Billy Rock
Un sistema experto, camuflado en el teléfono como una recepcionista exquisitamente maquillada, con un pecho neumático apenas oculto bajo una blusa vaporosa, recoge el mensaje de Alex y promete transmitírselo al señor Rock. Mientras espera que Billy Rock le devuelva la llamada, Alex dedica mucho tiempo a seguir la pista a los últimos cambios acaecidos en su ecosistema de vida-a y pasa más tiempo aún en el foro de la Web que utilizan los fanáticos de la vida-a, hablando con un profesor de Biología de la Universidad de Hawái sobre los vagabundos de margen. Parece que alguien que responde al alias Alfred Russell Wallace tiene un nuevo enfoque para el problema de parásitos que está empujando a los vagabundos de margen hacia la extinción.
Billy Rock sigue sin responder. Posiblemente, a estas horas de la noche esté colgado tan alto como la luna. Que lo jodan, piensa Alex. Ya es lo suficientemente tarde como para salir y ver a su amigo Ray Aziz, que dirige un Club de Entorno Total llamado Nivel Cero, y Alex necesita hacer algún negocio para tratar al menos de compensar el descalabro que acaba de sufrir en King’s Cross.
Llega justo a tiempo para la segunda explosión de la noche, un resplandor vasto y un trueno que hace temblar la tierra y se contrae en el tallo de un hongo que parece alzarse más allá de las enormes pantallas de video y las vigas del techo del club, mientras en medio de toda esta luz los bailarines se agitan como almas condenadas a un ritmo pulsante de tecnoraga. El club no se llama Nivel Cero por casualidad.
Alex habla con Ray en la cabina de mezclas que hay sobre la pista de baile, donde tres tecnojockeys se encargan de que la música, la luz y los efectos sigan saltando. Ray es un madurito E-head de cincuenta años de edad, con un nivel de serotonina tan bajo que nada puede enfurecerlo ya, pero lleva en el negocio de los clubes desde hace muchos años y cuando es necesario sabe gobernar la nave con mano dura. Es también un buen cliente de Alex desde hace mucho tiempo, desde antes de la redada en la que encerraron al Mago y a sus aprendices. Alex fue uno de los primeros piratas genéticos en romper el código de Serenidad, y su propio virus sicoactivo de ADN, conocido como Espectro o Fusión o Luz de Fuego, es popular entre los asiduos a las discotecas porque aumenta el efecto de parpadeo de las televisiones y sistemas holográficos, hace que parezcan estar saturados con significados codificados y revela fantasmas en el resplandor electrónico. A quienes frecuentan los clubes les gusta recibir la máxima información posible, junto con la sensación de que han sido transportados a otra dimensión, y el Espectro les ayuda con ambas cosas. Si Alex pudiera haber patentado el Espectro, habría hecho una fortuna, pero, por supuesto, el hecho de ser un pirata genético impide tal cosa. Y gracias a Perse o Billy Rock, sus esperanzas de dar el salto al mercado internacional con una nueva versión del Espectro antes de que los virus sicoactivos sean declarados ilegales en el Reino Unido acaba de irse por el retrete.
El negocio con Ray tarda un buen rato en completarse. Hay detalles que deben satisfacerse, formalismos tan elaborados como los de una ceremonia japonesa del té que han de ser observados. Es demasiado tarde hasta para pensar en dormir cuando Alex regresa por fin a su taller y encuentra un mensaje del sistema experto de Billy, en el que se le dice que una limusina pasará recogerlo a las diez de la mañana. Aparentemente, Billy Rock estaba esperando que Alex se pusiera en contacto con él. Quería verlo.
Alimentado con anfetaminas y paranoia, Alex llama a Alice, su habitual entre la cadena de putas a tiempo parcial de Ma Nakome, la soñolienta y rolliza Alice que lo libera con destreza y sabiduría de sus tensiones y se queda para desayunar. Le gusta Alice: su relación es estrictamente comercial, pero ambos fingen también la existencia de una íntima y bonita familiaridad.
Mientras aguarda a que llegue la limusina, Alex coge un ciclo de las Noticias Matinales de la BBC y recorre alternativamente tres de los mayores canales de noticias por cable del área metropolitana, pero en ninguno de ellos se menciona el arresto de un diplomático en King’s Cross. Y no es que esté esperando alguna noticia. En lugar de llevar el alijo de HiperEspectro a París, a estas alturas el muchacho, un desgraciado peón de la campaña para hostigar a Alex Sharkey, estará embarcado en un estratocrucero en dirección a Yakarta.
