DIEZ

Anoche fui testigo del robo del barco de los groenlandeses. Ahora escribiré lo que vi en orden, ya que el engaño de los islandeses puede tener graves consecuencias más adelante. Desde que volví a vivir a mi refugio, me cuesta dormir y a menudo estoy despierto cuando los demás duermen. Anoche, cuando estaba en mi refugio, oí unos débiles ruidos en el agua y salí a investigar. Vi que un bote remaba hacia el nuevo barco que estaba anclado en la bahía ante las casas de los groenlandeses. La luna alumbraba poco, pues era una cuarta parte de su tamaño, pero veía lo bastante bien como para contar a ocho personas que subían a bordo del barco. No pude ver si levaban el ancla o sacaban los remos, pero vi claramente que el barco avanzaba. Por la mañana le conté a Nagli Asgrimsson lo que había visto. Nagli se lo dijo a Freydis Eriksdottir. Al cabo de poco tiempo, todos los groenlandeses conocían el robo.

* * *

Ulfar estaba sentado en una roca y había visto cómo se llevaban el barco. Siguió allí sentado cuando el barco ya había desaparecido, tratando de decidir lo que iba a hacer. No podía ir tras el barco, pues no había ningún bote que pudiera alcanzarlo. Al principio Ulfar pensó que los groenlandeses se habían llevado el barco, pues el Corcel de Sigurd estaba anclado al otro lado de la bahía, frente a la casa de los islandeses. Pero ¿por qué iban a robar los groenlandeses su propio barco? Se le ocurrió que quien había cogido el barco podía volver al cabo de uno o dos días, pero pronto rechazó esa idea. Cualquiera que pensara devolver el barco no se lo hubiera llevado protegido por la oscuridad de la noche. Sin duda habían robado el barco, pero ¿quién? Como Ulfar no sabía quién se había llevado el barco, Ulfar no quiso informar de lo que había visto hasta que se hizo de día, cuando pudo ir a ver a los groenlandeses para valorar la situación.

La excesiva cautela de Ulfar venía de atrás. A pesar de la confianza que tenía en él Leif Eriksson, seguía siendo un esclavo, lo que significaba que su palabra tenía menos valor que la de muchos otros. Los granjeros ignorantes solían despreciar a los esclavos, considerándolos mentirosos y ladrones. Es más, tenía que pensar en su futuro. Ulfar, a pesar de no sentirse feliz de vivir entre paganos, se alegraba de haber ido a Leifsbudir. Había aprendido mucho de Hauk sobre la construcción de barcos y se había ganado el respeto del noruego. Había producido una gran cantidad de mercancías para los groenlandeses, demostrando su valía. No quería que nada dañara su reputación o echara a perder la libertad que Leif le había prometido.

Cuando el sol iluminó el cielo por el Este, Ulfar había decidido contarle a Nagli lo que había visto. Nagli era un hombre prudente. De todos los hombres que estaban en Leifsbudir, Nagli era con el que más afinidad sentía. Igual que él, el herrero prefería vivir solo, lejos de los demás, y era hábil en lo que hacía. Nagli también era más mundano que los otros, pues había viajado por Groenlandia y había vivido varios años en Islandia. En contra de Nagli estaba su resistencia a abrazar las enseñanzas de Cristo. Nagli le dijo a Ulfar que abrazaría el cristianismo si lo obligaban. Hasta entonces, prefería ir a su aire. En este sentido, Nagli era como los groenlandeses, que consideraban el cristianismo como un ropaje de invierno que se pondrían sólo si el tiempo empeoraba. Mientras el tiempo fuera soportable, irían vestidos como les pareciese.

Ulfar se sentó junto a la forja y le contó a Nagli lo que había visto durante la noche. Cuando acabó su historia, el herrero dijo:

—Tenemos que despertar a Freydis y decírselo enseguida. Está claro que los islandeses han estado tramando algo.

Ulfar dijo que Freydis podía estar a bordo del barco. Mairi le había hablado de las visitas de Hauk al cobertizo del telar. Ulfar pensaba que Freydis podía haberse ido a alguna parte con el noruego.

—¿Por qué iba Freydis a robar su propio barco? —preguntó Nagli—. Conozco a Freydis Eriksdottir. Te lo aseguro: estoy convencido de que se quedará más sorprendida que nosotros por este giro de los acontecimientos.

—Incluso así, sería prudente contar a los groenlandeses —dijo Ulfar—, por si hay alguno a bordo del barco.

—Como quieras —dijo Nagli—. Voy a contarle a Freydis lo que has visto.

Eso era lo que prefería Ulfar. Quería que Nagli le diera la noticia a Freydis, ya que no quería decírselo él mismo. Ulfar pasó por las habitaciones de las dos casas. Como todos estaban durmiendo, fue fácil contar a los hombres; no faltaba ninguno excepto los que habían ido de caza con Thorvard. Cuando salía de la casa del medio, Nagli llamó a Ulfar para que se uniese a Freydis y a él. Estaban de pie frente a la casa del fondo. Freydis estaba descalza y despeinada, con una capa echada sobre la camisa. Ordenó a Ulfar que repitiera lo que había visto, lo que él hizo. Ulfar pensó que Freydis aceptaba la noticia con calma. La había visto con la cara roja y feroz. Cuando estaba furiosa, gritaba a sus esclavos y los empujaba de malos modos. Ahora parecía inquieta. Tenía la cara blanca y la mirada distraída. No dejaba de mirar hacia el lugar vacío donde había estado el barco. Después de un rato le dijo a Nagli que como él estaba en mejores términos con los islandeses que cualquiera de los demás groenlandeses, él era quien debía descubrir cuál faltaba e informárselo. Nagli dijo que lo haría, pero sólo después de acabar de remendar una cazuela de hierro que pertenecía a los islandeses, de modo que podía visitarlos con el pretexto de devolvérsela.

—Entonces será mejor que te des prisa —dijo Freydis—. Cuando nuestros hombres se despierten y vean que el barco no está, querrán perseguir a los ladrones.

Pronto todos los groenlandeses sabían lo del barco desaparecido. Como había previsto Freydis, varios querían ir a la casa de los islandeses de inmediato. En lugar de ello, Freydis dijo a los groenlandeses que se reunieran en la habitación grande de la casa del medio.

Cuando estaban reunidos, Bragi expresó la opinión de que los groenlandeses tenían que hacerse con el Corcel de Sigurd sin tardanza.

—Si los islandeses pueden robarnos —dijo—, nosotros podemos robarles a ellos.

Tres o cuatro más estaban a favor del plan de Bragi, pero Freydis de momento estaba en contra.

—Para hacernos con el barco de los islandeses necesitaríamos más hombres. Sólo tenemos treinta hombres, incluyendo los esclavos —dijo—. Si como ha dicho Ulfar, eran ocho, quedan dieciocho islandeses. Para hacernos con el Corcel de Sigurd, necesitamos ser más.

—No si nos llevamos el barco de noche, como hicieron ellos —dijo Bragi.

—No debemos pensar en hacernos con él, sino en conservarlo después —dijo Freydis—. Fue buena idea que metiéramos a algunos hombres de más de tapadillo en el barco en Groenlandia. De otro modo, nos encontraríamos en una posición más débil de la que estamos.

Sleita pensó que se debían hacer agujeros en los botes de los islandeses. Uni estaba a favor de confiscar la leña que los islandeses habían traído de la Bahía de los Arces.

—Hasta que sepamos quién se llevó nuestro barco y por qué, no haremos ninguna de esas cosas —dijo Freydis—. Nagli irá a ver dentro de poco a los islandeses y nos informará de aquello de lo que se entere.

No todos los groenlandeses querían esperan hasta entonces. Algunos fueron a la cala del barco a investigar. Cuando volvieron, dijeron que los constructores se habían llevado todo su equipamiento de la cala, lo que hacía suponer que eran ellos los que se habían llevado el barco. Entonces fue cuando Freydis se dio cuenta de que Hauk formaba parte del engaño. Varios groenlandeses se apostaron en el exterior para vigilar las idas y venidas de los islandeses. Cuando Nagli devolvió la cazuela remendada y habló con los islandeses, los groenlandeses ya habían averiguado quiénes eran los ladrones y no se sorprendieron cuando Nagli volvió y los enumeró. Nagli acabó su informe diciendo que no creía que la cuestión fuera tan grave.

—Helgi y los demás han ido a buscar madera para barcos y volverán en cuanto la recojan.

Esas palabras no sirvieron para apaciguar a los groenlandeses. Varios insistieron en que tenían que confiscar el barco de Finnbogi. Bragi opinaba que debían retener el barco de Finnbogi hasta que les devolvieran el suyo.

Una vez más Freydis les recordó los inconvenientes.

—Para hacer lo que decís necesitamos más hombres de los que tenemos, ya que los islandeses no cederán su barco sin luchar. Recordad que luchamos para ganar, no para perder. Quiero que Ozur venga conmigo a la casa de los islandeses. Os diremos después lo que se ha dicho.

Freydis sabía lo importante que era implicar a los groenlandeses en lo que estaba pasando; nunca podría abandonar Leifsbudir sin su ayuda.

Freydis y Ozur cruzaron la explanada. Aunque la mañana era clara y soleada, a los islandeses no se los veía por ninguna parte. Freydis llamó a la puerta pero no respondió nadie. Ozur dijo que quizá se hubieran ido a pescar.

—Dudo que se hayan ido todos. Nos están evitando —dijo Freydis—. Si esta casa no perteneciera a mi hermano, encendería un fuego y los ahumaría para que salieran.

A última hora de la tarde se vio a los islandeses remando desde su barco, con Finnbogi entre ellos. Freydis y Ozur volvieron a la casa a esperar.

Cuando Finnbogi llegó a la casa, Freydis bloqueó la puerta y dijo:

—Hemos venido a averiguar qué ha pasado con nuestro barco.

—Mi hermano y un pequeño grupo de hombres se llevaron el barco para ir a buscar madera de roble —dijo Finnbogi.

—¿Por qué no se llevaron vuestro barco en lugar del nuestro?

—Hauk y él querían probar el nuevo barco para ver cómo se manejaba.

—Podíamos haberlo hecho nosotros.

—No tan bien como los hombres que lo construyeron —repuso Finnbogi. La arrogancia le salía fácilmente.

—¿Cuándo esperas que vuelvan?

—Dentro de un mes.

—Escucha cuidadosamente lo que voy a decir, Finnbogi Egilsson —dijo Freydis—. Hice un acuerdo contigo y con tu hermano. Mi marido y yo cumplimos nuestra parte del acuerdo proporcionando la cuerda y la vela. No sólo eso, sino que accedimos a compartir Leifsbudir con vosotros. Como recompensa, tu hermano nos ha robado nuestro barco. Nosotros los groenlandeses esperaremos un mes. Si tu hermano se queda el barco más tiempo, encontraremos otro modo para que cumpláis vuestra parte del acuerdo. Nosotros los groenlandeses nos negaremos a tolerar a un grupo de ladrones entre nosotros durante más tiempo.

Antes de que Finnbogi pudiera contestar, Freydis se dio la vuelta y se marchó con Ozur.

Cuando los demás groenlandeses fueron informados de esa conversación, algunos se quedaron muy decepcionados con el resultado. Pensaba que Freydis había sido demasiado blanda con los islandeses.

—Es fácil calentarse con estos asuntos —dijo Freydis—. Lo que necesitamos ahora es mantener la cabeza fría. No pienso hacer nada con los islandeses hasta que vuelvan mi marido y sus cazadores. Puede ser que, al robar nuestro barco, los islandeses nos hayan hecho un favor, pues al llevarse algo que era legítimamente nuestro, acabarán debiéndonos más de lo que nos debían antes.

Lo que Freydis estaba pensando era en llevarse una parte de la madera de roble que Helgi traería de vuelta.

—Ahora que el verano está aquí, debemos redoblar nuestros esfuerzos para reunir un cargamento que llevarnos en el viaje de vuelta a casa. De momento podemos olvidarnos de los islandeses y de sus sucios trucos.

Nadie sabía lo que le había costado a Freydis decir esto. Desde que Nagli la había despertado por la mañana temprano y le había contado la noticia, había necesitado de toda su voluntad para ponerse en marcha. Sentía la necesidad de irse a algún sitio y tumbarse. Se sentía extrañamente pesada, como si estuviera llevando piedras de un lado a otro. Tenía esas piedras atadas a las muñecas y a los tobillos. Sobre el pecho tenía un yugo de cuero con más piedras. Eran unas piedras tan pesadas que Freydis apenas podía respirar. Tenía una piedra en la garganta que le impedía comer. Sin aquellos pesos que tiraban de ella hacia abajo, Freydis pensaba que hubiera podido salir volando por la explanada y haberle clavado un hacha en el cráneo a Finnbogi. Se habría llevado un bote y habría remado como Thor hasta alcanzar a los ladrones. Habría pretendido atraer a Hauk y lo habría tirado al mar.

Aquella noche Freydis se fue a la cama y soñó que era una valkiria que volaba sobre un campo de batalla lleno de cadáveres ensangrentados, uno de los cuales era ella misma. Mientras volaba por las alturas, llegaron tres gigantes y arrastraron su cuerpo hacia el bosque. Freydis tuvo aquel sueño varias noches seguidas. Una noche, la estrella de la cabra apareció en el cielo junto a ella mientras volaba sobre el campo de batalla y repartió su sangre. Freydis se despertó poco después, sabiendo lo que tenía que hacer. Tenía que honrar a los dioses a la antigua usanza, cosa que no había hecho el verano anterior.

Thor, después de llevar a los groenlandeses a salvo hasta Leifsbudir, habría esperado que le sacrificara una cabra. Como tenían tan pocas cabras, no había ninguna para dedicar a semejante propósito, pero Freydis podía haber hecho el sacrificio antes de asar las cabras para Yule. De este modo, habría evitado quizá algunas dificultades, como el duro invierno, el exilio de Bolli y el robo del barco. Y recientemente, cuando se había ofrecido a asar la cabra que quedaba para repartirla con los islandeses, hacer un sacrificio de sangre era lo último que se le había pasado por la cabeza. Freydis le dijo a Kalf y a Orn que trajeran la última cabra para sacrificarla. Se colgó el martillo de Thor al cuello, decidida a no quitárselo nunca; dejar de llevarlo en Leifsbudir había sido otro error. Se puso su traje de faena y desangró a la cabra. Llevó el cuenco por las casas de los groenlandeses, salpicando sangre aquí y allá, sin fijarse en los groenlandeses que dormían. Salió y salpicó el perímetro de los edificios. Después mojó las ramas de abeto que habían cortado Kalf y Orn en la sangre y las colgó sobre las puertas, satisfecha de haber hecho todo lo que podía. Era prudente hacer lo posible por asegurarse que los viejos dioses estuvieran de parte de uno, sobre todo cuando amenazaban las dificultades y grandes obstáculos tapaban el camino. Daba mala suerte mirar hacia atrás y pensar que se podía haber hecho esto o lo otro para mejorar las perspectivas. Los viejos dioses eran duros con la gente que se sentaba a quejarse y no quería hacer lo que había que hacer.

Después de acabar el ritual, Freydis se quitó la ropa ensangrentada y ordenó a Mairi que trajera agua para darse un baño. Freydis rió al sentarse en la bañera de agua caliente, pero no era una risa de placer ni de alegría. Era la risa de una mujer que desafiaba a los hados. Al contemplar los hechos bajo determinada luz, Freydis podía convencerse de que en algunas cosas se había salido con la suya. Qué fácil había sido atraer a Hauk a su cama. A pesar de sus modales corteses, a Hauk el pene le gobernaba la cabeza. En ese sentido no era diferente de los demás hombres. ¿Cuántos baños se había dado ella por la tarde mientras esperaba que llegase? Había sabido que acabaría yendo al cobertizo; más pronto o más tarde tenía que recoger la vela. Mucho antes de que fuera, Freydis había decidido disfrutar de su placer con Hauk. Se lo había tomado con tranquilidad, o al menos eso pensaba, aunque ahora odiaba a Hauk con una pasión que ni siquiera Finnbogi le inspiraba. Helgi, sencillamente, no le gustaba. A pesar de sus modales corteses, había sabido desde el principio que Helgi no era más de fiar que su hermano. No le sorprendía que se hubiera llevado el barco sin pedirlo. Pero Hauk la había decepcionado. Le había estado robando al mismo tiempo que se introducía en ella; por muchas veces que reviviera aquel hecho, Freydis se sentía utilizada de mala manera. Como mucha gente, Freydis se cuidó de nutrir sus sospechas y se culpó a sí misma por haber tenido la guardia tan baja.

Todas las tardes Freydis se daba un largo baño y daba vueltas a sus pensamientos. Eso la ayudaba un poco, ya que los sueños sangrientos cesaron y las piedras que portaba cayeron. Freydis pensó que la mejora era resultado del sacrificio, y no del endurecimiento de su voluntad.

Curiosamente, Freydis halló cierta satisfacción en el robo del barco. Confirmaba lo que tanto tiempo llevaba diciéndole a Thorvard sobre los Egilsson. Cuando Thorvard volviera de la caza de morsas y descubriera lo que había pasado, vería hasta dónde llegaban los Egilsson haciendo lo que les daba la gana. También le convenía que Hauk se hubiera marchado, porque eso significaba que el constructor ya no estaba por allí para recordarle a Freydis que se había metido en su cama.

Cuando Thorvard volviera a Leifsbudir y descubriera que, según Hauk, el barco no tenía valor para que lo usaran los groenlandeses y sólo podían usarlo los islandeses, tanto Helgi y Hauk como ella se disgustarían. A Thorvard le costaba enfurecerse, pero una vez comprobara la injusticia de la situación, estaría preparado para ocuparse del asunto. Aunque Freydis había dicho a los groenlandeses que no atacaran de momento a los islandeses, no permitiría que el disimulo de éstos quedara impune. Simplemente estaba haciendo tiempo hasta encontrar la oportunidad de devolverles la traición a los islandeses. No tenía intención de permanecer un año más en Leifsbudir. Quería volver a su granja con sus hijos. Leifsbudir tenía mucho que ofrecer, pero para disfrutar de sus ventajas, eran necesarios los barcos para ir de acá para allá a recoger madera, ya que no había ganado, y más bosques que pastos. Se podía traer el ganado desde Groenlandia y limpiar el terreno de árboles como se decía que hacían los granjeros en Noruega, pero la presencia de skraelings allí era un inconveniente importante para cualquiera que pretendiera instalarse en aquellas tierras.

