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NINA TENÍA NÁUSEAS. Estaba embarazada de Ida, era por la mañana y las náuseas la dominaban haciendo que le costase respirar. Estaba echada al lado de Morten intentando no moverse entre las sábanas empapadas de sudor mientras oía el murmullo del tráfico que discurría por la circunvalación. Si permanecía inmóvil, a veces lograba retrasar lo inevitable, la saliva que le llenaba la boca, la abrasadora sensación del vómito en la garganta y la apresurada carrera a trompicones hasta el diminuto aseo por el gélido suelo de terrazo moteado. A veces también iba bien pensar en limones, jengibre y hierba verde y fresca; además, intentaba ver al bebé como algo positivo, algo feliz.

Rara vez lo lograba. Ella solo veía que su cuerpo había cambiado, que tenía los pechos más grandes y que por debajo de la piel le corría un fino entramado de venas azuladas. A su vientre plano le había salido un discreto bultito y sabía que allí, dentro de ella, había un ser vivo, pero no era capaz de sentir nada. Ese ser no tenía rostro, no existía, y cuando Nina se arrodillaba en el frío terrazo y sentía que las náuseas se adueñaban de su cuerpo, a veces deseaba que el bebé no estuviese allí y que ella y Morten no estuviesen obligados a hacer aquello. Juntos. De la mano de aquellos pensamientos también llegaba el temor a hacerlo todo mal por no querer lo suficiente a esa vida que aún no había nacido. Porque a los hijos había que quererlos, ¿no? No se atrevía a preguntarle a Morten, seguro que él lo quería. Sus sentimientos siempre eran buenos, sanos y naturales. Ella, en cambio, percibía que la angustia se colaba por las oscuras grietas de la infancia. A lo que más le temía era a sí misma. Volvía a ser presa de las náuseas y sentía una intensa sed, pero si se movía, si se levantaba ahora, ya no habría vuelta atrás.

Bum.

Una puerta se abrió con un estampido en algún remoto rincón de la conciencia de Nina. Alguien gritó. Abrió los ojos. Las náuseas seguían ahí, pero ya no estaba en la cama junto a Morten. Sentía una dolorosa tensión en el hombro y el brazo del lado izquierdo, que continuaban atados por detrás de la nuca de Ida. Debía de haberse quedado dormida, aunque no mucho rato, porque la habitación seguía sumida en la misma penumbra amarillenta.

—Joder, llegó el momento.

Tommi estaba de pie intentando subirse la cremallera de los vaqueros entre juramentos.

Urbanización se incorporó en el sofá e interrogó con la mirada al finlandés, que se las veía y se las deseaba con sus gastadas zapatillas blancas.

—¿Qué pasa? Creía que teníamos que esperar a que nos enviaran la dirección.

—Nos vamos ya —refunfuñó Tommi—. La Policía está en mi casa. Tienen a Mini.

Algo lanzó un pitido. El finés buscó con la mirada hasta dar con su móvil; luego lo recogió con un gruñido de satisfacción.

—Me parece que ya tenemos esa dirección.

Activó el menú y leyó.

—Lundedalsvej 41. Ha llegado el puto momento, Frederik.

Ida se agitó inquieta. Llevaba puestos sus pantalones favoritos, observó su madre, unos vaqueros negros, estrechos y agujereados. Encogió las piernas dejando a la vista unas rodillas blancas y huesudas que le temblaban un poco.

Urbanización se quedó mirando a Tommi.

—¿En Rhodesiavej? ¿Y cómo han dado contigo?

El finlandés, que se dirigía hacia Sándor con paso veloz y decidido, se encogió de hombros con aire arisco.

—¿Y yo qué coño sé? Ni que fuera culpa mía. El caso es que Mini tiene el pasaporte y toda la pesca en esa casa, y si dan con su nombre encontrarán también este sitio. Así que los nuevos planes son… —Se sacó del bolsillo trasero una navajita y se colocó frente a Ida, Nina y Sándor con las piernas separadas—. Los nuevos planes son: vamos a recoger el dinero, yo me doy un garbeo por Tailandia y me lo monto con unas cuantas guarrillas orientales, y tú te vuelves a tu chalé y te quedas tranquilito hasta que la Policía encuentre otra cosa con que entretenerse.

Urbanización pareció despertar. Miró a su alrededor, embutió de mala manera el portátil en el bolso y empezó a echar DVD, archivadores y monedas sueltas sin ton ni son en una bolsa de plástico junto a la taza roja. El finlandés le lanzó una mirada enojada.

