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—¿TE APETECE beber algo?

Sorprendido, Søren observó al joven con el que compartía mesa. La idea de quedar en el Café Offside había partido del propio Khalid. Se trataba de un pequeño sports lounge apestado de nicotina que estaba pegado a la estación de Nørrebrø, al parecer una de las pocas reservas para fumadores que quedaban en Copenhague. Allí Khalid Hosseini se sentía tan a sus anchas que hasta invitaba. Søren decidió ignorar su pequeña provocación y aceptar.

—Sí, gracias. Agua mineral.

Khalid, que se había sentado en la otra punta del sofá, se puso en pie con agilidad, sorteó velozmente a los clientes de la barra, dejó un billete y regresó al cabo de unos instantes con una botella de agua. Volvió a sentarse en su sitio y se quedó mirando a Søren con una sonrisa en los labios y las cejas levantadas. Un auténtico angelito, pensó el subcomisario; empezaba a preguntarse si no habría sido un error no presentarse sin más en casa del joven para, por decirlo de algún modo, pillarlo con el culo al aire. Con un padre gruñendo al otro lado del sofá, ese tipo de chicos no solían ser ni la mitad de bravucones. Por otro lado, la familia también podía ser un elemento de lo más perturbador, y Khalid tenía tres hermanos pequeños y una madre que, con toda probabilidad, o bien empezarían a proferir lamentos acusadores o bien se dedicarían a correr de un lado a otro con bandejas llenas de té y pastelillos pringosos. Søren se recostó en la raquítica silla y le sostuvo la mirada.

Tenía diecinueve años y los miembros largos, el cuerpo esbelto y el rostro afeitado al ras salvo en los laterales, donde lucía unas patillas en punta muy bien cuidadas. Llevaba una camisa naranja ajustada que no parecía precisamente barata, como tampoco debían de serlo los pantalones, unos vaqueros oscuros bastante elegantes, ni las zapatillas blancas. Ante la presión de Søren, bajó la vista.

—¿De qué querías que habláramos?

El policía aguardó. Se sirvió un poco de agua en el vaso con mucha calma y, mientras tanto, entrevió con el rabillo del ojo que a su anfitrión empezaba a caérsele la careta. La juventud no estaba acostumbrada a que hubiera pausas en una conversación, y mucho menos largos silencios. La mirada de Khalid pasó del agua mineral al refresco que tenía delante. Bebió un sorbo y luego, por lo visto, se le ocurrió la estupenda idea de sacar un paquete de tabaco de la mochila negra que había dejado bajo la mesa. Con mano levemente temblorosa sacó un cigarrillo y se lo tendió al policía con desgana, pero luego cambió de opinión y dejó caer la cajetilla sobre la mesa entre ambos a modo de tosca invitación.

—Tú mismo.

Søren le observó sin pestañear.

—Quiero decir que si te apetece fumar…

Khalid intentó esbozar de nuevo su sonrisa de anfitrión, pero en esta ocasión se le quedó congelada antes. Encendió el cigarrillo mientras lanzaba una mirada insegura hacia la puerta, como si valorase sus posibilidades de fuga.

Todo estaba saliendo a pedir de boca.

Søren tomó aire, apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia delante.

—Khalid, nos hace falta tu ordenador. Nuestros técnicos no acaban de entender lo que les has explicado cuando te has negado a dárselo, así que necesito que me lo expliques a mí.

—Yo no he explicado nada. Es mi ordenador. Punto.

El joven adelantó la barbilla y lo observó con gesto desafiante. Un chico despierto, adivinó el policía, no tanto por lo que había dicho hasta ese momento como por lo que se leía en su mirada, por la soltura de sus movimientos y por su —a pesar de todo— razonablemente civilizado comportamiento. Esas cosas exigían una buena dosis de autocontrol y una mente fuerte.

—¿Eres musulmán, Khalid?

—¿Y a ti qué te importa?

Søren sonrió con aire conciliador.

—Solo quiero saber un poco más de ti, es una pregunta de lo más normal.

El chico expulsó una tenue columna de humo por la nariz y, por primera vez, lo miró directamente sin ocultar su desprecio.

—Mírame bien, tío. ¿Tú qué crees?

—¿Practicante?

Se encogió de hombros, se recostó en el sofá y se metió otra dosis de humo en los pulmones.

—¿De qué va esto? ¿De religión? ¿Creéis que soy un puto terrorista o algo así?