Ahora cada día el tiempo era un poco mejor. Aparecieron bancos de capelanes, que llegaban a la costa en gran número, amontonándose en la playa. Freydis hizo secar la mayoría de los capelanes colgados en palos en el exterior para llevárselos de vuelta a Groenlandia; el resto se usó para abonar los campos que estaban reverdeciendo. Los capelanes trajeron a las ballenas. Dos ballenas pequeñas vararon delante de las casas de los groenlandeses. Eso significaba que no hacía falta cazar a las ballenas jorobadas que veían resoplando más allá de la bahía. Las ballenas varadas eran de un tamaño tal que proporcionaron carne y grasa suficiente para las necesidades de los groenlandeses. Los salmones llegaron al río a desovar. Las ovejas estaban listas para esquilar. Ahora que pastaban en los campos, las ocho crías casi habían doblado su tamaño. Freydis no confiaba en Kalf ni en Orn para que hicieran el trabajo solos y fue a ver si lo estaban haciendo bien. Después del esquilado, Freydis ordenó a los esclavos que lavasen la lana y la extendieran sobre el suelo para que se secara. Ahora que estaba de vuelta en la pradera, la vaca estaba dando leche. Freydis bebió la mitad de la leche y dejó la otra mitad para Mairi. Había oído la calumnia según la cual se había negado a darle leche al niño de Olina y no quería que la culpasen si Mairi daba a luz un niño enfermo.

Mairi estaba ya muy embarazada. A pesar de su tamaño, aún seguía trabajando duro. Cuando Mairi lavaba las tablas y las tazas de los hombres, las colocaba en un estante de madera que había hecho Ulfar. Mientras se secaban, limpiaba los bancos de dormir, llevaba la ropa de cama de un lado a otro, barría bien las plataformas vacías y volvía a poner encima la ropa de dormir. Freydis observaba la diligencia de la chica como un indicador de que prefería vivir con ella a vivir con los Egilsson. Durante todo el tiempo Freydis había pensado en mandar de vuelta a la chica con los islandeses antes de que ella y Thorvard volvieran a Groenlandia. No quería que la concubina de Thorvard viviera bajo su techo en Gardar. Con el robo del barco, Freydis se lo estaba pensando mejor. Estaba en contra de devolver a los islandeses nada que le resultara útil. No había duda de la utilidad de la chica. A Freydis también le gustaba que la concubina de Thorvard le calentara el agua del baño, le peinara el pelo y le lavara la ropa.

Mairi apenas hablaba. Cuando se dirigían a ella, se negaba a responder a menos que la empujaran o la abofetearan. Incluso así, decía poca cosa. Cuando Freydis ordenaba a la chica que hiciera alguna tarea, Mairi no dejaba traslucir que lo había oído, pero se ponía a trabajar. Esto fastidiaba a Freydis, sobre todo porque a la chica no le faltaban palabras cuando se acercaba Ulfar. Mairi y Ulfar hablaban en la lengua hébrida, lo que a Freydis le molestaba más aún, ya que quería saber siempre lo que se decía.

Ulfar había hecho a Mairi un cuenco y una taza de madera para su uso, así como una cuchara. A las horas de las comidas, después de que los demás hombres hubieran abandonado la casa, Ulfar se quedaba dentro para hablar con la chica. Al principio Freydis pensó en suprimir estas conversaciones. Le parecía que desde que había empezado el verano y las casas estaban abiertas, no podía dar la vuelta a una esquina o pasar por una puerta sin ver juntos a los dos esclavos. Más tarde Freydis dejó de inmiscuirse en estas reuniones porque se le ocurrió que podían tener su utilidad para ella. Freydis pensaba que la pareja no tenía nada que ver, que Ulfar era demasiado viejo y tenía una cara demasiado amarga para la chica, pero había visto más combinaciones extrañas antes, cuando se casaban esclavos por conveniencia del dueño.

* * *

El Señor del Cielo ha oído mi ruego y ha ablandado mi corazón hacia Mairi. Al interceder en mis oraciones, me ha ayudado a apartar pensamientos indignos que otrora albergué hacia ella y ahora puedo ver que, a pesar de que haya sido usada como concubina, Mairi merece mucho más la atención del Señor que yo.

Aún así, sigo sin conciliar el sueño. Cada noche, cuando me retiro a mi refugio, lucho con la decisión de qué hacer para ayudar a Mairi. Es mi deber cristiano ayudarla. La muchacha está a punto de dar a luz. Si sobrevive, no dudo que volverá a ser usada como concubina. Es una situación que desearía evitar.

Cuando vuelva Thorvard, le pediré permiso para casarme con ella. Si lo hago, Mairi no podrá ser usada tan fácilmente como concubina. Thorvard ha llegado a confiar en mí en lo que a tallar madera se refiere y no le interesa contrariar mi voluntad, sobre todo porque estoy bajo la protección de Leif y me han prometido la manumisión. Cuando sea libre, podré pensar en llevarme a Mairi a las Hébridas. La dificultad de esto es que nunca podré yacer con Mairi como hombre y mujer porque carezco de deseo. Pero si he de llevar a cabo el santo matrimonio o no, no es decisión mía, sino de Dios. Aunque he rezado constantemente sobre este asunto, aún tengo que recibir una señal suya. Puede ser que Nuestro Señor me considere poco adecuado para el matrimonio ya que fui concebido en pecado. Por lo tanto, pretendo escribir una confesión completa de mi origen con la esperanza de que Cristo perdone la deshonra de mi nacimiento y me dé una señal para saber cómo debo proceder.

Mi padre, un monje culdense, me engendró en Eilean Nam Bara cuando los daneses estaban masacrando al abad y a quince monjes en las blancas arenas de Iona. Después de mi nacimiento, sufrí la humillación de ser criado sólo entre mujeres y vacas. Cuando me llevaron hasta Iona al otro lado de las aguas de chico, uno de los monjes, el hermano Olfeig, me maltrató mucho, me azotó y me pegó, obligándome después a ponerme de rodillas, abusando de mí de manera sucia. Más tarde, cuando Harek Tragaanguilas me secuestró, a menudo me usaron de la misma manera brutal. Durante ocho años soporté estas y otras degradaciones y por ello estoy muy destrozado. Hasta que el barco de Harek perdió el rumbo y encalló en Herjolfness, Groenlandia, mi suerte no mejoró un poco y Harek me vendió a Leif Eriksson a cambio de madera para reparar su barco. Puede decirse que lo único bueno que salió de aquellos funestos años que pasé con Harek fue que aprendí a trabajar la madera. Cuando no estábamos remando en el mar, llevando a Harek y a sus hombres a lugares donde podían robar y saquear a gente inocente, a nosotros, los esclavos de galeras, nos mandaban a trabajar al bosque cerca de Molde, en Noruega, para hacer lo que Harek llamaba mercancías, aunque difícilmente lo eran, ya que lo que Harek no podía conseguir comerciando, lo tomaba por la fuerza.

Además de mis orígenes, debo confesar que poseo una naturaleza melancólica, lo que hace que mucha gente me evite. Es más, a veces soy excesivamente duro en mis juicios sobre otros. He pensado que con una manera de ser más agradable podría haber conseguido más conversos a Cristo y que puede que le haya fallado a este respecto. Reuniendo todas estas debilidades, puede que Nuestro Señor no me considere merecedor de Mairi. Si es así, me someteré a su Santa Voluntad y abandonaré la idea de casarme con ella.

* * *

La ausencia de Thorvard ya iba por el segundo mes y no había señales de su regreso. Durante este tiempo, la desolación de Leifsbudir se había transformado con los bienvenidos colores del renacimiento. Aparecieron arbustos de laurel de montaña, de mora de los pantanos y de arándanos, así como borraja, flor gemela, fresas y ebúrneas. La angélica florecía junto al arroyo. Los alisos y los sauces empezaban a echar hojas. Aparecieron los pajarillos. Los gansos llegaron a la isla verde, por lo que era fácil remar hasta ella y recoger los huevos. Los groenlandeses estaban acostumbrados a comer huevos crudos pero a Freydis le gustaba cocinarlos con mantequilla y leche. Apareció el salmón. Nadaban corriente arriba en tan grandes cantidades que los groenlandeses no tenían más que entrar en el agua y cogerlos con las manos. Los salmones se secaron para el viaje de vuelta a casa. Cuando acabó el desove, y los días se volvieron largos y cálidos, Freydis se bañaba a veces en el arroyo. No lejos de la herrería que estaba bajo la cresta cubierta de hierba había un estanque protegido que le gustaba utilizar. Cuando Nagli no estaba en la herrería, Freydis le decía a Mairi que vigilase mientras ella se bañaba. Después, Mairi la peinaba. Con el buen tiempo, Freydis llevaba el pelo sin trenzar y su camisa más ligera. Se llevó el telar a la playa para tejer allí. Era agradable estar bajo el cálido sol, con una brisa suave revolviéndole el pelo. Los groenlandeses solían trabajar en la playa, donde la brisa del agua mantenía alejados a los insectos. Ahora que el verano había llegado, los insectos picadores aparecían en nubes, sobre todo en las praderas y en el bosque.

En la playa era donde los groenlandeses hacían la mayoría de sus trabajos en madera, tallando objetos que pretendían llevarse a casa. Los hombres ya habían hecho un gran número de arcones, mesas y taburetes. Esos objetos se almacenaban en un cobertizo de madera sobre la playa. Al igual que Freydis, los hombres llevaban ropas más ligeras. A menudo iban desnudos de cintura para arriba. Cuando los hombres querían bañarse, nadaban en la boca poco profunda del río. Después de los duros trabajos y las privaciones del invierno, Freydis contemplaba el entorno con satisfacción. No sólo el tiempo era agradable, sino que había comida de sobra para todos. De hecho, había más comida de la que se podía recoger y llevar a Groenlandia. Los animales estaban retozones y saludables. Era un alivio haber pasado el invierno sin haber tenido que comerse todo el ganado. Aunque la familia de Thorvard pensara otra cosa, Freydis había conseguido pasar el invierno en Leifsbudir bastante bien. Como sabían que era idea suya, se habían burlado de la oportunidad del viaje a Vinlandia, pero lo cierto es que solían encontrar motivos para meterse con Freydis por una cosa u otra.

Freydis no ignoraba sus comentarios, sino que los refutaba enérgicamente con los suyos. Cuando a las hermanas de Thorvard les pareció necesario recordar a Freydis lo poco que había aportado como dote a su matrimonio, Freydis enumeraba las desventajas de haberse casado con su hermano. Cuando a la madre de Thorvard le daba por hablar de la acidez del queso de Freydis, Freydis saltaba rápidamente diciendo que la acidez se debía a la hierba de baja calidad de Gardar. Si el padre de Thorvard le decía a Freydis que Thorlak era un blandengue y un tímido, Freydis contestaba que su hijo se parecía a su abuelo Einar. Sin duda cuando ella y Thorvard volvieran a Gardar con un barco propio, no habría más comentarios de ese tipo de la familia de Thorvard.

En lo que se refería a Freydis, Leifsbudir le había proporcionado lo que había venido a buscar: un cargamento de madera y un barco que sería de ellos en cuanto volviera Helgi Egilsson. Tal era la generosidad del verano y el bienestar que proporcionaba que si Freydis dejaba a un lado las dificultades con los islandeses, estaba encantada con su situación, incluido su marido. Esto era posible porque Thorvard no estaba cerca para recordarle sus defectos. Es más, a medida que su ausencia de Leifsbudir se alargaba, Freydis empezó a sentirse mejor dispuesta hacia él y a menudo recordaba sus principales virtudes. Thorvard era un granjero pobre y mostraba poco interés por su granja o por sus hijos, pero nadie podía equipararse a él como cazador. Cuando se trataba de valor, no podía decirse que Thorvard evitara el riesgo. Durante lo peor de su tormentosa travesía, ¿no se había puesto a cuatro patas para salvarle la vida? Y con respecto a su hombría, aunque poco excitante, era vigoroso y duraba mucho en la cama. Cuando más tiempo pasaba Freydis esperando a su marido, más deseaba que volviera, no sólo por el robo, sino porque sabía que estaba embarazada de Hauk. Le dolían los pechos y se mareaba por las mañanas. Aquellas señales reveladoras acababan de aparecer, pero eran tan familiares que no podía dudar de su causa. Freydis sentía ese giro de los acontecimientos, pero no estaba sorprendida; como había dicho Thorvard, ella se quedaba embarazada fácilmente. Si Thorvard volvía durante el mes, no había peligro de que sospechara de que el niño no era suyo. Por suerte había sido concebido cuando estaba bastante cerca su partida a Groenlandia, de manera que Halla podía asistirla en el parto, como había hecho con los otros.

Freydis era corta de vista de tanto tejer de cerca y no podía ver a lo lejos. Fue Hundi el que vio el bote de los cazadores, ya que tenía poco que hacer aparte de estar sentado en la playa y cuidar de su pierna rota. Vio el barco que se acercaba remando por el agua hacia Leifsbudir. Los demás groenlandeses pronto estuvieron avisados y dejaron sus herramientas para ver acercarse a los cazadores. Había cinco hombres en el bote. Dos de ellos estaban de espaldas a los que estaban en tierra, de modo que era difícil decir quiénes eran, pero Thorvard, Evyind y Teit estaban de cara hacia la costa y pronto los reconocieron. Los vigías empezaron a darse cuenta de la manera tan extraña de acercarse de los cazadores. ¿Por qué llegaban en un bote si se habían marchado en barco? ¿Y por qué sólo eran cinco si habían salido siete?

Freydis supo antes de que Thorvard pusiera el pie en tierra que algo horrible le había pasado al barco de su hermano. Al principio pensó que el Vinlandia podría haber chocado con algunas rocas y había sido abandonado hasta que se pudieran llevar hasta allí carpinteros y madera. Eso explicaría por qué sólo volvían cinco hombres, ya que los otros dos se habrían quedado con el barco. A medida que los cazadores se acercaban a la costa, Freydis vio que tenían un aspecto muy diferente de los hombres que habían partido. Estaban demacrados y con el pelo enmarañado; tenían la piel quemada por el sol y el viento. El bote llegó a tierra y los cazadores bajaron de él con aspecto cansado. Los observadores se esperaban lo peor.

—Los demás vienen a pie —dijo Thorvard—. Llegarán hoy, más tarde. Hemos hecho turnos caminando y remando. Perdimos a Bodman y a Hrollaug. También perdimos el barco. Un bloque de hielo lo aplastó y se hundió.

Después de decir esto, Thorvard se encaminó al río, donde se quitó las ropas grasientas y cayó en el agua poco profunda. Los demás cazadores hicieron lo mismo.

Freydis mandó a Kalf y a Orn a la pradera a matar una oveja y a ponerla a asar. Después entró en el cobertizo del telar y se tumbó, con un paño frío sobre la frente. Después de un rato, Thorvard vino a buscarla. En ese momento ya llevaba una túnica y calzones limpios y se había peinado. Se sentó en el arcón junto a los bancos de dormir y se miró las manos.

—He oído que los islandeses se han marchado con nuestro barco —dijo.

—La situación no podría ser mucho peor —le dijo Freydis—. Somos mucho más pobres que cuando vinimos. No sólo tendremos que darle nuestro barco nuevo a mi hermano, sino que podemos estar aquí abandonados mucho más tiempo del que queremos, mientras los islandeses recogen madera.

—Mientras haya algún barco, no estaremos abandonados —dijo Thorvard—. Si ocurre lo peor, usaremos el Corcel de Sigurd.

—Me alegra oírte decir eso. —Freydis se enderezó y se quitó el paño de la frente—. Aunque he disfrutado del verano, no quiero estar lejos de Groenlandia otro año.

—¿Cuánto hace que se marcharon Helgi y los demás?

—Creo que quince días. Finnbogi dijo que esperaba que Helgi estuviera fuera un mes. Le dije que esperábamos que así fuera. Le dije que si su hermano no volvía después de ese tiempo, encontraríamos otra forma de que mantuviera su parte del trato. Algunos de nuestros hombres querían hacerse con el Corcel de Sigurd, pero les aconsejé que no lo hicieran, ya que nuestro número era demasiado parecido al de ellos para hacernos con el barco.

—Has llevado las cosas de manera muy prudente —dijo Thorvard—. De momento, dejaremos las cosas como están y veremos lo que pasa. Es raro que los islandeses hayan ido a buscar madera de roble; no nos los hemos encontrado por el camino.

Aquella noche los groenlandeses se dieron un banquete de cordero asado y salmón cocido. Los cazadores de focas contaron la historia del fin del Vinlandia. Convencieron a Asmund para que recitara una y otra vez sus nuevos versos. Después, Freydis se llevó a Thorvard a la cama en el cobertizo del telar.

Freydis no le echó la culpa de la pérdida del Vinlandia a Thorvard. Tras oír la historia, estaba claro que quien se había equivocado había sido Evyind. Ahora que Thorvard veía por sí mismo qué poco de fiar eran los Egilsson, Freydis se sentía más unida a él. Es más, había vuelto con diez hombres, lo que significaba que ahora eran casi el doble que los islandeses en Leifsbudir. A pesar de las dificultades a las que se había enfrentado, Thorvard había traído consigo un valioso cargamento de marfil y pieles de morsa. Cada día Freydis repasaba las virtudes de Thorvard y lo animaba a dormir a su lado en el cobertizo del telar.

