XI

10 de la mañana

Salvador Gallego Perca es un hombre cansado desde primera hora de la mañana. Hasta un momento determinado de su vida (él dice que hasta el día en que se casó), no había nadie tan vital y tan buen mozo como él. Ahora, cada vez que se mira al espejo, siente nostalgia de otros tiempos mejores. Se le han formado bolsas bajo los ojos y sus pupilas son inexpresivas como las de un pez. Trata de recordar cuando era un tipo elegante, bien plantado, de sonrisa constante y cautivadora, cuando se llevaba de calle a todas las hembras que le gustaban y cuando en la Brigada con él entraba la alegría, las bromas, las risas y las palmaditas en la espalda. Todo eso ha quedado tan lejos ya, ha tenido tantas decepciones desde entonces… Hubo una época en que se palpaba la barriga creciente y pensaba «Te tienes que cuidar, tú». Ahora está hecho un tonel. Ya se sabe, la bebida, la desgana, total… Le echa la culpa de todo a la Pilar. Delante del espejo, abre la boca en una mueca, en un esfuerzo por poner todos sus dientes al descubierto. Ve nicotina, y sarro, y caries, y recuerda su sonrisa deslumbrante cuando entraba en las salas de fiestas y todas las tías le enseñaban el escote, ofreciéndose gratis, ¡gratis, todas las que quieras!, y cierra la boca porque le da asco. Todo le da asco, ya. Le da asco la casa en que vive, y la mujer con quien vive, y los dos hijos que tienen, que más valiera no haberlos tenido, granujas que están hechos. Y, lo peor de todo es que se da asco a sí mismo. Si no se hubiera casado, no tendría esa barriga ni esa pinta de amargado, porque la culpa de todo la tiene Pilar.

Y mira que era guapa la Pilar. Y mira que tenía cosas que agradecerle a él. Trabajaba de bailarina en el Molino y, de no ser por él, habría terminado en la Bodega Bohemia, haciendo el ridículo, o de pajillera en el Barrio Chino, porque se movía como un burro cargado de pienso pobrecita. Qué mal se movía y qué cuerpo tan bonito tenía, con dos tetas como dos soles y dos piernas que había que ver. Tenía un carácter fantástico, siempre sonriente, siempre a punto para las bromas, que contaba chistes como nadie, y tan cariñosa que era. Y mírala ahora, hecha un trapo. También a ella se le han formado bolsas bajo los ojos y también tiene la mirada turbia, y se ha puesto hecha una vaca, ¿pero qué edad tendrá ahora la Pilar? Pero si es cinco años más joven que tú, Salvador, y parece que sea tu abuela. Ahí la tienes, con una bata tuya que arrastra por el suelo, y con esa cara de desastre, y abre la boca para graznar, que sólo la abre para graznar, la tía.

—A ver si acabas en el cuarto de baño, que estamos esperando…

Ella tiene toda la culpa. Ella y los hijos que lo matan a disgustos, que si no los tuviera bien atados iban a terminar de granujas por ahí, de navajero él y de puta la Pili, que le han salido muy modernos y muy sinvergüenzas. ¿De qué coño sirven los años de estudios que les has dado, tantos sacrificios para que estudien en colegios de pago…?

Se da brillantina y se peina con esmero. Eso sí: el pelo no lo ha perdido y, como se lo tiñe, lo conserva negro igual que cuando era joven, y el bigote también es el mismo. Pero, a veces, como ahora delante del espejo, ese pelo y ese bigote le parecen postizos. Son su bigote y su pelo puestos a un tipo derrotado.

—¡Bueno, acaba ya, que me hago pis! —grita la Pilar, grazna la Pilar otra vez, que sólo sabe abrir el pico para graznar, que más valiera que se hubiera quedado de puta en la Bodega Bohemia.

—¡Ya va joder, ya va, que siempre estás gritando, joder! ¡Siempre se hace tarde por tu culpa y ahora me tienes que venir con gritos!

