Dwight Connors todavía llevaba huellas de barro en sus pantalones vaqueros y en la manga de su chaqueta cuando lo llamaron al cuarto de entrevistas. Camino del cuarto de baño, se había encontrado con Fay junto al teléfono del vestíbulo. Todavía pálida y con los ojos enrojecidos por el llanto, sostenía el receptor como si una corriente eléctrica lo hubiera soldado a su mano.
—Es necesario decírselo a Gina —dijo—, y yo no puedo.
Él le arrebató suavemente el teléfono.
—Probablemente necesitarás permiso de la policía. La prensa todavía no ha sido informada.
—Maldita sea, ella era su primera esposa… y es la madre de sus hijas gemelas… Tiene derecho a saberlo.
—Lo sabrá después. No eres tú quien ha de asumir esta caiga.
En un mundo ideal, pensó, mientras se acomodaba en la silla ante los dos policías, no cabrían traumas. Él y Fay llevarían unas vidas tranquilas e inactivas, sin contacto con la sociedad. Se sentarían en jardines de dulces olores y se bañarían en mares no contaminados. Tendrían hijos, fuertes de cuerpo y de intelecto, y los elementos destructivos, muertos como Marcus, serían enterrados profundamente en el barro.
Claxby fue el primero en hablar.
—Dígame lo que sepa acerca de Grant.
Dwight había entrado en aquel cuarto con el firme propósito de alzar barreras verbales protectoras alrededor de Fay: cuanto menos saliera ella a relucir en la conversación, tanto mejor. Una disertación sobre la obra de Grant era una barrera tan apta como cualquier otra, especialmente teniendo en cuenta que había decidido eliminar unos cuantos mitos.
—Su mejor descripción sería, probablemente, la de un supremo anunciador de sí mismo —explicó al superintendente—. Y al decir esto no denigro su talento como escritor. Sus primeros libros tuvieron un gran éxito. Últimamente, en cambio, las cosas no le marchaban muy bien. Aunque estos seminarios le ofrecían la oportunidad de mostrarse como el arquetipo del autor de best seller, generoso con sus consejos y sus mecenazgos, la realidad era bastante diferente. Sus ventas descendían y esto le preocupaba. No necesitaba el dinero, pero a fe mía que su personalidad necesitaba el éxito.
Comprendiendo que su tono era demasiado crítico —cosa imprudente dadas las circunstancias— trató de suavizarlo.
—La mayoría de los escritores atraviesan momentos de dificultad y afrontan el problema de diferentes maneras. Grant empezó a explorar el terreno para un nuevo género. Yo le sugerí un libro policíaco cuyo argumento se desarrollara en el siglo próximo, parecía algo suficientemente inofensivo y había un buen campo para la inventiva. No tenía idea de que Grant fuera a manejar este asunto como lo hizo. Su juicio quedaba oscurecido por su necesidad de éxito y el libro es destructivo a varios niveles… incluido el personal.
—Tiene usted una opinión muy dura al respecto —observó Claxby.
—Estoy pensando en Lloyd Cooper. Aquella descripción, intencionada o no, no debió aparecer. Y aparte de esto, toda la ética del libro me preocupa. Mis opiniones son hasta cierto punto subjetivas… relacionadas con mis propias experiencias personales, y cabe que ustedes no estén de acuerdo con ellas.
Aunque Claxby pensó que esto podía ser una maniobra diversiva, dejó que continuara.
—Prosiga.
Dwight se dirigió a Maybridge, al que creía más capaz de comprenderle.
—El año pasado, el día en que cumplí cincuenta y dos años —le dijo—, nació mi primera nieta. La hija de mi hija. Me quedé viudo hace doce años y mi hija y yo siempre nos hemos querido sinceramente. Me encantó asistir a la ceremonia del bautizo. El cura roció con agua bendita la cabeza del bebé, le impuso el nombre de Michelle, y después volvimos a la casa y celebramos una fiesta. Bebimos a la salud de la pequeña. Bebimos por su futuro. Y después salimos todos al jardín para admirar una cosa nueva y flamante, al otro lado del huerto: una monstruosidad subterránea, un refugio para protegerse de los efectos de una explosión nuclear.