El buen tiempo se mantuvo, lo que significaba que los groenlandeses seguían trabajando en la playa, donde la brisa del mar hacía que resultara agradable estar allí. Thorvard y sus cazadores extendieron las pieles de morsa sobre la arena, donde las cortaron y las trenzaron para hacer cuerdas. Cerca de allí, Ulfar hacía más objetos en su torno. En cuanto la limpieza y las tareas de ordeño acababan, Freydis iba a la playa a tejer estambre, no pensando en velas sino para venderlo en Groenlandia. A partir de entonces, si Helgi quería tejido para velas tendría que deshacerse de parte de la madera de roble que iba a traer. En resumen, podía decirse que los groenlandeses habían utilizado bien el tiempo que pasaron esperando el regreso de Helgi. Se recordaron a sí mismos que aunque su barco no hubiera sido robado, estaría anclado en la bahía; era demasiado pronto para hacer la travesía, ya que los fiordos groenlandeses estarían aún bloqueados por el hielo. Por tanto era sensato convertir toda la madera posible en objetos útiles; nunca volverían a tener tanta a su disposición.

No sólo el buen tiempo mejoró el humor de los hombres, sino que la variedad de comidas contribuyó también. Aparecieron platijas en la cala y las pescaron abriendo zanjas. Las langostas se cogían fácilmente entre las rocas. Las fresas empezaban a madurar. Como resultado de esta bonanza y del buen tiempo, muchos groenlandeses, además de Freydis, estaban dispuestos a pasar por alto la ausencia de uvas y pensaban estar disfrutando de la Vinlandia que Leif les había descrito. Carecían de pocas cosas en lo que a comodidad se refería, y no podían imaginar una vida mucho mejor que aquella. Era cierto que habían soportado un duro invierno, mientras que el invierno de Leif había sido suave. También era cierto que carecían de vino así como de miel y de nueces. Por otra parte, el verano había sido mucho más cálido de lo que había dicho Leif, lo que les hacía pensar que estaban viviendo en la tierra prometida.

Después de que Helgi hubiera estado fuera un mes, Freydis le dijo a Thorvard que pensaba que tenían que ir a ver a Finnbogi. Al principio Thorvard estaba en contra de la visita y dijo que prefería que le dieran más tiempo a Helgi. Dijo que Helgi y sus hombres podían haberse visto retrasados por el mal tiempo, como le había ocurrido a él. Freydis dijo que la finalidad principal de visitar a Finnbogi era advertirle de que si Helgi no volvía a tiempo para que los groenlandeses hicieran el viaje de vuelta en aquella estación, podían pensar en llevarse el Corcel de Sigurd. Desde su última visita a los islandeses, Freydis no había hablado con Finnbogi. Había visto poco a los islandeses, excepto a los enanos gemelos, que ahora sacaban toda su agua.

Una noche, Freydis y Thorvard cruzaron la explanada en busca de Finnbogi. Alof les abrió la puerta y les dijo que Finnbogi estaba en la playa. Se refería a una playa que estaba al este de la casa de los hermanos. Aquella playa era más pedregosa que aquella de la que disfrutaban los groenlandeses, pero para los islandeses tenía la ventaja de quedar fuera de la vista de los primeros. Freydis y Thorvard vieron a Finnbogi sentado con su concubina sobre un tronco traído por el mar. Olina no hizo ademán de marcharse cuando Freydis y Thorvard se acercaron. Los groenlandeses se vieron obligados a quedarse de pie, lo que dejó claro lo poco amistoso de la situación. Freydis empezó por recordarle a Finnbogi que había pasado un mes desde que su hermano había ido a buscar madera en el barco de los groenlandeses. A esto, Finnbogi contestó que esperaban la llegada de su hermano de un día para otro.

—Será mejor que sea pronto —dijo Freydis—. Mi marido y yo hemos decidido que si nuestro barco no se nos devuelve cuando nos convenga a nosotros, no tendremos más remedio que usar el vuestro.

Finnbogi rió.

—No dejas de hablar de que mi hermano está usando vuestro barco, mientras que de hecho aún no se os había entregado.

—Debes de estar bromeando —dijo Freydis—. Sabes tan bien como yo que el barco se construyó para nosotros y no para tu hermano. Nosotros los groenlandeses sabemos que tu hermano quería un barco de roble.

—Puede que mi hermano cambiara de idea y decidiera construir primero su barco. Quizá el barco no sea vuestro. —Finnbogi miró a Thorvard—. Creo que aún nos debes marfil y cuerda por tu concubina.

Esto enfureció a Thorvard. No tenía intención alguna de entregar más bienes a los islandeses excepto los necesarios para el segundo barco.

—Veo por tu insensata manera de hablar que te gusta jugar con la gente honrada. Te aconsejo que seas más prudente con lo que dices.

La concubina de Finnbogi empezó a reírse.

Freydis se volvió hacia Thorvard.

—Podemos marcharnos. Está claro que no llegaremos a ninguna parte hablando con estos ladrones.

Antes de que Thorvard y ella se marcharan, Freydis le hizo una advertencia a Finnbogi:

—No digas nunca, Finnbogi Egilsson, que no te dimos la oportunidad de tratar de manera justa con nosotros.

La tarde siguiente, cuando Freydis y Thorvard estaban trabajando en la playa, Thrand y Teit se acercaron a ellos y dijeron que mientras buscaban mejillones entre las rocas, habían visto a los islandeses quitar la vela y los remos del Corcel de Sigurd y llevárselos a su casa.

—Parece que alguien más que nosotros está preocupado por la ausencia de Helgi —comentó Thorvard.

A pesar de la antipática negativa de Finnbogi a prestarles su barco, los groenlandeses siguieron disfrutando del verano, aunque no tanto como antes. Cada día observaban la bahía para ver si había alguna señal del barco, y sólo veían el azul vacío. Al cabo de otro mes, los groenlandeses se acercarían a la parte del verano en la que cumplirían casi un año desde su partida del fiordo de Einar. Los lirios silvestres estaban floreciendo y el laurel lleno de capullos. El tiempo era tan cálido que las bayas que estaban cerca del bosque pronto estarían listas para ser cosechadas y la pradera estaba anaranjada con las moras de los pantanos maduras. Los groenlandeses estaban encantados con la abundancia de moras de los pantanos, que crecían poco en su país. Se sabía que crecían en Noruega, así como en la tierra de los fineses. Los fineses les daban varios usos, entre ellos la fabricación de una potente bebida. Había tantas moras de los pantanos en Leifsbudir que Freydis mandó a un gran número de groenlandeses a la pradera con cubos. Quería asegurarse de que recogieran lo que querían antes de que los islandeses empezaran a hacerlo. Al parecer éstos recogían bayas en otra parte, pues se los veía con sus cubos y cuencos por la costa hacia el Este. Freydis y Mairi se cubrieron con grasa de foca para evitar la picadura de los insectos y salieron a recoger con el resto. Por entonces Mairi estaba tan gorda que no podía inclinarse para recoger, sino que tenía que agacharse. Por el tamaño y la forma de la chica, Freydis pensó que la fecha del parto estaba próxima. Varios días antes, había ordenado a Mairi que barriera el compartimento de la casa del fondo donde Freydis había dormido todo el invierno. Los bancos de dormir se fregaron y se cubrieron con estambre limpio. Se arrojó un cubo de agua al suelo. Las almohadas de pluma de ganso que Freydis acababa de hacer para llevarse a Groenlandia se sacaron fuera junto con paños limpios, musgo y un cuchillo afilado.

Una tarde, cuando Freydis y Mairi estaban recogiendo moras en la pradera, salió agua de entre las piernas de la chica. Freydis y Mairi volvieron a la explanada donde Freydis dijo a la chica que caminara por allí hasta que los dolores fueran más fuertes. Freydis había seguido este consejo ella misma. Aunque Halla nunca había tenido hijos, opinaba que el parto era más fácil si la madre caminaba durante los primeros dolores. Mientras Freydis servía la comida, Mairi caminó de un lado a otro por el pequeño espacio entre la cabaña de almacenaje y el cobertizo. Freydis dijo a los groenlandeses que dormían en la casa del fondo que se fueran a la del medio si querían dormir. A los hombres no se lo tuvo que decir dos veces; sabían que esas cosas estaban mejor en manos de mujeres. Cuando acabaron de comer y Oddi el Canalla y Kalf se pusieron a limpiar, Freydis volvió con Mairi. La chica seguía caminando, pero más despacio. Freydis cogió un huso y se quedó fuera hilando, donde podía vigilar a la chica. Cada poco tiempo Mairi se detenía, se limpiaba el sudor de la frente y miraba a su alrededor. Cuando vio a Freydis hilando, extendió la mano y pidió hilar. La petición sorprendió a Freydis en dos sentidos. El primero era que la chica hablara sin que se lo pidieran y la segunda era que esperaba hilar; no se pedía a los esclavos que hilaran o tejieran, pues esas tareas las hacía la mujer que gobernaba la casa. Pero no era momento de llevar la contraria a la chica. Freydis le dio a Mairi el huso sin decir una palabra. La chica tenía una extraña manera de hilar, pasándose el huso por todo lo largo de su brazo extendido, cosa que debía haber aprendido de niña. Freydis cogió otro huso y las dos mujeres hilaron hasta que cayó la noche. Por entonces había un fuego ardiendo dentro de la habitación grande de la casa del fondo, y Mairi siguió caminando allí.

Hacia medianoche, los dolores de la chica llegaban en rápida sucesión. Freydis la mandó al compartimento. Le quitó la camisa y la ayudó a subirse a la cama. Freydis cogió el cuchillo y lo pasó tres veces sobre el vientre hinchado para cortar el dolor. A continuación le dio a la esclava una bebida hecha de unas hojas verdes que había cogido en la pradera. Halla usaba esas mismas hojas cuando Freydis estaba de parto para mitigar el dolor. Cuando Mairi bebió el amargo líquido, Freydis ató tres paños, de modo que cuando llegaran los espasmos, la chica pudiera morder los paños atados.

Muchas veces durante la noche Mairi mordió los paños. Cuando los dolores fueron monumentales, los dejó caer y gritó. La chica se puso tan pálida y con tan mal aspecto que Freydis empezó a pensar que podía morir antes de dar a luz. Sus gemidos eran tan profundos que no parecían estar llegando de la garganta de Mairi, sino de algún lugar en lo más profundo de su interior. El cuerpo de Mairi estaba hablando: decía que no podía hacer nada más; la chica era demasiado pequeña y el niño demasiado grande. Mairi levantó la cabeza hacia un lado y vomitó en el suelo. Freydis le limpió la boca con un paño.

—He tenido tres hijos y aquí estoy —dijo Freydis. Pero la chica no atendía a razones. Freydis pensó en los peligros de dar a luz, en cuántas mujeres morían, en cuántos niños. La gente nacía corriendo grandes riesgos. Era una suerte que naciera gente viva.

Al amanecer, Mairi empezó a jadear y a empujar y Freydis vio una cabeza blanca rasgando los bordes del agujero de nacimiento.

—Creo que tus esfuerzos pronto se verán recompensados —dijo. Colocó una piel de oveja limpia entre las piernas de la chica y alzó las almohadas. Aún así, la cabeza no salió, parecía atascada. Freydis nunca había asistido a un parto, pero sabía que tenía que meter la mano como había hecho Halla con Thorlak, y agarrar la cabeza. Varias veces la cabeza se escurrió entre las manos de Freydis antes de que ella pudiera sacar al niño. Al quinto intento agarró la barbilla y tiró. Cuando la cabeza apareció entre los labios hinchados, Freydis vio que estaba atascado en el amnios.

—Empuja más fuerte —dijo Freydis.

Mairi dio un empujón formidable y salieron los hombros, rápidamente seguidos por el resto. Freydis cogió al niño con la piel de oveja. Estaba gris azulado, como el cadáver medio congelado de un viejo que Freydis había visto una vez en Dyrnes, pero la cabeza estaba blanca por el amnios.

—Parece que tu hijo será afortunado —dijo Freydis—, pues ha nacido con un amnios. —Cuando lo retiró, Freydis vio una mancha azul en la frente del niño, pero no sabía lo que eso quería decir. Cortó el cordón y sostuvo al niño cabeza abajo, golpeándolo en el trasero como había visto hacer a Halla.

El niño gritó a pleno pulmón. Freydis lo limpió, lo envolvió en la piel de oveja y se lo dio a Mairi. Freydis estaba contenta de haber podido entregarle un niño saludable. Estaba tan contenta que todos los resentimientos y rencores que había sentido hacia Mairi desaparecieron. Mientras el niño intentaba mamar, Freydis apretó el vientre de Mairi hasta que salió la placenta. Freydis la tiró a un cubo. Lavó a Mairi y le puso musgo entre las piernas. Después fue al cobertizo del telar y se metió en la cama junto a Thorvard.

—Parece que tienes otro hijo —le dijo.

Thorvard gruñó; estaba medio dormido. Había dado por supuesto el resultado. Como los nacimientos de sus hijos habían ido bien, nunca le habían parecido notables en ningún sentido. En esto era como todos los demás hombres que conocía. Permanecer vivo era tan arriesgado que la gente rara vez agradecía haber nacido.

Al cabo de unos días Mairi estaba de nuevo en pie y haciendo sus tareas habituales, aunque ahora era más lenta que rápida. Mientras trabajaba, tenía al niño atado a su espalda. A veces la chica le cantaba al niño cuando mamaba. Cantaba en la misma lengua en la que solía hablar con Ulfar. Ulfar parecía encantado con el niño. Freydis lo veía a menudo mirando al niño y sonriendo, lo que dio a Freydis razones para pensar que podía haber conseguido de algún modo ser su padre. El niño no se parecía nada a Ulfar, pero tampoco a Thorvard, pues tenía el pelo negro y era pálido como su madre.

Siete noches después del nacimiento, cuando Thorvard y Freydis yacían en la cama, Thorvard le dijo a Freydis que mientras estaba haciendo cuerda en la playa por la mañana, Ulfar se le había acercado para pedirle a Mairi como esposa.

—¿Qué le dijiste?

—Le dije que lo pensaría, que estaba el asunto del acuerdo que había hecho con Helgi porque para empezar Mairi le había pertenecido a él y no a mí.

—No creo que ese acuerdo cuente ya para nada. En mi opinión, debemos quedarnos con Mairi por ahora. Estoy en contra de darles a los Egilsson nada que pueda sernos útil. Nos puede convenir que Ulfar tenga lo que quiere. Está cerca de la manumisión. Como hombre libre, puede cuidar de Mairi y del niño sin que nos cueste nada. Si nos negamos a la petición de Ulfar, tendrás que mantener al niño. —Freydis se palmeó el vientre—. A menos que me equivoque, tenemos a otro en camino.

Thorvard aceptó esta noticia con la misma naturalidad con la que había aceptado el nacimiento del hijo de Mairi.

Thorvard le dijo a Freydis que sus opiniones sobre la boda de Ulfar estaban bien fundadas, pero que quería pensar más en el asunto. Nadie sabía mejor que Freydis lo que tardaba Thorvard en tomar una decisión. Ella era lo bastante astuta como para dejar la cuestión y se sintió complacida cuando, varios días más tarde, Thorvard mencionó de pasada que le había dicho a Ulfar que, por lo que a él respectaba, podía casarse con Mairi si quería. Thorvard dijo que Ulfar le había pedido que hiciera una marca de tinta en una piel de oveja como prueba de buena voluntad. Según Ulfar, al marcar la piel, Thorvard estaba prometiendo que cuando volvieran a Groenlandia, Ulfar podría tener a Mairi por esposa.

Freydis quiso saber si Thorvard había hecho la marca.

—¿Por qué no? Me pareció una petición razonable.

—No me fío de los arañazos en la piel de oveja —dijo Freydis—. Puede haber algo en la marca que pueda usarse contra ti más tarde.

—No creo que importe en un sentido o en otro —dijo Thorvard—. No hicimos garabatos en pieles de oveja con los islandeses y mira en qué lío estamos metidos.

—¿Mantendrás ese acuerdo cuando vuelva Helgi?

—He decidido que, teniendo en cuenta el robo del barco, incluso aunque lo devuelvan, Mairi será nuestra como compensación.

* * *

Ahora duermo profundamente por las noches porque he hecho al fin las paces conmigo mismo. No soy el mismo hombre. Qué insensato he sido. Aunque el Señor de los Cielos nos dio a Su Hijo como señal, tal era la estrechez de mi visión que no se me ocurrió que la señal que Nuestro Señor me enviaría sería el hijo de Mairi. Después de que Mairi diese a luz a su hijo, me permitieron verlo en sus brazos. He visto antes a madres con sus hijos recién nacidos, pero agobiado como estaba por mis propias desgracias, me había negado a mirarlos de cerca. El pecado de mi madre me había cegado a las virtudes de las mujeres. Cuando vi a Mairi con el recién nacido, se me cayó la venda de los ojos y la vi con la pureza y devoción de Nuestra Santa Madre. No quiero decir que la contemplé como a una diosa, sino que estaba reconociendo la bondad de la maternidad y al hacerlo por fin pude perdonar a mi pobre madre por haberme dado la vida. Confieso que lloré cuando pensé en ella mirándome con la pureza y devoción que vi en los ojos de Mairi. Eso fue una gran liberación para mí. Supe que Nuestro Señor me había perdonado para que pudiera servir mejor a Mairi y al niño. Comprendí que había sido escogido por Él para liberarla del yugo al casarme con ella porque estaba libre de deseo carnal.

Thorvard ha dado su consentimiento a la boda, que podrá ser santificada por Geirmund cuando volvamos a Groenlandia. Mi acuerdo con Thorvard está por escrito. Tomé esta precaución por si, cuando vuelva Helgi Egilsson, trata de reclamar a Mairi. Thorvard me asegura que si eso sucediera, él no la devolvería, ya que los islandeses los han tratado muy mal a él y a Freydis, robándoles el barco y negándose a dejarles el Corcel de Sigurd. Mairi le ha puesto al niño Jon, como su padre. Mi mayor placer es contemplarla cuando se lleva al niño al pecho, pues es cuando su rostro se vuelve radiante de un modo que me convence de que al fin la Madre Santa me ha favorecido.