Alex está demasiado inquieto para permanecer inmóvil. Ahora preferiría no haber llamado nunca a Billy Rock, pero es demasiado tarde para deshacer esa llamada. Sale a la cálida y brillante luz del sol y conversa con el viejo Frank, que está sentado ya en su lugar de costumbre, en el exterior de su tienda de muebles, hasta que llega la limusina.
El enviado de Billy Rock es un muchacho negro de diecisiete años con el pelo cortado a navaja, una camiseta Joseph de color blanco y unos abultados vaqueros azules con franjas transparentes en los muslos, unas enormes y relucientes Nike y una pésima actitud. Alex ya se ha visto un par de veces con el chico: se hace llamar Doggy Dog por cierto rapero muerto. Es un cabroncete enjuto y fuerte que se sienta sobre la tapicería azul óxido como si la limusina fuera suya; sus Nike ni siquiera le llegan a la bonita alfombrilla azul. Tiene varios trazadores luminosos en las suelas, pequeños puntitos rojos que se persiguen entre sí dando vueltas y vueltas. El muchacho se da cuenta de que Alex los está mirando y sonríe: tiene una astilla de diamante engarzada en uno de los dientes delanteros.
La limusina se pone en marcha. Alex saca un cigarrillo y lo enciende sin pedir permiso.
—Eso te provocará cáncer —dice el muchacho, que obsequia a Alex con una desdeñosa mirada de gorila que expresa: te veo, eres un tío gordo y calvo con un guardapolvo de tela vaquera azul sobre un suéter púrpura arrugado con los dos codos deshilachados y unas botas de albañil rayadas de color naranja.
Alex exhala una bocanada de humo y le devuelve la mirada al muchacho.
—Quizá te lo provoque yo a ti primero.
—Ni de coña, macho. Ya he tomado mis dosis.
—¿Billy Rock les paga un seguro médico a sus camellos?
—Y una mierda camello. Hace dos meses que me he librado de eso. Lo lamentarás como no me muestres más respeto.
La limusina vira para entrar en la carretera de East India. Alex se recuesta sobre la tapicería de felpa y fuma su cigarrillo y observa cómo refleja la luz el puñado de rascacielos de los Docklands. Los cristales tintados de la limusina lo tiñen todo de azul. Alex no ha dormido esta noche. Sigue en pie a base de café y anfetaminas y siente un extraño e intenso nerviosismo. Casi se siente tentado de preguntarle a Doggy Dog cómo le da Billy Rock —si por la boca o por el culo, y sí es ésa la razón de que lo llamen Doggy Dog[1]—, pero si el muchacho se sienta hundido de aquella manera es sólo porque lleva una pistola bajo la pretina de los vaqueros.
La limusina acelera al pasar por el Túnel Rotherhithe, vira después de dejar atrás la Iglesia Noruega y desemboca en una pequeña carretera estrecha que discurre entre almacenes de gran tamaño en algún lugar situado cerca de Canada Dock. Conduce alrededor de dos de los lados de un gran socavón lleno de barro en el que trabajan pequeñas excavadoras eléctricas de color amarillo, y se reúnen entre las sombras de un almacén semiderruido.
El muchacho, Doggy Dog, espera a que el conductor salga y le abra la puerta. Alex tiene que apresurarse para seguirlo al húmedo calor de la calle. El conductor, un hombre grande e impasible que viste una camiseta cortada para mostrar las espuelas de carbono que le han implantado en los musculosos antebrazos, vuelve a entrar en la limusina y se marcha, mientras Doggy Dog conduce a Alex hasta el almacén. Alex tiene la desagradable sensación de que lo están llevando al matadero y puede que Doggy Dog sea consciente de ello, porque lo sujeta del brazo justo por encima del codo, como si quisiera impedir que huyera.
En el interior del almacén hay un gran espacio vacío. Al otro extremo, bajo el brillo concentrado que derraman varias lámparas curvas montadas sobre cadalsos, hay un ruedo cercado con tablones de madera y rodeado por gradas de bancos. Billy Rock se sienta al borde del ruedo, con las botas apoyadas sobre la empalizada de madera.