Sale del cuarto de baño y Pilar se precipita dentro. Salvador se encuentra ante su hija, en la puerta de la habitación, y la nena lleva puesto un camisón que, en su tiempo, sólo se ponían las putas.

Salvador va a su dormitorio y empieza a vestirse. La ropa está tirada de cualquier manera. Cuando se casaron, la Pilar le ponía la ropa cuidadosamente sobre una silla, la muda nueva, la camisa limpia. Ahora, como no se la ponga él… Bueno, pues si está arrugada, que esté arrugada, a él qué más le da, pero luego que no venga la otra gritando que si esto o que si lo otro.

—¿Y el nene? —grita de repente, mientras se hace el nudo de la corbata frente al espejo—. ¿Dónde está el nene?

—Durmiendo —dice la voz de Pili.

—¿No viene?

—¡Y yo qué sé!

Salvador entra en el cuarto de su hijo que está medio desnudo, durmiendo como una marmota. Lo agarra del hombro y lo sacude.

—¡Eh, tú! ¡Tú! ¡Qué nos vamos!

El nene ronronea, rezonga, y a Salvador le sienta como si acabara de enviarlo a hacer puñetas.

—¿Qué hora es? —dice una voz ronca.

—¡Las diez y pico! ¡Ya vamos a encontrar caravana!

—Paso, papá. Me acosté tarde.

—¿Y quién te manda acostarte tarde? ¿A qué hora viniste?

—A las cuatro…

—¡¿Y dónde coño estuviste hasta las cuatro?!

—Papá, que tengo veinte años… —gime el hijo, revolviéndose en la cama para acomodarse mejor y librarse de la zarpa del padre.

—¡Veinte años! —exclama con desprecio Salvador. Y sale de la habitación hecho una furia—. ¡Veinte años! ¡Yo, a los veinte años…! ¡Para un día que podemos estar todos juntos, en familia, y este granuja se acuesta a las cuatro, que a saber qué habrá hecho hasta las cuatro…!

—Bueno, bueno, tengamos la fiesta en paz —dice Pilar saliendo del cuarto de baño, hecha un mamarracho.

—¡¿La fiesta en paz?! ¡Uno se hace la ilusión de pasar el día en familia, todos juntos, y este desgraciao, que no se le puede llamar de otra manera, desgraciao, dice que no puede venir porque se acostó a las cuatro! ¡A las cuatro! ¡Sólo los navajeros van por ahí a las cuatro! ¿O es que te fuiste de putas? ¿Eeeeeeeh…? —Salvador vuelve al dormitorio de su hijo, pero no pasa de la puerta—. ¡A que te fuiste de putas!

—Salvador —suplica Pilar mientras se viste—. Déjalo. Tengamos la fiesta en paz…

—¡La fiesta en paz, la fiesta en paz! —Se topa de nuevo con Pili, vestida con su camisón de puta—. ¿Y tú qué esperas? ¡Ya vamos a encontrar caravana!

—Ya va, papá, ya va…

—¡Y no le contestes a tu padre como si fuera un sacrificio! ¡Pilar! ¿Está ya el café?

Ha llegado el momento de que grite Pilar. No hay día en que Pilar no se ponga a berrear como si se hubiera vuelto loca.

—¿Pero no ves que me estoy vistiendo? —se la oye—. ¡Espera un poco, ten un poco de paciencia! ¡Si no hubieras estado en el baño tres horas, ahora ya podríamos estar saliendo!

—¡Hombre, ahora la culpa es mía! ¡Soy el primero que se levanta, cada día levantándome a las siete, soy el primero que se levanta y ahora llegamos tarde por mi culpa! ¡Mecagonlamar, quién me mandaría a mí…!

—¡Si no quieres, no vamos, ¿eh?! ¡Si no quieres, nos quedamos y te vas con tus amigos! ¡No me vengas con exigencias, ahora, que es domingo! —Pilar está en la puerta del dormitorio, hecha un adefesio, que eso es lo que es, y gritando y encima se pone chula—. ¡Qué es día de fiesta, que a veces estamos más tranquilos los días de trabajo!