—Deja toda esa mierda, Frederik, y ven a ayudarme con estos tres. No puedo hacerlo todo yo solo.

Fuera lloviznaba y el agua recubría el rostro y el cabello de Nina como una fría película haciendo que la sed la consumiera con mayor intensidad. Ida y Sándor iban delante por el patio brillante de lluvia, ella menuda y encorvada con la mochila colgando absurdamente de la mano, como si volviese a casa después de un día de colegio cualquiera, y él obstinadamente erguido, pero con la mano herida contra el estómago como si quisiera protegerla del resto del mundo. Detrás de ellos iba Tommi apuntándoles con la pistola. Ahora que habían salido de la casa, parecía algo menos tenso, aunque no dejaba de azuzarlos. Al doblar la esquina, Nina sintió un fuerte empujón que a punto estuvo de mandarla de bruces contra las altas ortigas que crecían junto al muro.

—Más deprisa.

El finlandés gritó al volumen justo para que Ida y Sándor también captaran el mensaje y apretaran el paso obedientemente. Nina se incorporó lentamente, pero después tropezó y fue a parar de rodillas entre los tallos mojados y punzantes. Por un instante perdió pie y, presa del pánico, creyó que no podría volver a levantarse. ¿Qué haría entonces su captor? ¿Pegarle un tiro allí mismo en presencia de su hija? La idea revoloteó por su mente mientras contemplaba el denso bosque de ortigas que se extendía ante ella. Al intentar recuperar la vertical apoyándose en las manos, sintió que le ardían las palmas. Ida retrocedió y la ayudó a ponerse en pie. Su rostro era impenetrable y sus ojos habían quedado reducidos a dos finas líneas negras en medio de una máscara blanca como una sábana.

—Podéis pararos aquí.

Tommi escupió la orden en su inglés de Finlandia mientras Urbanización se abría paso con el perro pegado a los talones y dejaba atrás a madre e hija. Se detuvo junto a Sándor y lanzó una mirada insegura hacia Tommi. A Nina le pareció que estaba a punto de venirse abajo. Si alguna vez había existido un atisbo de energía por debajo de su elegante polo, ya no quedaba ni rastro. Esta vez era el finlandés el que estaba en su terreno.

—¿Dónde?

Urbanización se sacó del bolsillo un gancho fino y alargado y rebuscó con el pie entre las ortigas hasta dar con lo que quería, una trampilla de metal oxidada. ¿Sería una fosa séptica, un tanque de combustible subterráneo ilegal?

—Aquí —dijo.

Nina lo supo en el mismo instante en que vio la trampilla, pero no fue capaz de creerlo hasta que vio que Urbanización la levantaba y llamaba a Ida. Pretendían hacer bajar a su hija a aquel agujero y después cerrar la tapa.

Ida permaneció inmóvil con la mochila en la mano.

—¡Venga, coño! —Urbanización, que no parecía muy cómodo, lanzó una mirada de incertidumbre al finlandés con el rabillo del ojo. Como si esperase algún tipo de indicación por su parte sobre cómo hacer que un rehén se meta en un agujero oscuro. Ida, sin embargo, se quedó pegada a su madre mientras sus labios recitaban mudas oraciones, como cuando de pequeña, en la cama, susurraba letanías para conjurar al demonio—. Métela de una vez en ese puto agujero —lo conminó Tommi—. Yo no puedo ocuparme de ella y de la pipa al mismo tiempo. Vamos, muévete.

Urbanización dio un paso adelante, aferró a Ida por el brazo y empezó a arrastrarla hacia el agujero con paso torpe. Después intentó hacerle perder pie e introducirla a la fuerza. Pero su plan estaba condenado al fracaso. La muchacha dejó caer la mochila y, aterrorizada, empezó a dar manotazos y patadas. Además, ya no era muda. No chillaba, se limitaba a soltar una retahíla sin fin de súplicas llorosas.

—No, por favor. No. Por favor, no lo haga. Suélteme.

De pronto los pies de Nina volvieron a la vida y la enfermera se abalanzó sobre Urbanización con los brazos extendidos apuntando hacia los ojos y la nariz en un intento de hundirle los dedos en la cara con furia.

—Suéltala. Ahora. Mismo.

Las palabras le salían de una en una entre acometida y acometida contra aquel rostro perplejo. Luego él dio media vuelta con Ida en brazos mientras Nina le golpeaba en el hombro y en la espalda.

