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LA CHICA estaba sentada en la cama negra, esta vez vestida con una camiseta, unos Levi’s ajustados y unas zapatillas rojas. Christian, en el suelo, silbaba distraídamente mientras conectaba su prodigioso ordenador a la central porno de la webcam.

—Beatrice Pollini —leyó Søren estudiando con aire escéptico el documento que le había entregado la joven, un pasaporte italiano desvaído y doblado—. ¿Nos lo tragamos?

—No tiene diecinueve años ni de coña —replicó Jankowski—. Como muchísimo, diecisiete.

—Y no creo que sea italiana —añadió el subcomisario—. Come ti chiami? –preguntó. Ella esbozó una sonrisa insegura.

Good —contestó—. Okay.

—Eso no es lo que le has preguntado, ¿verdad? —quiso saber Jankowski.

—No, le he preguntado cómo se llamaba.

—Los pasaportes italianos encabezan la lista de falsificaciones de la Policía aeroportuaria. Hay montada una auténtica industria.

Søren asintió.

—Esto nos va a llevar algo de tiempo, que es precisamente lo que no tenemos. Christian, ¿cómo vas con lo de la dirección IP? —Nos ha visto, pensó mientras sentía que el estrés le atenazaba los nervios. Tiene rehenes y nos ha visto. Esto puede acabar de cualquier manera.

Christian le devolvió una mirada casi igual de estresada.

—Si no me has dado ni tiempo a enchufarle la puta clavija, joder.

Søren alzó las manos en un gesto de disculpa.

—Busca su identidad falsa en el sistema —le pidió a Jankowski—, yo mientras tanto voy a ver si le saco algo más o menos útil.

A Jesper Due habían tenido que mandarlo de vuelta al turno de guardia, que estaba a tope.

Beatrice is a difficult name —le dijo a la chica—. What do your friends call you?

Ella lo miró con sus ojos oscuros de cervatillo asustado.

Mini —susurró—. Because I am so small.

Después rompió a llorar en un silencio que resultaba antinatural, como si hubiese aprendido que sollozar en voz alta solo empeoraría las cosas.

En mi próxima vida, se dijo Søren. En mi próxima vida me dedicaré a otra cosa.