—ES COMO COMPRAR goma elástica al por mayor —dijo Torben.
Søren dejó la pala en el kayak y observó a su jefe y amigo con cierta impaciencia.
—¿A qué te refieres? —preguntó.
—Al Islam. Jamás lograremos captar la idea, si es que hay una. No hay nada que comprender. Por eso es inútil ocuparse de él.
Torben se pasó las dos manos por la cabeza rapada. Llevaban casi dos horas remando a un ritmo vertiginoso sin oír otra cosa que el quedo susurro de las palas al hundirse en el agua dejando tras de sí negros remolinos, y habían perdido el aliento después del último sprint. Sprint que Torben había finalizado medio kayak por delante de Søren, por supuesto. Las aguas del Furesø se extendían lisas y oscuras a sus pies. Era tarde y no soplaba ni la más ligera brisa. El subcomisario tenía los dedos rojos y entumecidos después de cruzar el lago, pero la primavera se respiraba en el ambiente. Los árboles de la orilla estaban envueltos en una verde neblina de brotes tiernos.
No le apetecía demasiado hablar de trabajo en esos momentos, pero su jefe solía ser implacable. ¿Acaso hablaban de otra cosa alguna vez? Tenía serias dudas. Se habían hecho amigos nada más ingresar en la Policía, pero Torben había sido más rápido y más listo y cuando a Søren le nombraron subcomisario él ocupaba ya un cargo superior en el PET. Las cosas entre ellos iban más o menos bien, aunque a veces no podía dejar de preguntarse si le escuchaba porque era su jefe o porque eran amigos.
Una de dos: o Torben no había advertido que no le apetecía tocar el tema o bien le daba lo mismo, porque sacó su botella de agua, bebió un par de tragos y continuó, imperturbable.
—Mira, por ejemplo, ese imam que va a venir a inaugurar el centro cultural de Emdrup, un hombre con estudios superiores que es doctor honoris causa por varias universidades europeas. Naturalmente, hemos hecho que lo investigaran, y por lo visto es partidario del Euro-Islam; es decir, de practicar el Islam de un modo que no entre en conflicto con los valores europeos. Eso le ha valido que ciertos grupos lo acusen de moderado y hasta de apóstata…
A pesar del traje isotérmico de manga larga, Søren empezaba a sentir el frío de la noche. Ya estaba listo para desembarcar y pensaba, no sin cierta nostalgia, en ropa seca y calentita y quizá incluso en una tranquila y amistosa cerveza de barril. Pero Torben no había terminado.
—Pero los musulmanes que todavía se interesan por el Islam a un nivel más intelectual leen sus textos sin ton ni son. Se pueden interpretar de cualquier manera. De cualquier manera. Hay quien opina que es partidario del velo, de la segregación por sexos, de la sharia y toda la pesca, mientras que otros dicen todo lo contrario. ¿Y sabes lo que pienso yo?
El subcomisario contestó que no con gesto resignado.
—Yo pienso que por mucho que busquen no llegarán a encontrar una verdad definitiva sobre el Islam ni sobre lo que dice ese hombre. Porque no existe. No es más que goma elástica.
Torben se aferró a la pala y empezó a remar lentamente hacia el embarcadero.
Søren sabía que su amigo se sentía más frustrado que de costumbre. Era cierto que después del 11-S los políticos, con el Partido Popular Danés a la cabeza, habían destinado gran cantidad de recursos a la lucha contra el terrorismo, pero las expectativas que habían puesto en el PET eran tantas o más, y la cumbre que estaba en puertas había consumido casi todo su presupuesto. Y el grupo de potenciales terroristas no se había reducido solo porque el Gobierno hubiera decidido apostar fuerte por el Copenhaguen Summit.
—¿Tienen controlado lo de Emdrup? —preguntó Søren. Pensaba, sin demasiada envidia, en los cinco hombres que se ocupaban de hacerle de canguro al centro cultural hasta su inauguración.
—Pse. —Torben se encogió de hombros—. No nos ha quedado más remedio que ponernos a cubierto. Por un lado están los musulmanes que lo encuentran demasiado moderado, por otro los daneses de extrema derecha y, por último, la gente que igual tiene la ocurrencia de celebrar su llegada con actividades en grupo digamos poco afortunadas. Y encima el ministro de Asuntos Eclesiásticos va y decide asistir a la ceremonia de inauguración. Es una auténtica jaula de grillos. ¿Y tú? ¿Qué tal te va con tus locos?
Torben le lanzó una mirada inquisitiva que le hizo sentir la desagradable sensación de estar en una reunión con el jefe y no montando en barca con el amigo.
—Estamos teniendo algunos problemas con los informáticos, están bastante atascados ahora mismo. Y luego está ese asuntillo de Hungría…
Se fue acercando al embarcadero muy poco a poco y luego se quedó inmóvil intentando recuperar el equilibrio. Después se agarró con ambas manos y subió de medio lado.