Billy Rock… tiene más o menos veinticinco, es pequeño y fibroso, no mucho mayor que Doggy Dog. Lleva un traje de lino crudo, un sombrero panamá que le cubre parte del rostro y un bastón de mimbre apoyado entre las rodillas. Guantes blancos, botas de piel de avestruz de tacón cubano. La chaqueta le cuelga de los hombros como una capa y parece que se inclina mientras observa fijamente el ruedo. Su rostro petulante de piel suave está escondido entre las sombras. Alex sospecha que los altos pómulos de Billy son el resultado de la cirugía plástica pero, por supuesto, nadie se atrevería a preguntárselo.
Alex se inclina sobre la empalizada y mira hacia abajo y la cosa que hay en el interior del agujero gruñe, salta y retrocede cuando se tensa la cadena que la sujeta.
Alex se aparta dando un respingo y Doggy Dog se ríe, una especie de risilla que es casi un bufido.
El suelo del ruedo está lleno de serrín. En el centro, una estaca de hierro sujeta una cadena. La cosa que hay en el extremo de la cadena ha dejado profundas huellas en el serrín, que llegan hasta la arena gris que hay debajo. Ahora se pone en pie de un salto, muy rápida, muy ágil. Es una muñeca de piel azul, profundamente modificada por mutación somática selectiva o cirugía. Probablemente ambas, piensa Alex. Está desnuda… y es hembra, aunque sus ubres son poco más que pezones alargados. Las grandes y poderosas mandíbulas son como algo hallado en el tronco de un viejo árbol derribado por un rayo e infectado de hongos y putrefacción, capas de nudosa materia hipertrofiada y cancerosa. La muñeca posee una cresta de músculos en lo alto del cráneo para poder mover esas grandes mandíbulas, una nariz achatada cuyas fosas nasales son sendas hendiduras y pequeños ojos de gato bajo una frente escarpada.
Billy Rock está observando a Alex. Sus ojos en forma de almendra apenas resultan visibles bajo las sombras. Dice:
—¿Te gusta? ¿Qué tal un par de asaltos con ella?
Con ambas piernas extendidas, la muñeca patea el suelo y tira de la cadena, que está unida a una argolla de hierro alrededor de su tobillo izquierdo. Las uñas de los dedos de sus pies y sus manos son gruesas, de color amarillo, y están cruelmente afiladas. Tiene una gola de púas de carbono alrededor del cuello y una especie de crin de púas se agita y trepida por toda su espalda mientras rasga el aire con una garra y sisea. De sus afilados dientes gotea una saliva espesa.
Alex repara en las manchas de sangre que han oscurecido la madera de la empalizada que rodea el ruedo. Saca un cigarrillo con manos temblorosas y dice:
—¿Qué es? ¿La novia de tu camello?
Doggy Dog frunce el ceño.
—No me vaciles, gordo.
Billy Rock suelta una carcajada.
—Si alguien tratara de follársela, le sacaría los intestinos en menos de un minuto. Té arrancaría el hígado y los pulmones y se los comería delante mismo de tus ojos mientras tú sigues preguntándote qué había ocurrido. No sabe cuándo parar. Eso es lo que la hace tan buena. Ha tenido tres combates y ha vencido en los tres en menos de dos minutos. Tres más y la retiro para criar.
Eso sorprende a Alex más que la visión de la cosa. Tose humo y dice:
—¿Puede engendrar?
—Aún no —dice Billy Rock—. Pero hay maneras de lograrlo. Puede que si te ato con ella puedas ayudarla, ¿eh? Ahora siéntate. Estás pálido.
Ofrece a Alex una sonrisa desagradable. Billy Rock es así: malvado y estúpido a la vez. Es el menor de cinco hermanos, pero tres de ellos fueron asesinados en la vendetta que le proporcionó a su familia el control de esta parte del Sur de Londres después de que llegaran desde Hong Kong. El cuarto sobrevivió a un disparo en la cabeza y perdió la mayor parte de la masa encefálica, pero pasa todo el tiempo en una habitación del sótano de la casa familiar, cazando enemigos imaginarios y aullando como un perro. Lo cual, dado que su padre murió de Creutzfeldt-Jakob, significa que Billy Rock es de facto el cabeza de familia.
Los tíos de Billy se ocupan de la mayoría de los negocios cotidianos de la familia y a él le queda poco que hacer, salvo entregarse a la última droga de su elección. Crack, principalmente, al que le debe su nombre callejero; a eso y a su afición por el speed metal. La última vez que Alex tuvo que hablar con Billy Rock puede que fuera la peor media hora de su vida. Billy estaba tendido sobre el asiento trasero de su limusina, fumando pipas de crack y trazando dibujos a arañazos sobre su flaco pecho desnudo con una navaja, mientras el equipo de sonido vomitaba el rock chiflado de Bad Brains a tal volumen que el coche se balanceaba sobre la suspensión.