Un disparo ensordecedor resonó detrás de la enfermera, que alcanzó a ver en un destello algo peludo y marrón que pasaba como una flecha a la altura de sus piernas para después enterrarse entre las ortigas. Urbanización profirió una maldición y llamó al perro mientras Nina hacía acopio de todas sus energías y, por primera vez, le descargaba un golpe certero en algún punto por detrás de la oreja. Luego sintió los dedos finos y férreos del finlandés en el cuello.

—Quieta o te mato a ti, a tu hija y a vuestro amiguito el follacabras. Aquí y ahora.

Nina volvió la cabeza muy despacio. El finlandés la sujetaba del cuello con una mano, pero apuntaba con la pistola hacia Sándor, que permanecía inmóvil y estaba muy pálido. Tenía apretado el puño de la mano herida, a más no había llegado.

Luego soltó el cuello de su presa y la arrastró en un abrazo absurdo, que la dejó con la espalda pegada a su pecho, mientras él le levantaba la barbilla con el frío cañón de la pistola. Nina buscó la mirada de su hija por encima de la entrada del tanque, pero Ida solo tenía ojos para el finlandés y para la pistola que se clavaba bajo el mentón de su madre. Llevaba el terror pintado en la cara.

—Psicología, Frederik —lo adoctrinó su amigo. Jadeaba por efecto de la lucha e hizo una breve pausa para recuperar el aliento—. En estas situaciones hay que echar mano de un poco de psicología.

Luego se dirigió a Ida.

—Ahí abajo no hay nada peligroso, cielito. Y no va a ser mucho rato. Tu mamá y el follacabras solo tienen que ayudarnos un momento a hacer una cosa y volvemos a subirte. Y tan tranquila.

La joven movió apresuradamente la cabeza de un lado a otro. Nina sabía que intentaba poner sus ideas en algo parecido a una especie de orden, separar las palabras de aquel hombre del tono apacible, casi amistoso, en que las pronunciaba para oír qué le estaba diciendo en realidad. Se sentía confusa.

—También puedo decírtelo de otra manera —continuó él sin alterar la inflexión de su voz—: O bajas a ese agujero ahora mismo y por tu propio pie o le vuelo la mandíbula a tu madre.

Esta vez el mensaje caló en su destinataria, que paseó la mirada del finlandés a su madre y luego de nuevo a él. Apretó los dientes. Nina adivinó que estaba tratando de evitar que le temblara el labio. No quería llorar, seguramente por ella. La enfermera sentía deseos de gritar, pero tampoco lo hizo. Lo más probable era que Ida ignorase lo peligroso que era quedarse encerrado en un tanque hermético, lo aprisa que se consume el oxígeno, y no iba a ser ella quien se lo contase.

Sin decir una palabra, la chiquilla se sentó al borde del agujero y balanceó las piernas. Luego saltó y su cuerpo desapareció de hombros para abajo entre las ortigas. Se agachó lentamente. Después se oyó el roce amortiguado de sus rodillas al arrastrarse por la cisterna de metal subterránea.

—Échasela —ordenó el finlandés apuntando con la pistola hacia la mochila—. No podemos dejarla ahí tirada. Y cierra bien la trampilla.

Urbanización dejó caer la mochila por el agujero y después dudó un instante. Estudió su polo, hasta el momento milagrosamente limpio, y movió un poco los pies con evidente disgusto. Finalmente se decidió a arrodillarse entre las ortigas, adentró la cabeza y el torso en la oscuridad y manipuló con dificultad algo grande y pesado. Se oyó el chasquido de un candado bien engrasado y el danés volvió a aparecer jadeando por el esfuerzo.

Nina estaba petrificada.

—Tengo que encontrar a Tyson —anunció su dueño mientras buscaba con la mirada a su alrededor—. No podemos marcharnos sin él.

El finlandés bufó irritado.

—Ya está bien, ya te encargarás de eso cuando tengamos el dinero. Así podrás pedirle a la poli amablemente que te ayude a buscarlo…

Hizo girar a Nina y la observó con la seriedad de un médico dando indicaciones a los padres de un niño moribundo.

—Estar ahí abajo es muy peligroso —aseguró—. Puede morir, y ahora mismo los únicos que sabemos dónde está tu hija somos nosotros cuatro. Pero si hacéis lo que os digamos volverá a salir.