—Los húngaros han pillado a un estudiante que tenía contacto con Dinamarca. Creen que podría tratarse de algún tipo de tráfico de armamento, pero no han logrado sonsacarle nada concluyente.
Torben había empezado a sacar su kayak del agua, pero su amigo sabía que lo escuchaba. Aunque era responsable de los ochenta hombres de antiterrorismo y a cada hora salían de la nada nuevos datos, literalmente como setas, era capaz de recordar todos y cada uno de los casos y resumir sus líneas generales cuando era necesario. Por eso era un policía increíble. Tenían más o menos la misma edad. Aunque Torben era un par de años más joven, le había sobrado tiempo para ascender hasta ocupar un alto cargo y llenar su casa de adolescentes. ¿No era esa la imagen que Søren siempre se había hecho de su propio futuro? Tiró del kayak hacia la orilla sintiendo el peso con todo el cuerpo mientras, descalzo por el áspero embarcadero de madera, seguía a su jefe.
—¿Y qué hemos encontrado en el extremo danés del hilo? —se interesó Torben.
—A un tal Khalid. No se puede decir que fuese muy colaborador, así que he tenido unas palabras con él y ahora le estamos echando un ojo a su teléfono.
—¿Ah, sí? —preguntó su superior con un destello de interés en la mirada—. ¿Y?
—No gran cosa. Ha estado hablando con un compañero de clase que ahora es medio islamista, pero no lo tenemos en la lista negra. Tiene un círculo de amistades bastante amplio, daneses e inmigrantes, aunque más de los últimos. Y un tío que es un hombre bastante respetado en ambientes musulmanes moderados. Uno de los que respaldan el proyecto de Emdrup, de hecho. Le hemos confiscado el ordenador y seguimos esperando a que los informáticos encuentren un hueco para echarle un vistazo. Están totalmente desbordados y ahora mismo no hay nada que justifique darle prioridad…
—¿Pero?
—En realidad no hay ningún pero.
Entre los dos levantaron las dos embarcaciones, primero la una y después la otra, hasta el techo del Audi de Torben. Como vivía bastante más cerca del lago que Søren, normalmente guardaban en su casa los kayaks.
—Come on —insistió su amigo—. ¿Tu olfato no te dice nada?
—Khalid se trae algo entre manos, pero no sé lo que es.
—Pues averígualo.
—De acuerdo.
—Presiónalo. Estrésalo. Ya sabe que lo estamos vigilando, así que no tiene mucho sentido andarse con disimulos.
Aunque no estaba muy seguro, a Søren le pareció que esas últimas palabras encerraban un reproche.
—¿Tú crees que ha sido un error hablar con él tan pronto? —preguntó mientras intentaba salir del traje.
En tiempos, Torben había sido un acérrimo defensor de las denominadas «conversaciones preventivas», cuyo objetivo era atajar la radicalización de los jóvenes antes de que llegara a un punto sin retorno, pero tal vez soplaran nuevos vientos políticos. Las conversaciones preventivas no acababan en juicios, condenas por terrorismo y expulsiones.
—Ahora ya da igual —contestó su jefe—. Has hecho lo que creías que tenías que hacer y debemos partir de ese punto. De todas formas, aunque se trate de un asunto de tráfico de armas no tiene por qué ser nada del otro mundo.
Torben ya se había quitado el traje y lo había reemplazado por unos vaqueros holgados y una camiseta roja con un nombre chistoso en la barriga: «Sugar Daddy». Seguro que era un regalo de su mujer, Annelise. A Søren siempre le había parecido un poco vulgar.
—No, claro, pero si lo único que quería era un espray de pimienta, ha escogido un sitio un poco rarito para ir de compras — contestó encogiéndose de hombros—. Bueno, mejor…
Sin querer completar la frase, se metió en el coche con la mano levantada en una despedida a medio gas.
Había estado a punto de proponer que fuesen a tomar una cerveza. Aún había luz y su casa seguiría tal y como la había dejado a las siete de la mañana: el desayuno sin recoger, las cortezas del pan tostado por todas partes y los cubiertos sucios sin meter en el lavavajillas. Pero seguramente Torben convertiría la cerveza en un café en su casa con Annelise, y Søren no estaba de humor para parejitas idílicas ni para aguantar a los hijos adolescentes de su jefe, tres rubios de musculatura casi monstruosa. Bueno, ahora que lo pensaba, el mayor ya se había ido de casa y era casi un hombre. Acababa de empezar la carrera de medicina, pero qué más daba.
Torben se despidió con un gruñido bonachón. Aún estaba haciendo estiramientos con las manos apoyadas en el Audi cuando su amigo abandonó el aparcamiento y puso rumbo a Hvidovre.
Claro, así a él tampoco le importaba acercarse a la cincuentena. Reprimió un sentimiento que no llegaba a ser envidia y llamó al responsable del turno de guardia en Søborg para que vigilaran de cerca a Khalid Hosseini.