DOCE

Los ocho hombres abandonados en Leifsbudir murieron poco después de la partida de los groenlandeses en el Corcel de Sigurd. Ejolf había sido el primero en morir. Diez días después de la matanza, se ahogó con un hueso de perdiz que se le atravesó en la garganta. Bastante antes de Navidad, los siete que quedaban se marcharon en un bote. Habían dejado de esperar a Helgi Egilsson y a su tripulación y no querían quedarse más tiempo en Leifsbudir, ya que el lugar había resultado funesto. Pensaban que era cuestión de tiempo que aparecieran los skraelings a matarlos o a llevárselos. Los supervivientes sabían que iban a encontrar peligros en el mar, pero no creían que fuera peor que lo que les iba a ocurrir si se quedaban en Leifsbudir. Hacía mucho que se habían comido las ovejas que había dejado Freydis y no había más comida excepto la que podían ir cazando y pescando día a día. Dirigiéndose hacia el Sur, los hombres pensaban huir del invierno para poder mantenerse vivos. Usaron una vela improvisada y consiguieron viajar por la misma ruta que el Buscador del Paraíso antes de encontrar la muerte. De camino a Vinlandia se toparon con un huracán. Fue entonces cuando Surt cantó su último poema. No fue un acertijo murmurado arteramente en voz baja para que sus dueños no se ofendieran. Fue una sonora proclamación que desafiaba al propio Gritador:

Una vez cabalgamos un noble corcel

Sobre las aguas que nos llamaban,

Fue hace mucho tiempo cuando navegamos

Bajo la rueda de la fortuna.

Ahora cabalgamos en un bote

Aparejado con tela de araña ensangrentada.

Vamos a la deriva bajo el casco de la oscuridad

Transportando los huesos de nuestra muerte.

Cuando los malvados persiguen a los vikingos,

No dejan nada atrás que merezca la pena.

No tenemos nada que ganar quedándonos.

La esperanza se convirtió en nuestra estrella guía.

Ahora una débil brisa nos ha atrapado.

Nos lleva a casa

Pronto estaré cantando a los

Sabios Versos de sueños perdidos y fortuna.

* * *

En los años que siguieron al último y desafortunado viaje a Vinlandia, los cristianos se hicieron mucho más numerosos en Groenlandia. No mucho después de la muerte de Thorvard Einarsson, ocuparon la casa de Freydis en Gardar diciendo que querían construir una iglesia en su lugar; por entonces Einar había reclamado el prado. Los cristianos ofrecieron una pobre compensación y cuando Freydis se negó a trasladarse, ahumaron la casa. Freydis consiguió sacar el telar y el arca de bodas. Después, vivió con sus hijos en los páramos que dominaban Gardar, donde la tierra era demasiado pobre para cultivarse. Freydis construyó una cabaña de piedra cerca del lugar donde pastaban sus ovejas, pero bastante lejos del cobertizo donde había vivido y muerto Hordis.

Freydis dio de comer a su familia vendiendo estambre. Aunque la gente trataba de rebajar el precio, ella acabó consiguiendo el que quería, pues todos sabían que sus telas eran las mejores. Aparte de eso, evitaban a Freydis. Unos cuantos en Gardar pensaban que Freydis Eriksdottir era una loca. La mayoría creía que no estaba loca en absoluto, pero que era un estorbo. Siempre los estaba regañando por abandonar a los viejos dioses y decía que Cristo los había vuelto tontos. A veces un ama de casa que se negaba a comprar su estambre abría la puerta y veían una muñeca mágica colgada encima.

Aunque Freydis no quería llevar redecilla, siguió siendo pulcra y limpia. Por esto y por otras cosas llamó la atención de un viudo llamado Magnus Ingolfsson, un viejo granjero que tenía una pequeña propiedad más abajo y algo hacia el oeste de la cabaña de Freydis. Freydis se casó con Magnus y se trasladó con sus hijos a la casa de dos habitaciones de él, dejando a su esclava, Gorm, en la cabaña para cuidar de las ovejas. Hacía años que había vendido a Kalf, a Orn y a Oddi el Canalla. La casa de Magnus era mucho más pequeña que la que los cristianos le habían quitado a Freydis; por otra parte, era mucho mejor que la cabaña en la que había estado viviendo durante los últimos años. De nuevo Freydis sacó las colgaduras de colores, el cuenco de bronce y el mantel rematado de encaje y los colocó por aquí y por allá. A Freydis le gustaba la casa de Magnus, pues estaba apartada de Gardar y era de tamaño medio. Después de que sus hijos se marcharan y Magnus muriera mientras dormía, el tamaño de la casa convenía aún más a Freydis, pues era lo bastante espaciosa para cubrir sus necesidades y lo bastante pequeña para poder calentarla sin tener que quemar los bancos y las mesas. Freydis siguió llevando a pastar a las ovejas y vendiendo estambre. Nunca se hizo cristiana y nunca se arrepintió de lo que había pasado en Leifsbudir.