* * *

Los groenlandeses siguieron disfrutando de un tiempo inusualmente cálido; nunca habían conocido un verano tan caluroso. El hecho de que el verano no podía durar mucho más aumentaba su alegría, ya que está en la naturaleza de la gente aumentar su aprecio por algo agradable cuando sabe que pronto desaparecerá. Poco a poco los días se acortaron y la temporada de moras de los pantanos y de las grosellas espinosas acabó. A medida que se alargaban las noches, empezaron a madurar los arándanos y las grosellas rojas. Cerca del bosque apareció el epilobio y el solidago. Salmones y platijas empezaron a escasear, pero había montones de bacalao. Pasó un segundo mes y no había rastro de Helgi Egilsson y su tripulación.

Los groenlandeses habían acabado de preparar su cargamento. Muchas de sus mercancías estaban almacenadas en la casa del medio, desde donde sería más cómodo cargarlas en un barco. El cargamento incluía una gran selección de tablas, tazas y cuencos. Había arcones tallados y taburetes, mesas sobre caballetes, postes y vigas. Además, había una gran cantidad de tablones de abeto que tenían mucha utilidad en el país de origen. Los groenlandeses siempre estaban buscando maderas que pudieran usar como bancos de dormir o para reparar un bote. Ozur había tejido diversas cestas y jaulas de mimbre. Almacenados dentro de esos objetos había rollos de cuerda de morsa, así como los juguetes que había hecho Thorvard. El cargamento incluía baldes de grasa de morsa y de foca, paquetes de pieles de foca y de reno, una bolsa de cuero que contenía fetos de foca blanca con los que Freydis pensaba hacer calentadores para pies y manos. Otra bolsa de cuero contenía plumón de ganso para hacer almohadas. Había rollos de tejido con dibujos que Freydis había hecho durante el invierno, así como varios largos de paño. Había huesos de reno que se habían tallado para hacer peines, cucharas y fichas de juegos, y dos bolsas de marfil de morsa. Además de esto había cubas de bayas y paquetes de bacalao y salmón secos.

Como toda la madera de arce y abedul recogida con anterioridad se había usado para hacer objetos, los groenlandeses no sabían qué más hacer para añadir al cargamento, tanto más cuanto que el tiempo empezaba a enfriarse ligeramente y solían pasar menos tiempo tumbados en la playa. Empezaron a discutir sobre si debían o no construirse botes. Aunque los groenlandeses carecían de conocimientos para construir un barco marinero, siempre habían sido capaces de hacer botes. Con cantidades sin fin de madera y la habilidad de Ulfar, podían construir un barco de buena calidad. Evyind señaló que si la vuelta iba bien, podían usar los botes para remolcar la carga detrás del barco de modo que podrían llevar consigo más madera que si no hacían los botes. Freydis fomentó la construcción de los botes diciendo que cuantas más mercancías pudieran llevarse de Leifsbudir, mejor, ya que era difícil que volvieran hasta allí por el mismo camino. Cuando llegaran a Groenlandia, su barco tendría que devolverse a Leif a cambio del Vinlandia. A veces, cuando ella miraba las mercancías almacenadas en la casa del medio, Freydis se decepcionaba. Los objetos se habían reunido pensando en que los groenlandeses volverían a casa en dos barcos en lugar de uno. Era posible que hubiera que dejar atrás parte de ese cargamento. Freydis lamentaba la pérdida del Vinlandia, no tanto por temer lo que pudiera decir su hermano —Leif se daría cuenta rápidamente de que la pérdida del barco le supondría tener uno nuevo— sino porque se daba cuenta de que la posibilidad de convertirse en dueña de un barco había desaparecido. Ella y Thorvard nunca podrían llevar sus mercancías a Noruega, sino que tendrían que venderlas a través de otro.

A medida que las noches se alargaban, trayendo consigo el frescor del verano que se iba, los groenlandeses se reunían alrededor de sus hogueras dentro de las casas por las noches y hablaban de cómo iban a volver a Groenlandia. Freydis señaló que había pasado el tiempo en que Helgi podía pensar en construirse un barco y cruzar el océano en esa temporada.

—Cuando vuelva, puede querer quedarse con nuestro barco hasta que el suyo esté terminado —dijo ella—. En cuyo caso nos veremos obligados a quedarnos aquí otro año.

Los groenlandeses se oponían a esta idea como un solo hombre; veían las montañas heladas de su país, las verdes granjas a sus pies, las doncellas y las madres junto al fiordo esperando su regreso. De nuevo Bragi animó a los groenlandeses a llevarse el Corcel de Sigurd.

Ahora Freydis fomentaba estas conversaciones. Había acabado por pensar que incluso si Helgi volvía pronto con el Mercader groenlandés, ella prefería regresar en el Corcel de Sigurd. El barco de Finnbogi era mucho más grande que el nuevo, lo que significaba que podían llevar más cargamento.

—Ahora que somos casi el doble que los islandeses, no debería ser tan difícil hacernos con el Corcel de Sigurd.

—A menos que Finnbogi se niegue a dárnoslo —dijo Thorvard, en cuyo caso, podemos acabar en una pelea. Yo no quiero mancharme las manos con sangre islandesa—. Se volvió primero hacia Evyind y después hacia Uni e Ivar, preguntándoles a cada uno cuánto tiempo podían esperar los groenlandeses para regresar de manera segura. Los timoneles dijeron que tenían menos de un mes; después llegaba la estación de las tormentas.

—Los días se están acortando —les recordó Freydis—. Debemos hacer la travesía antes de que las noches sean demasiado largas.

—Estoy dispuesto a darle un poco más de tiempo a Helgi Egilsson para que devuelva nuestro barco —dijo Thorvard—. Nosotros los cazadores sabemos de las dificultades e inconvenientes a los que se enfrentan los hombres cuando viajan por aguas extrañas y lo apreciamos cuando los que nos están esperando lo tienen en cuenta.

—¿Se te ha ocurrido que el mismo Finnbogi puede marcharse? —dijo Freydis—. ¿Que podemos despertar una mañana y ver que el Corcel de Sigurd ha desaparecido?

Nadie admitió haber pensado eso. Ahora que se había expresado la idea, los hombres dijeron que sí era posible que pasara. Bragi dijo que era una suerte que Freydis poseyera las cualidades de liderazgo de su padre, pues se había convencido de que el destino de los groenlandeses estaba en sus fuertes manos. Animada por este comentario, Freydis siguió diciendo que a partir de ese momento los groenlandeses deberían poner un vigía a los islandeses día y noche, para que, si hacían algo sospechoso, los groenlandeses lo supieran inmediatamente.

Los hombres enviados a vigilar pronto se dieron cuenta de lo que se desviaban los islandeses de su camino para evitar a los groenlandeses. Si los groenlandeses remaban hasta el lugar donde estaban pescando los islandeses, éstos se marchaban rápidamente. Si los groenlandeses buscaban moluscos por la costa, los islandeses se iban a buscar a otra parte.

Mientras esperaban el regreso de Helgi Egilsson, los groenlandeses fueron a la cala de los barcos y cortaron madera de abeto que prepararon para hacer botes. Cuando estaban construyendo el bote, Thorvard anunció que se le había ocurrido ir a cazar osos, pues había visto excrementos de oso por allí. El oso no sólo les proporcionaría abundante comida en ese momento del año, sino que las pieles negras eran muy buscadas en Islandia. Es más, con el frescor de las veladas, los insectos que picaban estaban desapareciendo. Teit y Thrand estaban especialmente deseosos de probar la caza del oso, pues no lo habían hecho nunca. Así que mientras se construían los nuevos botes, Thorvard se llevaba a un pequeño grupo de cazadores en un bote cada día y remaban una corta distancia hacia el Sureste, donde había más árboles sobre la tierra, y más osos. Thorvard, al recordar lo que había pasado en la Bahía de los Arces, prefirió cazar desde la costa para no estar nunca lejos de su barco. Algunos contadores de historias decían que Thorvald Eriksson estaba enterrado en dirección sudeste después de que lo matara una flecha skraeling. Thorvard no se creía del todo esa versión de la historia, ya que también le habían dicho que la tumba de Thorvald estaba en Marklandia. Pensaba que ambas historias debían ser probablemente falsas, ya que ninguna de ellas la habían contado hombres que estuvieran con Thorvald cuando murió. Incluso así, ambas historias hablaban de encuentros con skraelings.

Podía decirse que la caza del oso aceleró la partida de los groenlandeses de Leifsbudir, ya que provocó otro encuentro con skraelings. Este encuentro, que llegó a conocerse como La historia del secuestro de Thrand Ozursson, demostró que los skraelings conocían muy bien los bosques cercanos a Leifsbudir. Aunque los skraelings parecían ser más pacíficos que guerreros, su presencia aumentaba los peligros, ya que los groenlandeses, que no eran pacíficos, no estaban nada convencidos de que estaban a salvo de los ataques.

* * *

LA HISTORIA DEL SECUESTRO DE THRAND OZURSSON

Un día a finales del verano, Thorvard Einarsson se llevó a unos cuantos hombres y con ellos se fue a cazar osos cerca de Leifsbudir. Había visto excrementos de oso con anterioridad y pensó en llevarse unos pellejos a Groenlandia para venderlos. Thorvard y seis hombres cogieron sus hachas y sus lanzas y remaron hacia el Sureste. Entre ellos iban dos jóvenes, Thrand Ozursson y Teit Evyindsson, que eran nuevos en la caza del oso.

El primer día que estuvieron fuera, los hombres mataron fácilmente dos osos, hiriéndolos con un hacha mientras se estaban alimentando, y luego clavándoles las lanzas en el pecho. Al día siguiente, los hombres mataron tres osos más y cogieron a un cachorro vivo. Thorvard tenía la intención de cazar un cachorro blanco en Groenlandia más adelante para tener un cachorro de cada color para vender. El tercer día los hombres mataron un sexto oso. Cada día los hombres salían, remaban más hacia el Sur y se adentraban más en el bosque, aunque no tanto como para alejarse de la costa. El cuarto día, los cazadores encontraron el rastro de un oso muy grande y, olvidando sus precauciones, lo siguieron durante más tiempo que otras veces. Cuando el oso se vio obligado a refugiarse en un árbol, los hombres se habían adentrado más en el bosque de lo que les hubiera gustado. Le tocaba a Thrand arrojar el hacha y herir al oso. Así lo hizo. Durante el rato siguiente, los cazadores estuvieron ocupados matando la oso y no vieron desaparecer a Thrand. El secuestro fue llevado a cabo con tanta cautela y astucia que podrían no haber visto en absoluto a los skraelings si Thorvard no hubiera alzado la cabeza justo en el momento en que se llevaban a Thrand. Thorvard supo por sus pieles rojas quiénes eran los captores. Animando a sus cazadores a seguirlo, empezó a perseguirlos inmediatamente.

Los skraelings adelantaron rápidamente a los cazadores y pronto desaparecieron de su vista. Los groenlandeses siguieron su rastro hasta que llegaron a un arroyo. Los cazadores vieron que los árboles del otro lado estaban rotos por diversos sitios para confundirlos y para que no supieran qué rastro seguir. «Tengo claro que sería una locura que siguiéramos más adelante hoy», dijo Thorvard. «Es evidente que los skraelings conocen estos bosques. También pueden estar mejor armados, ya que hemos traído sólo hachas y lanzas». Los hombres volvieron a Leifsbudir antes de que oscureciera.

Al día siguiente los hombres reanudaron la búsqueda, llevando arcos y flechas. Se pasaron el día entero en el bosque pero no encontraron rastro alguno de Thrand. El tercer día que estuvieron fuera, remaron más hacia el Sur, pensando que los skraelings podían haber acampado junto al mar. No había señal alguna de Thrand, y los buscadores volvieron a Leifsbudir con las manos vacías. La búsqueda de Thrand Ozursson nunca se reanudó.

* * *

Cada vez que se volvía a contar esta historia, alguno de los groenlandeses, Thorvard entre ellos, expresaba la opinión de que los skraelings debían haber observado la caza del oso desde el principio, esperando al momento en que pudieran llevarse a alguno. Thorvard dijo que pensaba que los skraelings habían reconocido a Thrand como el que había arrojado el hacha que había alcanzado al skraeling que robó la foca y lo mató.

—Opino que los skraelings pudieron secuestrar a Thrand para sustituir al que murió, pues si hubieran querido matar a Thrand, podrían haberlo hecho en el mismo lugar. O podrían haberme llevado a mí, ya que fui yo el que lo mató. Pero se llevaron a Thrand, que es del mismo tamaño y edad que el ladrón de focas.

No todos los groenlandeses compartían esta opinión. Ozur, el padre de Thrand, dijo que seguramente se habrían llevado a su hijo para venderlo como esclavo. Dijo que esperaba que los skraelings trataran a los esclavos mejor que lo hacían los groenlandeses. Aunque permaneció en silencio, Freydis no pudo evitar pensar que Thrand podía haber atraído la desgracia sobre sí durante el invierno, cuando hizo aquel insensato comentario sobre comerse el cadáver de Groa.

Ahora que el tiempo estaba más fresco, Freydis ya no se bañaba en el arroyo, sino en el interior del cobertizo. Una mañana, después de que Freydis saliera del baño, en la bañera cayó una ramita del techo de aliso. Freydis estaba secándose. La ramita era pequeña, no mayor que una aguja de hueso o una astilla de madera. La ramita flotó en la bañera. Freydis se inclinó hacia delante y movió el agua con la mano de forma que pudo ver oscilar la ramita en las ondas. La rama le recordó a Freydis un barco en la extensión de agua que tenían que cruzar para volver a Groenlandia.

Teniendo en cuenta la extensión sin fin de mar y lo desconocido del mundo, los sueños de Freydis descansaban sobre una ramita aún más pequeña que aquella. Hombres como su padre y Leif se habían hecho al mar sabiendo que la supervivencia era precaria y arriesgada. Freydis sabía que ahora no tenía más posibilidades que echar la ramita al agua y esperar que los dioses la llevaran a Groenlandia. No deseaba quedarse allí más tiempo sin sus hijos, ya que su intención al ir a Leifsbudir tenía por fin mejorar su posición y difícilmente podía hacerlo con el mar de por medio. Freydis hundió la ramita con la mano, pero en cuanto la soltó, la ramita volvió a flotar. Lo hizo de nuevo y rió al ver la resistencia a hundirse de la rama. La muerte no era tan fácil después de todo. Ésa no había sido la opinión de su madre, pero es que su madre era muy débil como para haber ido en busca de la muerte. De todas las cosas que una mujer podía hacer con su vida, Freydis pensaba que ésa era la más absurda, ya que la muerte encontraba a todos antes o después sin necesidad de ir a buscarla a mitad de camino.

Aquella noche, Freydis volvió a tener el sueño sangriento. De nuevo era una valkiria flotando sobre los campos de la matanza con un hacha. Cada vez que veía moverse a uno de los asesinados, o reptar hacia el agua, bajaba y le clavaba el hacha en la cabeza. En el agua estaba el Corcel de Sigurd. Había groenlandeses en el barco, y hasta Bolli estaba allí. Todos saludaban a Freydis con la mano, animándola a subir a bordo, pero Freydis tenía que limpiar el desastre que había en tierra; no podía subir al barco hasta que se hubiera limpiado la matanza. Freydis tuvo aquel sueño mucho antes de que amaneciera. Se despertó y se sentó, esperando que el sueño se desvaneciera. Cuando lo hizo, volvió a tumbarse y se durmió de nuevo. Por la mañana había olvidado el sueño.

Pero había tomado la decisión de que ése era el momento de volver a Groenlandia. Sus hijos estaban esperándola y ella estaba embarazada; se negaba a quedarse un día más en Leifsbudir de los que fueran necesarios para preparar el barco. Si Finnbogi no le cedía el barco ese día, los groenlandeses lo tomarían por la fuerza. Si se quedaban allí más tiempo, ambas partes perderían la travesía en verano. No servía de nada que se la perdieran. Iría a ver a Finnbogi sin su marido; Thorvard podría decirle a Finnbogi que los groenlandeses esperarían un poco más a la vuelta de Helgi, lo que sería un error. El Mercader groenlandés llevaba fuera dos meses y medio, lo que significaba que los islandeses habían superado con mucho su plazo. ¿Por qué iban a seguir esperando?

Thorvard aún dormía. A Freydis le resultó fácil deslizarse fuera sin que él se diera cuenta. Salió de la cama y se puso la ropa, pero no los zapatos. Estaban demasiado lejos debajo del banco como para alcanzarlos sin despertar a Thorvard. Freydis cogió la capa de su marido, se envolvió en ella y salió. Sobre la hierba había un espeso rocío que le mojó los pies. Caminó hasta la casa de los hermanos, hasta la puerta. Alguien había salido antes y se había dejado la puerta entreabierta; ella la empujó y se quedó un rato en el umbral sin decir una palabra.

Finnbogi estaba acostado en el extremo más alejado de la habitación. Estaba despierto.

—¿Qué vienes a hacer aquí, Freydis?

—Quiero que te levantes y salgas conmigo —contestó ella—. Quiero hablar contigo.

Para su sorpresa —esperaba que le dijera que no—, Finnbogi se levantó. Cuando apareció, Finnbogi señaló el largo banco que había fuera junto a la casa, pero Freydis señaló hacia la playa donde Thorvard y ella se habían encontrado con él con anterioridad. Finnbogi no puso ninguna objeción y ambos caminaron hasta la playa y se sentaron en el tronco.

—¿Qué tal estás últimamente? —dijo Freydis. Estaba dispuesta a empezar bien, por lo que habló educadamente.

—He disfrutado del verano. En general, éste es un buen país —dijo jovialmente Finnbogi—. Pero me disgusta la mala sensación que hay entre nosotros. Cuando lo piensas, te das cuenta de que no hay ninguna razón para ello.

Freydis estaba tan asombrada de la respuesta de Finnbogi que se sintió tentada a tomarse su respuesta al pie de la letra. Estaba a punto de decir: «Sin duda puedo decirte el por qué», pero se contuvo y dijo:

—Tienes mucha razón, y siento lo mismo que tú.

