No es buen negocio
Alex espera largo rato en una desvencijada sala de interrogatorios situada en los intestinos de la Nueva Scotland Yard. La pintura verde habitual, el gran espejo habitual que, como todo el mundo sabe, permite ver desde el otro lado, las baldosas rayadas habituales. Sillas de plástico baratas, una mesa desvencijada de madera con una grabadora y un cenicero lleno hasta rebosar. Incluso el té es exactamente como Alex recuerda, lechoso y templado, y deja un sabor polvoriento en el paladar.
Se fuma dos paquetes de cigarrillos mientras espera. Se siente pegajoso con una ropa que no se ha cambiado desde hace más de un día. Las gruesas rayas de su traje verde empiezan a borrarse. Es intensamente consciente de que a cada minuto que pasa Milena se aleja más y más. Después de un rato, Perse pasa cojeando junto a la puerta con unas muletas y el pie izquierdo envuelto en vendajes blancos. No mira a Alex.
Alex espera más tiempo y por fin aparece Steve Cryer. Coge uno de los cigarrillos de Alex y dice:
—Tienes un día para abandonar el país.
—Tengo que vender mi material.
Cryer fulmina a Alex con una mirada de sus fatigados ojos azules.
—Tu material puede haber sido comprado con beneficios del tráfico de drogas. Vamos a embargarlo mañana a mediodía. Ésa es tu hora límite.
—Menudo negocio —dice Alex.
—¿Te estás quejando?
—Supongo que no.
—Muy listo de tu parte.
—Quizá sea más listo de lo que crees.
Cryer exhala una bocanada de humo azul. Parece cansado y su complexión aniñada y bien definida parece hundida bajo la severa luz del fluorescente. Dice:
—Ser listo… no es buen negocio. Por una cosa: siempre va a haber alguien más listo que tú. Y por otra: te hace despreciar a los demás. Crees que puedes utilizarlos. Bueno, pues ahora eres tú el que ha sido utilizado. Bienvenido al mundo, Alex —apaga el cigarrillo—. Vamos, te sacaré de aquí.
Mientras se dirigen hacia la recepción, pasan junto a una sala en la que media docena de policías, Perse entre ellos, está viendo una gran televisión. Se están riendo de un hombre gordo de mirada asustada vestido con un mono naranja que corre jadeando en la oscuridad detrás de una niña pequeña y una muñeca desnuda de piel azul. La cámara toma una panorámica para mostrar una forma borrosa blanca. La furgoneta Transit. Alex se percata de que todo el asunto debe de haber sido registrado por cámaras de seguridad.
Mira a Cryer, que sonríe y se da unos golpecitos en un lado de la cabeza.
—Siento curiosidad —dice Cryer—. ¿Adónde vas a ir?
Alex le devuelve la sonrisa. Quizá el impulso de marcharse, su repentina inquietud, su deseo de seguir a Milena, obedezcan a una infección que podría curar con un antídoto universal. Pero sabe que no va a hacerlo. Hay un lugar al que debe ir, si es que lo encuentra, si es que existe. Quizá no sea más que una idea, pero en estos tiempos las ideas son tan reales como un constipado corriente. Es una idea cuyo momento ha llegado. Se está abriendo camino a golpes en el mundo.
Dice:
—Voy a buscar el País de las Hadas.