Miró con mayor intensidad a Maybridge, para ver si éste le seguía, y decidió que sí, al menos para continuar.
—No es éste el futuro que yo deseo para mi nieta. Eso es el mundo de la ficción de Grant, el medio a través del cual intentaba reconstruir su reputación. Diles a la gente, con voz suficientemente alta, que el holocausto es inevitable —que tal cosa o tal otra sucederán— y que cabe sobrevivir a él, y te creerán. Incluso llegará a gustarles lo que les digas. Incluso pagarán para saberlo.
—Hablemos de usted —le interrumpió Claxby, molesto al verse ignorado—. Supongo que Grant le pagaba un salario generoso…
Dwight se volvió hacia él.
—Sí, lo hacía. —Hablaba dirigiéndose a los dos—. Al principio sus libros eran inofensivos y entretenidos. Era divertido tratar de venderlos en el extranjero y a mí me gustaba esta variedad. Sin embargo, mi conciencia me hubiera obligado a dimitir cuando me pidió que regurgitara y distorsionara mis conocimientos científicos para su libro El factor Helio.
—El Zorphon G de Grant es un terrible invento —dijo Maybridge—. ¿Es posible químicamente?
—Mi Zorphon G —le corrigió Dwight—, y… no, no lo es… al menos todavía no. No significa nada. Hice un refrito con las fórmulas químicas… los criptogramas…y todo lo demás… Las cosas que él no podía tratar y a las que yo di un aspecto convincente.
—¿Dependía de usted para sus datos científicos? —preguntó Claxby—. ¿Cuál es su especialidad?
—Datos pseudocientíficos —corrigió Dwight, y prosiguió—: Soy científico de carrera. Obtuve mi licenciatura en la Universidad de Columbia y después me especialicé en microbiología. Creía que mis investigaciones servirían para el bien común. No era así.
Con un gesto brusco, Claxby abandonó su silla y se dirigió hacia la ventana. Se mostraba abiertamente incrédulo.
—¿Nos está diciendo que abandonó una carrera científica para trabajar como negro para un escritor de historias de suspense?
—Lo dejé por motivos de conciencia —explicó pacientemente Dwight—. Empecé a trabajar como negro, ya que usted lo dice, porque el mundo de los libros me atraía. Era diferente en un sentido saludable y, lo cual tal vez fuese más importante, me brindaba libertad.
Claxby le miró, pensativo, durante unos momentos antes de volver a su silla y sentarse de nuevo.
—Su conciencia me fascina —dijo por fin—, pero todavía me interesan más los hechos. Abandonó su trabajo científico —así nos lo cuenta usted— porque desaprobaba lo que le pedían que hiciera. Es de suponer que pudo haberse trasladado a un departamento distinto, emprender una labor científica de distinta índole. Sin embargo, no lo hizo. Rompió con todo. Echó por la borda su carrera. Prescindió de la seguridad de su posición. Y después aceptó este empleo con Grant. Finalmente, también se sintió incómodo en él, cuando Grant cambió de dirección. Sin embargo, siguió con este empleo. ¿Por qué? ¿Tal vez encontró alguna compensación? ¿Un motivo atractivo y poderoso para quedarse aquí?
Dwight, consciente de la alusión a Fay, hizo un esfuerzo para mantener la calma.
—El tipo de ficción bárbara de Grant está aquí para quedarse. Al parecer, el mundo postnuclear exige obras de tipo catastrófico. Con el tiempo, yo tal vez le hubiera persuadido para que modificara sus excesos. Si yo me hubiera marchado, él habría contratado a cualquier otro para que le ayudara en la parte científica. Ésos son los argumentos que utilizamos cuando ya empezamos a ser demasiado viejos para los grandes gestos… Ya no soy un joven.
Pero la imagen de un Connors de edad provecta no les causó ninguna impresión a los dos policías, pues, después de todo, él era lo bastante joven y viril para atraer a una viuda de buen ver.
Claxby volvió a tomar el timón.
—Grant ha muerto y su producción literaria muere con él. Se ha quedado usted sin empleo. ¿Cuáles son sus planes?
