ALGO ESTABA PITANDO, Nina lo captaba en algún punto en los límites de su conciencia. Al principio intentó zafarse de aquel sonido y volver a arrastrarse al interior de la gris penumbra en la que se había sumido, pero luego empezó a percibir movimiento en la habitación y abrió los ojos a regañadientes. Junto a la cama había una enfermera manipulando la fuente de los pitidos. Llevaba una bata de color amarillo chillón y una mascarilla a juego que alertaban del riesgo de contagio, pero cuando se volvió, Nina advirtió que esbozaba una reconfortante sonrisa tras la máscara. Empezaba a amanecer y a través de las cortinas estampadas se filtraba una tenue luz grisácea.
—Falsa alarma —la tranquilizó la enfermera—. Lo que ocurre es que lleva mucho rato con el pulso muy alto. Ahora mismo lo tiene disparado.
Nina asintió y apartó la vista. Aquella bata amarilla le provocaba náuseas. Tal vez fueran las de siempre, que volvían a la carga tras el breve paréntesis de su letargo. Se agitó inquieta, cambió de postura para ver si desaparecía el malestar y se acomodó de costado. Era lo máximo que le permitían el gotero y la cánula que llevaba en la mano izquierda. El siguiente vómito tendría que esperar un poco. Se sentía totalmente extenuada y no estaba muy segura de poder incorporarse. Tenía la sensación de haber cerrado los ojos apenas unos segundos en toda la noche; tal vez no anduviera desencaminada. Desde que la habían ingresado había devuelto a un ritmo de dos veces por hora. Como poco. A partir de las dos de la madrugada perdió la cuenta. Le habían hecho más análisis de sangre y dos médicos la habían sometido exactamente al mismo interrogatorio. Le palparon el abdomen, le dieron la vuelta, la hicieron levantarse y sentarse y le apartaron el camisón del hospital para estudiarle la piel. Los agudos pitidos de los aparatos a los que estaba conectada tampoco le habían facilitado las cosas. Le controlaban las pulsaciones y la máquina pitaba en cuanto pasaban de cien, cosa que sucedía a menudo. Intentó que apagaran aquel cacharro, pero le dieron una negativa tan contundente que pasadas las 2.24 renunció a discutir con ellos.
Ya eran las 5.32. Nina seguía con la mirada el ruidoso minutero del reloj que colgaba sobre la puerta. Le habían dicho que no podía abandonar la habitación, aunque era innecesario. No podía ni levantarse.
El rostro sin afeitar de Magnus apareció por la puerta. Él tampoco tenía muy buen aspecto, pensó Nina antes de cambiar otra vez de postura. Llevaba la misma ropa del día anterior, una camisa de leñador no muy limpia y unas bermudas. También él iba pertrechado con una mascarilla de color amarillo tóxico; su amiga sintió la tentación de hacer un comentario, pero desistió. Lo único que iba a conseguir era vomitar de nuevo y Magnus tampoco parecía estar para muchas bromas. Lo encontró cansado y preocupado; se dijo que seguramente no sería solo por ella. El tipo se dejaba la piel en casa y en el campamento.
—Primero las buenas noticias.
Se sentó en la cama. Nina leyó en su mirada que sonreía por detrás de la mascarilla. No era tan reconfortante como verle también los labios.
—Hace un par de horas, cuando ya estaba a punto de mandar al séptimo de caballería, me ha llamado tu amigo Peter. La madre del niño enfermo ha conseguido escabullirse con el crío mientras el padre dormía y ha llamado a Peter, que ha ido a recogerlos. Les he conseguido una cama en el hospital de Bispebjerg. El niño está así así. Mejor que tú, eso sí. Estoy tranquilo.
—Pues no se te nota —replicó ella intentando esbozar una sonrisita irónica. Magnus no correspondió.
—Nina, siento tener que decírtelo ahora que estás tan mal. No te asustes, pero… —Magnus se acercó y le apoyó la mano en el hombro con suavidad—. Me acaba de llamar Morten. Ha pasado una cosa. Os han entrado a robar cuando Ida estaba en casa.
Nina tardó unos instantes en digerir sus palabras. Luego se incorporó de golpe haciendo que el gotero se bamboleara peligrosamente junto a la cama. ¿Pero qué le estaba contando? No tenía ningún sentido. ¿Que habían entrado? Pero si Ida se había quedado a dormir con Anna, no estaba en casa. Era imposible.