Ella pensó que Finnbogi estaba jugando a ser cortés igual que ella. También se le ocurrió que ella y Finnbogi podían estar sentados toda la mañana diciéndose cosas amables uno al otro sin resolver nada y que eso era exactamente lo que Finnbogi pretendía. Aunque Freydis estaba dispuesta a intercambiar saludos educados, no quería perder más tiempo en ese tipo de cortesías, ya que cuando los groenlandeses se hicieran con el barco, tardarían uno o dos días en tenerlo listo para la partida.

—Como probablemente hayas adivinado, la razón por la que he venido a verte es que quiero que intercambiemos los barcos para que podamos volver a Groenlandia en esta estación —dijo Freydis.

Finnbogi se volvió hacia ella y dijo:

—Estoy de acuerdo, si eso te hace feliz.

Freydis se sintió confusa ante esa pretensión de amabilidad, pero continuó.

—Muy bien —dijo—. Entonces quizá puedas hacer el favor de traer la vela y los remos, pues pensamos salir hacia Groenlandia en cuanto estemos listos.

—Por supuesto —dijo Finnbogi—, lo que tú digas.

Freydis se puso de pie.

—Mandaré a algunos de mis hombres a recogerlos.

Finnbogi se puso de pie también.

Justo en ese momento pasó por allí un islandés cargando un cubo lleno de pescado. Él había sido el que dejó la puerta abierta, pues se había levantado temprano para ir a pescar bacalao; mientras Freydis y Finnbogi estuvieron hablando, él remaba con su bote hacia la costa.

—Eh, Gudlaug —le dijo Finnbogi—. Cuando vayas dentro, trae la vela y los remos, ¿quieres? Esta mujer se va a llevar nuestro barco a Groenlandia.

Ante estas palabras, Gudlaug frunció la frente y pareció asombrado.

—¿Qué es esto? ¿Una broma? —Llevaba años junto a Finnbogi y sabía que el islandés nunca iba a ceder su barco.

—Claro que lo es —rió Finnbogi—. Pero como sabes, los groenlandeses son tan crédulos que se tragan cualquier cosa.

—¡Cómo te atreves a juguetear con el destino de los demás! —gritó Freydis. Corrió hacia Finnbogi y lo golpeó con los puños. Finnbogi se llevó varios golpes antes de que Gudlaug consiguiera apartarla y arrojarla sobre la pedregosa playa.

Finnbogi la miró desde arriba.

—Eres una arpía y una pendenciera, Freydis Eriksdottir, pero no me asustas. —La pateó en el vientre—. Ahora vete de aquí y rápido, porque verte me da arcadas.

Freydis no dio ninguna señal externa de que le dolía el vientre. Sabía que cualquier señal de debilidad por su parte provocaría la burla.

Antes de que Finnbogi pudiera darse la vuelta, se puso de pie y dijo:

—He venido aquí a darte la oportunidad de que las cosas sean justas entre nosotros. Como has escogido burlarte de mí y maltratarme, puedes esperar que ocurra lo peor. Dudo que mi marido aguante durante mucho tiempo más tus sucias tretas.

—Es bien sabido que tu marido es un debilucho —dijo Finnbogi—. Dudo que esté a mi altura.

Esto lo dijo a la espalda de Freydis, pues por entonces ella ya había empezado a caminar hasta las casas de los groenlandeses.

Cuando llegó al cobertizo, Freydis temblaba más de ira que de frío. Se metió en la cama con Thorvard, que ya estaba despierto, y le preguntó por qué tenía los pies fríos. Sollozando y moqueando, Freydis le contó a Thorvard su versión de la historia, subrayando que no sólo la habían maltratado sino también insultado. Le dijo que Finnbogi la había pateado en el vientre y que podía haber dañado al niño. Freydis quería despertar en Thorvard toda su furia justiciera. También quería evitar que le preguntara por qué no lo había despertado para que ambos hubieran ido a ver juntos a Finnbogi en vez de ir ella sola. Freydis exacerbó hasta tal punto la ira de Thorvard que no hubo necesidad de amenazarlo con el divorcio si se negaba a vengar las acciones de Finnbogi.

Thorvard sabía tan bien como Freydis lo intolerables que se habían vuelto las cosas y que había que hacer algo. No estaba dispuesto a seguir esperando la vuelta del barco de los groenlandeses. Esta vez no era cuestión de que Freydis se hubiera pasado de la raya y hubiera sido despótica, cosa que Thorvard había visto muchas veces. Había mucho más en juego que vengar la humillación de Freydis.

Teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido entre los islandeses y los groenlandeses en Leifsbudir, Freydis había estado en su derecho al reclamar el uso del Corcel de Sigurd. El hecho de que Finnbogi no hubiera mostrado más que desprecio hacia la propuesta de Freydis demostraba claramente que no tenía ninguna intención de ceder el barco y que seguiría teniendo el destino de los groenlandeses en sus manos. Que Finnbogi fuera tan cobarde y estrecho de miras disgustó a Thorvard. Como cazador, estaba acostumbrado a que los hombres se ayudaran unos a otros, aunque fuera a riesgo de sus vidas. Era cierto que Thorvard había estado más lento que Freydis en prever hasta dónde estaba dispuesto a llegar Finnbogi para hacer su voluntad, pero ahora que se daba cuenta, Thorvard decidió poner remedio a la situación de inmediato. Sabía, por las quejas y el descontento que reinaban entre sus hombres, que éstos estaban más que dispuestos a hacerse con el barco. También sabía que habría derramamiento de sangre, ya que los islandeses lucharían para ser los ganadores. Thorvard haría lo posible por capturar en vez de matar a los islandeses; excepto a Finnbogi, no los consideraba muy distintos de sí mismo.

Thorvard se levantó, se vistió rápidamente y cogió su hacha. Después despertó a los groenlandeses en la casa del fondo y les ordenó que se armaran con hachas y cuchillos.

—Tenemos trabajo sucio por delante si queremos hacernos con el barco y es mejor que lo hagamos ahora y en silencio —les fue diciendo a todos, uno por uno.

Despertó del mismo modo a los groenlandeses de la casa del medio, con cautela para tener la ventaja de la sorpresa de su parte. Como Thorvard supuso acertadamente por el modo descuidado en que Finnbogi había tratado a Freydis, no esperaba que los groenlandeses atacaran. Probablemente se habría ido otra vez a la cama. Así era, en efecto.

Thorvard tenía veintidós hombres en total. Ozur prefirió permanecer detrás con el herido Hundi y los esclavos. Nagli no quiso tomar partido y se quedó en la herrería. Los esclavos se consideraban luchadores poco fiables, ya que carecían de buenas razones para luchar. Los groenlandeses pudieron arrastrarse hasta la casa de los islandeses y pillar por sorpresa a los dieciocho. Cuando los groenlandeses irrumpieron por la puerta, atraparon a varios que aún dormían en la habitación principal. El plan consistía en arrastrar a los hombres fuera y atarlos de pies y manos para que no interfirieran con el plan de los groenlandeses para hacerse con la vela y los remos. Finnbogi no estaba entre ellos. Como estaba durmiendo con Olina en la habitación pequeña al final del pasillo, consiguió levantarse y armarse sin ser visto. Mientras los groenlandeses estaban acosando a los islandeses en la habitación central o persiguiendo a los que habían salido, Finnbogi y su concubina pudieron abrirse paso por el pasillo y salir por la puerta.

Ahora que había empujado a su marido y a los demás a luchar, Freydis quiso ver por sí misma que los islandeses estaban en el lado de los perdedores. Cogió un hacha para madera y salió. Pensándolo mejor, volvió dentro del cobertizo y cogió un peso del telar. Varios días antes el telar había sido desmontado y el bastidor envuelto para el viaje de vuelta a casa. Los pesos estaban apilados en el suelo junto al bastidor, no muy lejos de la puerta. Freydis salió de nuevo y cruzó la explanada hasta llegar al lado de los islandeses. Cuando se acercaba a la casa, Finnbogi y Olina salían por la puerta. Al ver a Freydis se escondieron tras el lado este de la casa y se dirigieron a la playa. Freydis sabía que iban a tratar de llegar al barco.

—¡Detenedlos! —gritó. Pensó en lanzarle el peso del telar a Finnbogi, pero estaba demasiado lejos como para que la piedra alcanzara su objetivo. Volvió a gritar. Varios groenlandeses, Thorvard entre ellos, ya estaban en la playa persiguiendo a tres islandeses que se dirigían hacia el barco también. Thorvard y Glam se apartaron de los perseguidores y fueron tras Finnbogi. Los groenlandeses se movían más rápido que el islandés y pronto llegaron hasta él y le abrieron el cráneo. Al verlo, Olina soltó un grito. Se dio la vuelta y, al ver a Freydis en la explanada, corrió hacia ella pasando junto a los que habían matado a Finnbogi. Sin importarle lo escaso que era su armamento— llevaba sólo un palo, —Olina cargó contra Freydis. Freydis alzó su hacha y se preparó para atacar, pero la furia de Olina la superó. Le dio a Freydis con el palo a un lado de la cabeza antes de que ella pudiera usar su hacha. Freydis se quedó momentáneamente atontada por el golpe, aunque no tanto como para caer al suelo. Con un chillido, alzó el hacha y la dejó caer sobre el cráneo de Olina. Olina cayó a tierra con la cabeza abierta. Freydis miró el cadáver de Olina con una mezcla de asombro y de satisfacción.

Nunca había visto un cráneo humano partido en dos y se maravilló al ver la sangre que surgía como un manantial. La sangre siguió burbujeando y vertiéndose de tal modo que Freydis se quedó paralizada. En un instante Olina pareció haberse convertido en parte de la tierra; su túnica era un pedazo de áspera hierba, la cabeza una roca partida, de la que brotaban flores color carmesí. Pronto un árbol nacería de la hendidura. Freydis se sorprendió del resultado de lo que había hecho y se sintió eufórica ante el poder del hacha. Se limpió el hacha en la túnica y miró a su alrededor para ver qué más podía hacer. Vio a Bodvar y a Falgeir persiguiendo a dos islandeses por la pradera. Vio que Falgeir blandía su hacha y se la arrojaba a los islandeses. Le dio a uno entre los hombros y lo hizo caer de bruces. Detrás de Freydis, dos groenlandeses, Gisli y Balki, salieron de la casa de los islandeses transportando el mástil. Freydis se volvió para observar a los hombres y vio a Alof, escondida detrás de una pila de leña junto a la puerta. Antes de que Alof pudiera escapar, Freydis le tiró el peso del telar y la dejó sin sentido. Alof cayó de lado. Freydis fue hasta él y le abrió el cráneo.

Thorvard se acercó a Freydis y la agarró por el brazo.

—Ya basta —dijo. Freydis lo miró de manera extraña. Tenía la cabeza inclinada hacia delante de modo que su cabello colgaba suelto por los lados. Lo miró, con ojos pálidos y vacíos, como si estuviera mirando hacia algo que estuviera muy lejos. Thorvard se asustó ante la vaciedad de su mirada.

Él, que había matado a centenares de animales, pensó que su mujer podía seguir matando a menos que la detuvieran. Le quitó el hacha.

—Tenemos la vela y los remos —dijo—. Algunos islandeses han escapado, pero en cuanto los cojamos y los atemos, empezaremos a preparar el barco para nuestra partida. Vuelve al cobertizo y cierra la puerta con llave.

—¿Y todo este desastre? —dijo Freydis—. ¿No deberíamos limpiarlo?

Freydis podía verse a sí misma volando sobre un campo de batalla de cuerpos ensangrentados, recogiendo a los muertos y llevándoselos, limpiando la matanza.

La última pregunta preocupó lo bastante a Thorvard como para llevarla él mismo hasta el cobertizo. Abrió la puerta, la empujó dentro y le dijo que cerrara con llave.

Freydis hizo lo que le dijeron. Después se acostó. En cuanto estuvo en la cama recordó que Thorvard le había quitado el hacha. Cogió el pequeño cuchillo que siempre tenía a mano y lo colocó en la cama junto con otros pesos del telar. Quería estar preparada por si alguno de los islandeses acudía a golpear a su puerta.

Ninguno de los islandeses llegó hasta el cobertizo del telar. A Thrasi lo mataron cuando salía de la casa. Halldor fue arrastrado de debajo de un bote que estaba boca abajo y asesinado. A Aesrod lo mataron antes de que fuera muy lejos —era a él a quien Freydis vio morir— pero Aevar llegó hasta la mitad de la pradera antes de que lo alcanzaran.

Los islandeses Gudlaug, Hrapp y Eystein se echaron al agua y estaban a medio camino del barco cuando los groenlandeses los alcanzaron en un bote. Los tres hombres se resistieron a ser izados a bordo. Los golpearon en la cabeza y se ahogaron. Como resultado de su dispersión, atrapar a los islandeses resultó ser más difícil y sangriento de lo que había pretendido Thorvard. Karl y Solvi dijeron que preferían luchar hasta la muerte que ser atados, lo que significó que hubo que matarlos. Durante la pelea, habían conseguido armarse con hachas y lanzas. Los dos islandeses lucharon con energía y aguantaron un tiempo. Mataron a Oddmar e hirieron en el brazo a Bragi antes de que acabaran con ellos.

Cuando la matanza acabó, habían capturado a cinco islandeses junto con tres esclavos. Éstos eran Mani y los dos enanos gemelos, Svart y Surt. Los cautivos fueron atados de pies y manos y llevados dentro de la casa de los islandeses; pusieron de guardia a Hogni y a Avang. Después Thorvard y otros cuantos reunieron a los muertos y los llevaron en bote a lo largo de la costa, donde apilaron piedras para hacer sus tumbas. Thorvard se tomó la molestia de hacerlo, pues sabía que a Leif no le gustaría tener cadáveres enterrados cerca. Finnbogi y Olina fueron enterrados antes. Cuando se puso la última piedra en su tumba, Ivar comentó que los groenlandeses se habían quitado de encima a una buena pareja. Nadie estuvo en desacuerdo. Karl y Solvi, sin embargo, los dos islandeses que habían luchado hasta el final, fueron alabados por su coraje y bravura antes de ser cubiertos. El groenlandés, Oddmar, recibió las mayores alabanzas, pues había demostrado de todas las maneras posibles que era resuelto y leal.

Era mediodía cuando los groenlandeses terminaron su espantoso trabajo. Mucho antes de eso, Freydis se había levantado y había abierto la puerta del cobertizo. Durante un tiempo observó a los hombres reuniendo a los muertos. Después fue a buscar a sus esclavos que estaban dentro de la casa del fondo detrás de la puerta cerrada. Freydis llamó a la puerta hasta que Ulfar la abrió. Freydis vio que llevaba un cuchillo y un hacha en la mano, pero no lo regañó por ello. Los demás esclavos se habían escondido detrás de las camas. Mairi estaba dentro del compartimento de dormir con el niño. Freydis dijo a los esclavos que salieran de su escondite.

—Tenemos que preparar comida —dijo—. Los hombres vendrán hambrientos después de todos los esfuerzos que están haciendo por nosotros.

Cuando Thorvard y sus hombres volvieron a las casas, Freydis tenía una gran caldera de guiso de pescado preparada. Los hombres se lanzaron sobre la comida sin lavarse ni cambiarse de ropa. La sangre era la sangre; ya fuera animal o humana, toda tenía el mismo aspecto. Ésa era la opinión de Thorvard. Apartó el cuenco de agua que Freydis le tendió para que lo usara. Freydis puso el cuenco sobre un arcón y se volvió a lavar las manos. Se las había lavado varias veces desde los asesinatos. En cuanto acababa de lavarse, olvidaba que lo había hecho.

Los groenlandeses tardaron lo que quedaba de día en llevar en bote sus mercancías al barco. Evyind vigiló la carga. Fue muy exigente respecto al lugar donde se ponía cada cosa, pues quería que el barco estuviera bien equilibrado. Las piedras de lastre más grandes se quitaron de debajo de la cubierta y se arrojaron por la borda para hacer sitio a las vigas y los tablones. Los huesos de Groa se almacenaron bajo cubierta también. Después de que se volviera a colocar la entabladura, llevaron a bordo los arcones y los barriles. Aunque el Corcel de Sigurd era más o menos del tamaño del Vinlandia, había más sitio en sus bodegas. Los groenlandeses no se llevaban de vuelta más ganado que la vaca, que iría atada al mástil. Eso significaba que la cuerda y el marfil de morsa, incluyendo las mercancías que estaban destinadas a los Egilsson, podían almacenarse en la bodega, así como diversos objetos de madera y mimbre. Hay que decir que Thorvard dejó atrás cuerda suficiente para equipar el barco de Helgi, tal como había prometido. Ante la insistencia de Thorvard, Freydis dejó tres largos de tejido de vela que había hecho, así como las ovejas restantes, menos a una que pensaba asar. Creía que, teniendo en cuenta lo que había pasado, les estaba dejando a los islandeses más de lo que se merecían.

Freydis sacrificó la oveja. Sabía que los groenlandeses agradecerían la carne asada antes de su partida. Iba a molestarse en preparar un banquete nocturno, marinando bacalao en caldo de angélica con bayas de enebro, guisando salmón seco con algas, añadiendo arándanos aplastados a la leche agria. Además de preparar el banquete, había apartado pequeñas raciones de comida para no tener que abrir los paquetes y los barriles durante el viaje. Freydis preparó la mayor parte de la comida ella misma, pues había mandado a Mairi a buscar forraje para la vaca a la pradera. Freydis envió a Kalf y a Orn a la casa de los islandeses con pescado seco y agua para los cautivos. Los esclavos se sentían complacidos con esa tarea, pues significaba que, al menos durante un tiempo, iban a ser los que mandaban.

Freydis hizo que Nagli quitara los cerrojos de hierro de las puertas para usarlos en su nueva casa en Gardar. Después se dio una vuelta para recoger ganchos y lámparas. No tenía intención de dejar atrás los objetos de metal que había traído con ella. Al recordar que Nagli se había mantenido al margen de la captura del Corcel de Sigurd, a Freydis le pareció prudente advertirle de que tenía que pagar un precio por su falta de implicación.