Dwight ignoró la pregunta.
—Tal vez la carrera de Solar haya llegado a un fin prematuro pero, como he dicho, todavía queda mucho terreno para recorrer en ese tipo de ficción. Scott Wilson, uno de los jóvenes escritores noveles, es un nuevo recluta en el género… suponiendo que pueda escribir, claro está. Ayer por la tarde, después de la presentación, habló conmigo en el bar. Al parecer, uno de los otros escritores jóvenes, desde luego, no Grant, le había hablado de mi tarea de apoyo. Al parecer, él ha escrito una serie de tonterías sobre clones (ingeniería genética e inmunidad a la guerra química) y otras cosas por el estilo. Deseaba hablar en general. Saber si había alguna posibilidad de que un material de los llamados sensitivos encontrara su camino hacia la prensa…
Claxby, sospechando que se le estaba desviando por otro camino que alejaba de lady Grant, hizo la pregunta obligada con evidente impaciencia:
—¿Y la hay?
—Si me encuentra colgado de una viga… o eliminado en circunstancias misteriosas —replicó Dwight secamente—, saque entonces sus propias conclusiones.
Claxby ya había oído demasiadas divagaciones.
—Dejando aparte los motivos absurdos y poco convincentes del mundo de la ciencia ficción… ¿Qué supone usted que le ocurrió a Grant?
Dwight se encogió de hombros.
—No lo sé. Evidentemente, quien escribió aquella nota le odiaba a muerte. —Sonrió a Maybridge con auténtico afecto—. Es probable que su conferencia fuera demasiado contundente. Un libro es como el cerebro de un niño. Puede ser el de un cretino. Puede ser el de un subnormal. Sin embargo, no hay un solo padre que no lo quiera.
—¿No diría usted que hubo una reacción macabra… e innecesariamente violenta?
La voz de Maybridge fue cortante, al tratar de reprimir su irritación.
Claxby volvió a orientar la conversación hacia lady Grant.
—Si la viuda de Grant hereda, será una mujer muy rica.
Dwight asintió.
—Pero él tenía una primera esposa, de la que se divorció: Gina, con dos hijas gemelas de unos catorce años. También ella tendrá derecho a heredar.
—¿Las hijas son de su primera esposa?
—Sí. Él las estaba educando, desde luego, y concediendo a su madre una amplia pensión, pagaba bajo la condición de que no volviera a casarse mientras viviera Grant. Según las cláusulas del testamento, ella recibe también una suma muy notable en caso de fallecimiento de él.
—¿Cómo llegó a confiarle él todo esto? —preguntó Claxby, que parecía sorprendido.
—Me pidió que firmara como testigo el testamento.
—Por tanto, ¿usted también sabe cuánto heredará lady Grant?
Dwight contestó secamente:
—No, desde luego que no. No leí el testamento. Y la palabra «confiar» no se aplica en este caso. Él hablaba abiertamente de sus intenciones. Era lógico que se ocupara de Gina y de las niñas… y se asegurase de que, en caso de morir él, quedaran en buena posición. Gina no es mujer de carrera, y técnicamente fue la parte inocente en el divorcio. Él no quiso soslayar su responsabilidad. De esto estoy seguro.
—Pero, desde luego, la mayor parte de su propiedad irá a manos de su esposa actual, lady Grant, ¿no es así?
Dwight no contestó.
—¿Se quedará usted con ella algún tiempo? ¿Le ofrecerá su apoyo emocional?
La pregunta fue formulada con suavidad, pero estaba cargada de implicaciones.
—Ella es una mujer independiente, perfectamente capaz de andar sin que la ayuden.
A no ser que tú camines con ella y te acuestes con ella, tuvo ganas de decir Claxby. Había esperado provocar a Connors para inducirlo a una defensa de sus relaciones con Fay, pero era demasiado cauteloso para aprovechar en el acto este comentario.
—Lo que deseo ahora de usted —pidió en cambio— es una declaración concisa sobre lo que hizo la noche pasada.
Señaló hacia Radwell, que, no sin cierta confusión, estaba sentado detrás del escritorio tratando de separar las informaciones esenciales de las irrelevantes.