Sus hombros parecían algo más relajados. Con una sonrisa sardónica, tendió las manos hacia delante.

—Venga, tío, yo quiero a los daneses. Quiero a Dinamarca. Soy inofensivo. Mí musulmán manso.

Las últimas palabras las pronunció con frialdad y exagerando el acento árabe. En esos momentos estaba más furioso que inseguro y Søren no sabía muy bien cómo interpretarlo. Si estuviesen entrando en terreno peligroso, lo lógico sería que se hubiera asustado, ¿no?

Khalid se agitaba inquieto y lo miraba con lo que parecía una mezcla de desdén y malestar físico.

—No pienso dejar que veáis mi ordenador porque sois unos racistas de mierda. Me la suda saber qué estáis buscando. Me dais la brasa porque soy moro. ¿Qué te crees, que no lo sé? Esa tarde había más gente en el instituto, pero venís a por mí porque soy moro — dijo con la voz quebrada de pura exasperación—. Ya me han contado lo que estáis haciendo con la CIA, mandáis a gente inocente a cárceles egipcias y de quién sabe dónde más para que la torturen.

Søren sacudió lentamente la cabeza.

—Lo único que queremos es que nos expliques qué estabas haciendo en esas páginas de armamento que has visitado. Igual solamente querías una bonita pistola para guardarla debajo de la almohada. Nosotros somos del PET, no nos preocupan esas menudencias, así que si tienes una buena explicación me encantará oírla.

—¿De qué cojones me hablas?

El joven se levantó, estuvo a punto de tropezar con su mochila negra antes de sacársela de entre los pies, y empezó a bordear la mesa para salir de allí. Søren sintió que la conversación se le escapaba entre los dedos.

—¡Khalid! —exclamó al tiempo que le ponía la mano en el hombro con aplomo—. Es una estupidez por tu parte no mostrarte un poco más dispuesto a colaborar. Sería de gran ayuda para todos.

El joven se detuvo y lo fulminó con una mirada fría y rabiosa.

—Déjame en paz, no pienso dároslo.

El policía se sacó el móvil del bolsillo muy lentamente y navegó por el menú. Ahí estaba, un mensaje de Christian de hacía apenas diez minutos.

—Hemos incautado tu ordenador en cuanto has salido de casa. Por lo visto, tu madre incluso ha tenido la gentileza de ofrecerles un té a mis compañeros mientras registraban tu habitación.

El muchacho oscilaba como un árbol en medio de una tormenta.

—¿Qué estás diciendo? Ese ordenador es mío, no podéis llevároslo así, sin más. Es mío. Estoy de exámenes…

El policía pasó por delante de él y empezó a alejarse.

—Tendrás noticias nuestras cuando lo hayamos analizado. A lo mejor nos lleva algo de tiempo.

Después echó un vistazo hacia atrás. Khalid estaba petrificado con una mano en la enclenque mesita, como si necesitara un punto de apoyo. De la otra colgaba su mochila negra, pesada e inmóvil.

Una vez en la calle, Søren volvió a sacar el teléfono sin perder de vista el tren de cercanías que cruzaba el puente en medio de la penumbra con gran estruendo. La primera impresión que le había producido Khalid era bastante compleja. El chaval podía chillar y acusarlos de racistas y abusivos todo lo que quisiera, pero algo ocultaba, de eso no le cabía la menor duda.

—¿Sí? —contestó Christian con voz protestona y atareada; sonaba como si aún siguiera atascado en alguna calle de camino a Søborg.

—¿Ya tienes lo que necesitabas?

—Sí, una madre atemorizada, un padre cabreado, unos críos monísimos y un portátil que por lo menos se parece al del vídeo de la cámara de seguridad. Todo según lo previsto.

—Míralo en cuanto puedas —le pidió el subcomisario. Antes de abrir el coche y sentarse en el asiento delantero, echó un vistazo alrededor, una antigua costumbre paranoica de los viejos tiempos.

—Sí, claro; ponte a la cola.

Christian estaba extrañamente malhumorado, pero en fin, ya eran casi las nueve y media de la noche y le parecía recordar que tenía dos hijos pequeños esperándole en casa. Salían en unas fotos que había en el tablón del despacho de la planta baja.

—Solo una cosa más, Christian, y ya te dejo en paz por hoy. Khalid. Estáis controlando su móvil, ¿verdad? Compruébame las llamadas, quiero saber con quién habla esta noche.