Freydis Eriksdottir sobrevivió a las tres hermanas de Thorvard así como a varias mujeres que habían nacido después de ella. Finalmente Freydis fue encontrada en los páramos con el cuello roto, como resultado de una caída; desde la muerte de Gorm era ella la que pastoreaba a las ovejas. Por entonces Freydis era una anciana de cincuenta y seis años. Sus hijos se habían marchado de Gardar hacia tiempo, así que no había parientes que la enterraran. Los pastores que la encontraron apilaron piedras encima de su cadáver par hacer una tumba.

Al parecer, la profecía de Leif Eriksson sobre los hijos de Freydis resultó ser cierta. Cuando tenía quince años, Signy se fue al fiordo de Siglu y se convirtió en la concubina de un rico granjero que tenía una mujer estéril. Le dio varios hijos y murió dando a luz el sexto. A Asny no le fue mucho mejor. Se casó con un granjero pobre de Gamli que, después de engendrar con ella cuatro hijos, se divorció para casarse con otra. Freydis nunca les había enseñado a sus hijas el cinturón de hierro. Antes de que fueran lo bastante mayores como para acostarse con hombres, Freydis había fundido el cinturón para hacer un gancho grande para colgar sobre el fuego. Pensó que así el hierro tendría un uso mejor, ya que lo que le había gustado era la idea del cinturón, no el cinturón en sí mismo. Éste nunca había evitado que hiciera lo que quisiera, si lo deseaba de verdad.

Cuando Thorlak tenía dieciséis años, se enroló en el Viajero de las olas, un barco noruego que trabajaba principalmente en el comercio de pescado, aunque a veces su dueño iba a las Hébridas a buscar esclavos. Aunque prefería la agricultura a la navegación, Thorlak nunca consiguió mercancías suficientes como para hacerse con un terreno, y durante más años de los que pudo contar, vivió una existencia precaria a bordo del Viajero de las olas, que navegaba entre Bergen y Oban. En su último viaje el barco se estrelló contra unas rocas cerca de Mull. Thorlak fue rescatado junto a otros por unos pescadores que los llevaron a Oban. Los dejaron en una cabaña de almacenamiento que pertenecía a un rico mercader de pescado que vivía con su mujer y cinco hijos en una hermosa casa cercana. Más tarde, el hijo adoptivo del mercader, un joven con una mancha azul en la frente, fue a llevar sacos de dormir y un caldero de sopa caliente a la cabaña por orden de su madre. Lo dejó todo en el suelo junto a los hombres temblorosos. El joven no dijo nada a los supervivientes ni se interesó por su desdicha. Parecía pensar que no tenía nada en común con aquellos hombres, y menos aún con el groenlandés que parecía más sombrío y hundido que los demás.

Poco después de este hecho, Thorlak empezó a ofrecerse a colonos para trabajar como recogedor de piedras. De este modo consiguió mantenerse vivo durante unos cuantos años más.

* * *

Helgi Egilsson sobrevivió a los demás vinlandeses. Cuánto, nadie, ni siquiera Helgi, lo supo nunca. Pudo haber sido un año, pudieron haber sido cientos. En Vinlandia la Buena un día era tan parecido al siguiente que Helgi apenas notaba cuándo acababa un día y empezaba otro. Cada mañana llenaba su pellejo de vino y se iba hasta el extremo de la isla, donde se tumbaba en las lisas piedras duras, bajo un cálido sol cobrizo, observando la verde agua del mar inundando grietas y huecos de las rocas. Día tras día Helgi iba hasta el borde del acantilado, a veces con Finna y a veces sin ella. Hacía mucho tiempo que se había cansado de estar tumbado en una estera en la playa o en los cálidos charcos. Prefería contemplar el poder cambiante del mar. Cuando era pequeño, en el norte del fiordo de Alfta, Helgi solía pasar el verano del mismo modo. Ahora no lo recordaba claramente. La mayoría de los recuerdos de Helgi eran como débiles estremecimientos de un ratón o alguna otra criaturilla que se escurría por la hierba. Helgi no sabía dónde estaba Finna. Igual que él, iba y venía sin saber dónde estaban los demás. Finna podía estar tumbada a su lado todo el día sin que Helgi se diera cuenta. Cuando se daba cuenta, parecía que acababa de aparecer. Podía estar ausente durante días sin que la echara de menos.