Pero en este momento Billy Rock parece limpio, casi animado. Pasa casi quince minutos hablando sobre muñecas luchadoras, que es el último plan de su familia según parece, o al menos parte de él. Billy Rock lleva un año organizado peleas de muñecas y se lleva un porcentaje de las apuestas, pero ahora está construyendo un gran escenario en el que los jugadores pueden cazar muñecas no modificadas y matarlas de verdad. Le dice a Alex que quiere llamarlo Mortal Kombat a causa de un viejo juego de ordenador al que estaba enganchado cuando era niño, aunque sólo sería mortal para las muñecas. Ellas sólo estarían armadas con armas láser de marcado mientras que los jugadores utilizarían armas de verdad.
—Mortal Kombat sería un nombre cojonudo, pero mis putos tíos quieren ponerle otro por no sé qué película antigua.
—Los Campos de la Muerte —interviene Doggy Dog.
—Lo que sea. Un chocho de nombre. Aunque quizá podríamos organizar un rollo de gladiadores. Muñecas luchadoras contra tíos armados con espadas y redes, mierda de ésa. Algo más deportivo. ¿Tú cómo lo ves?
Alex enciende otro cigarrillo. Piensa que alguien ha estado comiéndole la oreja a Billy. A él nunca se le hubiera ocurrido aquello por sí solo. El muchacho, Doggy Dog está observando a Billy como lo haría un profesor con un alumno al que acaba de desafiar a recitar de memoria la tabla de multiplicar del diez. Alex piensa que tendrá que tener cuidado con Doggy Dog.
Allí abajo, en el ruedo, uno de los cuidadores está propinando fuertes golpes a la muñeca con un alargado poste de bambú. El cuidador lleva un traje muy acolchado, guantes de malla metálica y una especie de casco para impactos con una rejilla de barras delante del rostro. Después de un minuto de este aguijoneo, la muñeca le arranca de un brusco tirón el poste al hombre de las manos y empieza a masticar su extremo: bambú de tres centímetros de grosos se hace pedazos con un sonido que es como la detonación de una escopeta. La muñeca arroja el poste lejos de sí, escupe astillas y mira al cuidador con malevolencia muda y triunfante.
Alex dice:
—Creo que ganarían las muñecas.
A Billy Rock le gusta la respuesta.
—Por supuesto que sí —dice, muy serio—. La cosa es, ¿cuántas podría alguien matar antes de que lo cogieran? Algo así atraería sin duda un poco de atención, ¿no te parece?
—Si logras encontrar a gente lo suficientemente estúpida como para luchar contra esas cosas.
—Eso no es problema —dice Billy Rock.
Doggy Dog dice:
—Eh, jefe, cuéntale lo del negocio, ¿vale? Hay algo que tienes que ver ahí fuera, en la obra.
—Oye —dice Billy Rock mientras se vuelve y observa a Doggy Dog con sus gafas de sol—. ¿Quién manda aquí, mmm?
—Es el hormigón que van a echar…
—A la mierda el hormigón. ¿Veis estas botas?
Alex y Doggy Dog se vuelven hacia las botas, apoyadas contra la empalizada.
—Cuestan mil libras —le dice Billy Rock a Alex—, y este mierdecilla pretende que salga y camine por el puto barro para mirar en el interior de un agujero lleno de cemento fresco. Éstas son botas de piel de avestruz genuina. Ya no pueden hacerse. ¿Crees que me las pongo para andar por toda esa mierda? Si quisiera hacer eso, Dog, me habría vestido como tú.
Doggy Dog responde con aire petulante:
—Oh, tío, te están timando y ya te dije que pasaría cuando aceptaste la oferta más barata. ¿Cómo crees que van a sacarle tajada a la mierda que les pagas si no arañan un poco de aquí y otro poco de allá? Que es justo lo que están haciendo, sacarte los cuartos y, en general, faltarte al respeto. Tienes que hacer algo.
Billy Rock dice al muchacho:
—Tú diles que o lo hacen bien o acabarán formando parte de los cimientos —le dice a Alex—. Detalles… para eso pago a la gente. Mira, todos decían que no podría dirigir un negocio, pero éste es el último grito de la industria del entretenimiento, créeme. Hay familias enteras ahí fuera deseando comprar palomitas y camisetas y gorras y toda esa mierda. Quizá debería montar una franquicia. ¿Qué te parece? ¿Quieres meterte en el negocio?
