—TENEMOS UN PROBLEMA.
Christian, del departamento de informática, se había tomado la molestia de subir en persona desde la planta baja hasta la segunda, donde se encontraba el despacho de Søren. Normalmente se limitaba a llamar por teléfono. Estaba junto a la puerta con una hoja que entre sus enormes manos parecía diminuta.
—Dispara —dijo el subcomisario.
Luego alejó un poco su silla de la mesa y adoptó su expresión más receptiva. Christian le resultaba simpático, pero aún tenía por delante una lectura de más de doscientos folios antes de la sesión de evaluación del operativo, para la que apenas faltaban unas horas, y, por si fuera poco, debía reunirse de inmediato con unos policías americanos. Además, no sabía muy bien por qué, pero los problemas del departamento de informática no solían ser cosa que se resolviera en menos de diez minutos, precisamente.
Christian se aventuró a entrar en el despacho. Era un hombre alto y fuerte de unos cuarenta y cinco años con unas muñecas gruesas como troncos y un sólido tórax con forma de barril. Llevaba toda la vida en el mismo departamento y no hacía mucho que le habían puesto al cargo de la vigilancia del tráfico de Internet.
—Hemos empezado a rastrear las direcciones IP que nos mandasteis ayer —le informó tras dejar la hoja en la mesa del subcomisario—. En tres de los casos se trata de viejos conocidos del entorno ultraderechista y no parece nada del otro mundo. Seguramente habrán estado babeando un rato delante del manual de instrucciones de algún M79 o algo por el estilo. Lo he anotado todo, luego te lo mando.
Søren asintió. Todo según lo previsto.
—De las direcciones IP que han entrado en la supuesta página de equipamiento médico, dos parecen búsquedas fallidas; es decir, gente que ha entrado en la web por accidente y ha vuelto a salir en cuanto ha visto ese diseño tan cutre. La tercera, esa que tú has subrayado… es algo más problemática.
—¿Ajá?
Søren miró de reojo hacia el reloj. Tenía que reunirse con la delegación americana en diez minutos.
—Bueno… —Christian carraspeó—. La dirección corresponde al Instituto Politécnico del barrio de Nordvest y es la que utilizan alumnos, profesores y demás. Por suerte, la búsqueda la realizaron en época de exámenes y a última hora de la tarde, así que no quedaba demasiada gente en el centro. Un par de profesores y cuatro alumnos que aparecen en las grabaciones de las cámaras de seguridad. Como primera medida, hemos pedido permiso a los cuatro alumnos para hacer un backup de sus portátiles, pero uno de ellos pasa de dárnoslo.
Søren volvió a arrimar su silla al escritorio y estudió el papel. Khalid Hosseini, diecinueve años y con domicilio en Mjølnerparken[5]. Christian había escrito el nombre y la dirección en negrita.
—A ti ¿qué te parece?
El informático se encogió de hombros.
—Bastante normal. Joven, de pelo corto y con los pantalones caídos hasta la altura de los muslos. No tiene pinta de delincuente ni de fanático religioso, si es lo que quieres decir, pero cuando le pedimos que nos enseñara el ordenador se acojonó y ahora no hay quien lo convenza.
Søren se levantó y puso en un montoncito los papeles de la reunión.
—Consigue una orden judicial y tráete ese ordenador. Le echaremos un vistazo.
Christian aceptó el encargo, pero permaneció inmóvil junto a la mesa como si esperase algo más.
—Ahora tengo que marcharme —le explicó el subcomisario intentando ocultar la irritación que empezaba a apoderarse de él. Si tenía algo más que decirle ¿por qué no lo soltaba de una condenada vez? Ya lo veía, estaba saliendo por la puerta.
—Es por el tiempo —se decidió Christian—. Ahora mismo estamos en cuadro. Tenemos tres hombres en el curso de SENet, Iben está en cama con un virus, a Martin le dieron la baja por estrés el mes pasado y encima está lo de la cumbre y ese caso nuevo de Rødovre.
Søren se detuvo junto a la puerta. El problema era real, lo sabía perfectamente. En el transcurso del verano, todas las fuerzas de seguridad del Estado, incluidas la Policía y el PET, empezarían a utilizar el nuevo sistema de comunicaciones digital SENet —de SeguridadNet—. Así evitarían ir por la cumbre peleando con anticuadas radios analógicas, y de ahí también el famoso simulacro de la víspera. Los del departamento de informática eran los que peor lo llevaban: demasiados superiores apretándoles las tuercas al mismo tiempo, y Søren no era una excepción.
—¿Tenemos una ligera idea de qué hacía nuestro joven amigo en esa página?
—No. Bueno, estuvo en esa web un buen rato y sabemos que hizo búsquedas como «radioterapia» y «tratamiento del cáncer».
—Teniendo en cuenta el contenido de la página, eso puede significar cualquier cosa.
—Pues sí. Y los números utilizados para el contacto posterior tampoco nos llevan a ningún sitio. Lo más probable es que fuesen tarjetas o teléfonos robados. El caso es que ya no nos llevan a ninguna parte.
—Muy bien —contestó Søren dando una palmada con la mano libre en el marco de la puerta—. El ordenador tenéis que traerlo inmediatamente, pero el informe completo me conformo con tenerlo en algún momento de la semana que viene. Mientras tanto, yo me ocuparé del chico mañana y lo iré tanteando un poco.
—Ehhh… ¿y no podría ser dentro de dos semanas, mejor? —suplicó Christian en un tono que resultaba casi cómico.
—De acuerdo.
Total, no era más que el célebre soplo islámico, y tampoco iba a conseguir nada poniendo a Christian al límite de sus fuerzas.
Resultaba que, de cuando en cuando, se las tenían que ver con algún jovenzuelo, musulmanes incluidos, con un malsano interés por los explosivos caseros o los vídeos de suicidas. Hasta el momento habían tenido suerte cortando ese tipo de intentos de raíz; una charla con el PET solía ser de lo más efectiva a la hora de apaciguar las fantasías de muerte, violencia y destrucción de aquellos patanes. La verdad era que hacía ya tiempo que no mantenía una de aquellas amigables conversaciones, pero tal y como estaban las cosas era la solución más sencilla. Casi todos sus hombres llevaban haciendo horas extra desde mediados de marzo, y la idea de intentar encomendarle la tarea a algún otro departamento tenía menos posibilidades que una bola de nieve en el infierno. Andaban todos tan desbordados como los informáticos y los jefes defendían a su gente con uñas y dientes.
—Khalid Hosseini.
Repitió el nombre para sus adentros mientras se dirigía a toda prisa hacia la sala de reuniones de la tercera planta. No dejaba de ser osado eso de decirles que no a los del PET llamándose Khalid. Osado y un poquito inquietante.