Eso había ocurrido con los vinlandeses que habían desaparecido. Que Helgi supiera, los vinlandeses perdidos podían llevar un año fuera antes de que se diera cuenta de su ausencia. Helgi no se preocupaba por aquellas desapariciones. Se las tomaba como venían. Lo que no estaba allí ya no le concernía. Aparte de las desapariciones de los vinlandeses, Vinlandia la Buena parecía intacta: las mariposas seguían revoloteando sobre las flores, los pájaros cantaban sin cesar, los árboles y arbustos de todas clases florecían. Si se cogía una baya o se comía una manzana, pronto aparecían otras. Vinlandia la Buena parecía un estado de ánimo además de un lugar.

Era un estado de maduración excesiva. Como Helgi y Finna estaban drogados de calor y vino, no se dieron cuenta de la descomposición, aunque a veces, cuando el otro dormía cerca, el despertar era brusco. Helgi podía advertir las bolsas que Finna tenía bajo los ojos o la flaccidez de sus senos. Cuando esto sucedía, Helgi se sentía sorprendido. Su visión estaba ya tan alterada que solía ver a una mujer joven con piel lisa y cuerpo firme. O Finna podía provocar a Helgi llamándolo anciano loco de barba gris. Podía recordarle que pronto se le caerían los dientes manchados. Tan brutales afirmaciones eran raras, ya que Helgi y Finna rara vez se veían el uno al otro tal como eran. Tampoco solían dormir uno al lado del otro. Helgi suponía que Finna se había ido con Ulf, el de la Barba Ancha o con Bjolf. No recordaba que esos hombres habían desaparecido hacía tiempo.

Ulf y Bjolf se habían quedado mucho más tiempo que los demás. Después de que Bersi y Olvar se fueran, Hauk Ljome desapareció. El noruego imaginó un fresno gigante que crecía en el bosque. Aunque nadie más podía ver el árbol, Hauk insistía en que estaba allí, dominando a los demás. Dijo que era nada menos que el Árbol del Mundo Yggdrasill, y que había tres vírgenes sentadas debajo. Sus nombres eran Ser, Necesidad y Destino. Hauk dijo que iría hasta allí y las poseería a las tres por turnos. Contrariamente a Helgi, que creía que las Nornas ya le habían concedido el destino que deseaba, Hauk quería a las propias mujeres. Como Vinlandia la Buena era un lugar donde se concedían todos los deseos, a nadie se le ocurrió decirle a Hauk que no fuera. Cuando se fue, Grelod se acostó entre los helechos y nunca se levantó. Mucho antes, el niño se había deslizado de su vientre mientras ella se bañaba, y se lo llevó el agua. El suelo donde Grelod murió era tan blando y profundo que se hundió en él y desapareció. El musgo y las violetas pronto ocuparon su lugar. Los vinlandeses que quedaban a veces caminaba sobre la tumba de Grelos sin saber lo que era.

Ulf y Bjolf también se habían contagiado con las viejas historias. Hablaban sin cesar de los dioses que Helgi había olvidado hacía tiempo. Ulf decía que Vinlandia la Buena era Asgard, el reino de los dioses. Contaba que cuando el sol estaba alto, podía verlo mirando desde el tejado dorado de Gimli, a lo lejos por la costa, donde iban los hombres justos después de morir. Ulf y Bjolf pensaban ir a Gimli. Estaban ansiosos por ser mimados por las valkirias, que sin duda atenderían todas sus necesidades. Un día Ulf y Bjolf se fueron nadando hasta el barco para navegar hasta Asgard. Pensaban impresionar a los dioses llegando desde el mar. Por entonces las tracas inferiores del barco estaban carcomidas tras haber estado tanto tiempo en aguas cálidas. Estaba claro, por la cantidad de agua que había en el barco, que estaba a punto de hundirse. Ulf y Bjolf se fueron a buscar Asgard andando por la costa y nunca se los volvió a ver.

Un tiempo después, Helgi se despertó y vio que el barco se había hundido. Sólo podía verse la popa y el tajamar sobre el agua. Helgi aceptó la pérdida del barco sólo con una leve curiosidad. Había olvidado que Ulf le había dicho una vez que el barco estaba carcomido y cuando desapareció, se preguntó por qué se habría hundido.