—Al escoger el terreno intermedio, dejaste que los demás hicieran el trabajo más sangriento —le dijo Freydis—. Si no hubiéramos conseguido el barco, estarías atrapado aquí con los islandeses durante un año más. Sería prudente de que a partir de ahora te pusieras de nuestro lado.

Cuando Mairi volvió con el forraje, ella y Freydis se pusieron a limpiar las casas y los edificios adyacentes. Por entonces los hombres habían empezado a subir sus equipos a bordo del barco, con lo que la limpieza fue más fácil. Mairi sacó los juncos fuera mientras Freydis barría las virutas de hierro y madera hacia un rincón, pensando en sacarlas más tarde. Al final esto no llegó a hacerse. Thorvard interrumpió a Freydis pues quería que subiera a bordo para vigilar la colocación de sus cosas. No deseaba que Freydis lo regañase cuando llegara después de él, diciendo que no conseguía encontrar esto o aquello.

Por la noche los groenlandeses encendieron una hoguera en la playa y comieron allí su banquete. El mar estaba tan tranquilo que, por primera vez desde su llegada a Leifsbudir, parecía como si el viento hubiera abandonado el lugar. Evyind comentó que si el viento no se volvía a levantar al día siguiente o al otro, tendrían que volver a Groenlandia remando.

Los groenlandeses tardaron poco en comerse la comida que Freydis había preparado. Durante el festín, Freydis habló amablemente a Ozur, cuando éste expresó sus pocas ganas de marcharse. Más de una vez durante su conversación, Ozur dijo que, aunque dudaba que los skraelings soltaran a Thrand, o que él pudiera escapar, si ocurría cualquiera de las dos cosas él querría estar allí para recibirlo. Freydis pensaba que ambas cosas eran improbables y recordó a Ozur que tenía una mujer e hijos en Groenlandia, que sufrirían mucho si él no volvía. Ambos problemas debían sopesarse.

—En cualquier caso, será duro —dijo Freydis.

Al parecer, Ozur encontró útiles las palabras de Freydis y más tarde, aquella noche, se unió a los demás groenlandeses a bordo del barco. Los groenlandeses habían decidido con anterioridad dormir en el Corcel de Sigurd, ya que todas sus ropas de dormir estaban allí. Ulfar se había hecho la cama contra la proa, en el mismo lugar en que lo había hecho en el Vinlandia. La diferencia era que esta vez, Mairi y el niño estaban junto a él.

Antes de retirarse a dormir, Thorvard mandó a los gemelos de Gardar a relevar a Sleita y a Alf, que habían sustituido a Hogni y a Avang como guardias. De momento ninguno de los islandeses había causado el menor problema; estaban sentados en las lúgubres profundidades de su casa, hablando y dormitando. Los groenlandeses que estaban a bordo del barco se encontraban tan cansados que se durmieron antes de que se hiciera totalmente de noche. Excepto Bragi, que gemía cada vez que se tumbaba sobre su brazo herido, el barco estaba lo bastante silencioso como para poder dormir.

Hacia el amanecer, Freydis se despertó al oír un repiqueteo contra la proa del barco. Se levantó y miró por la borda. Debajo de ella, de pie en uno de los botes de los islandeses, estaba Bolli Illugisson. Iba vestido de pieles y tenía cuernos de ciervo atados a la cabeza. Tenía la barba y el pelo muy revueltos y la nariz rota. Freydis pensó que debía haber estado observando la partida de los groenlandeses durante un tiempo y había esperado ese momento para subir a bordo.

—Echa la escala para que pueda subir. —Bolli hablaba a través de los huecos de los dientes.

—No puedes subir. Estamos sobrecargados —dijo Freydis—. Lo último que necesitamos es un loco a bordo. —Prácticamente se había olvidado de su hermanastro y no deseaba acordarse de él ahora.

El repiqueteo continuó.

Freydis miró de nuevo por la borda.

—Te he dicho que no hay sitio. Ahora vete de aquí.

Freydis hablaba con vehementes susurros. Incluso así oyó movimientos y agitación tras ella y supo que la conversación había despertado a otros. Freydis miró a su alrededor y vio a Ulfar, que estaba de pie junto al mástil, mirándola fijamente. La cercanía de su presencia y su mirada fija la pusieron nerviosa y se sintió aterrorizada. Se le ocurrió que cuando su hermano liberara a aquel hombre, podía volverse contra ella y hacerle daño de verdad. Freydis no sabía cómo iba a poder hacérselo, pero el miedo no desapareció. En ese mismo momento decidió que tomaría medidas para bloquear cualquier cosa que él o cualquiera de los otros pudiera hacer para dañarla. Resolvió que antes de que acabara el día, iba a hablar con los groenlandeses sobre la importancia de mantener silencio acerca de la matanza. Aunque los islandeses la habían provocado por sus engaños y traiciones, podía haber gente en Groenlandia, sobre todo los que procedían de Islandia, que podían sospechar que había habido juego sucio cuando vieran volver a los groenlandeses en el barco de los islandeses.

Freydis despertó a Thorvard. Le dijo que Bolli estaba intentando subir a bordo y que ella lo había echado. Dijo que habría dificultades sinfín si él subía, pues parecía medio enloquecido. Thorvard miró dos veces por el costado del barco y de nuevo a Freydis.

—Estás equivocada —dijo—. No hay nadie que quiera subir a bordo. —Freydis volvió a mirar por la borda. Thorvard tenía razón: Bolli no estaba. Freydis supo entonces que lo que había visto era el espectro de su hermanastro. Así se enteró de que Bolli Illugisson había muerto.

Poco después de esto, Evyind se despertó y advirtió que venía un viento desde el Suroeste, y que si querían aprovecharlo, era mejor que acabaran de cargar. Los groenlandeses accedieron a comer más tarde para ganar tiempo. En cualquier caso, ninguno tenía hambre, pues la noche anterior habían comido muy bien. Los groenlandeses fueron a tierra para recoger el resto del cargamento. Aún había que subir a bordo a la vaca, así como la cesta de mimbre que contenía el cachorro de oso negro. Los dos botes cargados con madera tenían que atarse para ser remolcados tras el barco. Thorvard se llevó a algunos hombres y fue a ver a los cautivos, ya que quería asegurarse de que seguían bien atados.

Mientras los hombres acababan de cargar, Freydis dio un último paseo por los edificios para ver si se había dejado algo. Lo hizo sin pena, a pesar de que los edificios de Leifsbudir le habían proporcionado más espacio que la cabaña donde vivía en Gardar. Pudo hacerlo porque estaba segura de que pronto viviría en una casa mucho más grande que ninguna de las que Leif había construido allí. Por supuesto, Leif nunca había pretendido que las casas sirvieran más que como residencias temporales. Al final Freydis tenía las casas en tan poca estima que no se preocupó por barrer los montones de basura que habían quedado aquí y allí. Se marchó sin encontrar el broche de la capa que había dejado caer después de la matanza ni el huso que Mairi había perdido. Ni vio la cuenta de cristal que se había caído al suelo en la fiesta de Yule y había salido rodando. Freydis no se entretuvo en el arroyo, el estanque donde se había bañado ni el cobertizo donde había yacido con Hauk. Miró la amplia extensión de praderas y pensó que, comparadas con los pastos de Groenlandia, carecían de frescor. Miró hacia las colinas y pensó que eran demasiado bajas para ser bellas. Miró el mar y pensó que estaba demasiado abierto a los vientos y al clima. Prefería con mucho los fiordos interiores de Groenlandia. En esto Freydis se parecía mucho a esa gente que, cuando están a punto de trasladarse a alguna parte, deben encontrar defectos al lugar que van a abandonar.

El plan de partida de los groenlandeses era el siguiente: cuando todo el mundo estuviera a bordo, uno de los islandeses sería liberado, de modo que, después de que el barco partiera, el islandés libre pudiera soltar a los demás cautivos. Excepto las ovejas, los groenlandeses no dejaron comida. A última hora de la mañana, cuando todos los demás groenlandeses estaban a salvo a bordo del barco excepto Thorvard y otros tres, se desataron las cuerdas de los pies de Skum, que fue conducido a la playa. Esto dio tiempo a Thorvard y a sus hombres para volver al barco antes de que Skum pudiera liberar a nadie y saliera en su persecución. Ninguno de los islandeses apareció para ver la partida de la bahía del Corcel de Sigurd.

Antes de que los remeros a bordo del Corcel de Sigurd cogieran los remos, Freydis se colocó de pie en la plataforma de la proa y pidió silencio, de modo que los hombres pudieran oír lo que tenía que decir. A ninguno de los groenlandeses le sorprendió esta orden. Todo el tiempo habían sabido que era Freydis la que estaba al mando de aquella expedición. Algunos groenlandeses no lo habían visto al principio y se habían preocupado al comprobar el alcance de la influencia de Freydis. Ahora incluso aquellos hombres se daban cuenta de que Freydis había heredado los fuertes rasgos de carácter de su padre. Si hubiese sido de otra manera, los groenlandeses no estarían ahora navegando desde Leifsbudir con un rico cargamento un año después de su partida de Groenlandia, dejando atrás a hombres con menos suerte. También era cierto que Freydis era lista y rara vez hablaba si no tenía un plan en la cabeza. Los hombres, pues, estaban dispuestos a escuchar lo que tuviera que decir.

Freydis no había olvidado que aparte de Ulfar había otros a bordo que, en algunas circunstancias, podían considerarse cristianos. Recordó a los hombres a los que el sacerdote había bautizado antes de la partida del Vinlandia. Desde la llegada a Leifsbudir, no había visto ni una vez a ninguno de los hombres hablar abiertamente sobre Cristo; sólo Ulfar llevaba el amuleto de Cristo colgado al cuello. Por tanto pensaba que estaba bien situado para recordar a los hombres que, para el viaje de vuelta, sería mejor que se reconciliaran con los viejos dioses ya que las palabras que el sacerdote había hablado con Cristo antes de su partida de Groenlandia no les habían evitado la tormenta.

—Invoquemos a los viejos dioses para que nos ayuden a hacer una travesía segura y nos eviten el terrible tiempo que tuvimos a la venida. —Freydis hizo una pausa cuando oyó voces gritando alabanzas a Thor. Entonces continuó—: Quiero advertiros de que puede haber algo más que mal tiempo contra nosotros. Puede que tengamos que enfrentarnos de nuevo a traiciones. —Freydis miró cuidadosamente a su alrededor hasta que localizó a Nagli. Después, mirándolo a los ojos, continuó—: Es importante mantener entre nosotros lo que pasó en Leifsbudir. Cuando la gente de Groenlandia nos vea llegar en el barco de los islandeses, será demasiado fácil para ellos malinterpretar lo que tuvimos que padecer. —A continuación Freydis buscó a Asmund. Cuando lo encontró, le lanzó una mirada siniestra—. No habrá versos sobre el modo en que conseguimos este barco —le advirtió—. Podrían causarnos dificultades más adelante.

Freydis volvió a esperar que sus palabras calasen.

—Os digo —ahora estaba gritando— que si volvemos a salvo a Groenlandia, cualquiera que suelte una palabra de lo que ocurrió ayer tendrá que vérselas conmigo. La historia que contaremos será que los islandeses se han quedado allí, lo cual es cierto. No necesitamos decir que algunos de los que se quedaron son cadáveres. No olvidéis que algunos de los nuestros ya no están vivos.

Fue muy astuto por parte de Freydis acabar su discurso con estas palabras. Sabía que cuando Evyind diera la orden de coger los remos y el barco empezara a alejarse, los hombres empezarían a hablar de los que habían quedado atrás. Como Freydis predijo correctamente, una vez que se lo recordaron, a los hombres les importaba mucho el hecho de que aunque habían salido treinta y cinco de ellos, sólo veinticinco, excluidos los esclavos, regresaban, y dos estaban heridos. A los groenlandeses les parecía que esa pérdida de hombres compensaba la de los islandeses que habían matado en Leifsbudir. No sólo los islandeses tenían ocho hombres, incluyendo los esclavos, en Leifsbudir, sino que podían esperar en cualquier momento el regreso. Si algún groenlandés pensó que Helgi y sus hombres podían no volver, no lo dijo. Todo el tiempo habían querido creer que Helgi y los demás habían retrasado su vuelta porque estaban reuniendo un importante cargamento de madera que querían llevar de vuelta a Leifsbudir antes de que llegara el invierno. Cuando Helgi volviera, los islandeses serían un total de dieciséis hombres, lo que estaba cerca del número de groenlandeses que había a bordo. Al hacer aquellos cálculos, los groenlandeses estaban más que dispuestos a ignorar el hecho de que no incluían en sus cuentas a cuatro esclavos varones.

Les venía bien mirar los números de un modo que les hiciera quedar como personas justas ante sus propios ojos. Ahora que habían logrado lo que se habían propuesto hacía un año, ninguno de los groenlandeses quería marcharse de Leifsbudir creyendo que habían actuado de manera poco honrosa. Preferían creer que se las habían arreglado bastante bien en circunstancias difíciles y no habían hecho nada que pudiera empañar su reputación.

* * *

El viaje de vuelta de los groenlandeses se vio favorecido por un viento del Suroeste, lo que significaba que pronto estuvieron avanzando con rapidez. Evyind sacó al Corcel de Sigurd al mar, pero no tan lejos como para que el barco tuviera que luchar contra la corriente del norte que fluía hacia el Sur. Por otra parte, quería mantener la costa del lado de babor, a la vista pero sin navegar demasiado cerca. Hasta que estuviera más familiarizado con el modo de navegar del Corcel de Sigurd, prefería mantenerse apartado de las rocas y escollos que había junto a la costa, sobre todo porque estaban remolcando botes que les hacían ir más despacio. El segundo día, los groenlandeses navegaban junto a las Playas Misteriosas de Marklandia, de las que Leif había hablado. Los groenlandeses estaban demasiado lejos para ver la palidez de la arena, ya que las playas estaban junto a un cabo con forma de quilla que Evyind quería evitar.

Durante tres días más, los groenlandeses navegaron junto a las costas de Marklandia. La tierra cada vez estaba más desolada y menos arbolada cuanto más al Norte iban. Freydis había llegado a la parte del embarazo en que se sentía torpe y débil. Le parecía que este embarazo era peor que los demás. Freydis se felicitaba por haber evitado quedarse embarazada hasta el verano, pues sacar partido de Leifsbudir había dependido de que se sintiera bien. Envolviéndose en pieles se apoyaba contra las balas de comida seca y estambre y dormía. Los malos sueños la habían abandonado, pero a veces se despertaba y veía sangre en sus manos. Cuando esto ocurría dirigía sus pensamientos a los aspectos más agradables del año. Repasaba las ventajas del viaje, dejando a un lado la tormentosa travesía y la masacre. Revisaba acontecimientos de tal manera que al cabo de poco tiempo era capaz de convencerse a sí misma de que, en resumen, el tiempo pasado en Leifsbudir había merecido la pena.

El séptimo día en el mar los groenlandeses vieron los glaciares de Helluland. Como el tiempo se mantenía bueno y el aire era claro, vieron todas las formas de la tierra que surgían del horizonte, pero estaban demasiado lejos para ver gran cosa de la bajas planchas de roca que formaban la costa. El agua estaba prácticamente libre de hielo, lo que daba ventaja a los viajeros, pues directamente enfrente de ellos había grandes bahías y golfos donde se reunía el hielo la mayor parte del año. Durante los tres días siguientes los groenlandeses navegaron junto a esas bahías en la parte norte de su viaje. El décimo día llegaron a un estrecho cabo largo que sobresalía de la tierra. Allí el barco giró hacia el Este y se dirigió a mar abierto. Durante los días siguientes los groenlandeses no vieron tierra, lo que aumentaba el peligro, pues si el tiempo se volvía nublado, no sólo Evyind no podría valerse del sol y de las estrellas, sino que serían vulnerables ante el hielo a la deriva.

Ocurrió un incidente con Bragi. Desde que los groenlandeses abandonaran Leifsbudir, la herida de Bragi no se curaba. Su salud, que iba declinando poco a poco, empeoró de repente. Empezó a sufrir escalofríos y fiebres que lo hacían estremecerse y sudar alternativamente. Después el sudor le surgía de la frente como lluvia. Mascullaba constantemente como si hubiera perdido la cabeza. Esto perturbaba mucho a los groenlandeses, sobre todo a Freydis, porque gran parte de sus balbuceos se referían a la matanza de Leifsbudir, que ella prefería olvidar. Es más, aquellos delirios, pues eso fue en lo que se convirtieron, eran tales que no la dejaban dormir. Alarmada por este giro de los acontecimientos, Freydis pidió a la tripulación que amputaran el brazo de Bragi y pusieran fin a su dolor.

La herida estaba en el antebrazo, debajo del codo. Por entonces la infección se estaba extendiendo hacia el hombro. Nagli dijo que conocía a un hombre en Vik que había sufrido una herida semejante y que había sobrevivido a la amputación. Nagli también había sobrevivido a la pérdida de un pulgar. Ivar replicó que había visto tres amputaciones en su vida y que en todas el resultado había sido la muerte.

—Incluso así merecerá la pena intentarlo —dijo Ivar—, pues el pobre hombre está tan mal que igualmente se va a morir si no hacemos nada.

Después de algunas discusiones más, se decidió que Nagli cortara el brazo por encima del codo e Ivar atara la herida con tendón de reno. Cuando estaban cortándole el brazo, Bragi perdió la consciencia y nunca la recuperó. Debido a la putrefacción que tuvo lugar a continuación, no era cuestión de llevar el cadáver hasta Groenlandia; fue envuelto en su saco de dormir y arrojado al mar. A Freydis se le ocurrió que esa medida ahorraría a los groenlandeses un montón de problemas más tarde, pues significaba que no habría que explicarle a nadie que pudiera preguntar cómo se había hecho Bragi aquella herida.

