Mágico vuelve de nuevo a la vida.