—El agente lo anotará todo al pie de la letra.
Intensamente aliviado, Dwight obedeció. Se había acostado poco antes de la medianoche. Antes de hacerlo, había apagado la estufa de gas. Por la mañana, la encontró encendida, por lo que supuso que alguien había bajado durante la noche. Se había quedado dormido casi en seguida y no se despertó hasta que Ulysses empezó a chillar. Su habitación estaba al otro lado de la esquina con respecto a la de Grant, demasiado lejos una de otra para que pudiera oír algo. No supo que Grant había sido encontrado muerto hasta que el doctor Crofton entró en su habitación para decírselo.
—¿Le describió la mutilación? —preguntó Claxby.
—Fui a la habitación de Grant con Crofton y lo vi todo. Fue después de que el inspector jefe Maybridge informara a lady Grant.
—¿Usted y el doctor estuvieron solos en el cuarto, con el cadáver de Grant?
—Solos junto a la puerta durante un par de minutos.
Por breves momentos Claxby exhibió su enojo con Maybridge, pero no dijo nada. Maybridge sabía que lo tenía merecido. Su preocupación por Fay había sido muy poco profesional, por no decir otra cosa. Era imposible cerrar con llave la puerta de Grant, pero él debió quedarse allí hasta que la sellaran.
—No entramos —dijo Connors—. No tocamos nada. Las pistas para ustedes debían quedar impolutas, inmaculadas.
Después preguntó a Claxby si tenía que firmar la declaración.
—Todavía no. Más tarde, se harán las declaraciones oficiales en la comisaría. Sabremos algo más cuando haya sido analizada la escritura.
Dwight se levantó.
—Algunos de los autores tienen empleos a los que han de acudir mañana. Me están acosando a preguntas acerca del tiempo que deberán pasar aquí.
—Entonces tendrán que seguir acosándole durante algún tiempo. Todavía no puedo decirle nada definitivo —le desengañó Claxby—. Está bien, señor Connors, muchas gracias. Esto es todo por el momento.
Y esperó con impaciencia a que se marchara antes de volverse hacia Maybridge.
—Comprendo que se encuentra usted bajo una tensión considerable. Pero aun así…
Maybridge reconoció su negligencia y se excusó por ella.
—Por desgracia, la puerta tenía pestillo, pero no cerradura.
Claxby no insistió en ese tema: si alguien le hubiera escrito a él una nota como aquella y la hubiera pegado con cinta adhesiva sobre un cadáver, también él habría ido de un lado a otro, presa de la ira y la confusión.
Cambiando, pues, de tema, preguntó a Maybridge qué opinaba de Connors, dejando aparte el genio de éste para la prevaricación.
Maybridge recordó que había mencionado los criptogramas.
—A un microbiólogo no se le enseña criptología.
—Un cerebro científico puede inventar cualquier cosa. ¿Qué más?
—Parece ser que Scott Wilson habló de su manuscrito con gran entusiasmo… y me pregunto por qué no fue a su casa a buscarlo.
Maybridge había comprobado la dirección de Wilson: vivía en un apartamento amueblado, en una casa destinada principalmente a estudiantes y que se encontraba a menos de diez minutos en coche.
No obstante, Claxby tampoco juzgó que este detalle fuera relevante. Probablemente, era mucho más fácil hablar de un libro que presentarlo. Cabía que Wilson lo hubiera dejado en su casa deliberadamente, tal vez por no haberlo acabado… o por no ser tan bueno como él esperaba. Además, se lo estaba pasando muy bien con Bonny Harper. ¿Por qué molestarse con novelas, cuando una joven de moral liviana y piernas bien torneadas se acostaba con él?
—En mi opinión —dijo—, una de las soluciones más simples resultará ser la verdadera. Grant pudo haber muerto por causas naturales. Pronto lo sabremos. El problema más difícil es el de la mutilación.
Sugirió que después de haber comido seguiría con los interrogatorios, mientras Maybridge iba a la jefatura para averiguar qué progresos se conseguían con el análisis de la escritura.
—Después de todo —indicó—, la nota iba dirigida a usted. Es justo que personalmente se ocupe de su correspondencia.