El entierro de Bragi tuvo lugar trece días después de que los groenlandeses abandonaran Leifsbudir. El decimoquinto día los groenlandeses vieron los glaciares de su país brillando a lo lejos. Poco después, los negros acantilados de Bjarney se vieron por estribor. Al estar tan cerca de casa, los viajeros se espabilaron y se pusieron más alerta. Hubo muchas bromas y felicitaciones. Haber hecho la travesía en un barco que estaba muy cargado y que remolcaba dos botes no era una hazaña cualquiera. Era algo de lo que los groenlandeses podían sentirse legítimamente satisfechos. Ahora que habían sobrevivido para contarlo, sabían que un día mirarían atrás hacia esos días como los más trascendentales de sus vidas. Sólo entonces Freydis se permitió imaginar a sus hijos corriendo prado abajo hacia el barco. Los vio abriendo los paquetes que había preparado, lanzando exclamaciones al ver los juguetes, las cucharas y las tazas, las bonitas cintas y las diversas cosas que habían hecho Thorvard y ella.

En Barney el hielo flotante empezó a espesarse. Cuanto más al Sur iban los groenlandeses, más hielo se acumulaba, lo que los hacía ir más lentos. Evyind dijo que dudaba que pudieran ir a Brattahlid ese año. Con tanto hielo en el agua, el extremo del fiordo de Erik debía estar completamente bloqueado ya. Sería mucho mejor ir al fiordo de Einar y dirigirse a Gardar. Durante todo ese tiempo Freydis y Thorvard habían tenido ideas encontradas acerca del desembarco en Brattahlid. Por una parte deseaban deshacerse del Corcel de Sigurd entregándoselo a Leif a cambio del Vinlandia. Por otra, no querían llevar sus mercancías por tierra hasta Gardar desde el fiordo de Erik. Aconsejaron a Evyind que cogiera la ruta más segura hacia Gardar. Fue una suerte para los viajeros que en esa parte tan al norte el cielo permaneciera lo bastante luminoso como para permitirles seguir navegando durante la noche sin chocar con un iceberg. De este modo mantenían abierta una vía por el agua y evitaban quedarse encerrados, lo que podía haber ocurrido si el barco hubiera anclado. Después de pasar Hreinsey, donde el hielo era más espeso, arriaron la vela y cogieron los remos. A partir de ese momento el barco debería avanzar remando. Con esto el avance fue más lento, pero nadie se quejó, ya que al menos podían continuar sin que el hielo los detuviera. La mañana vigésimo segunda después de su partida de Leifsbudir, los groenlandeses estaban a mitad del fiordo de Einar. Delante tenían la llanura inclinada de Gardar.

La gente de Gardar llevaba un tiempo observando el Corcel de Sigurd. Se habían dado cuenta de que el barco era aquél en el que se habían marchado los islandeses el año antes y querían saber por qué había ahora tantos groenlandeses a bordo. En cuanto el barco se acercó lo suficiente, salieron los botes de la costa y empezaron a intercambiarse gritos y saludos. La tripulación respondió a las preguntas con otras preguntas y gritos.

Había gente en Gardar que mucho después comentaría cómo los viajeros de Leifsbudir habían evitado contestar a las preguntas aquel día. Esa gente pretendía recordar que cuando llegó el barco, habían pensado que la tripulación estaba evitando contestar a las preguntas con sinceridad. En la mayoría de los casos eso no era probable. La llegada de los groenlandeses fue una ocasión tan alegre que poca gente tuvo tiempo para sospechar. Después de que acabaran los saludos y los encuentros, el cargamento se dividió entre la tripulación. A esto siguió la entrega de regalos y la celebración de banquetes en Gardar antes de que los que vivían en Vatnahverfi y otros lugares salieran hacia sus granjas. Durante los dos días de festividades, se preguntó varias veces a los viajeros por el paradero de los islandeses, sobre todo la gente que se había relacionado con los Egilsson y su tripulación cuando pasaron el invierno en Groenlandia. Cada vez que les preguntaban, los groenlandeses mantenían la historia de que los islandeses habían ido a buscar madera de roble y que volverían a Groenlandia al año siguiente. Esta historia se repitió tantas veces que muchos de los que la contaban se convencieron de que era cierta. La gente de Gardar preguntó menos sobre los groenlandeses que no habían vuelto; estaban acostumbrados a la muerte de parientes como resultado de diversos tipos de desgracias.

Todos estaban ansiosos por oír historias y poemas sobre las aventuras de los viajeros por el mar, y las escuchaban una y otra vez. Algunos se quejaban de que los relatos mejorarían mucho si estuvieran animados por la bebida. Freydis había sido lo bastante astuta como para no almacenar las bayas que habían traído de Leifsbudir en agua, porque no quería que las lenguas de los miembros de la tripulación se soltaran a causa de la bebida. Además, sin miel que la endulzara, el resultado sería una bebida amarga y un desperdicio de buena fruta. Al recordar las historias de orgías que habían tenido lugar tras la vuelta de Leif Eriksson, mucha gente en Gardar creyó que Freydis era tacaña al no traer de vuelta barriles de alcohol. Nadie culpó por ello a Thorvard. Todos sabían que cuando se trataba de asuntos de riqueza y comercio, la que llevaba los pantalones era Freydis Eriksdottir. La gente seguía culpando a Freydis por la falta de bebida, aunque ella no se guardara las bayas para sí misma, sino que las repartió entre la tripulación, junto con su parte de los demás alimentos. Freydis se esforzó en asegurarse de que la tripulación fuera ampliamente recompensada con mercancías.

Pero aún así, hubo insatisfechos. Bodvar, Falgeir, Glam, Hogni y Sleita gruñeron más de la cuenta sobre el reparto, diciendo que habían esperado más por sus esfuerzos que lo que habían recibido. Freydis podía haber regateado con aquellos hombres y haberles negado más si la partida de Leifsbudir no hubiera sido tan sangrienta. Tal como fueron las cosas, les entregó más objetos de los que le correspondían a ella para mantenerlos satisfechos.

Los hijos de Freydis habían crecido bien. Asny ya hablaba claramente y Signy y Thorlak tenían buena salud. Pero Halla se movía con mayor lentitud; su dolor de articulaciones hacía que caminar le resultara difícil. A pesar de ello, Halla tenía varios quesos en la lechería y seis terneras pastando en el prado. Con anterioridad aquel año Guttorm había ido a ver a Halla para pedirle que permitiera pastar a algunas de sus vacas en el prado de Thorvard. La respuesta de Halla había sido que si Guttorm proporcionaba forraje de invierno a las vacas de Freydis, podía hacer uso del prado. Al parecer a Guttorm no le gustó este acuerdo. Llevó a sus vacas a pastar al otro lado del fiordo y no volvió a hablar del asunto. Un día Halla pilló a Guttorm en su lado de la valla cortando turba. Pronto puso fin al asunto mirándolo fijamente. Los ojos bizcos de Halla resultaban muy prácticos cuando la gente confundía su mirada con el mal de ojo. En resumen, podía decirse que la granja de Freydis —pues así la consideraba la gente, ya que Thorvard trabajaba muy poco en ella— no había sufrido nada en su ausencia.

Después de que se acabaran los repartos y las festividades, Freydis acordó con Flosi, Lodholt y Anvang que si se quedaban con ella durante los dos meses siguientes y le construían una casa, se aseguraría de que tuvieran el futuro asegurado. Señaló que como vivían al otro lado del fiordo de Erik, tendrían que esperar en Gardar hasta que se pudiera caminar con seguridad sobre el hielo. Como así era, los hombres muy bien podían aprovechar el tiempo mientras esperaban. Freydis también convenció a Ulfar de que ayudara a construir la casa. Le dijo que estaría arriesgando la vida de Mairi y la del niño si trataba de cruzar el hielo antes de que se hubiera congelado lo suficiente. Le dijo a Ulfar que construir una casa era un intercambio justo después de que le dieran a Mairi. Ulfar accedió a trabajar en la casa, aunque no sin organizar antes una zona aparte para Mairi y él en una de las cabañas que Einar le dejó a Freydis para albergar a los hombres que iban a trabajar allí. Freydis se alegraba de que el estado del hielo estuviera de su parte, pues el retraso en llegar a Brattahlid significaba que podría tener una casa propia antes de que llegara lo peor del invierno.

Aunque a él le ahorraba trabajo, las condiciones inestables del hielo estaban en contra de los propósitos de Thorvard, ya que eso significaba que no podría entregarle a Leif el Corcel de Sigurd hasta el verano siguiente. El barco tendría que guardarse en tierra y cubrirse con madera de abeto que le hubiera gustado vender en Gardar. A Thorvard no le agradaba la idea de construir el cobertizo para el invierno ni tener el barco cerca, pues le recordaba que su propietario estaba enterrado bajo un montón de piedras en otro lugar.

Poco después de Yule, Freydis, Thorvard y otros cinco hombres cruzaron caminando el fiordo de Erik con una gran cantidad de mercancías. Por entonces el hielo estaba lo bastante sólido y liso como para que pudieran usar trineos. Freydis y Thorvard llenaron un trineo de marfil, arce y diversos objetos de madera, así como la piel de un oso negro para Leif y un manguito de feto blanco para Jorunn. Encima de estos objetos estaban tres remos del Vinlandia. Thorvard tiraba del trineo mientras Freydis, que estaba embarazada de seis meses, caminaba al lado. Flosi, Lodholt, Avang y Ulfar tiraban de cinco trineos más. Flosi y Lodholt tiraban de tres entre los dos. Arrastraban pesadas vigas y tablones que los obligaban a ir más despacio. Mairi, que llevaba al niño, caminaba junto a Ulfar. Freydis y Thorvard iban delante. Cuando se detuvieron para esperar a los otros, Freydis se frotó las manos y pateó el suelo para quitarse el frío.

—No sé por qué no podemos ir nosotros delante y dejar que los demás lleguen más tarde —se quejó.

Thorvard respondió que había ganado un año gracias a los esfuerzos de aquellos hombres y que no iba a dejarlos ahora atrás, pues a veces había que ayudarlos a mover los trineos por las irregularidades del terreno. Siguió diciendo que estaba seguro de que los hombres no reprocharían a Freydis que fuera delante, ya que en su estado no podía ayudar.

De modo que Freydis Eriksdottir llegó antes a casa de su hermanastro y pudo contarle su versión de lo que había pasado en Leifsbudir antes de que llegaran los demás. Como estaba tan envuelta en lana, ninguno de los que vio una figura cruzar a toda prisa el fiordo reconoció a Freydis, que pudo coger por sorpresa a Leif y a Jorunn. Llamó suavemente a la puerta y, sin esperar a que le abrieran, entró y se quitó al capa. Freydis se sintió encantada cuando vio la expresión de sorpresa en sus caras. Vio que su alegría no era fingida. Leif y su mujer estaban sentados junto al fuego cuando entró Freydis. Ambos se acercaron a ella inmediatamente y la abrazaron.

—Eres muy bienvenida —dijo Leif—. Cuando no aparecisteis antes de que se helara el mar temí que, como nuestros hermanos, hubieses encontrado un destino adverso. Luego llegó Nagli Asgrimsson no hace mucho y nos contó de vuestro retorno.

—¿Qué dijo? —preguntó Freydis.

—Tenía prisa por llegar a la granja de su hermano y no habló mucho tiempo con nosotros. Simplemente dijo que habíais llegado a salvo a Gardar y que estabais bien.

—Ya me conoces. No es fácil deshacerse de mí —dijo Freydis.

—Cierto, así es —rió Leif, que no podía saber que la veracidad de sus palabras había llevado a Freydis más lejos de lo que a él le hubiera gustado. La volvió a abrazar—. Me alegro de verte. —Miró a su mujer—. Debo decir que Jorunn y yo necesitamos que nos animen, pues hemos estado tristes últimamente. —Leif contó que Thjodhild había muerto a principios del verano y que había sido enterrada junto a su amada iglesia—. Como sabes, mi madre era de esas mujeres que se echan de menos cuando se ha ido. Supongo que teniendo en cuenta el malestar que sufrió hacia el final, es una bendición que se liberara.

Freydis también pensó que era una bendición, pero de otra manera; era un alivio para ella que Thjodhild ya no estuviera por allí para inmiscuirse en sus asuntos. Jorunn hizo la señal de la cruz y dijo:

—Eso nos consuela, y por las palabras de Geirmund, Thjodhild está ahora con Cristo.

Esa piedad molestó a Freydis y la hizo sentirse incómoda. Se sintió en cierto modo descuidada y mal vestida a pesar de que llevaba su túnica azul y una redecilla limpia de lino. Se necesitaba algo más que una túnica y una redecilla para que Freydis olvidara el verano despreocupado en Leifsbudir, donde a menudo iba sin túnica y se dejaba el pelo descubierto. La mención del sacerdote le recordó a Freydis que Geirmund Gunnfard iba y venía a menudo a aquella casa y podía aparecer en cualquier momento. No quería tenerlo cerca cuando le contara a su hermano lo que había ocurrido en Leifsbudir. Sospechaba del sacerdote y pensó que su presencia la alteraría. Rápidamente, Freydis contó su versión de lo que había ocurrido durante el año. Cuando llegó a la parte en que el hielo se cerró alrededor del Vinlandia, se detuvo para que Leif pudiera hablar. Leif se tomó la noticia mejor de lo que ella había esperado.

—El viejo barco sirvió más tiempo que la mayoría y fue a lugares donde ningún otro había estado —dijo Leif—. Es justo que descanse en Vinlandia.

—Ahora podrás tener el Mercader groenlandés —dijo Freydis con pomposidad—. Cuando los islandeses vuelvan con el barco que construyeron para nosotros, lo tendrás como recompensa por habernos dejado el tuyo. —Después le habló del intercambio que los groenlandeses habían hecho con los islandeses—. Los islandeses no volverán hasta el año que viene. El verano pasado Helgi Egilsson se llevó el Mercader groenlandés al sur para recoger madera de roble para su nuevo barco, lo que retrasó la vuelta de los islandeses. —Había bastante verdad en esto que decía como para que la mentira de Freydis fuera convincente. Hizo que pareciera que Helgi ya había vuelto a Leifsbudir—. Los islandeses accedieron a dejarnos el Corcel de Sigurd para que volviéramos. Como sabes, originalmente habíamos pensado en volver con nuestro barco y el tuyo. Por tanto hemos vuelto con más mercancías que las que podríamos haber traído en el Mercader groenlandés, que era algo más pequeño que el Corcel de Sigurd. Supongo que los islandeses nos dejaron el barco para devolvernos el favor de haber hecho uso del Leifsbudir. Aunque Helgi y los demás deseaban seguir durante un tiempo en Leifsbudir, no había razón alguna para que nosotros siguiéramos allí. Y además estaba ansiosa por volver junto a mis hijos. —Freydis se acarició el vientre—. Asimismo, como puedes ver, estoy esperando de nuevo y prefiero dar a luz aquí, sobre todo porque este embarazo me está resultando más difícil que los otros.

A continuación Freydis abordó la cuestión de su madre adoptiva.

—Halla ha decidido quedarse conmigo en Gardar en vez de volver a su granja en los páramos. Dice que tú podrías vender su ganado o quedártelo, pues en este punto de su vida ya no desea seguir cuidándolo. —Cuando Halla había hablado de este asunto con ella, Freydis había pensado en traer parte del ganado de Halla a Gardar para aumentar su propio rebaño. Decidió no hacerlo por dos razones: una era que la granja de Thorvard ya estaba sobreexplotada, y la otra que pensaba que podía usar el ganado de Halla para que Leif pensara que se le estaba dando una recompensa mayor por la pérdida del Vinlandia.

Antes de que pudieran hablar de este asunto, llegaron Thorvard y los demás. Fueron calurosamente recibidos y se les invitó a sentarse junto al fuego. Jorunn ordenó a sus sirvientes que trajeran sopa y queso. Mientras los invitados comían, la noticia de su regreso llegó a otros oídos. La gente acudió en tal número a casa de Leif Eriksson que pronto hubo una muchedumbre reunida en la sala. Se pidió a Freydis y a Thorvard que se sentaran en el estrado junto a Leif y Jorunn. Se trajeron bancos para Flosi y los demás de modo que también ellos pudieran estar en alto. Después empezaron a contarse historias sobre sus aventuras, empezando con la Bahía de los Arces. Los hombres describieron los abundantes bosques y la variedad de árboles que allí crecían. Hubo susurros cuando hablaron de los rojos skraelings que vivían en los bosques y podían hacerse invisibles como la gente escondida. Algunos hombres lloraron abiertamente cuando Thorvard le entregó a Leif los remos del Vinlandia y describió su fin. Asmund había vuelto hacía tiempo a su granja. En su lugar, Thorvard recitó el poema sobre la pérdida del barco. Durante el recitado, apareció Thorfinn Karlsefni; Gudrid y él se habían trasladado de Herjolfness a Brattahlid a principios de aquel año. El islandés fue invitado a sentarse en el estrado. Por suerte para Freydis, Gudrid se había quedado en casa, pues su embarazo estaba demasiado avanzado como para salir. Aún sin Gudrid, la presencia de su marido le estropeó la ocasión a Freydis, pues recordó de nuevo que, a pesar de los riesgos que ella y Thorvard habían corrido, no podrían llevar su cargamento a Noruega ellos mismos, sino que se verían obligados a venderlos a través de Thorfinn Karlsefni.

Ulfar no se quedó a oír las historias; él y Mairi se marcharon a hablar con el sacerdote sobre la boda. Mucho más tarde, cuando volvieron a la sala principal, la pareja vio que la muchedumbre se había dispersado. Leif y su mujer se habían ido a la cama, así como Freydis y Thorvard. Ulfar hizo una cama junto a la chimenea para Mairi y el niño y otra para él. Quería estar donde Leif lo viera claramente por la mañana.

Leif lo despertó con un golpecito en la espalda. Miró a Ulfar y dijo:

—Es hora de que hablemos. A menos que me equivoque, tienes que estar a punto de darme la cerveza de la libertad.