Pilar corre a la cocina para preparar el desayuno. Rezonga por lo bajo. También Salvador rezonga entre dientes, la Pili, cuando sale del cuarto de baño, tiene cara de cansada. Tiene cara de vieja, piensa Salvador paseándose de un lado para otro, Nervioso. A saber si será virgen aún, que hoy día nunca se sabe, aunque las chicas tengan catorce años. Te salen respondonas y granujas. Aunque hayan ido a colegio de monjas o al copón bendito, te salen respondonas y con afición de putas. Claro, con lo que se ve en el cine, y en las revistas, y en todas partes, que no se puede salir a la calle.

—Ya veréis cómo encontramos caravana —dice, antes de beber un sorbo de café con leche—. ¡Joder, cómo quema!

—¡Está hecho al fuego! —replica Pilar.

Bueno, tranquilo, Salvador, tranquilo, que te amargarás el domingo. Mecagondiez y, encima de que mañana no te han dado puente, sólo faltaría que te amargaras el domingo.

—¿Y qué hará Salvito? —pregunta bajando el tono de voz cuando aparece Pilar pintarrajeada como para ir al Liceo—. ¿Comerá solo?

—Lo que no comió anoche, que lo coma este mediodía.

—Vaya una familia unida… ¡Nunca había visto una familia más unida! Uno come aquí, otro come allá… Sólo faltaría que tú te fueras a comer a las Planas y yo al bar…

—Que ya te gustaría, ya… —murmura Pilar.

—¡Bueno, no empieces, no empieces, ¿eh?! Desayunan de pie, con prisas y sin mirarse.

—¿Y la Pili?

—Ya vieeeeeene —dice Pilar, cargada de paciencia.

—Ya viene, joder, ya viene. ¡Ya verás cómo encontramos caravana…!

—Pero el domingo ya se sabe, Salvador…

—El domingo, el domingo, el domingo…

Salvador, que no puede aguantar más, sale el primero de casa, a buscar el coche, el Seat Ritmo que está en el parking. Sabe que, mientras él esté esperando abajo, Pilar y la Pili correrán de un lado para otro como desesperadas, buscando cosas que se les olvidan, porque siempre se les olvida algo, y tardarán media hora en bajar. Quién te metió en este rollo, Salvador, quién te metió en este follón. Está fumando el tercer cigarrillo cuando llegan las dos con los bolsos, las bolsas, los paquetes y la Biblia en verso. Pone el coche en marcha y enfilan la calle Borrell, «ya veréis cómo encontramos caravana, ya veréis cómo tenía yo razón…».

—¿Lo veis? —dice un cuarto de hora después, encajonado el Seat Ritmo entre cinco coches más, en la Diagonal—. ¡Coño, si es que no puede ser, todos los domingos lo mismo!

—Lo que a ti te fastidia —dice Pilar, reconciliadora—. Es tener que ir a trabajar mañana…

—¡Yo qué coño me voy a…!

—Que sí, Salvador, que a ti te hacía ilusión ir a casa de tu hermano, en Vilanueva, pero si no se puede, no se puede, Salvador, hazte cargo… Ya iremos otro fin de semana…

—¡Todo dios hace puente y nosotros, venga, a trabajar! —estalla él.

La caravana avanza lentamente por la Diagonal, semáforo tras semáforo, y a ese desgraciado se le ha estropeado el coche, y el otro que no pasa en ámbar, nos vamos a quedar aquí todo el día, la puta madre, venga, tira, que se me cala el coche… Y la Pilar ya lo ha conseguido, siempre tan oportuna, ya te ha metido en la cabeza que mañana trabajas, y este fin de semana largo (sábado, domingo, lunes y martes) podrías haber ido a casa de tu hermano, a la playa, a Vilanueva, al menos con tu hermano te entiendes y sabes de qué pie calza…

Mañana a trabajar. ¿Pero quién coño puede trabajar un lunes, catorce de agosto, antes de fiesta?