—Ojalá pudiera —dijo Alex. Ahora se siente un poco mejor. Billy Rock quiere que haga algo para ayudarlo en ese asunto. Puede vivir con eso. Dice—. ¿De verdad crees que puedes conseguir que las muñecas se reproduzcan?
Doggy Dog dice:
—Eso iría contra la ley.
—Muy cierto —dice Billy Rock—, pero eso no significa que no pueda hacerse. Es un asunto diferente, no sé si me entendéis, de lo de los Campos de la Muerte. Mi propio negocio privado, del que mis tíos no tienen por qué saber nada.
Doggy Dog se explica:
—Esto sería algo para los tíos que quieran criar su propia raza, como los caballos de carreras. La cría es un arte, ¿comprendes?, y la gente paga mucho más por el arte que por la tecnología. Las muñecas que venden los jodidos coreanos son masculinas, con esterilidad garantizada. Pero todas tienen lo que hace falta, sólo que no está desarrollado. Alguien lo tiene que poner en marcha.
Alex ha estado preguntándose de dónde van a sacar una muñeca femenina, pero ésa no es la clase de pregunta que uno formula en circunstancias como éstas. Dice:
—¿Y queréis que descubra una forma de conseguirlo? Eso valdría un montón de dinero.
—¿Quieres que hablemos de dinero? —dice Billy Rock con aire perezoso—. Podemos empezar por hablar de lo que me debes. He oído que ayer la jodiste en un negocio. A lo mejor no puedes pagar la cuota de este mes. Tío, si yo estuviera en tu lugar agradecería que me ofrecieran una oportunidad como ésta.
De modo que Billy Rock sí tuvo algo que ver con el fracaso del negocio. Y Alex está seguro de que, de alguna manera, Perse encontró el modo de lograr que Billy Rock se enterara. Puede que Doggy Dog esté haciendo tratos con él a espaldas de Billy Rock.
Alex pregunta:
—¿Si hago esto por ti cancelarás la deuda que tengo con tu familia?
Está pensando en los tíos de Billy Rock, esos hombres sobrios, dignos, con apariencia de abogados o banqueros, inmaculados en sus trajes a rayas rosas de la calle Jermyn. No aprueban que Billy Rock ande trapicheando en las calles. Es malo para la reputación de la familia. Claro que, si la cosa sale mal, no será Billy Rock el perjudicado.
Billy Rock ataja la cuestión con un gesto. No es más que otro detalle. Dice:
—Ven a la fiesta que voy a dar. Vamos a sacar el asunto de los Campos de la Muerte a bolsa dentro de pocos días.
Alex deja caer la colilla de su cigarrillo y la aplasta con el tacón de sus botas de albañil. Dice cuidadosamente:
—Me encantaría acompañarte. Por supuesto que sí.
Doggy Dog dice:
—Tienes que resolver un problema de síntesis de hormonas. Mira, podemos conseguir muñecas femeninas, pero serán tan estériles como las masculinas. Tu trabajo consiste en fabricar la mierda que las ponga cachondas. Entiéndeme, se lo pediríamos a una compañía de biotecnología de verdad, pero ellos se lo contarían inmediatamente a los cabrones coreanos que hacen las muñecas.
Alex dice:
—Hará falta mucho más que darles las hormonas adecuadas.
Doggy Dog responde:
—Tú no te preocupes por eso. Limítate a crear la hormona.
—Una cosa —dice Alex—. Lo que le habéis hecho a la cosa de ahí abajo para convertirla en una muñeca luchadora es todo somático. Estos cambios no se heredarán.
Doggy Dog parece divertido y dice:
—Hay formas de realizar los cambios en el nivel de la blástula, antes de la separación entre el tejido somático y… ¿cómo lo llamáis?
—Tejido generativo —Alex se pregunta cómo es que este pequeño gánster sabe todo eso.
—Sí, como se llame. Así los cambios sí que se transmiten.
—Es ilegal realizar cambios genéticos en el tejido generativo —dice Alex—. Incluso en este país. Y quiero decir realmente ilegal.
Doggy Dog suelta una carcajada al oír esto. Se ríe con tanta fuerza que le cuesta permanecer erguido. Finalmente logra calmarse lo suficiente como para decir:
—Tío, que esa sea la menor de tus preocupaciones.
—No tienes que preocuparte por nada —dice Billy Rock—, siempre que hagas bien lo que te pido.