Ulfar se dio la vuelta, abrió los ojos y sonrió a Leif.

—Si, como Nuestro Maestro, puedes convertir el agua en vino, tendrás tu cerveza —bromeó.

—Me parece que has vuelto con el corazón más ligero que cuando te fuiste.

—Es cierto —respondió Ulfar—. Pues he vuelto con una mujer con la que pienso casarme.

Leif miró a Mairi y al niño.

—Veo por esos dos que has hecho mucho para aumentar tu suerte. Ahora tienes que hablarme de la joven que está a tu lado.

Ulfar sacó el pergamino en el que Thorvard había hecho su marca y explicó cómo había llegado a conocer a Mairi, y que quería convertirla en su mujer.

Esta conversación despertó a Freydis y Thorvard, que se levantaron rápidamente. Thorvard quería contarle él mismo a Leif el trato que había hecho con los Egilsson. Freydis estaba ansiosa por volver a Gardar aquella mañana, porque cuanto más se quedaran con Leif, más posibilidades tenían de ser interrogados. Cuando Leif les preguntó si se habían sentido contentos con los servicios de Ulfar, ellos contestaron que estaban muy satisfechos con el trabajo que había hecho para ellos. Thorvard fue especialmente generoso en sus alabanzas y dijo que Freydis y él no habrían estado ni la mitad de cómodos sin los servicios que les había proporcionado el esclavo. Freydis no le quitó de encima la vista a Ulfar mientras decía estas palabras, ordenándole en silencio que no dijera nada de lo que había pasado en Leifsbudir. La reunión pasó sin que él mencionara las muertes.

Cuando Thorvard y ella estaban a punto de marcharse, Freydis pidió a Leif que cruzara el fiordo para visitarlos en Gardar.

—Ahora que tenemos una nueva casa, podemos agasajarte como mereces.

Leif prometió que iría en cuanto pudiera después de Yule. Había tres o cuatro hombres en la zona que tenía que visitar para discutir sobre varios asuntos que se habían decidido en el Althing. Le dijo a Freydis que cuando esos asuntos estuvieran resueltos, cruzaría el hielo y visitaría su casa. Con esta promesa en mente, Freydis y Thorvard volvieron a Gardar.

Ahora que tenía tantas cosas bonitas a su alrededor, Freydis Eriksdottir se sintió sumamente orgullosa de su casa. Su nueva casa, que habían construido Ulfar y los demás en lo alto de la granja de Thorvard, era la más grande de Gardar. Además de la espaciosa sala principal había un secadero, un retrete, un cuarto de almacenaje y dos habitaciones más pequeñas. Tanto el secadero como el retrete estaban colocados de manera que un chorrito de agua que se había desviado del arroyo que alimentaba el estanque fluía por un canal en el suelo. Freydis había sacado las colgaduras tejidas del arca de bodas y las había dispuesto por la casa. Había mantas tejidas y pieles como así almohadas de pluma de ganso sobre los bancos de dormir. Debajo de los estrados que había hecho Ulfar había alfombras de piel de foca. Las columnas y las vigas talladas relucían a la luz del fuego después de haber sido frotadas con grasa de foca. Había muchos arcones de madera y taburetes por toda la casa. Sobre uno de los arcones se encontraba el cuenco de bronce bordeado de oro batido. Era cierto que había escasez de cubiertos y de vasos de cristal, pero Freydis pensaba comprar algunos el verano siguiente, cuando llegara un barco de mercancías, ya que por entonces Thorvard esperaba tener un oso blanco vivo junto al negro para poder cambiarlo por objetos de lujo. En cuanto a las provisiones, había tanta comida que hubo que almacenarla bajo llave en la cabaña que en otro tiempo les había servido de casa. Freydis estaba muy contenta con su nueva vivienda. Estaba lejos de saber que su suerte se había acabado.

Después de Yule el invierno fue duro. Trajeron a las vacas del prado y las encerraron en el establo. Aún así, muchas no sobrevivieron al invierno. Freydis perdió seis, incluida la que se había llevado a Leifsbudir, por lo que se quedó con las mismas vacas que tenía antes. Una mañana de mediados del invierno, Halla no pudo levantarse de la cama; se le había parado el corazón durante la noche. Su cadáver se guardó en una cabaña hasta que la tierra se deshelase. La muerte de Halla fue un golpe para Freydis. Su madre adoptiva siempre había estado de su lado, hiciera lo que hiciese. Incluso aquella mañana en la que Bribrau había desaparecido en el mar, Freydis había confiado en Halla para que la ayudara. Halla había entendido a Freydis mejor que nadie. Sólo por esa razón nunca podría ser sustituida.

La gente de Gardar sufrió mucho aquel invierno. Una tormenta tras otra impidió que los hombres salieran a cazar y a pescar. Las aves y las liebres que se acercaban a Gardar eran escasas. El resultado de la poca comida fue que muchos tuvieron que comerse el ganado. Un día Inga mandó a Guttorm a pedirle provisiones a Freydis para permitirles aguantar un tiempo. Freydis echó a Guttorm en la misma puerta, ya que por entonces se había descubierto que, mientras Freydis y Thorvard estaban en Leifsbudir, Guttorm no sólo había intentado que su ganado pastara en sus prados y les robara la turba que quedaba, sino que sus hijos habían sido muy crueles con los de Freydis; una vez habían desnudado a Thorlak y lo habían atado a una piedra. Los hijos de Guttorm también habían cogido a Signy y le habían cortado el pelo. Además, el rebaño de Inga y Guttorm era tan grande que tampoco sufriría mucho si se comían unas cuantas vacas más.

Debido al mal tiempo, algunos groenlandeses que habían participado en el viaje se vieron obligados a quemar madera para casas que habían traído de Leifsbudir. Esto le ocurrió a Ozur, cuya familia no tenía suficiente combustible para pasar el invierno. Ozur quemó algunos tablones, pero no los postes y las vigas. En lugar de ello, fue desde Vatnahverfi a Gardar a pedirle combustible a Freydis. Freydis le dio algo de grasa de ballena, pero era una cantidad tan pequeña que él gruñó diciendo que no había esperado que ella tuviera tan mala memoria, ya que la había apoyado durante los malos tiempos en Leifsbudir y había perdido un hijo por culpa de Thorvard. Siguió diciendo que su memoria era muy buena, y que eso a Freydis no le gustaría; si las cosas empeoraban tendría que usarla contra ella. Thorvard llegó a casa antes de que acabaran aquellas quejas y dio a Ozur grasa de foca suficiente para pasar el invierno. Después de que Ozur se marchara, Thorvard regañó a Freydis diciendo que su tacañería les iba a traer mala suerte si no cambiaba de actitud. Aunque Freydis le contestó airadamente, aceptó el consejo de Thorvard y se volvió más generosa a partir de ese momento. Pero ya era demasiado tarde, pues la gente que se enfrenta a los tiempos duros juzga más rápidamente a aquellos que al principio no quieren ayudar.

Mientras tanto, en Brattahlid, los rumores de la masacre habían llegado a oídos de Leif. Después de volver a Brattahlid, Avang había puesto una cierta cantidad de moras de pantano en un barril de agua. Su padre había añadido un cubo de miel que guardaba desde el verano anterior, cuando lo había cambiado por queso del que hacía su mujer. Algún tiempo más tarde, cuando se consideró que la mezcla estaba lista, Avang, con la lengua suelta por la bebida, habló de la matanza a un pequeño grupo de personas. Estaba muy impresionado por lo que había pasado en Leifsbudir y se sintió aliviado al contarlo. Flosi y Lodholt, que también estaban bebiendo, hablaron igualmente. Los traidores —como Freydis los llamó más tarde— eran conscientes de que a veces las disputas provocaban muertes, pero nunca habían visto una masacre y necesitaban contar lo que había pasado en Leifsbudir, especialmente porque habían tomado parte en ella. Ninguno había matado a un islandés, pero estaban entre los que los habían perseguido. Flosi, Lodholt y Avang dijeron que algunos de los hombres que habían muerto les caían bien, pues habían trabajado con ellos en el hielo. Aunque los que escuchaban la siniestra historia habían jurado guardar secreto antes de que Avang y los demás hablaran, uno de ellos, Skuli Grimolfsson, fue a ver después a Leif y le contó lo que había oído. Leif hubiera preferido no creer a Skuli por lealtad a Freydis pero, como godi, no podía pasar por alto lo que le había dicho Skuli. Por tanto desafió a Avang, a Flosi y a Lodholt para que verificaran o negaran la acusación de Skuli. Ahora que estaban sobrios, los hombres no querían hablar y farfullaron de manera peculiar. Eso sólo despertó aún más las sospechas de Leif, que los presionó más para que dijeran la verdad. Finalmente, ellos le hicieron un relato completo de los asesinatos y de cómo los groenlandeses se hicieron con el barco de los islandeses.

Poco después Leif mandó recado a Freydis para que fuera a Brattahlid y le hiciera un relato veraz de lo que había ocurrido en Leifsbudir. Como ella ya lo había engañado antes, Freydis prefería evitar el encuentro con Leif, sobre todo porque se sentía mal ante el inminente parto. Cuando Freydis se negó a obedecer la llamada de Leif, él mismo fue hasta Gardar. Rechazó su oferta de un refresco y no quiso recorrer su casa. En lugar de ello, le habló del relato de Avang, Flosi y Lodholt.

—Te están engañando con mentiras —dijo Freydis—. Ya te conté lo que había pasado

—Pero me dijiste que los islandeses os habían prestado el barco, mientras que Avang y los otros dicen que lo tomasteis por la fuerza.

—Confunden los hechos.

—¿Niegas los asesinatos?

—Hubo alguna escaramuza —dijo Freydis—. No lo recuerdo todo —lo cual era cierto; no podía recordar exactamente las muertes. Recordaba que había cadáveres en Leifsbudir que yacían por aquí y por allá, pero no estaba segura de los detalles de sus muertes.

Leif siguió interrogando a Freydis, pero ella sólo le dio respuestas vagas. Finalmente se cansó y volvió a casa sin su confesión. De todas formas pensaba que Freydis era culpable y se decepcionó al saber que se había enemistado con los islandeses. Leif había nacido en Islandia y lo habían llevado a Groenlandia de pequeño. Le avergonzaba que los groenlandeses hubieran tratado mal a los islandeses, ya que los consideraba como sus parientes. Cuando Guttorm Glamsson oyó la noticia, fue a Brattahlid y pidió a Leif que llevara el asunto de los asesinatos al siguiente Althing, para que Freydis y Thorvard fueran castigados de un modo que conviniera a la mayoría de la gente. Leif se negó.

—No tengo deseos de castigar a mi hermana, pero profetizo que sus descendientes no llegarán lejos.

A finales del invierno, Freydis se puso de parto antes de lo que pensaba. Trajeron a una vieja de Skajalgsbudir llamada Asgerd Hoskuldsdottir para que hiciera de comadrona, ya que ni la madre de Thorvard ni sus hermanas querían hacerlo. Durante el difícil parto, Asgerd tiró de un niño que tenía una cabeza enorme y una cara monstruosa. Lo envolvió en un sudario y lo enterró fuera, entre las piedras. Más tarde Asgerd le dijo a Freydis que había dado a luz a un desgraciado con la cabeza deforme. Un bromista, refiriéndose a la historia en la que Freydis había mostrado el seno en Leifsbudir, dijo que Freydis debía haberse apareado con un skraeling para tener un hijo así. La mayoría de la gente sentía poca simpatía por el embarazo de Freydis y decían que era prueba de lo que le sucedía a una mujer con tendencia a excederse. Pudo haber gente que pensara que se estaba juzgando mal a Freydis, pero no se les escuchó, ya que voces más fuertes sofocaron las suyas.

Cuando el verano llegó a Groenlandia y los fiordos se abrieron, los rumores de la matanza de Leifsbudir se habían extendido por todas partes. Como resultado, la gente evitaba a Thorvard y Freydis, sobre todo a ésta. Las madres ponían a Freydis de ejemplo de lo que ocurriría a sus hijas si llevaban calzones y se comportaban como hombres. Einar dijo que los hijos de Freydis no eran sus parientes.

Como Freydis había quedado debilitada por el difícil parto, Thorvard fue el que tuvo que vender sus mercancías a Thorfinn Karlsefni, que volvía a Islandia con su mujer y sus hijos. Thorvard volvió a casa con mucho menos de lo que habrían conseguido si Freydis hubiera llevado el asunto, pues el marido de Gudrid era un comerciante astuto muy acostumbrado a hacer su voluntad. Más tarde se dijo que el cargamento que reunió Thorfinn Karlsefni antes de su partida era tan abundante que ningún barco había salido de las aguas de Groenlandia más ricamente cargado.

El Corcel de Sigurd permaneció en su cobertizo. Leif dijo que no deseaba hacer nada con él hasta que supiera con seguridad si los islandeses volverían o no. Seguía conservando la esperanza de que Helgi Egilsson pudiera llegar un día con el barco que iba a sustituir al Vinlandia.

El segundo invierno después de la vuelta de los groenlandeses de Leifsbudir, Thorvard Einarsson se ahogó en Northsetur, cuando los cazadores no consiguieron rescatarlo de un enorme oso blanco que lo había arrojado al agua y le impidió salir. Freydis se quedó sola con sus hijos y sus esclavos. Este golpe fue tan fuerte como la pérdida de Halla pues, como resultado de su aislamiento, Thorvard y Freydis se habían apoyado más el uno en el otro.

El verano siguiente, un barco noruego que iba a las Hébridas de camino a Bergen llevó a bordo no sólo a Ulfar, a Mairi y a su hijo, sino a Teit Evyindsson y a su hermano Hallvard, que buscaban abrirse camino y encontrar una vida mejor en otra parte. Antes de abandonar Brattahlid, Ulfar entregó a Geirmund Gunnfard varios pergaminos y le dijo que eran el relato del año pasado en Leifsbudir.

—Después de que me vaya, quiero que le leas mi manuscrito a Leif, de modo que él sepa mi visión de la verdad —dijo Ulfar—. Como mi vida está a punto de empezar en otro lugar, es justo que deje estos pergaminos en Groenlandia.

Tres años antes de la partida de Thorfinn Karlsefni, Leif Eriksson vendió el Corcel de Sigurd y el marfil de los Egilsson al islandés Ingolf Hafnisson a cambio de plata y objetos bordados que entregó a la iglesia de su madre. También consiguió madera suficiente para construir una casa en Brattahlid al sacerdote y la amuebló tan ricamente como la suya. Se aseguró de no ganar nada en el intercambio. No deseaba aprovecharse de la traición de los que habían profanado el lugar al que una vez había dado orgulloso su nombre. Su hijo mayor, Thorkel, había empezado a hablar de hacer el viaje hacia el Oeste. Leif no quería que Thorkel ni ninguno de sus hijos reclamara el lugar en Vinlandia, porque, excepto para él mismo, el lugar no había traído más que dolor a su familia.

Pocos groenlandeses de los que habían estado en Leifsbudir hablaron de lo que había ocurrido allí. Los que lo hicieron a menudo se contradecían unos a otros acerca de lo que sucedió. Como suele pasar en el caso de crímenes violentos, nadie estaba completamente seguro de lo que había pasado, aunque muchos decían saber la verdad. Como resultado hubo muchas versiones de la historia. Después de contarlas muchas veces, esas versiones se entremezclaron tanto que incluso los que habían estado en Leifsbudir durante la masacre eran incapaces de separar la ficción de los hechos. Podría decirse, sin embargo, que los muchos relatos de la historia afectaron a los groenlandeses de tal modo que, aunque hubiera habido un barco disponible para viajar a Leifsbudir, nadie del grupo habría estado dispuesto a ir. Las historias sobre Vinlandia se fueron desvaneciendo. La gente rara vez contaba historias de ese sitio, pues muchos pensaban que el lugar contenía más maldad que fortuna. Poco a poco los detalles del viaje final acabaron despareciendo hasta que Vinlandia se convirtió en poco más que un país mítico que se cernía en los lugares más remotos de las mentes groenlandesas.

Con respecto al manuscrito que había escrito Ulfar, durante muchos años permaneció en posesión de Geirmund Gunnfard. Después de la muerte de Leif Eriksson, el sacerdote se lo llevó consigo a Islandia. Poco después un fuego arrasó el monasterio de Thingeyvar y destruyó gran parte del pergamino, reduciéndolo a un puñado de fragmentos que más tarde llegaron a ser conocidos como el Pergamino de Ulfar, cuya última parte se reproduce aquí.

* * *

Tengo poco que decir sobre la masacre, ya que yo no la presencié. En cualquier caso hombres más valientes que yo han hecho un relato completo de los asesinatos. Respecto de los crímenes de Freydis y Thorvard, lo que sé me lo contaron de segunda mano. Aunque nunca me gustó Freydis ni su marido, y aunque los groenlandeses me parecían salvajes y groseros, es mi opinión que los islandeses no eran mejores que los groenlandeses y se buscaron muchas de las dificultades por las que pasaron. Hubo engaños y mentiras por ambas partes. Por lo que a mí respecta, cuando se trató de hacer el mal, hubo poco donde escoger. Ambas partes mostraban un exceso de paganismo a falta de un sacerdote. Traté de llevar el mensaje del Señor de los Cielos hasta las gentes de Leifsbudir, pero la mayoría hicieron oídos sordos a mis palabras. Yo no era sacerdote y no tenía talento alguno para ello.

Nuestro Señor me dio otras habilidades que espero poder emplear algún día. Rezo para que pronto Él nos bendiga a mi esposa, a mi hijastro y a mí mismo con un viaje seguro hasta las Hébridas. Cuando Mairi y Jon hayan sido entregados a sus parientes en Mull, pienso volver a Iona y continuar mi trabajo como escriba. Es mi ferviente deseo pasar mis últimos años trabajando en los pergaminos iluminados del Libro Sagrado. Si mi habilidad con el pincel mejora, quizá algún día sea escogido para pintar el ojo de un Evangelista o el cabello de un ángel.