—No le ha ocurrido nada y Morten ya está en camino.
Podía sentir los esfuerzos que hacía su cerebro por procesar toda aquella información. De pronto recordó la silueta que había entrevisto a lomos de una bicicleta en su calle. ¿Habría vuelto ella sola? Escrutó a Magnus. No era de los que solían andarse con rodeos. Ni sabía ni quería endulzar las cosas, cosa que en el campamento era de agradecer. Sin embargo, ¿le estaría ocultando algo ahora que la veía reducida al estado de pobre paciente? ¿Dónde estaba Ida?
—La hermana de Morten ha ido a buscarla y él llegará en unas horas. No hay por qué preocuparse.
Era como si le hubiese leído el pensamiento y tuviese preparada la respuesta. La respiración de Nina se volvió fatigosa y entrecortada y la máquina empezó a emitir pequeños pitidos de advertencia. Volvía a subirle el pulso.
—¿Puedo llamarla?
Magnus apartó la mirada demasiado deprisa y negó con la cabeza.
—No quiere hablar contigo. Está esperando a Morten, ya la conoces. Pero me ha pedido que te mande muchos saludos y que te diga que te mejores.
Seguro que la última parte era mentira, pensó con aspereza.
—Por lo menos podré llamar a Morten, ¿no?
Los ojos de Magnus volvieron a evitarla.
—Nina, seguro que está en lo alto de su plataforma esperando a que salga el próximo helicóptero con plazas libres. Esas cosas requieren los cinco sentidos. Olvídalo por ahora, tú concéntrate en ponerte buena.
Su tono era inquietantemente frívolo y desprovisto de maldiciones, pero Nina estaba demasiado cansada para atravesar la capa de teflón con la que su amigo protegía su preocupación por ella. Por el momento, tendría que conformarse con que Morten se ocupara de todo.
—¿Y qué más? ¿Hay noticias del laboratorio?
Él asintió, visiblemente aliviado ante el cambio de tema.
—Han llegado algunos resultados y los están mirando. Te dirán lo que sea en cuanto sea posible. Ah, y creo que está subiendo un equipo de radiología. Ahora mismo no les entusiasma la idea de llevarte de acá para allá.
No, no querían que sus potenciales bacterias de la peste se desparramaran por todo el hospital, ya conocía el percal. Una radiografía de los pulmones, supuso. A lo mejor habían encontrado indicios de algún tipo de infección en los análisis que le habían hecho.
—¿Has visto los resultados?
Intentó incorporarse lo bastante para poder fulminar a su amigo con una mirada autoritaria. La sensación de no tener acceso a los datos que había en la consulta del médico jefe la ponía nerviosa.
—Tus valores son un poco sospechosos —dijo Magnus tomando asiento junto a la cama—. Han hecho un recuento diferencial y resulta que tienes los leucocitos por los suelos. Van a venir a hacerte un par de preguntas más dentro de media hora. Yo me quedo mientras tanto.
Nina se derrumbó en la cama. Media hora no le permitía ni dormir ni estar despierta. Las náuseas seguían rondándole por el estómago y veía puntitos luminosos que bailaban por el techo. Tal vez pudiera echar una cabezadita, a pesar de todo. Lo último que percibió fue la pesada zarpa de oso de Magnus tocándole la frente y acariciándole el pelo.
La despertaron unos gritos. Los daba una mujer de voz aguda y sorprendida. Cuando abrió los ojos para consultar el reloj de encima de la puerta, le seguía doliendo la cabeza. Las 6.24. A lo mejor. Lo veía todo algo velado. Pero era por la mañana y a su alrededor pululaba un borroso grupito de batas de color amarillo tóxico.
—Nina.
La voz de Magnus parecía venir de muy lejos, pero lo vio acercarse e inclinarse sobre ella.
—Nina, cariño, tienes que despertarte.
Se incorporó en la cama con demasiada precipitación y notó que una oleada de vómitos le subía por la garganta. Alguien le sostuvo una palangana mientras su amigo esperaba pacientemente a su lado.
—El dosímetro de la enfermera de radiología se ha activado.
Nina movió la cabeza a un lado y a otro. Era como si Magnus volviese a desenfocarse. Lo que decía no tenía ningún sentido.
—Has estado expuesta a radiación, Nina. Estás contaminada.