Una vez, a Helgi y a Finna les salieron colas de pez y nadaron bajo el agua. Mientras nadaban por la cala, vieron el barco hundido. Los rayos de sol traspasaban el agua verde azulada de tal modo que vieron claramente la silueta de la quilla y el mástil que se había volcado en el agua. Las tracas estaban cubiertas de percebes y las algas trepaban por los lados. Helgi contempló esta visión con el mismo desinterés con el que observaba todo lo demás. Más tarde, Finna y él nadaron hacia el mar entre las islas donde el agua estaba fría. Vieron algo blanco que brillaba en el fondo del mar. Cuando Helgi buceó para recogerlo, vio lo que parecía un cráneo humano, pero no lo relacionó en absoluto con Olver. Una vez, a Helgi y a Finna les crecieron alas de águila y volaron sobre el bosque, pero esto no proporcionó a Helgi tanto placer como quedarse en la isla. Los bosques y praderas que había abajo no le interesaban. Hacía mucho que había perdido su visión de marinero.

Atli y Vemund estaban convencidos de que había skraelings en el bosque. Se había aburrido de la paz de Vinlandia y estaban sedientos de sangre. Aseguraban que los skraelings eran brujos y podían convertirse en árboles pintándose el cuerpo de verde y poniéndose plumas en el pelo. Este disfraz sólo funcionaba a la luz del sol. Por esta razón, había que matar a los skraelings por la noche, cuando ya no estaban disfrazados. Durante varias noches, Atli y Vemund cogieron sus lanzas y sus hachas y se fueron al bosque, a perseguir demonios hasta la salida del sol. Esto continuó hasta el momento en que cada cazador confundió al otro con un skraeling y se mataron entre sí.

Helgi tenía sus propios demonios. A veces esos demonios chillaban tan fuerte dentro de su cabeza que se cubría los oídos y se iba dando traspiés por la playa. Una tarde, cuando Helgi estaba tumbado sobre las rocas dormitando, alzó la vista y vio que el agua bailaba como los aceites de una bruja y hervía de serpientes de mar. Las serpientes reptaban hacia él entre llamas verdes y rojas, con las lenguas silbando y susurrando contra el mar. Otra vez Helgi vio a un monstruo con dientes como cuchillos salir de entre las olas, con un ojo gigante en medio de la frente. En las noches en que el sueño lo rehuía, Helgi miraba las estrellas caer del cielo. Una noche una estrella le cayó en la cabeza y explotó en astillas de luz.

Ahora la gente escondida hacía el vino. Helgi ya no tenía que cortar las uvas. La gente escondida tejía guirnaldas de flores fragantes para que las llevara alrededor del cuello. También recogían frutas y nueces, dejándolas aquí y allá sobre hojas frescas, lo que significaba que Helgi no tenía que abandonar la isla, excepto si quería nadar o volar. Una vez Finna y él estaban bañándose en el lago y un caballo blanco salió de los bosques para beber. Tenía un cuerno retorcido en la cabeza, como el de un narval. El caballo era una criatura amable y gentil cuya presencia agradó especialmente a Finna. Ella parecía creer que el caballo tenía algo que ver con la llave de plata que aún llevaba alrededor del cuello. Algún tiempo después Helgi vio a Finna cabalgando sobre el lomo de la criatura, con su blanca melena flotando sobre los senos de ella. Fue la última vez que Helgi vio a Finna y al caballo. Pero a menudo veía elfos que volaban por el bosque, arrastrando sus alas como bruma plateada, cantando con dulces voces que lo invitaban a seguirlos. Por entonces estaba tan débil que no podía moverse de un lado a otro y mucho menos seguir a los elfos. En cualquier caso no deseaba seguirlos, pues estaba satisfecho donde estaba. ¿Qué más podía pedir un hombre que ser despojado de la ambición, de la envidia, del odio, de la codicia y del miedo? Helgi no temía a la muerte; le daría la bienvenida cuando llegara. No se le ocurría un lugar mejor para empezar un sueño largo y apacible que el extremo del mundo, donde la tierra se encontraba con el agua y el Norte con el Sur.

A veces Helgi decidía no beber el vino que dejaba la gente escondida. Esas veces su memoria volvía y su visión se aclaraba. Recordaba que hacía mucho tiempo, cuando vivía en la tierra del hielo y de la nieve, había pensado que el mayor viaje que un hombre podía hacer era al exterior de sí mismo de modo que pudiera ver tierras desconocidas y maravillosas visiones. Ahora Helgi conocía una verdad diferente. Sabía que de todos los mundos que podía descubrir, el viaje que más satisfacción daba al hombre era el viaje al interior de sí mismo, pues allí era donde podía encontrar mayor satisfacción. Qué extraño era que un hombre viajara a lejanas tierras en busca de sueños y fortuna sólo para descubrir que su isla de los bienaventurados había estado siempre en su interior.